miércoles, marzo 30, 2016

Julio Cortázar, Miguel Dalmau


Edhasa, Barcelona, 2015. 640 pp. 24 €

Pedro Pujante

La vida del escritor Julio Cortázar (1914-1984) es una de esas peripecias que bien merecen una biografía. No es la primera vez que alguien se acerca a radiografiar a este cronopio universal, a este argentino internacional que construyó un mundo literario fantástico propio, caleidoscópico y abierto al mundo pero sin renunciar a sus orígenes porteños, a su idiosincrasia latinoamericana y al final de su trayecto vital, comprometido políticamente con Cuba y Nicaragua.
Sí, parece que ya todo está dicho acerca del autor de Los premios. Sin embargo, merece la pena recorrer una vez más, esta vez de la mano de Miguel Dalmau (Barcelona, 1957), la vida azarosa de Julio Cortázar. Porque, sí, sabemos muchos detalles de su vida y de su ingente obra, de sus itinerarios políticos, de su migración voluntaria a París, de sus amistades más notables, amores o de sus afinidades literarias. Así que la pregunta oportuna sería, ¿qué aporta esta nueva biografía de Cortázar? Dalmau ha conseguido erigir una estampa fidedigna y exhaustiva pero a la vez salpicada de interesantes indagaciones, a través de su propia obra.
Ha sabido hilvanar con maestría el dato objetivo con la observación minuciosa y personal del biografiado. Atendiendo, no solo a documentación, cartas, diarios y estudios previos. También, y esto es lo más interesante, se ha permitido extraer conclusiones de sus propios cuentos y novelas, y avanzar un paso más en el ensayo biográfico. Esta suerte de concatenación de datos reales y conjeturas mediadas por la interpretación literaria, hacen que la lectura de este último Cortázar se trasmute en una suerte de enciclopedia interior, una biografía íntima de uno de los mayores escritores del siglo XX.
Además, el libro es exhaustivo y realiza un viaje completo, jalonado por los hechos físicos, libros publicados y anécdotas más recónditas. Parte desde sus orígenes en Argentina, sus primeros trabajos como docente, la asfixia del artista adolescente en un medio inhóspito y su deseo de volar lejos, a París, a la ciudad que lo adoptaría y que se convertiría en uno de los escenarios más transitados de su obra. La llegada de la fama, el reconocimiento, el acontecimiento Rayuela. Sus últimos años, sus viajes, sus amistades, sus enfermedades… Cortázar y sus miedos, Cortázar y el alcohol, Cortázar y el jazz. Cortázar, un hombre complejo que acusaba una enfermiza relación materno-filial, terrores, ausencias, preocupaciones cotidianas…
Dalmau demuestra ser un escritor total, porque no solo se ha limitado a reseña episodios más o menos interesantes del escritor Julio Cortázar. También ha conseguido trasladar al papel un retrato interior del hombre, sus miedos y sus fobias, sus amores más secretos, sus secretos más inconfesables, sus sueños más intensos, sus debilidades y sus ambigüedades.
Este libro es delicioso, está escrito con solvencia y su prosa cautiva, avanza sin didactismos y en un equilibrio perfecto entre la erudición y la belleza formal. Es un libro necesario para los amantes de Cortázar. Es una guía que complementa su bibliografía, y que ayuda a comprender, si no el alcance de un genio y la profundidad de una obra sólida y total (en realidad una obra literaria no necesita explicación, se ha de bastar por sí misma), sí al menos la trayectoria vital y experiencial de una de las figuras más relevantes del siglo XX, que además resultó ser un hombre de carne y hueso, que supo, a pesar de erigirse como un dios literario, mantenerse aferrado a su mundo a través de su única arma, su arma secreta: la palabra.
¿Quién fue la Maga? ¿Cómo se construyó el escritor Cortázar? ¿Qué realidad y que traumas se esconden tras su obra fantástica? ¿Quién es ese hombre delgado que escribió Rayuela y que tradujo a Poe, que reinventó una nueva forma de hacer literatura y que creó una legión de cronopios? ¿Qué extraña relación tuvo con su hermana, con su madre? ¿A quién amó? ¿Qué significó realmente la literatura para él? Estas y más respuestas las hallará el curioso lector entre las páginas de este libro.

