viernes, mayo 30, 2014

Días de nevada, Bernardo Atxaga

Alfaguara editorial. Madrid, 2014. 399 pp. 19,50 €

Ignacio Sanz

Creo que fue en 1992 cuando me adentré en Obaba de la mano de un escritor desconocido entonces para mí llamado Bernardo Atxaga. Era aquel un libro de relatos que se lanzaban pequeños guiños entre sí y que remitían a un reino asentado en la fabulación. El reino ha ido tomando posesión de este mundo y el año pasado estuve paseando por la calle de Obaba, en Astiasu (Guipúzcoa). En realidad es una calle muy corta, aunque orientada a un infinito de montes verdes y cielos azulados. Así es la literatura que funda reinos. De entonces a acá Atxaga ha publicado un puñado de libros, algunos híbridos y decididamente menores que siempre me han interesado mucho. Tanto como sus grandes novelas. Pienso en sus libros infantiles llenos de encanto o en un delicioso libro en el que reflexiona sobre la literatura infantil a partir del abecedario. Bernardo es un escritor sabio tranquilo que se mueve muy bien elaborando abecedarios temáticos y relatos cortos encadenados.
Días de Nevada es un libro que atrapa. Podría ser considerado un diario ya que, en realidad, refleja curso, entre 2007 y 2008 en el que el autor estuvo en Reno (Nevada) acompañado por su familia, invitado por la Universidad. Pero tampoco es un diario convencional por más que algunas de las entradas reflejadas en el mismo vayan acompañadas de una fecha y cuente el día a día de las relaciones familiares y profesionales que van salpicando la vida. También las excursiones al desierto próximo acompañado de amigos y algunos viajes familiares por el entorno inmediato en el que la geografía extremista resulta un acontecimiento. Resulta interesante, por ejemplo, las impresiones que le suscita acompañado de sus hijas la mítica cárcel de Alcatraz reconvertida en museo. Ahora que los pienso, Días de Nevada podría encajar también entre los libros de viaje pues, al fin, está lleno de impresiones viajeras.
Una vez leídas las cuatrocientas páginas, las historias que más arraigan en la cabeza del lector son aquellas en las que el escritor, guiado por los recuerdos, hace excursiones a través de la memoria para relatarnos la infancia de sus padres, también su muerte, así como la muerte en plena adolescencia de su primo José Francisco. O la historia desaforada de Paulino Uzcudun, el campeón de boxeo de las primeras décadas del siglo XX, que vivió en Nevada. Como vivieron tantos pastores vascos a los que Atxaga homenajea con cariño.
Con frecuencia el lector se encuentra con relatos teñidos de melancolía en los que, de pronto, se ven salpicados por gotas humor. Ahí encuentra uno al mejor Axtaga, el narrador que relativiza, que evita dogmatizar, que plantea inquietudes y preguntas peqro que se demora en llegar al desenlace, el que pone de manifiesto las contradicciones de la vida, que huye de maniqueísmos.
El lector inevitablemente a veces se pregunta cuanto habrá de real y cuánto de ficción en estas entradas en las que si hubiera un hilo conductor sería el de un violador cuya sombra alargada preocupa a toda la población y de cuyas fechorías da cuenta el “Reno Gazete-Journal”, el periódico local y de cuyo desenlace nos informa nada piadoso da cuenta el propio Axtaga en un post scriptum final.
De manera que en este libro que podría ser considerado una amalgama de géneros, diario, memoria, viajes, el lector se va a encontrar al narrador maduro, con ciertas gotas de melancolía y con una mirada abierta, alejada de dogmas y exclusiones. Un sabio que, al lado del fuego, nos cuenta con calma episodios esenciales de su vida.

