viernes, abril 29, 2016

Conversaciones con Arthur Schopenhauer, introducción, selección, notas y traducción de Luis Fernando Moreno Claros


Acantilado, Barcelona, 2016. 364 pp. 20 €

Luis Manuel Ruiz

Las entrevistas, las memorias ajenas, los libros de chismes nos permiten asomarnos a la mitad menos iluminada de los hombres de pro: al lado oculto del escenario, sus bambalinas, eso que sucede en sus cabezas cuando no se hallan concentrados en la labor crucial de legar al mundo una obra de proporciones marmóreas. En estos libritos, despeinados, inescrupulosos, muchas veces sin pretensiones y por ello mucho más certeros, los genios se nos muestran en batín y zapatillas, tienen mal aliento y días tontos, y acuñan sin querer aforismos que sólo pálidamente alcanzan sus obras más señeras. Al escribir esto pienso mayormente en las Conversaciones con Goethe, de Eckermann, que supera con mucho cualquiera de los mamotretos canónicos del vate de Francfort, en la Vida del doctor Johnson, en las Conversaciones con Kafka, de Gustav Janouch, o en esas biografías, o casi, de santos, filósofos, escritores que los periodistas nos han ido legando en el siglo previo y anteriores, más interesadas en el propio hombre que en las ideas que le hicieron de satélite, y consecuentemente mucho mejor dotadas de solidez y relieve.
Algo similar sucede con estas Conversaciones con Arthur Schopenhauer, que Luis Fernando Moreno Claros, quizá el mayor erudito sobre el famoso pesimista con que el panorama de nuestro país cuenta hoy en día, ha ido agavillando de aquí y de allá, entresacando diálogos y anécdotas de epistolarios, libros de recuerdos y de viajes, notas periodísticas, semblanzas y monografías que acaso no tenían nada que ver con el pensador, pero que en algún momento, por algún motivo específico, recalaban en algún detalle de su trabajo o de su existencia. Como muy bien explicita Moreno Claros en su introducción (un muy recomendable ensayo de ochenta páginas que será de utilidad al profano para iniciarse en el pensamiento del autor), no existía hasta la fecha un volumen de las presentes características en nuestra lengua, aunque el italiano, el francés y, por supuesto, el alemán, lo conocían desde hace décadas. La solución de dicha carencia viene a ofrecernos un aspecto de Schopenhauer que rara vez queda retratado en sus propios escritos o los estudios críticos que los tienen por objeto: nos presenta al hombre puntual, el de carne y hueso, con sus manías y ocurrencias, repugnante y entrañable, del lado de acá de la inmortalidad.
En cierto epígrafe de El mundo como voluntad y representación, se sienta que el destino del hombre es indistinto de su carácter: que corresponde a éste, con su fisonomía, sus aspiraciones, sus tropiezos, su brillantez y su ceguera, el deber de modelar a su imagen y semejanza el futuro que le corresponde. Resulta difícil pensar que cuando escribía estas líneas Schopenhauer no se estuviera refiriendo a sí mismo: su entera existencia y la obra que la glosa no fueron más que el desarrollo natural de una tendencia innata a la misantropía, a la desconfianza, de una visión del universo que equiparaba la vida a una catástrofe y que confiaba en el sueño indiferenciado del nirvana (léase, la muerte, sea del cuerpo o del deseo) como el mayor bien a que podemos aspirar. Dotado de un físico peculiar (pequeño, casi jorobado, de incandescentes ojos azules, “un guapo mandril”, según las palabras del contable de su difunto padre) y de un temperamento difícil de maridar (acabó enemistado por el resto de sus días con su única familia, hermana y madre, a la que no volvió a dirigir la palabra después de un portazo en casa de ella, y conocidos eran en todo Francfort los exabruptos que dedicaba a los forasteros que le robaban su sitio predilecto en el restaurante), Schopenhauer paseó su amargura por la tierra durante setenta y dos largos años, sólo al final de los cuales, según recoge esta antología de testimonios, se concedió los alivios veniales de la amistad y el debate con sus semejantes.
Tras la publicación en 1850 de Parerga y paralipomena, un grueso volumen de ensayos sobre temas diversos que los editores rehuyeron con obstinación, el filósofo vio con menos placer que pasmo que la fama llamaba a su puerta. De un día para otro, se había convertido en una curiosidad zoológica: lectores de sus disquisiciones sobre el amor, las mujeres y la muerte o simples aficionados al mundo del circo peregrinaban hasta su despacho para oírle pontificar sobre este tema y otro, siempre correctamente depositado en su canapé, sin posibilidad de réplica por la parte contraria. El huraño, el anacoreta, el fustigador de la humanidad se había vuelto humano al cabo: para descubrir que había un enorme placer en denunciar el dolor de la existencia desde la salita de casa y que era maravilloso vivir para quejarse de la vida ante un auditorio de apóstoles devotos, con todo el aparato retórico que exige el buen tono.
Por paradójico que resulte, el Schopenhauer que traslucen estos episodios se nos aparece más nítido y real que el otro, el de los tratados en primera persona. Él era consciente de que uno nunca llega a revelarse del todo a los demás, por mucha sinceridad que gaste. A la pregunta directa de su primer biógrafo, Wilhelm von Gwinner, sobre si prohibiría la autopsia de su cadáver, contestó tras una vacilación: «¡Sí! ¡No lo supieron antes, pues que tampoco lo sepan después!» Esta última muestra de pudor, que casi desmiente todas las páginas precedentes, se encuentra en la 355.