lunes, marzo 28, 2016

Cult movies. Películas para la penumbra, Vicente Muñoz Álvarez


Excodra, Madrid, 2015. 182 pp. 15,90 €

Miguel Baquero

En el año 2011, la editorial Eutelequia sacó a las librerías Cult movies. Películas para llevarse al infierno, un libro donde el escritor y poeta leonés — una de las voces más destacadas, si no la principal, del underground español—, Vicente Muñoz Álvarez (Leon, 1966) seleccionaba un centenar de películas que, para él, resultaban de inexcusable “visionado”, o quizás “videado”, por utilizar su expresión, ya que la mayoría de ellas no se proyectan regularmente en cines ni en televisiones, y para poder verlas hacía falta muchas veces un esfuerzo de rastreo y casi de investigación policial para conseguir hacerse con una copia, a pesar de los inmensos almacenes que uno puede encontrar en la Red. Pero en todos los casos de aquel libro, el esfuerzo merecía la pena y el fruto era encontrarse frente a una película distinta, extraña, inquietante, salvaje…
Vaya por delante que las películas que Vicente Muñoz recomendaba en aquel libro, al igual que las que recomienda ahora en este que acaba de aparecer, Películas para la penumbra, no están significadas seguramente por su calidad técnica, o por su excelente argumento, o por la magnífica interpretación de sus actores. A veces también, pero en todo caso no se trata de películas recomendables “al uso”, sino de películas que destacan y a las que se les rinde culto (tomo palabras del prólogo): «por lo crítico, lo atípico, lo raro, lo grotesco, lo perverso, lo incómodo, lo hiriente, lo hipnótico, lo arrebatador». Películas, en resumen, que despojan al cine de ese papel que muchas veces quiere dársele de mero vehículo de ocio y entretenimiento y le devuelve esa otra función, que para muchos directores y espectadores es la idónea, que es servir para expresar lo que quizás no podría expresarse de otro modo, el mundo de las pesadillas, de lo inefable, de lo oscuro…
Este es el factor común de las 132 películas ahora seleccionadas y por lo que son, o merecen ser tenidas, como películas de culto. En la mayoría de los casos se trata de filmes marginales, proyectados en círculos minoritarios o que han tenido un efímero paso por las salas, pero nos encontramos también con películas que, pese a todo, podrían calificarse de exitosas, incluso de comerciales, como Moby Dick, de John Huston, o varias películas de Polanski, que se distinguen, en último caso, de las películas digamos “corrientes” por buscar un planteamiento distinto, original, insólito y hasta contrario a lo establecido.
Son películas que buscan retratar lados oscuros, comportamientos febriles, aspectos morbosos. El recopilador de ellas, Vicente Muñoz Álvarez, se manifiesta en muchas páginas del libro amante de lo grotesco, de lo truculento, de lo escalofriante, y declara su pasión por el fantaterror, las historias vampíricas y de ultratumba, así como por la psicodelia y los comportamientos alterados, pero en su selección hay películas como Harold y Maude, de Hal Ashby, o la impresionante Atlantic City, de Louis Malle, donde la cuerda de lo habitual se rompe por el lado de lo tierno y humano. También en cintas como ¿Qué fue de Baby Jane?, de Robert Aldrich, donde las más brutales pasiones humanas son suficientes para trasladarnos a esa realidad inquietante.
El periodo que Vicente Muñoz Álvarez cubre es prácticamente toda la historia del cine, desde los años 20, con Las manos de Orlac, de Karl Freund, hasta la muy reciente Searching for a sugar man, de Malik Bendjelloul. Por el camino, todo un conjunto de filmes dignos de culto, y la especial predilección del autor por el “giallo” italiano y, recientemente descubierta, por el cine de terror mexicano de los años 60.
En su nómina de películas y autores hay también un apartado, y no de los más pequeños, para los cineastas españolas, entre los que destaca a Carlos Saura, algunas de cuyas películas ya registró en el libro anterior, y otras como Cría cuervos o Elisa, vida mía incluye en esta selección. Desde Fata morgana, de Vicente Aranda, a Morbo, de Gonzalo Suárez, pasando por El extraño viaje, de Fernando Fernán-Gómez, Mi querida señorita, de Armiñán, y varios filmes en los que interviene el gran José Luis López Vázquez, el autor hace mención de, al menos, una decena de películas españolas dignas de figurar entre las más auténticas.
En resumen, un libro necesario para el cinéfilo o para quien considere el cine como un arte con todas sus consecuencias y no como un simple pasatiempo comercial. Pues como tal arte, debe buscar una forma de expresar lo turbador y lo conmovedor. A estos, sin duda, les resultará de mucha utilidad este listado de películas, como manera de guiarse en medio de la avalancha de filmes insustanciales, películas de temporada o proyecciones simplemente vacías.

viernes, marzo 25, 2016

Cronomoto, Kurt Vonnegut


Trad. Carlos Gardini. Malpaso, Barcelona, 2015. 240 pp. 19 €

José Morella

«Que alguien me pegue un tiro mientras soy feliz», escribe Kurt Vonnegut en Cronomoto. A Vonnegut le cuesta horrores la felicidad, pero la ha vivido y la recuerda. Ha disfrutado de una una vida digna de vivirse (sólo el 17% del a población mundial, según sus cálculos, puede decir lo mismo) y al mismo tiempo ha sufrido una tristeza congénita: «Soy un monopolar depresivo que desciende de monopolares depresivos. Por eso escribo tan bien».
En Cronomoto ya está Vonnegut un poco de vuelta de todo, bastante mayor y, según él mismo confiesa, sin mucha energía para escribir. Hace, pues, lo siguiente: abandona una novela en la que lleva diez años escribiendo y la refríe. Se pone a meter tijeretazos y la transforma en otra cosa. De ese modo, lo que leemos aquí -llamémosle novela o como nos dé la gana- es algo tan simple como el señor Vonnegut contándonos su novela no escrita como quien te cuenta una peli tras salir del cine. La explicación está trufada, además, de cualquier otra cosa: su juventud, su abuelos y sus tíos, sus ideas, sus exmujeres, sus hijos, sus reflexiones, sus asombros, sus lecciones aprendidas, sus manías, sus confesiones, su madre suicida o su amor por el socialismo. Se relaja y, en suma, se lo pasa de fábula. Y nosotros también leyéndolo.
Lo que pasaba en la novela inacabada era lo siguiente: el 13 de febrero de 2001 un terremoto de tiempo azota el universo, empujando a todos los seres diez años atrás, hasta el 17 de febrero de 1991. Durante esos diez años se da "la resposición". Todo el mundo repite exactamente sus últimos diez años sin poder cambiar nada. Se vive sin voluntad propia. No puedes "salvar tu propia vida o la de un ser querido si no lo habías hecho la primera vez". En 2001, cuando concluyen los efectos del seísmo, volvemos a tener libre albedrío. Pero es difícil volver a usarlo por la falta de costumbre. El raro héroe que está allí para ayudar a la humanidad es, cómo no, Kilgore Trout, el escritor vagabundo de ciencia ficción que goza más de destruir sus cuentos que de publicarlos y que todos los lectores de Vonnegut conocen de otras novelas suyas.
El libro está escrito en viñetas, y por lo tanto hay que leerlo como un cómic. Vonnegut es el mismo de siempre, pero algo cansado. Va más suelto. Eso nos da cosas y nos las quita. La trama importa poco, se derrite en nuestros ojos. Lo que se dice entremedio de la trama es lo que importa. Este libro es un cómic-conferencia, una tarde en un bar con un hombre muy rápido de mente, con la guardia muy baja y, sobre todo, muy tierno. Vonnegut se pasó toda la vida escribiendo libros para decirnos que los humanos somos tiernos, y que todos los problemas del mundo -las bombas en Hiroshima y Nagasaki- se producen cuando nos olvidamos de nuestra propia ternura. Y nuestra ternura está inevitablemente mezclada con el humor y la amabilidad hacia nosotros mismos. Escribir es para Vonnegut trabajar sin descanso para hacer libros que nos hagan reír y que nos recuerden en qué consiste ser humanos, puesto que lo olvidamos constantemente. Se trata de ser subversivo a base de dulzura. La única manera, en mi humilde opinión, en que podemos ser subversivos sin reproducir los patrones inconscientes de agresión y dominación de los que adoran ser poderosos. Todos los subversivos que han alcanzado puestos de poder y han logrado mejorar el mundo lo han hecho desde ese corazón roto y tierno que sabe reírse de sí mismo. Stalin, eso Vonnegut lo sabía muy bien, no tenía el más mínimo sentido del humor.
Vonnegut fue un socialista hasta el fin de sus días. Cita, una vez más, a Eugene Debs: «Mientras haya una clase baja, perteneceré a ella. Mientras haya delincuencia, seré parte de ella. Mientras haya un alma en prisión, no seré libre». Eugene Debs fue cinco veces candidato socialista a la presidencia de los Estados Unidos, y lo encerraron por echar discursos brillantes y llenos de compasión. Es el personaje sobre el que los americanos no se atreven a hacer una de esas series de televisión de calidad que hacen ahora. Heywood Broun, un famoso periodista, dijo de él: «ese viejo con los ojos encendidos cree en serio que puede haber algo parecido a una hermandad humana. Pero lo más raro no es eso: es que cuando lo tengo cerca, lo creo yo también.» A mí me parece que todos los libros de Vonnegut, del primero al último, han sido escritos para encender en los ojos de los lectores el mismo fuego que había en los de Eugene Debs.
En Cronomoto lo bueno se encuentra encerrado en multitud de cosas malas. Se habla durante paginas de gente que no quiere vivir y, sin condenar en absoluto sus suicidios o sus malas decisiones, el texto se convierte una celebración de la vida. Es desgarradora -sin que Vonnegut la escriba con desgarro- la relación con su hermana, muerta a los 41 años. Las pequeñas anécdotas que hacían esa relación auténtica. Todo lo auténtico se puede contar como algo pequeño. Si no se puede, no es auténtico. Un pariente de Vonnegut repetía la frase «si esto no es agradable, ¿qué lo es?» cada vez que la vida le sonreía. Lo sencillo es mágico. El suicidio y la alegría son dos manifestaciones palpitantes de lo mismo, del asunto extraño este de estar vivos pululando por el planeta.
De golpe, además, nos llegan sus ramalazos de inteligencia radical. No hay que desvelarlos en una reseña, pero podemos anunciarlos. ¿Qué tienen que ver Hitler y Édith Piaf? Vonnegut tiene un tremendo oído para enlazar lo que no parecía susceptible de ser enlazado. Lo caza al vuelo y nos lo pone delante de las narices.
El texto es un constante chorro de anécdotas e ideas. A mí, por ejemplo, me impactó que una de las enmiendas que el autor propone a la constitución americana sea un ritual de paso obligatorio para todos los adolescentes. Una fiesta en la que se celebrará que ya son co-responsables de lo que ocurre en la sociedad. En un mundo en la que los rituales tradicionales han sido sustituidos hace tiempo por las compras, y los templos por centros comerciales, resulta impactante la claridad y sencillez de la propuesta de Vonnegut. También introduce la idea de que el Estado haga lo posible por que a todos nos echen de menos al morir. Esto es imposible, según Vonnegut, sin familias extensas como la suya. Tener una familia extensa te salva de todo y te da sentido. Te salva de la tecnología, de la alienación, del olvido, de la depresión monopolar. El decrecimiento que nos salvará de esta monstruosidad de consumo en la que vivimos no vendrá teniendo menos hijos, sino teniendo más y dándoles todo eso que los gadgets, las compras sin pausa y el estúpido entretemiento eterno no pueden darles. La chispa en los ojos de Eugene Debs, de Kurt Vonnegut y de los cientos de miles de personas que aman sus libros.