jueves, mayo 29, 2014

La familia Abe y otros relatos históricos, Mori Ōgai

Trad. Jesús Carlos Álvarez Crespo. Satori, Gijón, 2014. 208 pp. 19,00 €

Sara Roma

Nuevamente Satori —editorial especializada en literatura japonesa— nos sorprende con un nuevo título que recoge por primera vez en español tres de los relatos más brillantes de Mori Ōgai (1868-1922), narrador elogiado por haber fraguado un lenguaje literario revelador del pulso espiritual de la llamada Era Meiji (1868-1962). Bajo el título de la novela breve La familia Abe, se publican por vez primera tres historias que certifican la vitalidad del Japón feudal en una sociedad que vive a caballo entre la modernidad y la tradición.
Antes de analizar el libro, merece la pena destacar y felicitar el trabajo de Jesús Carlos Álvarez Crespo como traductor y de Carlos Rubio por la excelente introducción en la que ofrece una completa visión del marco histórico y social en el que se escribieron y se inspiraron estas obras que tratan un mismo tema, el acto de inmolarse como señal de lealtad al señor y el conflicto entre autoridad (la del señor) e individualidad (la del samurái), pero con una perspectiva distinta en cada uno de ellos.
El primero de ellos, "El testamento de Okitsi Yagoemon" (1912), es una muestra del virtuosismo del lenguaje literario de su autor. Mediante un estilo epistolar que recuerda a las crónicas medievales, Mori Ōgai nos traslada al Japón del siglo XVII para mostrarnos con total sencillez y naturalidad la tradición samurái que obligaba a los vasallos a hacerse el haraquiri para seguir a sus señores hasta la misma tumba. Sin embargo, la trama de esta historia es bien distinta. En su testamento, el samurái Yagoemon narra lo que acaeció tras una pelea que se saldó con la muerte de un compañero. Para expiar su pena, pide a su señor permiso para quitarse la vida, pero este lo exculpa, por lo que deberá esperar a que muera para cumplir su deseo. Antes de suicidarse, redactará un testamento para que sus herederos conozcan los motivos que lo llevaron a ello.
El segundo, "La familia Abe" (1913), es el más brillante y redondo. Nuevamente, se basa en las mismas fuentes históricas pero traslada la historia a 1641 y se centra en las consecuencias de la muerte de Hosokawa Tadatoshi. Dieciocho de sus vasallos más allegados reciben permiso para quitarse la vida y acompañar a su señor en la muerte, pero su servidor más fiel, Abe Yaichiemon, ve denegada su petición pues Tadatoshi le ordena que viva para servir a su joven heredero. Cuestionado por el resto de samuráis y sometido a burla, convocará a sus cinco hijos para que asistan a su inmolación. El último, "Sahashi Jingoro" (1913) está inspirado en la obra Isuko Ichiran, gracias a la cual el autor se permite ahondar en este periodo histórico del pasado de su país que tanta admiración le provoca. Sin embargo, su protagonista, Jingoro, es un hombre racional que elude la obligación moral de hacerse el haraquiri a la muerte de su señor.
Existe, por tanto, a lo largo de las tres historias cierta evolución o cambio en cuanto a los ideales y tradiciones: al principio del libro, la vida carece de valor, ya que es más importante la honra y el prestigio; después, el junshi es examinado desde el punto de vista del señor y del vasallo (pesa más la tradición o la presión social que la honra); finalmente, el pragmatismo y el deseo de vivir pesan más que el deber y honor.
La familia Abe es novela breve e intensa, narrada con un estilo claro y sobrio, pero con abundantes descripciones sobre el linaje o la sociedad feudal. Este libro es una muestra de los temas que inspiraron y motivaron la literatura de este autor: fortaleza, tesón y obstinación, conceptos que describen la idiosincrasia del espíritu guerrero japonés.
Mori Ōgai posee la capacidad de transformar los compromisos de su vida cotidiana en creación literaria.

miércoles, mayo 28, 2014

Cuando las palomas cayeron del cielo, Sofi Oksanen

Trad. Luisa Gutiérrez Ruiz. Salamandra, Barcelona, 2013. 368 pp. 19 €

Ariadna G. García

Tanto en su novela anterior, Purga, como en su libro más reciente, la escritora finlandesa Sofi Oksanen (1977) revisa la historia reciente del país de su madre: Estonia. Ambas obras guardan similitudes formales que vamos a repasar brevemente: desarrollo paralelo de acciones, saltos espacio-temporales y multiperspectivismo. Además, los dos libros se sumergen en idénticos temas: las conflictivas relaciones familiares, la impostura, la ocupación nazi y comunista de Estonia, y la increíble capacidad de adaptación de algunas personas para sobrevivir bajo cualquier régimen. No obstante estas analogías, entre un libro y otro se abre un abismo estético. Si Purga rezumaba lirismo y violencia a partes igual; Cuando las palomas cayeron del cielo presenta una prosa depurada, exenta tanto de metáforas y símbolos, como de un léxico desgarrado y soez. Este estilo responde a una mirada mucho menos subjetiva sobre los hechos narrados, a un distanciamiento emotivo y a un mayor deseo de objetividad. La propia naturaleza de muchas de las escenas descritas –estáticas y localizadas en restaurantes, cafeterías o espacios interiores cerrados (habitaciones, oficinas, despachos)–, exige un estilo frío y reposado, del que da cuenta cabal la meritoria traducción de Luisa Gutiérrez Ruiz.
A quienes encandiló la belleza cruel de Purga, es más que posible que les decepcione la última novela de Sofi Oksanen. Su comienzo, sin embargo, es soberbio y sigue la línea del libro anterior. Narrado a dos voces, comienza con un relato en primera persona que nos adentra en el campo de batalla. Se trata del diario de Roland, un estonio que lucha junto a su primo Edgard por el bando alemán contra el Ejército Rojo. Estamos en la Segunda Guerra Mundial. Su deseo: liberar a Estonia del protectorado soviético con la ayuda nazi, para después proclamar a su país estado independiente. La segunda de las voces pertenece a un narrador omnisciente en tercera persona. Su misión es la contextualizar a ambos primos. De este modo, en la primera parte de la novela discurren a la vez dos tramas: la desarrolla en el frente y la ambientada en la aldea familiar. En esta segunda conocemos a la novia de Roland (Rosalie, que desaparecerá misteriosamente) y a la esposa de Edgard (Judith, que vive una frustrante y casi inexistente vida sexual, sin pasión y sin hijos).
La segunda parte nos sitúa en plena Guerra Fría. Estamos en 1963. Edgard ha cambiado de identidad y trabaja en calidad de espía para la Unisón Soviética, a la que pertenece la República Socialista de Estonia. En adelante, y hasta el final de la novela, se irán alternando capítulos de los años 60 con flash back desarrollados durante la ocupación nazi del estado báltico. Esta alternancia va a ser en Cuando las palomas cayeron del cielo mucho más relevante que en Purga. No se trata de actualizar un pasado para tener información sobre el carácter de los personajes, sino de comprender las razones por los que ese pasado acabado dando caza a cada criatura de la novela. Nadie escapa al pasado.
Los cambios espacio-temporales van a marcar un antítesis demoledor en el caso de Judith. El lector asistirá impotente a la falla que separa su romance con un oficial alemán en los años 40 y su enclaustramiento en casa bajo el mismo techo de su marido estonio veinte años después. En el caso de Edgard, el marco servirá para pintarnos a un hombre sin escrúpulos, ruin y mezquino, a un hombre servil capaz de colaborar con los alemanes primero y con los soviéticos más tarde.
La novela resulta un alegato contra la opresión de un pueblo, el estonio, disputado por fuerzas contrapuestas a lo largo de su historia reciente: el totalitarismo nazi y el comunista.
Un consejo: lean sin prejuicios Cuando las palomas cayeron del cielo. Olvídense de la obra anterior. Y entonces disfrutarán de una buena novela.

