miércoles, abril 13, 2016

Cada noche, cada noche, Lola López Mondéjar


Siruela, Madrid, 2016. 196 pp. 15,90 €

Rubén Castillo Gallego

En los años que llevo leyendo sus libros, que ya son muchos, no recuerdo jamás haber experimentado la sensación de que Lola López Mondéjar se dejase llevar por la facilidad o por la complacencia. Al contrario, se ha exigido subir en cada obra un peldaño más arriba por el camino de la indagación psicoanalítica, del texto exigente, de la prosa exacta. Después de Mi amor desgraciado (2010) y de La primera vez que no te quiero (2013), que tenían mucha más arquitectura de novelas, publica ahora en el sello Siruela su texto Cada noche, cada noche, en el que circula por caminos más difíciles de etiquetar y donde se aproxima al mito de Lolita en unos términos muy interesantes: Dolores Schiller, la narradora, es una mujer que afronta a sus 57 años un grave problema de salud que la lleva a considerar muy seriamente la posibilidad del suicidio asistido, que desea ultimar en Suiza. Pero antes de abalanzarse por esa tortuosa opción necesita arrojar luz sobre una duda que la corroe: ¿fue su madre, Dolores Haze, la niña que sirvió como nínfula para satisfacer los deseos eróticos del depravado Humbert en la novela Lolita, de Vladimir Nabokov? ¿Proviene de una mujer que fue usada como objeto sexual por un pervertido, que la forzó durante dos años y que, además, ha merecido una extraña indulgencia intelectual después de su infamia? Gracias a las indicaciones que le desliza la princesa Zolstowski, Dolores Schiller se entera de que Humbert sigue vivo. Y sin vacilar se desplaza hasta la localidad de Montreux, con el objeto de mantener varias entrevistas con el anciano, que le permitan reconstruir todo lo que pasó hace muchos años entre su madre y él.
Cuanto ocurre desde que comienzan a verse y a dialogar Dolores Schiller y el anciano pederasta tendrá que descubrirlo cada lector, pero conviene advertir a quienes decidan sumergirse en las páginas de este libro que la autora no les ofrecerá un texto de fácil intelección, sino unos párrafos profundos y exigentes, unos diálogos donde la mente tiene que esforzarse y donde conocer en profundidad la novela de Nabokov se antoja un requisito casi imprescindible para entender los matices y meandros intelectuales que Lola López Mondéjar le lanzará en sus páginas.
Se encontrará allí con historias de mujeres víctimas de abusos, quebrantadas por la enfermedad, preteridas por los varones que las rodean, silenciadas bajo la losa de mármol de los clichés. Y se le pedirá un esfuerzo enorme para rasgar el velo de los prejuicios y adentrarse en una zona anímica y social pantanosa por la que no resulta agradable deslizar los ojos y la mente.
Absténgase, pues, los lectores cómodos y quienes buscan en los libros jardines de Versalles. Lo que Lola López Mondéjar les pone delante es, como se lee en el inicio de La divina comedia, una selva oscura, en la que hay que penetrar con machete, tragando saliva y dispuestos a enfrentarse a las peores alimañas: las que los seres humanos llevamos dentro.

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