miércoles, abril 27, 2016

Un futuro sin nubes, Vehlmann, Meyer y Gazzotti


Trad. Fabián Rodríguez Piastri.
 Dibbuks, Madrid, 2016. 72 pp. 16 €

Jaime Valero

Fabien Vehlmann (Mont-de-Marsan, 1972) es uno de los guionistas más interesantes del cómic franco-belga actual. Se dio a conocer con una estupenda serie de historietas de crímenes victorianos agrupadas bajo el nombre de Green Manor, aunque el género que más (y mejor) ha cultivado durante su carrera ha sido el de la ciencia-ficción. Desconocido en nuestro país hasta fechas relativamente recientes, a día de hoy podemos encontrar en las librerías muchas de sus obras, todas ellas muy recomendables. El álbum que hoy nos ocupa recoge una serie de historietas cortas de ciencia-ficción distópica, donde la crítica social se combina con el sentido del humor, con un regustillo clásico que nos remite a grandes escritores del género como Philip K. Dick, Isaac Asimov y Ray Bradbury. Relatos gráficos en los que conoceremos, por ejemplo, el peculiar método que utilizan en una prisión para impedir que los reclusos se fuguen, o la soledad del hombre que se encuentra al cargo de un faro espacial. Seis historias que unas veces nos arrancarán una sonrisa, otras un estremecimiento al pensar en lo que podría depararnos el futuro, y que siempre nos harán reflexionar.
Para hilar estos relatos, Vehlmann se saca de la manga una premisa muy original que nos traslada a un futuro en el que el mundo está regido por una gigantesca corporación llamada Technolab. Su director, F. G. Wilson, comenzó a diseñar prótesis biomecánicas y órganos sintéticos que mejoraban la salud, la fortaleza y las habilidades del ser humano. De hecho, en el momento de iniciar la historia, Wilson tiene 115 años, pero apenas aparenta ser un veinteañero. Este empresario le hizo una oferta a la humanidad: la inmortalidad a cambio de la libertad, y la gente accedió. Desde entonces, se implanta un chip en el cerebro a todos los recién nacidos, el cual incluye un singular efecto secundario que impide realizar cualquier tipo de agresión contra Wilson. Es imposible rebelarse, pero el otro protagonista de este álbum, un hombre ya maduro llamado Nolan Ska,ha ideado un método que quizá pueda funcionar. Diseña una máquina para viajar atrás en el tiempo y conocer a Wilson cuando aún era un muchacho, antes de que comenzara su carrera en Technolab. Por aquel entonces, su sueño era convertirse en escritor. Desgraciadamente, sus dotes literarias son lamentables, así que Nolan tendrá que ayudarle a escribir los relatos que encumbrarán a Wilson en el ámbito de la ciencia-ficción. Y para ello, Nolan echará mano de sus propios recuerdos.
Los encargados de plasmar en imágenes el magnífico guión son Ralph Meyer y Bruno Gazzotti, dos autores con los que Vehlmann ha trabajado en otras ocasiones. Con el primero de ellos creó IAN, una serie donde el guionista abordaba la cuestión de la inteligencia artificial; y con Gazzotti trabaja en la serie Solos, todavía en curso, que nos cuenta la historia de unos niños que deben sobrevivir por su cuenta después de que todos los adultos del mundo hayan desaparecido de forma misteriosa y repentina. Dos series muy recomendables que han sido traducidas al castellano y editadas por Spaceman Books y Dibbuks, respectivamente. Aunque ambos dibujantes se repartan las labores al dibujo, el estilo que predomina es el de Gazzotti, más caricaturesco y heredero de autores como Franquin, Janry o Maurice Tillieux. Un futuro sin nubes es una estupenda carta de presentación para descubrir el trabajo de estos tres creadores, y salvo por su abrupto final, es un cómic redondo en todos los aspectos. Una vez leído, si el lector se queda con ganas de más (que es lo más probable), las citadas IAN y Solos serían la continuación ideal. Después estará el camino allanado para abordar dos obras en las que Vehlmann rompe con su registro habitual, aunque conservando su personalidad como guionista: Preciosa oscuridad (Spaceman Books) y Los últimos días de un inmortal (Ninth Ediciones).

lunes, abril 25, 2016

Sobre el arte contemporáneo / En La Habana, César Aira


Literatura Random House, Barcelona, 2016. 112 pp. 9,90 €

Pedro Pujante

1
Con el carisma y la agudeza que le caracterizan, el escritor argentino César Aira se explaya en este breve ensayo –el primero de los dos que componen el libro- y nos revela algunas de sus opiniones acerca del mundo del Arte Contemporáneo. A veces controvertidas, a veces inteligentes, pero siempre estimulantes, las ideas que disemina en este monólogo nos hablan del arte desde la mirada sutil de un escritor. Un escritor que aspira a un proyecto de escritura en el que el arte esté presente, como forma de innovación o casi, como una estética performativa. De hecho, las concomitancias que se establecen entre el arte y la literatura son más que evidentes en su obra, y aquí, muchas de las páginas están dedicadas a relacionar el arte contemporáneo y la literatura, esa especie de ‘reproducción ampliada’.
El Arte Contemporáneo, según Aira, es incapaz de enfrentarse a su propio devenir histórico. Su propia denominación –Contemporáneo: ‘un nombre perfectamente absurdo’- lo hace atemporal, lo encierra en un bucle de anacronismo perpetuo, un ciclo antihistórico, perdiendo así el contacto y la confrontación con sus sucesores.
Son curiosas sus opiniones respecto a las revistas de arte, literatura que se demuestra frustrante por su incapacidad de reproducir con total fiabilidad la obra de arte en sí, los conceptos ‘reales’.
La figura de su admirado Duchamp, quien inventara el arte contemporáneo, está presente. También el concepto de reproducción que «la obra de arte siempre lleva implícita.» Una idea que alcanza su máxima expresión con artistas como Warhol, quien a través de su Factoría y su producción en serie de obras, acabó por derrumbar el concepto de obra original y única.
Aira nos explica que el arte «se vuelve un juego ligeramente fantasmal con el tiempo.» Porque es un testimonio de sí mismo, de su pasado y también de su porvenir, anunciando lo que llegará a ser. Hay algo etéreo en el Arte Contemporáneo que lo hace fascinante, como ocurre con la literatura, cuya materia, explica Aira, está hecha más bien de ausencias.
Como ejemplos que sirven para contratacar al acérrimo ‘Enemigo del Arte’ -una de las piezas críticas y que al mismo tiempo funcionan como engranajes del sistema mismo contra el que lucha- Aira nos habla de Magritte, quien para una exposición en París, realizó unos cuadros sin muchas pretensiones, aplicando la técnica del ‘todo vale’, y que contrariamente a lo que su autor pensó, llegarían a ser considerados como verdaderas obras maestras, exponentes de la libertad total, a la que todo artista debería de aspirar.