martes, mayo 27, 2014

El hombre aproximado, Tristan Tzara

Ed. y Trad. Alfredo Rodríguez López-Vázquez. Cátredra, Madrid, 2014. 320 pp. 15,70 €

Antonio Santo

¿Cómo podemos saber quiénes somos sin observar a los demás? ¿Cómo puede existir un yo sin que haya un otro? ¿Quién es ese otro, ese “hombre aproximado” que es, al mismo tiempo, un completo extraño indescifrable? ¿Cómo podemos ver el mundo si no es a través de nuestros ojos? ¿Cómo entender ese mundo si no conocemos nuestra mirada? «Escribo para encontrar a los hombres», afirmó primero Tristan Tzara, para después decepcionarse por lo encontrado y asegurar: «sigo escribiendo para mí mismo, y a falta de encontrar a otros hombres, me sigo buscando».
Ésa es la búsqueda que sigue la voz poética de Tristan Tzara en El hombre aproximado: la búsqueda de sí mismo y del otro, de la verdadera naturaleza humana, de la memoria, de la mirada poética, de la historia del mundo. Una frenética búsqueda de cada uno de estos elementos a través de los demás. Una obra compleja y oscura, llena de sorpresas y cambios de vía, de sinceridad cruel y certera, de ternura y compasión. Tratar de descifrar cada metáfora de esta obra, de encontrar un sentido unívoco al que aferrarse, es como pretender sobrevivir a un naufragio con un mapa de carreteras.
No olvidemos que Tzara había sido pocos años antes el principal impulsor de aquel alegre caos destructor llamado dadá. En la época de redacción de este libro ya estaba alineado con las técnicas surrealistas (aún no había roto del todo con el inquisitorial Breton). Convertidas en escombros todas las convenciones, en El hombre aproximado (la obra maestra de Tzara) contruye un inmenso universo poético, tan caótico como inagotable, más basado en la intuición que en la razón. Recomiendo al lector que se enfrente al libro con disposición a abandonarse. En este sentido, en el prólogo de esta nueva edición de Cátedra se cita un comentario clave de Jacques Gaucheron: «el lenguaje no es más que un momento de la actividad poética». El siguiente momento es el lector.
La escritura automática, las imágenes oníricas y el afán por la ruptura de tópicos y convenciones son herramientas clave, pero no quiere decir que sean las únicas. Del mismo modo, la intuición y el irracionalismo son una constante, pero esto tampoco significa que el libro no tenga claros sus fines. Tzara era un hombre metódico y trabajador: El hombre aproximado le llevó seis años de trabajo, reflexión e investigación. Sí existen unas claves que uno puede utilizar como punto de partida, aunque cada cual encuentre un centro diferente para el mismo laberinto.
Los cinco primeros Cantos del libro son los cimientos sobre los que se desarrollan todos sus temas. La obra arranca en un tono profético, llevándonos en un viaje personal de purificación y enfrentando cuerpo y espíritu en un constante cruce entre la carne y el alma, entre imágenes sucias y crudas y metáforas de elevación y pureza angélica. La voz poética se busca, se extraña y se reconoce en el “hombre aproximado”, que reflexionará sobre su propia naturaleza y la del mundo, la palabra y la poesía, la incapacidad de entenderse y la necesidad de hacerlo.
En los siguientes Cantos la voz profética y mistérica, que analiza y reflexiona como un oráculo, se intercala con una voz lírica y personal. La dialéctica de la dualidad que impregna todo el libro continúa, no obstante, aunque ahora no es el yo frente al hombre aproximado, sino el yo frente a la amada, o incluso frente a la naturaleza, la belleza, la música... Tzara busca un hombre nuevo a través de su poesía: un ser humano no entregado tan sólo a la razón fría, sino intuitivo, empático, apegado a los demás tanto como a la tierra (no olvidemos su interés, ya desde el dadá, por el primitivismo).
No pretendo confeccionar en esta reseña una guía de lectura en profundidad: mucho mejor que yo lo hace Alfredo Rodríguez López-Vázquez, responsable de la traducción al español del texto original en francés en esta nueva edición de Cátedra. Rodríguez nos da buena cuenta del itinerario humano de Tzara hasta llegar al contexto en el que se escribió El hombre aproximado; también repasa en cada uno de los Cantos sus temas y recursos principales. Su prólogo crítico nos entrega una brújula para empezar a movernos por el bosque de referencias e imágenes plantado por Tzara, pero tiene la sabiduría de no llenar de obstáculos la lectura con innumerables notas al pie diciéndonos qué pensar en cada momento.
Aunque esta edición de Cátedra es bilingüe, merece la pena dedicar unas últimas líneas a la traducción de Alfredo Rodríguez, un excelente trabajo que respeta tanto la letra como el espíritu de la obra de Tzara. Rodríguez ha sabido captar la musicalidad del texto original francés y no ha temido optar por decisiones valientes allí donde una traducción más o menos directa resultaba imposible (sin dejar de ofrecer siempre alguna alternativa de otros traductores ilustres).
Con esta edición, Cátedra y la traducción de Alfredo Rodríguez le han hecho justicia a Tristan Tzara. El hombre aproximado es una obra poco editada y poco traducida, quizá por ser un libro complejo y agreste. No obstante, merece la pena enfrentarse a sus dificultades, sobre todo si uno se recuerda que esto no es una ecuación que haya que resolver, sino una ocasión para dejarse llevar a un viaje poético extraordinario en cada lectura. No pierdan la oportunidad de descubrirlo.