miércoles, marzo 23, 2016

El instante de peligro, Miguel Ángel Hernández


Anagrama, Barcelona, 2015. 223 pp. 17,90 €

Ariadna G. García

Miguel Ángel Hernández asombró a los lectores con su ópera prima, Intento de escapada, novela potente que indagaba en los límites del Arte y de la perversión humana. Dos años ha tardado en publicar su segunda obra, Instante de peligro, con la que ahonda en el tema de la creación, en este caso, literaria y plástico-visual. El narrador se nos descubre como el autor de la anterior entrega, en un juego metaliterario que da coherencia al conjunto. En ambos casos, por tanto, nos encontramos con un sujeto que enuncia en primera persona; la diferencia radica en que en Intento de escapada se trataba de un narrador-testigo de las excentricidades del célebre artista social Jacobo Montes; mientras que en El instante de peligro la voz que habla sí asume el protagonismo de la historia. El comienzo de la narración promete. Martín Torres es un profesor universitario interino que carece acreditación. En su currículum lucen una novela, reseñas de libros y artículos de opinión: miles de páginas inútiles para meritar. La administración no valora la creación literaria ni la actividad crítica como méritos computables para conseguir una plaza. Valga esta queja del autor no ya sólo para la docencia superior, sino también para la secundaria. No interesan los profesores con inquietudes artísticas, de espíritu inquieto, que tengan una actitud curiosa ante la vida, que busquen donde nadie lo hace, que plasmen por escrito su visión de las cosas, que puedan resultan incontrolables. Y por eso Martín Torres tiene un pie y medio fuera de las aulas. “La universidad había dejado de ser el lugar del conocimiento para convertirse en espejo de la burocrcia”, se lamenta el protagonista, y ante semejante panorama, acepta una –más que providencial– invitación para pasar un semestre becado en el Clark Arte Institute de Williamstown. A partir de aquí, la novela acelera, o más bien, se precipita. A las siete páginas ya estamos en Massachusetts. A las veintisiete, Torres ya bromea con su compañera de proyecto sobre la posibilidad de hacerle visitas a su estudio. Demasiada velocidad. Pese a ello, hay una confesión interesante sobre la pérdida de fe de los artistas, sobre la falta de confianza en su capacidad transformadora de estado de cosas, sobre el fin de su inocencia e ingenuidad, sobre la repetición de eslóganes de izquerdas que no llevan a parte alguna. Se salvan a sí mismos, pero no mueven un centímetro el mundo, no ponen pan en la boca del hambriento, que diría la poeta Ángela Figuera. El resto del libro se centra en el desarrollo del proyecto compartido entre Torres y Anna Morelli, una artista que trabaja el tema de la memoria a partir del borrado de imágenes en películas antiguas; que trata de encontrarse en los demás, porque ignora quién es. Sazona el argumento la aparición de un amante ocasional de ella y el enfrentamiento de él con su pasado, pues en aquel mismo lugar matuvo una relación con una artista casada, a quien dirige la novela, Sophie. Buena parte del libro, la más tediosa, describe la biblio-filmografía que utiliza Torres para inspirar su escrito sobre las imágenes borradas de su compañera. Son páginas interesantes que, sin embargo, restan ritmo a la obra; que asemejan la novela al ensayo; que minan la fuerza del argumento del libro. El instante de peligro es una novela bien escrita pero desapasionada, sin conflictos entre los personajes cuando la historia daba para reproducirlos. Pienso en novelas como El artista del mundo flotante, donde Kazuo Ishiguro enfrenta a dos tipos de artistas (el comprometido y el evasivo) en una narración llena de empuje, de momentos climáticos, y sólo puedo lamentar que Miguel Ángel Hernández ponga su talento –que lo tiene– al servicio de una literatura erudita que evita la dialéctica, la tensión entre caracteres o los momentos de crisis, y que opta por el dicurso teórico en detrimento de la acción. Una lástima porque Intento de escapada es una muy buena novela, que quizás, ha puesto al escritor el listón muy alto. Habrá que estar atentos a la próxima.