2
La segunda parte del volumen está dedicada a un paseo por la capital cubana. En la Habana es una suerte de autoficción al más puro estilo airano, en la que el escritor cuenta un viaje por los museos de la ciudad, o más bien, lo que pensó e imaginó cuando estuvo allí. Con su visión fugaz de las cosas, ese arte que domina su mirada y la convierte en un microscopio de lo inusual, retener aquellos detalles y sutilezas que pasan desapercibidos al resto de los mortales: miniaturas, pequeños objetos, un pavo real, una tela con las instrucciones para usar un arma.
La Casa Museo José Lezama Lima es el lugar al que Aira dedica más tiempo de su paseo, sin prestar demasiada atención a los obvios puntos de interés de todo turista. Pero Aira, turista accidental y descolocado, como él mismo asegura, es muy despistado, y la atención se le dispara y se convierte en una máquina de fabricar fantasías. Contará una historia sobre un prófugo que inventa su periplo, sobre la marcha, mediante los grabados que va viendo en unos platos en los que está comiendo.
Hablará también de Raymond Roussel, de su escritura no psicológica, que como la suya propia, se basta de los acontecimientos externos para construir una prosa sin concatenaciones de causa y efecto y harto predecible.
Aira, incluso en estas piezas menores, sobresale como un escritor de vertiginosa agudeza- en el primer ensayo-, y de una desbordante imaginación- en el segundo texto- consiguiendo que transitemos por espacios y objetos rutinarios con los ojos encendidos «con la maravillosa condición del asombro más azaroso.»

viernes, abril 22, 2016

Viaje a la costa, Kazumi Yumoto


Trad. Rumi Sato y José Pazó Espinosa. 
Nocturna, Madrid, 2016. 217 pp. 14,90 €

Santiago Pajares

Cuando hay autores que nos vienen de tan lejos como Japón, también pueden definirse un poco por las editoriales que les publican, especialmente cuando esas editoriales no son parte de grandes grupos. Las dos novelas de Kazumi Yumoto nos han llegado de la mano de Nocturna Ediciones, en su colección Noches Blancas. Y es que Viaje a la costa tiene muchas noches blancas.
Tras deslumbrar a los lectores españoles con Los amigos, una hermosa historia sobre la vida y el proceso de hacerse mayor, ahora Kazumi Yumoto nos da una vuelta de tuerca y nos deja una novela sobre la muerte. En la portada del libro podemos leer: «Una noche, Muzuki se encuentra en casa con su marido. El mismo que murió hace tres años». Lo que en manos de otro autor se podría haber convertido en una novela de terror, en manos de la autora japonesa se convierte en una extraña y delicada aventura. Porque ese no es el resumen del libro, sino de la primera página del mismo, dejando en manos del lector el descubrimiento de todo lo que habrá de venir.
Yusuke, el marido de Mizuki lleva desaparecido tres años, lo suficiente para que todos le hayan dado por muerto, pero una desaparición conlleva siempre una ínfima esperanza de retorno, de poder volver a ver al ser querido. ¿Pero y si vuelve y te asegura que está muerto? ¿Qué se suicidó y su cuerpo fue devorado en el fondo del mar por los cangrejos? ¿Cómo enfrentarse a algo así? Yusuke está muerto, sí, pero su estado le permite interactuar no sólo con su mujer, sino con el resto de seres vivos que se va encontrando. Él y su mujer emprenden un viaje por los pueblos de la costa en el que deberán aprender a relacionarse de nuevo tras tres años de ausencia, tres años en los que ambos han cambiado el uno sin el otro, emprendiendo nuevos caminos. Pronto nos daremos cuenta que la muerte de Yusuke es un estado intermedio entre el estar y no estar, una especie de poder probarlo todo pero no disfrutar de nada. Tanto puede interactuar en el mundo de los vivos que se ejerce en restaurantes haciendo empanadillas o dándole clase a alumnos sobre ciencia. Mientras, Mizuki deberá reevaluar todos los sentimientos que ha tenido en su ausencia, adaptándose a esta nueva personalidad que le hace suavizar sus propias aristas. En el camino por los pueblos encontrarán a más muertos en el mismo estado de Yusuke, personas que por no haber sabido vivir su vida tampoco pueden entregarse con completa libertad a la muerte, quedando así, anclados a las personas con las que compartieron los días. Pero nada es eterno, ni en la vida ni en la muerte. Por mucho que sepas que un camino tiene que acabar, abandonar algo en lo que has invertido mucho tiempo y esfuerzo se convierte en una transición que te también te cambia.
Kazumi Yumoto nos propone un juego totalmente distinto de Los amigos, pero que juega extrañamente con las mismas reglas y un diferente tablero. Porque los personajes profundos, la atención a los detalles y el camino a recorrer son el mismo. Un juego que tras cerrar el libro ha limado nuestras propias aristas y nos ha hecho sentir un poco más vivos, dándonos cuenta que en ese equipaje también había un lugar para nosotros.

miércoles, abril 20, 2016

Praga, 1942. La verdadera historia, Florentino García Martín


Ed. Ende, La Coruña, 2015. 398 pp. 18 €

Ángeles Prieto Barba

La historia como “magister vita” es herramienta común de filósofos, sociólogos, políticos y escritores para poder explicar nuestro presente y alertar sobre consecuencias futuras. Echar la vista atrás resulta necesario, ya que no sirve solo para evitar equivocaciones similares, también nos obliga a reflexionar seriamente en cada viaje al pasado, periplo que resulta siempre de ida y vuelta. Cuando enjuiciamos cualquier tiempo pasado con los conocimientos y prejuicios del presente, despertamos asimismo el inevitable sentido crítico ante lo que se da por hecho: ¿Fue la Historia tal y como nos la cuentan? La pregunta es espinosa y la respuesta, no menos compleja, asunto sustancial que se aborda en esta novela concreta. Ya que el interesante viaje propuesto en Praga, 1942, ciudad ya conocida, abierta al turismo masivo, y ante unos hechos acaecidos en un tiempo no lejano, no nos resultará ni exótico, ni ajeno, y sin dudarlo abre la puerta a que nos planteemos seriamente si lo que ocurrió fue como se nos ha transmitido.
La novela aborda con atino y rigor los hechos, al objeto de hacernos revivir, sin escatimar detalle, un episodio clave en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial: la llamada Operación Antropoide. Esta consistió en llevar a cabo un atentado necesariamente mortal contra el teniente general Reinhard Heydrich, uno de los más destacados jerarcas nazis. Una historia muy emocionante que a punto estuvo de fracasar y que ha sido documentada con suficiencia en películas, reportajes, libros y artículos. El interés por este episodio dramático proviene tanto de la fascinación por la figura, en buena parte desconocida, del “Carnicero de Praga” (bajo su ley Marcial se ejecutaron a más de 500 checos), como por la violencia represora extrema desatada tras su muerte con el tristemente famoso pueblo de Lídice arrasado por completo. Un episodio ineludible, básico para visibilizar la resistencia ante el nazismo, que deja muy poco resquicio para poder narrarlo a la manera de Alejandro Dumas, tomando como base el hecho histórico conocido y rellenando todo lo que no se sepa con ficción. Y que tiene como precedente a la galardonada HHhH de Laurent Binet, otra gran novela que prescinde de los tradicionales cánones narrativos, porque hechos de esta envergadura superan también nuestros propios límites de comprensión y aceptación.
Aquí nos vamos a encontrar con la Operación Antropoide bajo el prisma de una narración vivaz y meditada, así como bien elaborada, bastante lejos de todos esos clichés comerciales que han acabado por devaluar, tras tantas simplificaciones, los valores literarios. Esta novela no carece de ellos, así como tampoco prescinde de traspasar barreras psicológicas de tiempo y espacio de la mano de un personaje conductor, Tomás Jelinek, con el que nos vamos a sentir identificados y hermanados en el abordaje comprensivo de lo que sabemos, y lo que no sabemos: Todas las historias paralelas y los distintos intereses en juego.
Praga, 1942 tanto como una novela, es un viaje. Un viaje geográfico apasionante, no exento de placer, por la hermosa Praga. Un viaje temporal, comprensivo y compasivo, hacia unos hechos terribles que condicionan nuestra existencia actual, tal fue su trascendencia. Y sobre todo, un viaje ético al interior de nosotros mismos en la pregunta ineludible de qué hubiéramos hecho nosotros de vernos en dichas circunstancias, y sentirnos bajo la piel de sus protagonistas. Por ello, un viaje tan necesario que solo cabe emprenderlo leyendo esta original novela.