lunes, mayo 26, 2014

Helio, Ariadna G. García

La Garúa, Santa Coloma de Gramenet, 2014. 80 pp. 9,98 €

Miguel Baquero

Dos posturas vitales parecen enfrentarse en este Helio, quinto libro de poesía de Ariadna G. García. Casi desde el primer poema, el sentimiento que en la autora provoca el prodigio del amor, de la integración en el otro, parece dividirse en dos actitudes excluyentes, dos poéticas enfrentadas: por una parte, aquellos poemas, como “Nocturno”, en que la autora busca y celebra la manera en que el misterio se hace estable, en que el pasado de dos personas se convierte en uno solo y todo parece augurar la “plenitud doméstica y de alivio”, el poder llevar, junto a la persona que se ha encontrado (en “Paseo marítimo”) un recorrido conjunto hacia la vejez: «Tus pisadas / que laten con las mías, / y sé que no estoy sola»). Pero poco antes, entre medias, y un momento después de alcanzar esto que parece un final, una conclusión, el amor ha aparecido y aparecerá de nuevo, un amor arrebatado, de encuentros momentáneos («mientras duermes desnuda sobre mí / acaricio tu cuerpo de veinticuatro años, / ese cuerpo que ignoro», en la espléndida “Primera elegia”) y el amor vuelve a mostrarse como un desconcierto irresistible en el que “dedos de luz” sólo aciertan a rozar el alma, sin conseguir atrapar el misterio. Y es entonces (“El jardín protegido”) cuando la autora declara, con la contundencia pensada de la prosa, que «No me atrae una vida previsible».
En este vaivén entre el amor pacífico y perdurable, en el que desconcierta el ruido de la vida; y el deseo de rasgar la superficie de ese «océano pulido que tanto nos cautiva al contemplarlo») fluctúa la parte central de este Helio. En gran manera, como un reflejo de nuestro corazón, que ansía la calma e incluso la rutina del paso de los años cuando no existe; y al conquistarla mira hacia atrás, hacia el futuro, o contempla con nostalgia ese momento venidera en que amor será, otra vez, un suceso excepcional. Ariadna G. Garcia se muestra sin ambages en esta parte central de su poemario que gira sobre el amor; de algún modo, sabe reflejar este ir de la incertidumbre y venir de la plenitud, hasta llegar, en “Poema del aniversario”, a esos versos finales: «mientras me empuja al fondo / de la auténtica vida», donde parecen chocar con especial violencia esa alegría que siempre supone descubrir la “autenticidad” con la condena que conlleva ser arrastrada hacia un fondo.
Helio se completa con un cuadernillo final, “Historia de un derecho”, donde el eje de los poemas cambia por completo, para adquirir un tono social, en poemas como “Democracia” o “El constitucional” (este último, un soneto), donde, aunque se logran metáforas de extraordinaria factura («manos de fresa estallando en el aire”; o “en sus tendones crecen / caracolas sin alma») el conjunto se resiente, en mi opinión, de esta brusca factura, de este cambio de tema (no tanto de tono). Parecen, en un determinado momento, convivir en el libro dos mundos, dos poéticas diferentes, como diferentes fueron las posturas de la autora ante el amor… pero tal vez esta visión poliédrica se explique precisamente en la “Poética” final, a propósito del gas Helio, que da título al libro, y en la que nos cuenta cómo «por dentro / sus átomos ensayan / una coreografía apasionada. / Lo que fuimos y somos, / como le ocurre al helio, / nos conforma. / La realidad pervive en dos estados / que no son excluyentes».