lunes, marzo 21, 2016

Solo con invitación: Que se enteren las raíces, Fernando García Maroto


Triskel Ediciones, Sevilla, 2015. 226 pp. 13 €

Fernando Sánchez Calvo

Lezna quiere venganza. Odia a su mujer y su mujer lo odia a él. Esto no sería un problema si no fuera porque además Elisa ha encontrado a alguien más joven que su marido para disfrutar de la pasión que con él no ha podido encontrar. El alcance social de este hecho, a pesar de que nuestro protagonista es un convencido misántropo, le hiere el orgullo. Suficiente para que Lezna desee que Elisa desaparezca del mapa. Sólo hay un problema: no puede o no se atreve a ejecutar su plan. Es entonces cuando aparece Rengo, escritor con más defectos morales incluso que físicos y que acepta el encargo de asesinar a Elisa no se sabe si por dinero, por proporcionarle a su estática vida un chute de acción o por las dos cosas. A partir de esta premisa, los pensamientos de uno y las acciones del otro se alternarán en capítulos paralelos que diseccionan, con precisión de bisturí, los preparativos de dicho asesinato así como reflexiones varias sobre la soledad, el oficio de escritor, la descomposición de las relaciones de pareja, entre otras.
Éste es el argumento de Que se enteren las raíces, cuarta novela publicada del escritor madrileño, esta vez con un sello sevillano, Triskel Ediciones. Argumento sencillo, eficaz, directo, de los que te ganan por KO. Justo lo contrario del estilo cada vez más personal de Fernando García Maroto: moroso, deliciosamente escurridizo, anfibio que va del ensayo a la narración y viceversa y que, para colmo, acude al mejor poeta español del siglo XX, Federico García Lorca, para robarle uno de sus versos y plantarlo como poderoso título de la obra. Fernando no tiene prisa. Sabe como el brazo ejecutor de Lezna, Rengo, que el final va a llegar, y en eso se nota su madurez como prosista. No va a regalar un final impactante (o sí), sino que va a preparar el camino cuidadosamente. ¿Qué importa que asesine o no a su mujer si todas las novelas sobre las que sobrevuela la venganza sólo ofrecen dos obvias soluciones? Lo que importa es el camino, investigar en el origen, saber cómo empezó esta historia de odios, destapar la sesera de Lezna, de Rengo, de Elisa, de Verónica, y ver qué hay dentro de los cerebros de estos personajes que, de tan humanos y redondos, asustan. ¿Cómo llega uno a querer desear la muerte de su propia mujer? ¿Cómo es la vida del otro para aceptar un encargo así? Ahí está el interés de la novela: en la búsqueda del principio del todo, sin desmerecer el final.
Que se enteren las raíces es la mejor novela de Fernando García Maroto. O al menos la que ha conseguido un mayor equilibrio entre arquitectura y contenido. El mimo con el que además se ha elegido cada palabra, lo eleva a la categoría de un orfebre sin florituras gratuitas que justifica cada cambio de ritmo, cada ironía, cada pensamiento. Nada sobra. Todo en esta novela es necesario.


Fernando G. Maroto: "Escribir es una compulsión"


La geografía de los días (2007), La distancia entre dos puntos (2009), Los apartados (2012), La vida calcada (2013), y ahora Que se enteren las raíces (2015). Fernando García Maroto es un narrador directamente lanzado que además está pudiendo disfrutar de una relación agraciada con pequeños sellos editoriales de nuestro país. Después y antes de su nueva inmersión en el relato, hablaremos con él, dos años después, de su última novela, de su evolución como escritor, de sus miedos y lecturas y de sus proyectos de futuro. Aviso a navegantes: viene más nihilista que nunca.

Dejémonos de prolegómenos y vayamos al meollo de la cuestión: ¿usted es más de Rengo o de Lezna? No se me salga por la tangente y me vaya a decir que de Vogler.
—Difícil elección, porque, sin recurrir deliberadamente a ningún aspecto biográfico, hay algo de mí en ambos personajes. Inevitablemente el autor, quiera o no, consciente o inconscientemente, se cuela un poco en la existencia de sus criaturas. No puedo decir que uno de ellos sea mi favorito, o que reniegue de uno en detrimento del otro, pero desde luego la identificación más acertada sería con Lezna: un individuo absolutamente reflexivo, maniático hasta alcanzar cotas desproporcionadas, un punto pesimista y otro punto insatisfecho con el mundo que le rodea. No es una imagen muy alentadora, pero hace justicia y es la más cercana a la realidad. En mi caso, no es que yo aspire a alcanzar los atributos o los defectos de mis personajes, sino que fatalmente ya los tengo. 