lunes, abril 18, 2016

Playa Omaha, Gonzalo Calcedo


Salto de Página, Madrid, 2015. 173 pp. 15,90 €

Ignacio Sanz

Gonzalo Calcedo es uno de los grandes cuentistas de nuestro país. Hijo putativo de John Cheever, sus cuentos planean con la sobria elegancia de su estilo en el panorama literario. A veces adjetiva con audacia como si, además de hijo putativo de Cheever, fuera sobrino nieto del Borges más desconcertante. Estos cuentos funcionan como un mecanismo de relojería con sorpresa final.
La playa de Omaha no es una colección de cuentos; se trata de una novela, acaso su primera novela, aunque no lo pueda asegurar de manera estricta. Y lo digo porque en una ocasión el propio Calcedo me aclaró que por imperativos editoriales se había visto obligado a transformar un libro de cuentos en novela porque aquellos editores pensaban que la novela vendería más. No es el caso. Estamos de principio a fin ante una novela. El paisaje en el que se desarrolla es la Normandía del célebre desembarco que desencadenó el fin de la II Guerra Mundial. El paisaje resulta fundamental, casi tanto como si se tratara de un personaje. Los hechos que se describen están condicionados por la sombra de la guerra y los personajes, en mayor o menor medida, viven marcados por aquel episodio luctuoso cuya influencia flota todavía en el ambiente. Rebuscadores de cachivaches, coleccionistas de balas, playas que guardan memoria viva de las atrocidades. De ahí que los personajes tengan algo de marginales obsesivos y estrafalarios.
En ese contexto llega una madre inglesa con su hija adolescente para hacer un homenaje a su progenitor que perdió la vida en aquella batalla. La hija adolescente, envuelta en esa atmósfera inquietante, se esconde o se escapa. No lo sabemos con exactitud; la madre denuncia su desaparición. Un policía pone en marcha un plan para buscarla. Y ahí comienza la intriga, con la aparición de una galería de personajes extravagantes. El más hinóptico por su fragilidad, acaso sea un niño que se tropezó con la niña inglesa en una de sus excursiones. El lector avanza página a página haciendo sus cábalas sobre el culpable. ¿Será el estrambótico Dudú? ¿Será el codicioso dueño de los apartamentos? ¿Será el viejo capitán americano envuelto en los eternos vapores de la borrachera? ¿Quién será?
Qué más da. El lector se ve arrastrado no sólo por la intriga, también por la prosa aérea y elegante que le invita a seguir los pasos erráticos del policía que mete las narices en un ambiente denso, cargado de tensiones, hipocresías, miserias, mientras otro policía se enrolla con la madre de la díscola niña inglesa que ya, al final, pregunta desconcertado si trajo verdaderamente a la niña con ella. Y es que a los dipsómanos les falla con frecuencia la memoria. Por otro lado la madre tampoco ofrece excesivas muestras de preocupación. Se trata de seguir adelante sea como sea, se trata de que no falte alcohol en la sórdida fiesta. La intriga avanza empujada por el estilo aéreo y cada capítulo abre nuevos interrogantes que nos invitan a seguir. Y así hasta que el lector descubre con sorpresa… pero no, eso no se cuenta. Lo que corresponde reseñar en todo caso es la sensación que deja esta novela inquietante que recibió el Premio Diario de Jaén 2015. Una compensación de 4.000 euros. Enhorabuena. Aunque resulte descorazonador que, como me temo, el novelista se haya visto empujado a presentarse al premio para ver publicada una obra de tan excelsa factura. Pero esa es otra película. Tiempos adversos no sólo para la lírica, también para los grandes narradores.

viernes, abril 15, 2016

Pleamargen. Poesía 1940-1948, André Breton


Ed. bilingüe Xoán Abeleira. 
Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2016. 480 pp. 23,90 €