viernes, mayo 23, 2014

Bloody Miami, Tom Wolfe

Trad. Benito Gómez Ibáñez. Anagrama, Barcelona, 2013. 617 pp. 24,90 €

Salvador Gutiérrez Solís

Siempre he encontrado similitudes entre la cinematografía de Martin Scorsese y la literatura de Tom Wolfe. A su manera, ambos creadores, llevan varias décadas mostrándonos el esplendor, la gloria, el lado oculto, las miserias y bajezas, y, sobre todo, los excesos de su querido y detestado país. Maestros en la “radiografía documental”, a través de sus palabras e imágenes nos han mostrado y analizado los últimos años de los Estados Unidos sin alabanzas gratuitas, desde la asepsia en algunos casos, sin esconder las heridas, la bilis y el veneno, observadores privilegiados de la realidad cotidiana, más allá de las alfombras rojas, las sonrisas nacaradas y los estereotipos de cartón piedra.
Esta similitud que yo aprecio ha coincidido en el tiempo, al menos aquí en España, con la publicación de Bloody Miami, la última novela de Tom Wolfe y el estreno de El Lobo de Wall Street, en fechas relativamente cercanas, en las salas de cine. En ambas obras nos muestran desde el exceso, visual y literario, los excesos de un mundo que se derrumba, como consecuencia directa, y perdón por la repetición, de una época excesiva. Una época que ahora sabemos que fue mentira, o que fue la mentira que construyeron entre unos pocos para quitarnos prácticamente todo.
Lo primero que desprende Bloody Miami es pulso, tensión, ese contar situaciones que parecen anodinas pero que nos sirven para comprender y asimilar el gran fresco, la gran fotografía, que nos ofrece su autor. Es decir, Bloody Miami nos muestra al Tom Wolfe de siempre, el que nos deslumbró con su Hoguera de las vanidades, y que no dejaba de ser una actualización de Las ilusiones perdidas de su adorado e idolatrado Balzac. Porque Tom Wolfe tiene mucho de Balzac, en esa desmitificación de la literatura como ente sagrado, en encontrar en la rutina de hombres rutinarios el argumento de sus novelas, en elevar la realidad como indiscutible hecho narrativo.
El homenaje, por tanto, de Wolfe a Balzac continúa en Bloody Miami, más allá de los guiños, de los nombres que le adjudica a diferentes locales y personajes: en la intención, en los modos, en la estrategia. Empeñado en radiografiar la sociedad que le ha tocado vivir, como ya hizo en sus anteriores “paradas” en Nueva York y Atlanta, ha encontrado en Miami la concepción de esa nueva América mestiza, alocada, trasnochada, carente de valores, obsesionada en la posesión, el poder y el dinero como los auténticos méritos y signos que te reportan el deseado status social.
En este Miami de Wolfe el gringo blanco, conservador y estricto es una especie en vías de extinción, y desde luego ya no es el gran protagonista. Ha sido desbancado, incluso arrinconado, por los magnates rusos, los latinos plenamente instalados que han hecho de la ciudad su propia ciudad, los nuevos hombres de negocios que manejan un lenguaje que no se parece en nada al del pasado y el lujo versallesco y canalla que se desparrama como la espuma de un champán que solo se encuentra al alcance de los elegidos.
A pesar de la avalancha de onomatopeyas, excesivas en algunos pasajes, Bloody Miami nos muestra a un Wolfe empeñado en contradecir a su propia biología, actual, certero, brillante, cruel por momentos, siempre irónico e inteligente. Fotografía de un realismo atroz, definición precisa del exceso y de sus inventores.