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viernes, marzo 18, 2016

Seré duda, Andrés Trapiello


Pre-Textos, Valencia, 2015. 728 pp. 35 €

Bruno Marcos

Es difícil para quien siga las letras actuales ignorar lo que es, seguramente, uno de los fenómenos literarios más singulares de los que se están produciendo en nuestros días, la escritura de Salón de Pasos Perdidos de Andrés Trapiello. Diecinueve entregas van de un diario personal que superan, muchas de ellas, las setecientas páginas ampliamente y que se iniciaron con la del año 1987. Alcanza esta "novela en marcha" las nueve mil novecientas cuatro páginas por ahora, según las cuentas que le salen al autor. Trapiello se duele en esos mismos diarios del prejuicio generalizado hacia lo prolífico que acaso menoscabe siempre el trabajo y el esfuerzo para ponderar lo escuálido, no se sabe si por decantado o por arrebatado de genio pasajero.
En esta ocasión las más de setecientas páginas se inician nada menos que con seis prólogos, cosa que no ha de extrañar en un gran prologuista como es este escritor. Pudimos leer bastantes de los escritos por él, reunidos no hace mucho, en su libro titulado Vagamundos. Los temas son los de siempre en este tomo. Aparecen de nuevo las reflexiones sobre su técnica diarística que tiene la piedra angular en que el diario se escribe como un diario pero se lee como una novela. No en vano el frontispicio de estos escritos es siempre la cita de Fortunata y Jacinta de Galdós: «Por doquiera que el hombre vaya lleva consigo su novela». Así mismo aparece de nuevo el asunto de las identidades de las personas que salen representadas en el libro. El uso de iniciales y equis, en lugar de preservar el anonimato de los aludidos, supone para el autor una garantía de que lo que se cuenta es interesante al margen de que los protagonistas sean famosos o no. Ya afirmaba Andrés Trapiello, en otro libro muy recomendable, El escritor de diarios, que ni los grandes personajes ni los grandes acontecimientos producen grandes diarios sino que, más bien, los mejores resultados en este género los da la mirada del desplazado a ras de suelo. El diario para Trapiello es un hablarse a sí mismo de forma que lo escuchen los demás.
Este diario corresponde al año 2005, año que el autor pasó dando vueltas a la Península Ibérica presentando su continuación del Quijote. Se suceden en Seré duda las magníficas descripciones paisajísticas, sobre todo en su Beatus Ille de La Viñas, no exento del todo de las complicaciones humanas, los viajes a Tánger, Tetuán o Bucarest y las crónicas del Rastro. En el diario de este año recoge la muerte de su admirado Ramón Gaya y la de Haro Tecglen. Resulta, entre muchas otras cosas, interesante la visita a la Fundación Juan Ramón Jiménez, poeta preferido para este autor, que termina con la imagen romántica y espectral del ataúd de níquel del poeta, cuya faz se ve por una ventanita apreciándose aún la barba del gran poeta.
Lo que más gusta a este lector de los diarios de Trapiello es, sin duda, su humor, que nunca destaca nadie citando sólo la críticas que determinados personajes reciben de su pluma. Para un lector como este, al que el Quijote ha arrancado carcajadas, lo más cervantino de Trapiello, gran lector y hasta continuador y actualizador de Cervantes, es precisamente ese humor y esas carcajadas. Los retratos que hace, en los que sabe buscar el punto flaco a cada cosa, pintan con detalle la ridiculez de la sociedad nuestra que lo será, seguramente, más o menos como lo han sido casi todas. Los escarnecidos quizá no sean del todo como los dibuja su lápiz pero el cuadro es totalmente verosímil y si la realidad no se ajusta a la pintura es porque no está a la altura de la literatura.

miércoles, marzo 16, 2016

El relojero de Yuste. Los últimos días de Carlos V, José Antonio Ramírez Lozano


XIX Premio de Novela Ciudad de Salamanca. 
Ediciones del Viento. A Coruña. 2015. 200 pp. 17,50 €

Ignacio Sanz

En Nogales (Badajoz) la biblioteca pública lleva el nombre de José Antonio Ramírez Lozano. ¿Pero quién se esconde detrás de Ramírez Lozano? Pues, en pocas palabras, detrás de tal nombre se agazapa un escritor con una vastísima obra a sus espaldas que, pese a todo, no deja de ser un escritor periférico o, si se quiere, poco visible.
Y esto es lo paradójico en un poeta, narrador y escritor de libros infantiles que ha conseguido los más prestigiosos premios en los tres géneros literarios. El relojero de Yuste se alzó con el XIX Premio de Novela Ciudad de Salamanca. La historia, como apunta el título se desarrolla en La Vera extremeña de la que se ha dicho mil veces que es un paraíso y allí, primero en Jarandilla y después en Yuste, muy cerca de Cuacos, envejecido por los zurres de la vida, va a pasar sus últimos días el emperador Carlos V, tras tanto batallar. La presencia de tan augusta figura suscita intrigas y expectativas de todo tipo, tanto entre los frailes jerónimos que lo acogen como en la cohorte que pulula alrededor de una figura de tal calibre. De entre todos ellos, por afinidad, descuella el ingenioso Juanelo Turriano, un personaje de proyección histórica que aquí vemos entregado a la fabricación de relojes, una de las pasiones del rey. La complicidad que se establece entre ambos suscita recelos y envidias entre los frailes que llegan a acusar a Turriano de calvinista. Incluso proyectan sombras de dudas sobre el propio emperador que tanto ha combatido a los nuevos herejes. Pero la gran metáfora y uno de los resortes poéticos de la novela estriba en la fabricación de un reloj especial que acompasa su tictac con los latidos del emperador, de tal manera que se crea un paralelismo entre ambos. Y cuando se pone en peligro al reloj, la que empieza a peligrar es la vida quebradiza del propio emperador.
Por lo demás la novela no sólo está magníficamente documentada, tanto en vestimenta, paisajes, costumbres y, sobre todo, en comidas y bebidas. A tal respecto resulta curiosa la controversia que se suscita la apasionada inclinación de Carlos V por la cerveza con el consiguiente desdén hacia el vino. Todo ello da lugar, entre los frailes que combaten esas veleidades, a una divertida batería de argumentos teológicos. Pero donde la novela muestra su mayor fortaleza es en el lenguaje. Da la sensación de que el autor se hubiera pasado años y años inmerso en los clásicos de la época para traernos el regusto del castellano antiguo sin que ello suponga un freno en la fluidez narrativa. Al respecto, al menos este lector, tuvo la sensación de estar leyendo a un hijo legítimo de Cervantes.
En fin, y para ir concluyendo, que quién guste de las novelas históricas, no debiera perderse esta obra de Ramírez Lozano para conocer, no tanto la verdad como el aroma vital que en Yuste pudo respirarse. A veces incluso con licencias audaces, como el encuentro que el emperador mantiene con un fiero personaje femenino salido directamente de lo más truculento del romancero.