José Luis Gómez Toré

Que el surrealismo supone una aportación fundamental a la historia del arte y de la literatura, nadie lo discute. Tampoco que su influencia llegue hasta nuestros días. Y, sin embargo, cabe preguntarse hasta qué punto esa herencia no nos llega ya domesticada, sin sombra de la radicalidad de un movimiento que quiso trascender el campo de lo artístico, que pretendió, absolutamente en serio, unir la divisa de Marx de cambiar el mundo con la proclama de Rimbaud, transformar la vida. Por ello, quizá resulte necesario aproximarse, como hace este libro, a uno de los principales impulsores de la aventura surrealista, y hacerlo además desde la convicción de que Breton no es solo es uno de los indudables cabecillas del grupo, sino ante todo un creador. Un poeta, que, a diferencia de algunos versificadores actuales, sí creía en la poesía (poesía, por supuesto, como un arte de vivir apasionadamente, no como un pobre sucedáneo de la vida).
El trabajo de Xoán Abeleira es notable tanto por su traducción como por los elementos para la reflexión que ofrecen tanto el prólogo como sus notas, que nos obligan a revisar algunos de los tópicos más asentados en torno a un movimiento que, como bien apunta el traductor, debería haberse llamado en castellano “superrealismo”. No es el menor de esos lugares comunes la tendencia a entender la escritura automática como una suerte de capricho pasajero, cuando el automatismo enlaza en realidad con uno de los puntales de esta vanguardia, su invitación a extender la conciencia más allá de los límites del la percepción ordinaria. La edición da también cuenta del universo plural y de las múltiples influencias entre las que se movía el escritor francés: Marx pero también el socialismo utópico de un Fourier, Freud pero también Jung, las llamadas culturas primitivas o, incluso, la tradición esotérica. El simbolismo ocultista (en este caso, de las cartas del Tarot) se convierte precisamente en el eje vertebrador del texto que cierra el volumen, Arcano 17, apasionado homenaje a un amor, la pianista Elisa Bindhoff.
La difícil adscripción de Arcano 17 a un género (ensayo, poesía…) recuerda a otro de los libros capitales de Breton, Nadja, y ambos escritos, en su apasionada celebración del amor y la mujer, se mueven en la misma trayectoria de algunos de los textos que podemos leer en Pleamargen como “Fata Morgana” o “Por la senda de San Romano”, poema que empieza con un verso que vale por todo un manifiesto surrealista: “La poesía se hace en la cama como el amor”. Es esa la convicción que cierra Arcano 17 y que resume la esencia, a menudo olvidada, del surrealismo: «es la revuelta en sí, y solo ella, la creadora de luz. Y esa luz no puede conocerse más que por tres vías: la poesía, la libertad y el amor».

miércoles, abril 13, 2016

Cada noche, cada noche, Lola López Mondéjar


Siruela, Madrid, 2016. 196 pp. 15,90 €

Rubén Castillo Gallego

En los años que llevo leyendo sus libros, que ya son muchos, no recuerdo jamás haber experimentado la sensación de que Lola López Mondéjar se dejase llevar por la facilidad o por la complacencia. Al contrario, se ha exigido subir en cada obra un peldaño más arriba por el camino de la indagación psicoanalítica, del texto exigente, de la prosa exacta. Después de Mi amor desgraciado (2010) y de La primera vez que no te quiero (2013), que tenían mucha más arquitectura de novelas, publica ahora en el sello Siruela su texto Cada noche, cada noche, en el que circula por caminos más difíciles de etiquetar y donde se aproxima al mito de Lolita en unos términos muy interesantes: Dolores Schiller, la narradora, es una mujer que afronta a sus 57 años un grave problema de salud que la lleva a considerar muy seriamente la posibilidad del suicidio asistido, que desea ultimar en Suiza. Pero antes de abalanzarse por esa tortuosa opción necesita arrojar luz sobre una duda que la corroe: ¿fue su madre, Dolores Haze, la niña que sirvió como nínfula para satisfacer los deseos eróticos del depravado Humbert en la novela Lolita, de Vladimir Nabokov? ¿Proviene de una mujer que fue usada como objeto sexual por un pervertido, que la forzó durante dos años y que, además, ha merecido una extraña indulgencia intelectual después de su infamia? Gracias a las indicaciones que le desliza la princesa Zolstowski, Dolores Schiller se entera de que Humbert sigue vivo. Y sin vacilar se desplaza hasta la localidad de Montreux, con el objeto de mantener varias entrevistas con el anciano, que le permitan reconstruir todo lo que pasó hace muchos años entre su madre y él.
Cuanto ocurre desde que comienzan a verse y a dialogar Dolores Schiller y el anciano pederasta tendrá que descubrirlo cada lector, pero conviene advertir a quienes decidan sumergirse en las páginas de este libro que la autora no les ofrecerá un texto de fácil intelección, sino unos párrafos profundos y exigentes, unos diálogos donde la mente tiene que esforzarse y donde conocer en profundidad la novela de Nabokov se antoja un requisito casi imprescindible para entender los matices y meandros intelectuales que Lola López Mondéjar le lanzará en sus páginas.
Se encontrará allí con historias de mujeres víctimas de abusos, quebrantadas por la enfermedad, preteridas por los varones que las rodean, silenciadas bajo la losa de mármol de los clichés. Y se le pedirá un esfuerzo enorme para rasgar el velo de los prejuicios y adentrarse en una zona anímica y social pantanosa por la que no resulta agradable deslizar los ojos y la mente.
Absténgase, pues, los lectores cómodos y quienes buscan en los libros jardines de Versalles. Lo que Lola López Mondéjar les pone delante es, como se lee en el inicio de La divina comedia, una selva oscura, en la que hay que penetrar con machete, tragando saliva y dispuestos a enfrentarse a las peores alimañas: las que los seres humanos llevamos dentro.

lunes, abril 11, 2016

En los bolsillos huesos de melocotón, Isabel Pose


Polibea, Madrid, 2016. 10 € (+ gastos de envío)

Verónica Aranda

Es más que conocida la influencia que ha ejercido el haiku en España en los últimos años y la proliferación de publicaciones, estudios críticos y antologías de haiku en español como Un viejo estanque, que salió en la editorial Comares y reunió tanto a haijines españoles como hispanoamericanos. Por otro lado, dentro de esta “moda” del haiku, mucha gente se ha lanzado a escribir y catalogar bajo ese nombre lo que no son más que poemas breves que al incorporar metáforas u otras “florituras”, de ningún modo funcionan como haikus.
No es el caso de Isabel Pose, que es una de las mejores haijines de nuestro país. Lleva años profundizando en la teoría y la filosofía de este género breve nacido en Japón en el siglo XVIII y fue discípula de Vicente Haya. Ha sido premiada en varios certámenes internacionales como el prestigioso Samurai Hasekura o el Haiku No-Michi. Forma parte del equipo de redacción de la gaceta de haiku “Hojas en la acera”.
El haiku es lo que se dice y, sobre todo, lo que no se dice, y los haikus de En los bolsillos huesos de melocotón destacan por su atmósfera intimista. Haikus que nos hablan de una soledad serena, de enfermedad, que nada tienen que envidiar a los de Shiki:

Del otro lado de la montaña
trae al enfermo
un manojo de menta.

Haikus de una enorme plasticidad y mirada flexible, milimétrica, que nos dibujan algunas escenas interiores muy sugerentes y llenas de vida:

En el patio del fondo,
la madre del samurái
planta glicinas.