jueves, mayo 22, 2014

Berlín secreto, Franz Hessel

Trad. Eva Scheuring. Errata Naturae, Madrid, 2013. 152 pp. 14,90 €

José Miguel López-Astilleros

Es posible que Franz Hessel (1880-1941) no figure entre los escritores más relevantes de la literatura alemana del período de entreguerras, como Alfred Döblin, Hermann Hesse o Franz Kafka, por citar sólo a tres de los más grandes y coetáneos suyos, y quizás por esta razón tampoco aquí haya sido muy conocido, de hecho a día de hoy sólo se han traducido al español tres de sus obras: Romance en París (1920) y Berlín secreto (1927), ambas editadas por Errata Naturae en 2011 y 2013 respectivamente, editorial que publicará también próximamente Paseos por Berlín, de la cual existe una edición descatalogada en Tecnos, que data de 1997. Pero también es cierto que si alguien se propone completar el conocimiento del panorama literario de aquella época, no pueda prescindir de Hessel. Este juicio es deudor de las circunstancias históricas de Alemania tras la Primera Guerra Mundial y de la crisis económica (enorme inflación), social (lucha de clases) y política (ascenso del nacionalsocialismo) durante la República de Weimar, salvo el período entre 1924 y 1929 de relativa estabilidad, que alimentó la leyenda de “los dorados años veinte”, que es donde se inscribe la atmósfera reflejada en Berlín secreto.
Desde el punto de vista literario, los autores de aquel momento se dividieron entre los que asumieron en su arte un fuerte compromiso social, y los que prescindieron de todo contexto político, y entre ambas actitudes hubo un sinnúmero de matices hacia uno y otro lado. Sólo así entenderemos que a la par de las obras de denuncia de Bertolt Brecht, por ejemplo, encontremos, en el extremo opuesto, al Hessel de Berlín secreto o Romance en París.
El argumento central de esta novela consiste en el desarrollo de las relaciones amorosas entre el profesor Clemens, su esposa Karola y el joven rico y diletante Wendelin, durante las veinticuatro horas que este último pasará en Berlín antes de marcharse. Estos tres personajes están basados en la aventura que tuvo Helen, la esposa de Hessel, con el escritor Thankmar Münchhausen, que concluyó con aquella volviendo a su marido y acusándolo de pusilánime por no haberse opuesto a dicha relación con vehemencia. A pesar de ser una novela corta, el lector ha de tener paciencia al comienzo, puesto que sólo hasta después de avanzar por sus páginas, no vislumbrará con claridad quién es quién dentro del entramado de personajes que aparecen: nobles rusos exiliados, poetas, actrices, aristócratas venidos a menos, anticuarios... De todos modos, el argumento no es lo esencial, sino el escenario al que nos asomamos, al de los cabarés, que nos recuerdan a películas como El ángel azul de Josef von Sternberg con Marlene Dietrich o Caberet de Bob Fosse con Liza Minnelli, al de los elegantes salones de baile próximos al Tiergarten, al ambiente reinante entre la clase alta y media-alta de la Alemania que intentaba superar las humillantes condiciones impuestas tras su derrota en la I Guerra Mundial, cuya frivolidad dio la espalda a la situación real del país y no sospechó o no quiso ver la llegada del terrible movimiento nacionalsocialista, que tanta aflicción y dolor causó.
Aunque sólo fuera por la presencia del diálogo entre Clemens y Wendelin (págs. 107-115), ya no podríamos decir que es una novela superficial y banal. Hessel nos ofrece en éste unas memorables reflexiones sobre la naturaleza del amor, la belleza, la fugacidad del tiempo, la libertad personal y el placer y su posesión. En todo caso, esta obra constituye una parte del reflejo de un época y una clase social refinada y educada, que nunca hubiéramos pensado que pudiera contribuir con su abulia a la deriva hacia tan luctuosos acontecimientos históricos posteriores.
Franz Hessel fue quien le enseñó el personaje del flâneur a su amigo Walter Benjamín, además de haber influido en una parte de su obra, de este último es el epílogo con el que finaliza el libro, nada mejor que citar sus concluyentes y elogiosas palabras para terminar: Quien sepa leer sus libros sentirá cómo, entre los muros de las grandes ciudades que van envejeciendo, entre las ruinas del siglo pasado, conspiran los clásicos.

miércoles, mayo 21, 2014

El último vagón, Kalton Harold Bruhl

Ediciones Irreverentes, Madrid, 2013. 104 pp. 12 €

Pedro Pujante

En El último vagón, uno de los relatos sobre relaciones paternofiliales más tiernos y conmovedores que he leído en mucho tiempo –y que además da título al volumen-, Kalton Harold Bruhl (Honduras, 1976) expone su visión de la vida como un tren a través del cual vamos acumulando, transportando recuerdos. La metáfora puede igualmente servir para fotografiar un libro de cuentos breves, que como vagones se anudan unos a otros conformando un alargado entramado de piezas que se deslizan independientes pero compactas en forma de libro-tren por las vías de la literatura actual. Este es el caso de El último vagón, un libro de relatos que merecidamente quedó finalista en el VII Premio Internacional de Relatos Vivendia-Villiers.
No obstante, el libro que comentamos apunta en otra dirección. Los relatos de Harold Bruhl son minuciosos estudios de la mente humana. Con un incisivo sentido del humor y gran ojo clínico se adentra en el alma de sus personajes y los desmenuza desde su propio núcleo. Las historias breves que componen esta antología derivan por inciertos derroteros y el lector jamás adivina qué final inesperado le aguarda.
Muchos cuentos parecen participar de técnicas cinematográficas y presentan escenas, planos y secuencias que hacen trabajar nuestra mente a un nivel visual. Los temas que abordan muchos de los relatos coinciden: la maldad, la venganza y las oportunidades que nos ofrece la vida.
Por ejemplo en "Votos nupciales" asistimos a las vicisitudes de un feliz hombre casado que comienza a ser visitado por el fantasma asfixiante y voluble de los celos. En "Cuando desperté" el narrador nos relata una historia de enterramientos, heredera del mismo Poe, pero cuyo argumento Harold Bruhl ha sabido retorcer hasta hacernos ver que la literatura no tiene un punto de llegada determinado, sino que siempre puede dar un paso más. "El último concurso" es una historia moderna de fantasmas que emociona más que asusta. "La carta", quizá uno de los relatos más perfectos, es una rescritura de un famoso cuento de Cortázar, "La salud de los enfermos", pero que el autor hondureño ha sabido condensar hábilmente en una tensa y eficaz página.
Quizá los relatos que menos me interesen del volumen son los que dedica a explorar las intervenciones de ángeles y fuerzas divinas. Pero, qué duda cabe que igualmente son buenas historias a pesar de que el asunto ya de por sí pueda parecer de una extenuante y poco acertada intención moralizante. No obstante, Harold Bruhl es un gran contador de historias cortas (veintidós componen esta antología), que somete al lector a un tour de force de gran magnitud, que se mueve como un monstruo en un pantano por las turbulentas aguas del mundo abisal del relato breve y que sabe impactar con una escritura certera, precisa y cierta ironía bien calculada.