lunes, marzo 14, 2016

El acero y la seda, José Abad


Ilust. José Ruanco. Traspiés, Granada, 2015. 96 pp. 12,80 €

Miguel Sanfeliu

José Abad es un escritor granadino quizá más conocido por su faceta de ensayista, pese a que tiene publicadas dos novelas y un libro de relatos. Ahora, en la colección Vagamundos de la editorial Traspiés publica El acero y la seda, un volumen en el que se reúnen cuatro relatos ambientados en el Japón ancestral de los samuráis y las grandes batallas. El libro está bellamente ilustrado por José Ruanco. En estas historias nos encontramos con el Japón milenario plagado de leyendas y magia, de sucesos sobrenaturales, de épica y lances de honor, una tradición literaria no demasiado arraigada en nuestra literatura pero que, de alguna manera, apunta a nuestro corazón y nos llega muy profundo, con una carga emotiva que pareciera apuntar a algún lazo ancestral que ignorara la gran distancia y diferencia cultural que nos separa.
Me ha llamado la atención la riqueza del lenguaje y la precisión de las descripciones, así como el ritmo pausado de la narración, que acrecienta el carácter misterioso de la misma. El placer de la lectura, el gusto de esas leyendas que conectan con nuestros más atávicos miedos, ha conseguido sumirme en una ensoñación que me ha transportado a mi juventud, cuando descubría con asombro el poder de traslación de la literatura.
La indagación en la historia para averiguar cuándo comenzó la enemistad entre los clanes Azuma y Kasuga, germen de "Holocausto", el primer relato, en el que se plantea si debe uno cumplir su palabra aun cuando las circunstancias señalen lo contrario, sienta las bases de este libro. No creo que sea vano que finalice con la frase «Los caminos del escritor y el lector están destinados a encontrarse». Esa persecución sin fin en el cuento "Kagemusha", con la precisa descripción del paisaje y, sobre todo, con la potente imagen de esa cueva que ofrece un refugio seguro en una noche de tormenta, y en cuya entrada parece verse la silueta de un guerrero montado a caballo, un guerrero que parece ser el mismo protagonista, está contada de un modo admirable.
La sobrenatural historia de "El vuelo incierto de la libélula, el vuelo inquieto del gorrión" consigue mantenerte en un suspense tenso, mientras pasan los años y esperamos el desenlace de ese reencuentro entre unos amantes que esperan volver a abrazarse a pesar de la muerte, venciendo al tiempo y al destino.
El destino es sin duda el protagonista principal de este libro. Me gusta mucho la frase «el azar sólo es la máscara que usa el destino para salirnos al paso», del último cuento, el titulado "Un cerezo en flor y un charco de sangre", en el que queda claro que el desenlace es lo de menos, que lo importante es que estaba escrito y que "al abrir un libro, el lector debe estar dispuesto a correr ciertos riesgos".
Y yo animo a que corran el riesgo de abrir este libro y dejarse seducir por estas historias que consiguen activar ese imaginario en el que nos vemos como supervivientes en mitad de un bosque en cuyas sombras acechan los peligros.

viernes, marzo 11, 2016

Nueva York: Historias de dos ciudades, VV.AA.


Trad. Magdalena Palmer. Nórdica, Madrid, 2015. 406 pp. 23 €

Ángeles Prieto Barba

El gran autor de libros de viajes Paul Theroux asegura en su entrega más reciente sobre África, El último tren a la zona verde, que no es posible entender una ciudad visitando solo su centro y que para conocerla bien, hay que acudir a su periferia. Por eso, mientras viajaba hace unos días a Nueva York, teniendo justo al lado a otra persona que leía precisamente este libro de relatos que os presento, pensaba en ello. Ya que iba como turista por primera vez, pero con el propósito de visitar no solo los enclaves más famosos de Manhattan (Times Square, la estatua de la Libertad, el Rockefeller Center, el MET, Central Park, el Empire State), los que todos hemos conocido in situ o por películas, sino también para contemplar la zona concreta donde viven mis amigos en Brooklyn. A toro pasado, creo que fue una decisión sabia. Se trataba de un primer contacto, y esa mezcla de constante bullicio comercial, de prisas, semáforos, metro y nervios, con las grandes zonas de relax y esparcimiento que la parte más amable de Brooklyn proporciona, me resultó muy grata. Porque en Nueva York se vive y se debe vivir con salud, tranquilidad y comodidad,  al margen de ese fastuoso escaparate que para el resto del Mundo hoy es Manhattan.  No pisé, sin embargo, el sur de Bronx, zona residencial donde los ingresos suelen ser muy bajos, la delincuencia permanente y la infravivienda, mal común. Para cubrir esa laguna, está este libro.  
De esta cuestión tan concreta, Nueva York y sus enormes desigualdades sociales, trata esta antología temática curiosa, original y muy dispar en sus entregas. Ya que en ella podemos encontrar autores prestigiosos, traducidos y conocidos por el lector español (Zadie Smith o Junot Díaz), frente a aportaciones de periodistas sin libro publicado o la redacción de una chica de quince años. Del mismo modo, tampoco podemos calificarla como libro de relatos, ya que recoge textos autobiográficos, ensayos, poemas y hasta un curioso noticiero twitter de sucesos neoyorquinos ocurridos en la lejana fecha de 1912, que por cierto produce seguros escalofríos. Y lo que más nos puede llamar la atención, como bien señala Antonio Muñoz Molina en el prólogo, es que las mejores aportaciones no provienen precisamente de las firmas más renombradas.
Una cuestión candente se convierte en la principal protagonista del libro, el tema más repetido: el precio de la vivienda neoyorquina, cuyos alquileres han subido espectacularmente en los últimos diez años, originando con ello una enorme bolsa de pobreza que se demuestra en esas 58.000 personas que duermen en centros de acogida, siendo la mitad de ellos, niños. Esto ha dado lugar a un fenómeno conocido como gentrificación (de gentrification, en inglés), por el cual barrios desfavorecidos han ido renovándose, desplazando con ello a sus habitantes originarios, que no tienen donde alojarse ahora, puesto que los salarios de los trabajadores no han crecido en la misma proporción. Solo los ingresos de los financieros y especuladores en bolsa se han elevado, haciendo desaparecer rápidamente lo que conocemos como clase media. De hecho, el título del libro no proviene de ningún escritor, la comparación con la novela de Charles Dickens la estableció el actual alcalde Bill de Blasio, el primer demócrata en ocupar el sillón del consistorio tras veinte años de mandatos republicanos, prometiendo la construcción de viviendas más asequibles. Y que aún se están esperando.  
Por esta razón precisa estamos ante un libro muy atractivo no solo para todos aquellos aficionados a la literatura, sino también para quien pretenda enterarse o concienciarse de los problemas sociales más acuciantes y, por supuesto, para quiénes pretendan tomarle el pulso verdadero a esta espléndida ciudad de rascacielos inmensos y ratas en el metro, de escaparates lujosos y camas de cartón, de espectáculos fascinantes en Broadway y comida basura. Porque nos guste o no Nueva York, para el resto del Mundo, sigue siendo su mejor espejo.