El haiku es sencillo en su esencia, un ejercicio de desprendimiento que tiene que abandonar el yo para dejar constancia de ese asombro (aware) o ese encuentro entre la mirada del poeta y la naturaleza, que dura un instante, transmitiendo al lector un poso de armonía, la mística del paisaje. Ese instante pueden ser décimas de segundo, el tiempo que dura un relámpago:

A la luz del relámpago:
el plumaje de un pájaro
mojado de lluvia.

En general, los haikus de Isabel Pose no siguen la pauta del 5-7-5, lo cual es otro falso mito. Se puede escribir este género sin seguir el esquema métrico de las 17 sílabas, y la disposición tampoco tiene que ir necesariamente en tres versos. Por otro lado, también hay espacio para los haikus de temática urbana, que la autora plasma con maestría y nos deja flashes a modo de secuencias cinematográficas como “un plano de Roma” desplegado en el asiento de al lado o las noticias del frente que emite la radio mientras una mujer “descorazona ciruelas”.
En todos los haikus hay espacios en blanco, deben sugerir más que decir, y hablar de algún modo del silencio porque son gestados en la contemplación. Como bien explica la autora en la introducción, “para permitir que un haiku entre en nosotros es necesario que nuestra mente esté en silencio, sin estar analizando ni procesando nada”:

Sin nadie a quien hablar.
En la montaña
esperando el invierno.

El libro, bellamente editado por Polibea en su colección “el levitador”, en consonancia con la elegancia y la austeridad del haiku, se divide en tres secciones. Llama la atención la parte central, titulada “Anti-haikus”, que no llegan a ser haikus por su exceso de “subjetividad” o porque incorporan metáforas. Es todo un gesto de honestidad por parte de la autora haberlos incluido en el libro y, al mismo tiempo, es muy pedagógico porque nos ayuda a identificar lo que se aleja de los cánones que, sin embargo, puede funcionar a la perfección como poema breve.
El libro acaba con unos tankas, un subgénero que apenas se practica en España y que fue muy popular en la corte nipona, especialmente durante el periodo Heian. Los amantes recurrían con frecuencia a este tipo de poema para enviarse mensajes con un significado que sólo ellos podían entender. Por lo tanto, en el tanka sí que está permitida la subjetividad y la expresión de los sentimientos, y suele estar compuesto de 31 sílabas de 5-7-5-7-7, admitiendo también otras combinaciones. Curiosamente, sigue siendo la poesía predilecta en Japón y hay casos de bestsellers actuales escritos en tankas.

viernes, abril 08, 2016

Croatoan, José Carlos Somoza


Stella Maris, Barcelona, 2015. 342 pp. 19,50 €

José Morella

Hay que ser osado para escribir una novela apocalítica de intriga en los tiempos que corren. Ambas cosas -el fin del mundo y la falta de piezas informativas que sirva de cebo a los lectores para llegar hasta el final de los libros- abundan en cantidades inasumibles para nosotros en novelas, películas, series, cómics, memes de Internet, chistes, conspiraciones y cotilleos de vecindario. El motivo principal de este exceso es nuestra invisible -de tan ubicua y generalizada- adicción al entretenimiento. A que pasen las horas y lleguen otras horas y así sucesivamente hasta por fin morirnos. Y no hay muchas cosas mejores para entretenerse del miedo a la propia muerte que una buena intriga y un buen escenario apocalíptico. Total: José Carlos Somoza es valiente por el sólo hecho de intentar que esta historia sobresalga. Pero es que además lo consigue.
Tengo que reconocer que no soy lector de ciencia ficción. Aparte de algunos clásicos como Philip K. Dick y Aldous Huxley, no he leído demasiado. Lo último que leí relacionado con el fin del mundo es La carretera, de Cormac Mccarthy, y ya hace unos años de eso. No soy lo que se suele llamar un amante del género. No sé si les gustará mucho Croatoan a los que se reconocen en esa expresión, pero a mí sí me ha gustado. Puede que tenga algo que ver el hecho de que se trate de un texto que se pasa bastante por el forro varios los elementos tradicionales del género: es una novela de zombis donde no hay técnicamente zombis, y un fin del mundo en el que el mundo no se va: nosotros nos vamos. El mundo sigue aquí, haciendo esa cosa, sea cual sea, que se dedica a hacer o dejar de hacer. Leyendo la novela me he acordado mucho de un monólogo del genial George Carlin sobre nuestras relaciones con el planeta que no tiene desperdicio.
He disfrutado leyendo Croatoan, y entre las razones de ese disfrute está el hecho de que Somoza no se toma la ciencia a risa. No frivoliza con ella. Siempre he pensado que la literatura ganaría mucho de una relación más potente con la ciencia, que ya es, en sí misma, tremendamente poética sin añadirle nada más. De hecho la sensación de piel de gallina que la poesía provoca es muy similar a la que se tiene a poco que uno se sumerja en la ciencia e incluso en la tecnología. La biología, la física, la matemática incluso la programación informática, todo acaba dando un vibración poética pura, muy personal e intensa, de gran belleza. A mí me parece bella la forma en que Somoza nos planta en su novela la teoría del interconductismo (mi curiosidad me llevó a enterarme de la existencia de J.R. Kantor y a leer varias cosas en Internet entendiendo algo así como el 10% de ellas), y cómo consigue, sin soltarnos ningún rollo académico pesado y sin interferir en el propio flujo de las peripecias de los personajes, que tengamos un vislumbre de comprensión que nos ayude a seguir con el libro en las manos, convencidos de que el vuelco de acontecimientos del que nos está hablando el texto es verosímil. La ciencia y la poesía tienen una relación a veces extraña con la verosimilitud, pero Somoza no tiene problema en patinar por ese hielo frágil y quebradizo sin accidente alguno.
En Croatoan ocurre algo parecido a esto: un etólogo llamado Mandel escribe un correo electrónico a distintas personas, en el que sólo aparece la palabra croatoan. El mensaje está programado para llegar dos años después de la muerte del mismo Mandel. Croatoan es la misma palabra que quedó grabada en un árbol en 1590, cuando un pueblo entero de los Estados Unidos desapareció de repente sin dejar rastro. A partir de ahí, los destinatarios de ese e-mail intentarán salvar el pellejo, y para ello tratarán de entender lo que está pasando. Por qué la vida tal y como la conocemos está dejando de existir en todo el globo. Qué significa el mensaje de Mandel, y qué papel tienen ellos en todo eso. En todo el mundo han empezado a pasar cosas aterradoras.
Se pasa miedo leyendo. Mucho.
«Muchas veces no sabemos por qué hacemos lo que hacemos». Esa es, para mí, la frase clave del texto. No quiero estropear ninguna sorpresa, pero una vez entendida (o no entendida) la teoría mandeliana, lo que se abre ante nosotros es un abanico de preguntas basadas en el hecho de que todo lo que hemos estado creyendo sobre nuestras vidas y sobre nuestra historia sea una ilusión. El libre albedrío y el determinismo conductual fundamentan la inquietante columna sobre la que se sostiene toda la ficción. Este es un gran acierto de Somoza. Un tema como el libre albedrío, que recorre transversalemente la historia del pensamiento -y no sólo del occidental- convierte cada intercambio entre los personajes, cada descuerdo, cada afecto, cada tensión y distensión, cada diálogo, en un disparadero de preguntas y más preguntas. Para el que le guste hacérselas, claro. Para quien no, la trama basta: da miedo y entretiene de un modo más que eficaz. No se cae de las manos en ningún momento. Que no teman los ansiosos y los poco entusiastas de la filosofía y de la metafísica.
Somoza apunta muchas cosas que quedan asomando, sugiriéndose: el tema de la violencia sobre las mujeres planea casi todo el tiempo. Las relaciones entre Estado e individuo, gracias a la situación límite que se plantea en el libro, aparecen nítidas y con toda su crudeza. Lo que llama la atención es que las cosas que acaban reflotando y sobreviviendo en ese estado del mundo son, de una manera casi siniestra, las mismas que en el mundo real, que en el mundo nuestro. Las fuerzas que nos empujan a actuar o dejar de hacerlo no cambian ni en el último instante. Incluso la compasión, congénita a los humanos, florece casi como un mandato. En ese modo radical de vivir -un presente continuo a fuerza de intensidad- un segundo es suficiente para pasar de la agresión a la compasión, y el paradigma de lo cuerdo y lo que deja de serlo puede hacerse añicos en menos que canta un gallo. En definitiva, Croatoan es un libro estupendo. Tal vez menos ambicioso, desde el punto de vista literario (ehem), que otros trabajos de Somoza, pero sin duda alguna aterrador, sorprendente y luminoso.