martes, mayo 20, 2014

La cuarta señal, José Carlos Somoza

Minotauro, Barcelona, 2014. 478 pp. 19,95 €

Luis Manuel Ruiz

Habrá gente a la que le guste más o menos, pero lo cierto es que debe reconocerse que José Carlos Somoza es uno de los principales renovadores de la literatura de género en este país. Más problemático parece definir el género que ha venido a remozar: porque lo que él practica tiene pies, tentáculos o antenas en diversas orillas y se inclina con idéntico ángulo del lado de la literatura policíaca, la fantástica, la filosófica (yo tampoco sé lo que es), la culta (y esto menos), la ciencia ficción. Igual un breve recorrido por su trayectoria sirve para aclararnos algo: Somoza obtuvo sus primeros éxitos con una personal mezcolanza de novela de suspense y juguete metatextual, que halló cristalización, en primer lugar, en Dafne desvanecida (Finalista del Premio Nadal en 2000), y, sobre todo, con La caverna de las ideas (2000), una fantasía sobre la Academia de Platón y la irracionalidad griega que constituye todavía una de las cimas sin hollar de la narrativa detectivesca de este lado del castellano. A partir de ese culmen, comenzó a desarrollar su interés por otro tipo de temática, afín a la primera pero más libre y oscura, como bien documenta La dama número 13 (2003), fábula, inspirada en Dante, sobre el vigor de la poesía y la magia terrible que subyace a las palabras. Desde Clara y la penumbra (2001), continuada en Zigzag (2006) y La llave del abismo (2007), ya conocemos al autor tal y como ha quedado retratado en los prontuarios de género fantástico: dueño de un thriller potente, interdisciplinar, internacional, con un especial cuidado en las enroscaduras de la trama y los vaivenes emocionales de los personajes, que amplía los territorios de la ciencia ficción patria a la vez que repinta la carrocería de viejos tópicos de la cultura libresca.
Lo primero que suele destacar en el arte de Somoza es la elección del tema. Si todo relato nace de una idea matriz que luego va desanudándose, y creciendo, y enredando otras cosas y atrapando otros tobillos, es de justeza admitir que él tiene el talento de saber reconocerla y elegirla bien. Identifica como pocos las posibilidades fantásticas de un postulado, sea éste filosófico, científico o de otra índole, y lo exprime hasta hacerle rendir todo su jugo: La dama número 13 es una narración de terror extraído de antiguos conceptos antropológicos sobre la magia del verbo; Clara y la penumbra desarrolla hasta el límite los peligros de la deshumanización que planean sobre el arte contemporáneo; en Zigzag, el horror procede de ciertos márgenes sin anotar de la teoría de cuerdas, uno de los modelos más avanzados de explicación de la realidad física; y la trama de El cebo (2010), el más redondo de sus últimos títulos, especula sobre la significación auténtica del teatro y las posiciones relativas de verdad y mentira en la vida de cada individuo. A esta virtud primera, la de saber quedarse con la mecha que mejor arde, Somoza añade la segunda de distribuir bien la carga de los explosivos. A día de hoy, existen pocos escritores españoles capaces de armar un argumento de mayor rigor, con un esqueleto mejor trabado o más elástico, que responda con mayor flexibilidad al empuje de las expectativas del lector. Entrenado sobre todo en la escuela del best seller anglosajón (porque tenemos tanto que aprender todavía del best seller), Somoza sabe embrujar a quienes ingresan en sus páginas con las cantidades justas de nervio, introspección, diálogo y drama, lo cual suele convertir sus ficciones en experiencias altamente satisfactorias para cualquier aficionado, independientemente de sus inclinaciones. La calidad de los explosivos también importa: el mimo y la atención invertidos en modelar a cada personaje para hacerlo reconocible sobre el fondo del resto, en especial los secundarios y los opositores al héroe, los afluentes en que la acción principal se disgrega para dar cuenta de estas otras existencias traseras, sirven para acrecentar la sensación de espacio y dotan de profundidad al conjunto.
Lo antedicho sobre las destrezas de Somoza puede aplicarse con comodidad a su nueva criatura, La Cuarta Señal. El punto de partida son los riesgos de la realidad virtual y la vida divorciada en que nos ha sumido la tecnología, donde nuestra existencia de todos los días se ve desbordada y desplazada por las redes sociales o el ocio digital hasta el punto de suplantarla. En un giro típico del autor, el sistema Órgano, que vertebra esta segunda dimensión paralela, está construido sobre la música de Bach, y es la interpretación, o la alteración, adición o sustracción de notas a los pentagramas del genio de Eisenach lo que puede provocar alteraciones insospechadas en su modo de funcionar. Para describir los recovecos de este nuevo mundo, imaginado hasta detalles que duelen, se nos invita a una trama de cuenta atrás, de avance progresivo del apocalipsis, que dos héroes que pasaban por allí se ven forzados a frenar a través de peripecias y cambios de dirección que, alcanzada cierta altura, pueden inducir un tanto a la confusión. Pero que culminan en un desenlace donde vuelve a mostrarse la valía de Somoza como novelista y la sabiduría de artesano que le han permitido adquirir sus muchos años de pulir thrillers y encajar tuercas para que funcionen al nivel de los más finos engranajes. En cuanto a los personajes, refrendando lo dicho en el párrafo anterior, el lector hallará aquí media docena que sumar al bestiario impagable de títulos previos: la cariñosa asesina Misaki; Hyp Grost, también criminal, envuelta en pieles y con caderas de niña; el albino Oswald Morpurgo, de quien depende un imperio que no ocupa lugar en los mapas. En fin, todo un manantial de pretextos para seguir leyendo a José Carlos Somoza y recomendándolo a los amigos.

lunes, mayo 19, 2014

Días de ruta, Vicente Muñoz Álvarez

Ediciones Lupercalia, Alicante, 2014. 200 pp. 15,95 €

Miguel Baquero

Estoy convencido desde hace ya tiempo que escribir es una maldición. Una putada sin la menor gracia. Esto no lo entenderán los notarios que, a su jubilación, porque algo habrá que hacer, se entretienen escribiendo una novela, por si acaso tiene éxito; ni los abogados prestigiosos que en sus ratos libres, los fines de semana, escriben con un ojo puesto en las teclas y el otro en lo que está de moda en el mercado editorial, para adaptarse a ello y vender; ni mucho menos los presentadores de televisión para quienes una novelita supone una prolongación de su fama y un prestigio añadido. Que escribir puede llegar a ser algo atroz sonará a chino a esta gente que —casualidades de la vida— suelen ser casi los mismos tipos que luego miran con suficiencia al chaval que llega con unas cuartillas mugrosas y le dicen que esto no es para él, que se dedique a otra cosa, que no pierda el tiempo…
Estoy seguro que sólo unos pocos autores y lectores pueden llegar a entender que la literatura es una drogadicción tan maligna como muchas otras. Que esta extraña fiebre por volver a describir el mundo, sin contentarse ni avenirse con lo que ya está dicho —y eso que ya está dicho todo de mil formas distintas—, puede ser tan nociva como una toxicomanía. Decía Sartre que «si la literatura no lo es todo, no merece ni una hora de esfuerzo. Se consume [la literatura] si se la reduce a la inocencia, a canciones. Si cada frase escrita no resuena a todos los niveles del hombre y de la sociedad, no significa nada». Hay tipos (malditos, sin duda) que todavía (¡incautos!) buscan una trascendencia en las letras y no un sencillo oficio mecánico o una oportunidad de negocio. Esto seguro que no lo entienden, ya digo, que incluso les parecerá irrisorio, todos esos alumnos de taller que sólo pretenden de las letras sacar de ellas un buen comienzo y un final sorpresivo que les haga ganar algún premio y, quizás, con suerte, una adaptación al cine o a la televisión que les proporcione pasta. No estoy hablando para esos.
«Vísceras, poesía y vida», dice, a manera de lema, Vicente Muñoz Álvarez (León, 1966) en el poema preliminar de este Días de ruta. Y apenas traspasar el umbral del volumen, nos muestra su jugada: «mi apuesta / suicida / por la literatura». Repito que la inmensa mayoría no entenderá estas líneas, y ese absurdo sacrificio que se proclama —¡un esfuerzo porque sí, sin beneficio económico ni recompensa material!— es algo que apenas entra en la cabeza. Varias veces —en esta obra en concreto, y en otras muchas a lo largo de su carrera (además de escritor, Vicente Muñoz Álvarez es editor de antologías, fanzines, y estoy seguro que se encontraría a gusto en la calificación de “agitador literario”)— el autor se ha proclamado fascinado o incluso emparentado —esa sería su ilusión— con la generación beat, por ejemplo, con los artistas y cineastas outsiders, con quienes se hallan perdidos en el underground, al margen de la cultura-negocio establecida, con los viejos bohemios también, con quienes, en resumen, han hecho de las letras una manera de vivir con autenticidad y a la contra, y no un mero trabajo que, si no es rentable, no interesa.
Esta nueva obra suya, Días de ruta, es algo así como la crónica poética de un año en la vida del autor; un año en que, de nuevo, el objetivo es compaginar la dura vida de representante de calzado con la posibilidad de ahorrar siquiera unos minutos de tiempo para dedicarlos a la poesía, a la escritura, a la vida cultural que le llena. Un año rezando mes tras mes, estación tras estación, «que nada te turbe / que nada te turbe / que nada te turbe», porque cuando consiga al fin sentarse ante el folio no esté tan cansado, tan desmoralizado, tan desengañado, que la vida deje de sorprenderle y le oculte su tesoro. Rezando mes tras mes por seguir siendo poeta, aunque ello conlleve esa frustración irreparable porque los versos nunca quedarán como soñaste; a cambio, a veces te asalta esa rara alegría, indescifrable, de estar haciendo algo, aunque sea inútil, y de conocer a otros, como tú, viciados hasta límites insanos por el mismo sueño.
Es poca cosa, ya lo sé, pero para algunos es toda la vida. Ya sé que esto no se entenderá, pero si tú, lector, encuentras pese a todo una lógica en esto, te aconsejo encarecidamente que leas el nuevo libro de Vicente Muñoz Álvarez, así como otros anteriores; con la advertencia, eso sí, de que aquí la poesía va en serio, no es una simple excusa para hacer bonitos marcapáginas; este es el territorio donde se salta sin red, se pelea sin guantes, se suda, se sangra, se tiembla con el mono, se aúlla y a veces, en los callejones oscuros, aparece algún cuerpo destripado.

viernes, mayo 16, 2014

¡Abajo las armas!, Bertha von Suttner

Ed. y Trad. Olga García. Cátedra, Madrid 2014. 544 pp. 20 €

Victoria R. