jueves, marzo 12, 2015

Diario de un extranjero en París, Curzio Malaparte

Trad. Juan Manuel Salmerón Arjona. Tusquets, Barcelona, 2014. 256 pp. 17,31 €

José Miguel López-Astilleros

Es muy frecuente en nuestro país encontrar lectores e intelectuales, que a la hora de valorar la obra de un escritor, tienen en cuenta de una manera desmedida su trayectoria ideológica. Hasta tal punto pueden llegar sus prejuicios, que en ocasiones denuestan algo que no conocen. Pero, ¿debe estar el arte por encima de cualquier consideración ajena a sí mismo? Sean cuales fueren las respuestas a todas las preguntas que nos planteemos sobre ello, intentar comprender no tiene por qué equivaler a justificar, como diría Primo Levi respecto al nazismo. De cualquier modo, podemos disfrutar de un libro sin comulgar enteramente con todas o ninguna de las ideas de su autor, incluso podemos disfrutar de su lectura por el placer de entablar un diálogo para disentir, y por qué no encomiar tanto su forma como el planteamiento discursivo. Este es el caso de Curzio Malaparte, un escritor que primero perteneció al Partido Nacional Fascista de Mussolini durante los años veinte; después, al renegar del mismo sufrió exilio interno en la isla de Lipari y encarcelamiento en numerosas ocasiones; tras la Segunda Guerra Mundial se afilió al Partido Comunista Italiano, llegando a mostrar toda su simpatía por el maoísmo. Es Malaparte, por tanto, un escritor contradictorio, complejo y polémico, pero ¿no es un rasgo de la inteligencia albergar una idea y la contraria, como decía Scott Fitzgerald? Diario de un extranjero en París (escrito entre 1947 y 1948 e inacabado) está situado cronológicamente entre sus dos mejores obras Kaputt (1944) y La piel (1949), y aunque sólo fuera por estas últimas, merecería estar entre los grandes escritores de su época.
En este diario Malaparte se propone, según dice en el prólogo, narrar su regreso a París después de una ausencia de catorce años y la nueva Francia que se encontró, hasta su vuelta a Italia. Como todos los diarios, está fechado por días, que van desde el 30 de junio de 1947 al 19 de diciembre de 1948 (pág. 165), última datación. Uno espera que en un libro de estas características aparezcan numerosas anécdotas de su vida, además de personajes con los que se relacionó (políticos, directores de cine, pintores, actrices, diplomáticos, escritores…), y en efecto es así, pero a lo que dedica más espacio no es a ilustrar sus vivencias, sino a dejar constancia de su pensamiento sobre multitud de temas, como la historia, la política, la religión, la filosofía y sobre todo la literatura, de manera que el libro constituye una fuente fidedigna para conocer su personalidad. Como consecuencia de este planteamiento, se mueve con soltura entre el género narrativo, ensayístico y testimonial. Otra característica esencial es la referencia al pasado, que pende sobre él condicionando el presente, o al menos sus ideas sobre el mundo, ya que si bien se considera un hombre de su tiempo, también tiene nostalgia de los valores de 1914, no olvidemos que participó en la Primera Guerra Mundial, y que por tanto fue testigo de ambas contiendas y de sus secuelas. El asunto al que hace referencia más veces es la literatura. Opina fundamentalmente sobre la rusa, la alemana y la francesa, con especial atención a unos cuantos nombres, unas veces para mostrar su admiración y otras su completo desacuerdo. A Sartre lo detesta por impostor y artificial, cuyo existencialismo, arguye, es pura estética. En cambio el escritor del que se siente más cercano es Chateaubriand, entre otras cosas por «…su inclinación a participar personalmente en los acontecimientos de la historia». En otro lugar hace responsables a los intelectuales de la crueldad que reina en Europa, sobre todo a Gide (pág. 121), o se lamenta amargamente por no caerle bien a Camus. Sobre la literatura alemana opina en líneas generales que los mejores escritores son sus filósofos. En las páginas 71 y 72 reflexiona sobre la resistencia de la literatura italiana a la ideología del fascismo, de escritores adheridos a este movimiento, como Pirandello, para quien su arte es irreductible.
Del mismo modo, Malaparte con quien tiene un compromiso indeleble es con su literatura, no con ninguna ideología, porque como dice Giordano Bruno Guerri, uno de sus biógrafos, «Menospreciaba las ideologías, pero amaba las revoluciones». Por eso puede declararse marxista y profundamente cristiano al mismo tiempo, a pesar de ser muy crítico con ambas concepciones del mundo, aunque lo principal sería con qué maestría y brillantez están expresados tanto los hechos como los argumentos. Pero no con todo es tan tornadizo, no con la libertad, sobre todo la del país que lo acoge, del cual llega a decir «Le agradezco a Francia que sea un país libre. Para un escritor, nada, ni el amor, ni la riqueza, ni la gloria, vale tanto como ese sentimiento de seguridad.» Diario de un extranjero en París es un libro que no deja indiferente a nadie, por sus opiniones, sus testimonios, y sobre todo por la pasión y la libertad con que está escrito. De Curzio Malaparte ha dejado dicho Álvaro Mutis «…nadie podrá olvidar que quien primero habló franca y desnudamente, en bellas palabras de poeta, de la muerte de un mundo que nació en el siglo V antes de Cristo, fue Curzio Malaparte, un europeo sin grandes convicciones políticas, con sentido del buen vivir, humano y cordial, sincero y cambiante a la vez…»

1 comentario:

Paco Castillo dijo...

Álvaro Cunqueiro, reconocido militante falangista en sus inicios. En las antípodas de mis simpatías políticas y, a pesar de todo, admirador de alguna de sus obras, pongamos por caso Las Crónicas del Sochantre.Saludos.