miércoles, abril 06, 2016

Biodiscografías, Iban Zaldua


Páginas de Espuma, Madrid, 2015. 224 pp. 17 €

Jaime Valero

La música produce un efecto sobre el oyente que va más allá del goce estético, más allá de la respuesta emocional que despierta una melodía, una entonación o una sucesión de acordes. Tiene un carácter universal, puesto que nos habla en un lenguaje que no entiende de idiomas, y si hay algo que de verdad nos estremece por dentro al escucharla, es su prodigiosa capacidad para evocar recuerdos. Basta con escuchar el principio de una canción para que nuestra mente se inunde con imágenes del pasado: la primera vez que la escuchamos, aquel concierto al que fuimos en compañía de otra persona —quizá nuestra futura pareja—, y eso nos lleva a pensar en cómo éramos cuando aquella canción era nuestra favorita, cómo vestíamos, cómo pensábamos... y cómo hemos cambiado desde entonces. Pocos estímulos externos le tocan tanto la fibra a una persona como cuando enciende la radio y se topa con esa canción “de su época” que le remite a unos años que ya creía olvidados.
Esa capacidad de la música para avivar nuestros recuerdos es la base del nuevo libro de relatos de Iban Zaldua, titulado Biodiscografías. Estructurado en una serie de historias cortas, a modo de pequeños flashbacks vitales, cada uno de estos cuentos está encabezado —motivado, más bien— por un disco diferente. Estos discos se nos van presentando en orden cronológico, comenzando por el Revolver de los Beatles, que vio la luz en 1966 —coincidiendo con el nacimiento del autor—, y culminando con The Smile Sessions, de los Beach Boys, publicado en el año 2011. Entre estos dos extremos, Zaldua nos ofrece una serie de vivencias fugaces que siempre giran en torno a la música, pero que no se limitan a ella.
Buena parte del encanto de estos relatos recae sobre la selección musical, con bandas en su mayoría extranjeras tales como The Kinks, Pink Floyd, R.E.M., The Smiths, Radiohead y The Cure. Zaldua se nos revela como un melómano empedernido que salpica sus narraciones con apuntes agudos y perspicaces sobre la música y sus intérpretes. Pero en un nivel de lectura más hondo, este Biodiscografías también es un repaso de la actualidad política y social de las últimas décadas en España, y más concretamente en el País Vasco, con sus tensiones políticas y sus ideologías enfrentadas. Mi momento favorito del libro ejemplifica muy bien lo que Zaldua ofrece a lo largo de toda la obra. Se trata de un interludio en el que, en lugar de un disco, el relato gira en torno a tres conciertos. El primero de ellos se celebra en el velódromo de Anoeta en 1982, con Roxy Music y King Crimson. El segundo, diez años después y en el mismo lugar, con U2 como protagonistas. Y el tercero, otros diez años más tarde, en la plaza de toros de Ilumbe, con un cartel compuesto por Maná y Álex Ubago. ¿Qué pueden tener en común estos tres eventos, tan dispares tanto en el tiempo como en lo musical? La respuesta es una chica, a la que solo nuestro protagonista es capaz de ver. Una chica que nunca llegó a nacer por culpa de un atentado.
Como todo buen relato que se precie de serlo, los que aquí nos presenta Iban Zaldua son fotogramas de una historia mucho más grande que el lector debe completar con su propia imaginación. A su brillante capacidad de síntesis y a su claridad en el lenguaje, libre de florituras y pretensiones, hay que sumar el amor por la música que planea por toda la obra, y que convierte la labor de pasar las páginas de este libro en algo tan placentero como ojear vinilos en las cubetas de alguna de las pocas tiendas de discos que, por desgracia, quedan en nuestro país.

lunes, abril 04, 2016

Puerto escondido, María Oruña


Destino, Barcelona, 2015. 430 pp. 18,50 €

Amadeo Cobas

¿Qué es un puerto escondido?, cabe preguntarse.
María Oruña afirma que un puerto escondido es «un trocito de tierra y mar apartado de las masas… donde [los protagonistas] eran invulnerables, donde el tiempo estaba detenido». Es decir, interpretando con entera libertad, diremos que para unos pocos este lugar es el paraíso guardado en lo más recóndito de la memoria; para otros —afortunados ellos— una vivencia cotidiana que experimentan indolora e inocua, que experimentan quizá desvalorándola, añadamos —desafortunados, corrijo—; finalmente, para los más es un sueño que tiñe de esperanza sus vidas vacías o demasiado llenas de hastío, preocupación y problemas.
¿Y qué se esconde en este puerto escondido, valga la redundancia? Una novela que navega sin sobresaltos un océano de géneros literarios, desde la epístola con un diario de destino claro a priori, aunque quizá no arribe al puerto propuesto…, un trocito de historia y un ápice de costumbrismo, romanticismo no falta, a veces mermado por las aristas del interés, terror en dosis justas, con alguna escena que paraliza la glotis y, por descontado, ese trazo negro que viste y engalana las pesquisas de los beneméritos, en copioso número, a la caza y captura de malos malísimos, arteros y sagaces en su perfidia, bien resguardados por la narradora hasta el instante propicio, como debe ser.
Es cierto; confieso que me encanta cómo la narración mece sin sobresaltos al lector, con un breve detalle, un apunte, un susurro para transportarlo a un momento nuevo y fundamental en la trama. No en vano, un escritor de mérito en novela policíaca es aquel que dosifica la información, mas no oculta piezas del puzle para hacerlas aparecer grotescamente por arte de birlibirloque. La sorpresa ha de encajarlas milimétricamente en el entendimiento del lector metido a detective. Tal que aquí, donde está medido al gramo lo que se ofrece, cual receta de repostería, sin subterfugios, artificios ni adulterando un resultado que conlleve a engaño. Es necesario. Porque en una obra tan coral como ésta, pese al predominio de dos, Valentina y Oliver, una abrumadora profusión de datos, en lugar de informar, hubiera vuelto plomiza la lectura. Y no es el caso, sino que la amenidad se desliza sobre estos párrafos. Mas no significa que, muy tamizada y mesuradamente, en ocasiones se visiten descripciones prolijas y detallistas. ¿Qué se consigue? Dar visibilidad y lucimiento; valga como ejemplo el mar, «que hoy se manifiesta liso, brillante, en apariencia calmado, sin ganas de rebelarse al sol inclemente».
Y es que la escritora sabe hacer filigranas con el lenguaje, dotado si quiere de un clasicismo perlado de tropos literarios, campos donde abundan aromáticos hiperbatones, coloristas imágenes o prosopopeyas elegidas cual pétalos delicados, «un pueblo que miraba soberbio», «el cielo que escucha todo sin réplica»…; en otras el lenguaje cobra la precipitación de un manantial vuelto torrente con la crecida de las últimas lluvias. Se nota, además, que sabe definir sin ambages ni anestesia: «…la ambición es poderosa y abandona los remilgos, tal y como se olvidan y abandonan los sueños poco sustanciosos al despertar».
En conclusión, recomiendo Puerto escondido porque María Oruña les va a conducir en estas páginas por el vértigo de los paisajes cántabros, tan amados y conocidos para ella, transmitiendo recuerdos coloristas, la bruma y el azul, el azote del vendaval, lo abrupto de sus misterios; armando una obra donde cobran primacía el antagonismo que se da entre muchos de sus intervinientes y una indefectible sorpresa que logra volver vibrante la novela hasta su conclusión. No les decepcionará esconderse en este puerto, ya lo verán…

viernes, abril 01, 2016

La vida sexual de las gemelas siamesas, Irvine Welsh


Trad. Federico Corriente. Anagrama, Barcelona, 2015. 392 pp. 19,90 €

Santiago Pajares

El nombre de Irvine Welsh está ya asociado para siempre a Edimburgo como un icono escocés. Allí se ubica su novela más conocida, Trainspotting, que luego tuvo su secuela, Porno, y su precuela, Skagboys. Si uno camina por las calles de Edimburgo no puede evitar mirar alrededor para buscar a Renton, Begbe o SickBoy. Por eso que ahora su nueva novela esté localizada no sólo en otra ciudad, sino en otro continente, no deja a nadie indiferente. En La vida sexual de las gemelas siamesas nos vamos a Miami.
Empezamos por la confusión del título, pues el libro no va para nada de eso, sino que es un tema de fondo que todos los personajes comentan en un momento dado, un fino hilo conductor. ¿Y por qué Miami? Porque, al igual que en la vida, a veces tiene que venir alguien de fuera para decirte exactamente quien eres tú. Y para Irvine Welsh, la sátira es la mejor forma de verdad.
Lucy Brennan es entrenadora personal en Miami, una ciudad donde conviven los cuerpos más esculturales con los más obesos del planeta. No parece haber un término medio, todos parecen estar siempre en constante cambio, adelgazando o engordando. Lucy tiene todo muy claro en la vida: Quiere hacer deporte, comer sano, progresar en la vida y follarse todo lo que le apetezca sin hacer caso a más reglas que las propios. Pero su vida se verá alterada cuando un día se encuentra en medio de un altercado en un puente elevado y se ve obligada a desarmar a un pistolero que persigue a dos personas. ¿Con qué armas? Tu cuerpo se convierte en un arma cuando estás de verdad en forma. La aventura es grabada por Lena, una artista con obesidad, que filtrará la cinta a unos medios de comunicación que rápidamente alzaran a la entrenadora personal a sus altares de heroísmo. Le ofrecerán un programa de televisión, ser imagen de marcas y toda la fama que pueda soportar. Pero todo esto se desvanecerá cuando se descubra la identidad de agresor y veamos lo rápido que se puede pasar de heroína a villana en una ciudad de polos opuestos. La chica que grabó el video, Lena, contratará a Lucy como su entrenadora para perder unos cuantos kilos y ella le someterá a un plan de entrenamiento mucho más allá de lo que habría imaginado. Un plan que puede llevarlas a las dos al desastre.
Todo parece extremo en este libro. Las aplicaciones móviles que te permiten contar las calorías de tu día a día, los precios o materiales de las obras de arte, el entrenamiento físico como forma de vida o las relaciones sexuales como forma de desahogo. Y la voz de Lucy, esa primera persona en la que encontramos ecos de Edimburgo, de esa rudeza y sinceridad brutal envueltas esta vez con el más precioso de los papeles de regalo. La vida sexual de las gemelas siamesas nos devuelve a un Irvine Welsh perfectamente ubicado e informado, con el mismo nivel de acidez y sátira de sus mejores tiempos. Porque se puede entrenar tu cuerpo, como Lucy Brennan, o afilar tu mente, como Irvine Welsh, por quien no pasan los años. Porque en este libro nos demuestra que puedes irte de Escocia y al mismo tiempo llevarla siempre contigo.