miércoles, marzo 09, 2016

El reverso de los demás, Kaouther Adimi


Trad. Aloma Rodríguez. Xordica, Zaragoza, 2015. 96 pp. 11,95 €

Ana Gamero Escudero

El reverso de los demás le ha merecido a Kaouther Adimi, una joven argelina de 30 años, varios premios, como el FELIV (Festival Internacional de la literatura del libro juvenil de Argel) en 2008 y el Premio Vocación en 2011. Esta joven promesa de la literatura francófona narra con tono melancólico un día en la vida de nueve habitantes de un barrio obrero de clase media, más bien baja, de Argel. Esta polifonía de voces se suceden desde la madrugada hasta la tarde de un día cualquiera, y nos cuentan los problemas y dificultades a los que se enfrentan los personajes en forma de monólogos interiores. Cada capítulo está narrado por una persona distinta: los protagonistas, que son los hermanos Adel y Yasmine, su madre, su hermana mayor Sarah, el marido y la hija de esta, Hamza y Mouna (que viven todos, los seis, bajo el mismo techo), y los vecinos, Kamel, Tarek y Hadj Youssef.
Resulta muy interesante la oportunidad que nos brinda este libro de acercarnos a la realidad contemporánea de Argelia, donde conviven varias culturas con sus diferentes ideologías, y poder observar como la más numerosa, la cultura árabe, ha sabido adaptarse (o no) al siglo veintiuno. Sorprende, desde el desconocimiento sobre este país que puede tener el público español, poder identificarse tanto con los jóvenes argelinos y descubrir que su panorama económico y social no es muy diferente al que tenemos ahora en España, sino más bien todo lo contrario: sueños rotos, emigración, desempleo, vandalismo, la lucha moral entre resignarse o luchar, irse o quedarse, tirar la toalla o tener la esperanza de que algún día se acaben las injusticias y las limitaciones. Además, los tres personajes femeninos que aparecen en el libro tienen mucha fuerza y, aunque son muy diferentes, intentan, cada una a su manera, huir del limitado papel que la sociedad musulmana les ha otorgado tradicionalmente y sueñan con un futuro mejor que, tristemente, puede que nunca llegue. Desde luego, Kaouther Adimi ha dado con todos los ingredientes para crear una interesante novela juvenil, donde encontramos diferentes perfiles de antihéroes y personajes sin rumbo que, además, representan minorías y clases desfavorecidas. Sin embargo, este libro va un paso más allá y nos provoca una sensación amarga y una reflexión profunda desde la primera página que, sin duda, no nos deja indiferentes.
Lo que interesa de la novela es el monólogo interior de los personajes, que casi no hablan los unos con los otros, y que buscan ocultar lo que verdaderamente piensan y sienten. No obstante, creo que en algunos casos no han estado del todo logradas estas voces narrativas y no sé si es un problema de expresión de la autora o de traducción del francés al español. Tal vez las narraciones se podían haber distinguido un poco más para hacer más evidentes los contrastes entre hombres y mujeres, jóvenes y mayores. Además, todos y cada uno de los personajes son muy interesantes y tienen mucha fuerza pero, al tratarse de una novela corta, casi un relato, están poco desarrollados y solo se nos presentan pinceladas de cada una de sus personalidades, lo que hace que nos quedemos con ganas de más.
En general, obviando estos problemas de expresión, El reverso de los demás es un libro que ha sabido experimentar con la forma y el stream of conciousness, que empezaron a utilizar grandes autores modernistas como Joyce y Woolf, para trasladarnos a un país cuya literatura contemporánea, sobre todo la escrita por mujeres (que hace muy poco que vienen abriéndose camino en este campo, y en muchos otros), necesita más reconocimiento. La autora ha querido llegar a ese “reverso”, desvelar la verdad individual sin filtros ni normas para contar la historia de una generación perdida, que, por desgracia, si miramos a nuestro alrededor, está más cerca de lo que creemos.

lunes, marzo 07, 2016

Cuentas pendientes, Susana Hernández


Alrevés, Barcelona, 2015, 287 pp. 17 €

María Dolores García Pastor


La escritora catalana Susana Hernández vuelve a la carga con un nuevo título de su serie de las detectives Santana y Vázquez que ya empiezan a ser familiares para los amantes de la novela negra. Primero fue Curvas peligrosas (Odisea Editorial, 2010), después Contra las cuerdas, finalista a la mejor novela Festival Valencia Negra 2013, (Alrevés Editorial, 2012) y la última, de momento, es Cuentas pendientes (Alrevés Editorial, 2015) nominada al Premio Ciudad de Santa Cruz Noir. Algo tiene que estar haciendo bien para contar con la buena acogida de los lectores por tres veces ya.
El tándem de detectives que ejercen de contrapunto uno del otro le va bien a la novela negra, es un hecho, sobran los ejemplos desde los míticos Holmes y Watson, hasta otros mucho más cercanos como Petra Delicado y Fermín Garzón de la escritora Alicia Giménez Bartlett o Bevilacqua y Chamorro de Silva. En el caso de Vázquez y Santana, y a diferencia de lo que suele ser habitual, las dos son mujeres y no desempeñan papeles secundarios como ayudantes del detective protagonista ni ejercen de femme fatal o damisela en apuros, roles reservados a las féminas en la novela negra clásica. Las mujeres de Hernández son de rompe y rasga, tanto las dos protagonistas como Malena, la pareja de Santana. No cabe duda de que parte de la culpa del éxito de la serie la tienen sus protagonistas. Tanto es así que Santana obtuvo el Premio LeerMisterio al mejor personaje femenino de novela negra en 2012. En esta tercera parte se observa una evolución en el personaje a quien parece que el amor le ha dulcificado el carácter y la va alejando de sus muchos fantasmas del pasado.
Pero hay más. La trama se desarrolla en la ciudad de Barcelona, escenario noir donde los haya y los capítulos llevan por títulos nombres de películas, canciones o fragmentos de las mismas. La autora sigue fiel en esta nueva entrega a su estilo ágil y dinámico que viene potenciado por la profusión de diálogos. No se prodiga en descripciones, unas cuantas pinceladas precisas son suficientes para situarnos. Ocurre lo mismo con los personajes para los que nos presenta con unos pocos rasgos y que acaban de caracterizarse gracias a sus conversaciones con los demás. Sólo un pero en este apartado, los personajes infantiles que son las víctimas del nudo central de la trama, no acaban de parecerme creíbles. En cuanto a las protagonistas, en esta nueva entrega evolucionan como personajes, las conocemos un poco más a fondo y Malena cobra entidad para convertirse en algo más que una secundaria de lujo, lo cual se agradece.
En Cuentas pendientes se resuelven algunas cuestiones de la vida personal de las protagonistas que quedaron en stand-by en Contra las cuerdas. Esta vez, además, la autora desarrolla varios hilos argumentales paralelos: el caso de tráfico de menores, la desaparición de la madre de Santana, el caso de Malena, la vida privada de Vázquez… Tramas y subtramas se entretejen, todo ello sin que decaiga el ritmo y encajándolo a la perfección para llegar a la resolución final. Pese a ello, da la sensación de que al menos tres de las tramas darían por si solas para una novela independiente y al unirlas todas en la misma pierden un poco de intensidad en los finales que quedan un poco difuminados. Con todo, no tengo otro remedio que declararme fan incondicional de Santana y Vázquez. Acción, crítica social, alto voltaje en las escenas de sexo… estoy deseando que llegue la próxima entrega.

viernes, marzo 04, 2016

Andarás perdido por el mundo, Óscar Esquivias


Ediciones del Viento, A Coruña, 2016. 242 pp. 18,50 €

Ignacio Sanz

Qué hormigueo antes de comenzar a leer este libro de relatos de joven escritor burgalés. ¿Joven? Acaso no lo sea tanto. En todo caso prematuro porque comenzó a escribir con pulso firme hace más de veinte años; le respalda una obra con más de una docena de títulos, fundamentalmente novelas. Tras La marca de Creta y Pampanitos verdes este sería su tercer libro de cuentos. ¿Seguirá el viento favorable soplando a su espalda?, se pregunta el lector que ha seguido con atención sus entregas anteriores. De momento la foto de la portada, obra de Asís Ayerbe, muestra un ciclista pedaleando plácidamente por una pradera con pinos al fondo portando a la espalda un el estuche de un chelo, así parece augurarlo.
El título, nos aclara el autor en una nota final, procede de la maldición lanzada por Yavé contra Caín. Por mi parte, como lector pejiguero, habría preferido “Perdidos por el mundo”, más memorable, pero Yavé dijo lo que dijo. Los protagonistas de estos relatos son tipos desnortados, gente desubicada; a veces no tanto por sus viajes como por su identidad, por su inmadurez, por su menesterosidad. En cualquier caso estamos ante una variedad de personajes, algunos inolvidables, sobre todo cuando los protagonistas son niños como los dos hermanos de “Curso de natación”. Sí, nos arrebatan los niños de estos relatos, incluso los adolescentes como “El Chino de Cuatroca”, un personaje capaz de sobreponerse a situaciones extremas que, al mismo tiempo, parece sacado de una estampa barojiana de buscavidas populares madrileños del siglo XX, pero envuelto por los conflictos latentes en este principio del XXI con tantas oleadas migratorias. Pero vayamos por partes, porque no es fácil hablar de manera genérica de un libro de cuentos en el que hay un estilo poderoso, un dominio absoluto de la escritura, un fluir torrencial sin desbordamientos, pero en el que habría que distinguir los cuentos que beben en la experiencia y la memoria y aquellos que, con un salto de pértiga por medio, se sustentan en mundos exóticos o imaginarios como consecuencia de la lectura. Si tuviera que elegir me quedaría con los primeros. “Todo un mundo lejano” el cuento con el que arranca el libro sería un modelo magnífico. Si hasta parece escrito por un ex alumno de colegio muy religioso de los años sesenta, cuando el autor no había nacido. Qué bien describe el mundillo interior, las reuniones parroquiales, las catequesis, las excursiones, en fin, todo eso que fue, que acaso siga siendo un activo de la Iglesia Católica en las grandes barriadas. Maravilloso y, por supuesto, con un final sorprendente.
Con todo, si tuviera que elegir, me quedaría con “La Florida”. Ya sé que no hay que elegir, pero me ha gustado tanto, tanto, tanto. Qué maravilla de cuento. El protagonista es un niño que describe una visita a un hospital psiquiátrico en Oña, pueblo de la provincia de Burgos, para visitar a un familiar. Hasta es posible que el autor tire de su memoria, es decir, de su experiencia. Lo cierto es que el cuento resulta conmovedor por las descripciones, por el pulso narrativo, por el humor que salpica sus páginas, por el desconcierto final.
“El misterio de la Encarnación” es otro de los cuentos protagonizado por un niño. Y de nuevo asistimos a escenas tiernas mezcladas con la brutalidad descarnada que impregna la vida de los humildes. Y todo salpicado por malentendidos y por ráfagas de humor que hacen que el cuento, por desgarrador que resulte, nos lleve por momentos a la risa más desatada.
No puedo, no debo detenerme en cada cuento. Otros, escritos bajo la influencia de ambientes filarmónicos, cinematográficos, directores de orquesta, profesores maniáticos, Rusia, París, California. En fin, que en esta ocasión, Óscar Esquivias ha subido a sus lectores en aviones imaginarios para sacarlos de su territorio más ancestral, el Burgos de su niñez, el Villandiego de sus veranos o el Madrid en el que lleva viviendo casi la mitad de su vida. Se nota que la música es una de sus pasiones, es decir, que cuenta lo que cuenta con solvencia sobrada, pero a mi me sigue arrebatando el Esquivias que barrena en su memoria infantil. En cualquier caso lo que nos atrae, lo que nos subyuga es su estilo, su elegancia, su precisión. Recuerdo a este respecto lo que decía con pasión Almudena Grandes hace ya diez o doce años: que Óscar Esquivias era el joven escritor español que más la interesaba por la excelencia de su estilo. Han pasado algunos años y Óscar Esquivias sigue fiel al encanto que cautivara a la popular novelista madrileña. Es más, hay pasajes de estos cuentos en los que, tras ser leídos, uno los vuelve a leer por el goce estético que producen. Solo por eso habría que tirar cohetes cada vez que aparece en los escaparates un libro de Óscar Esquivias.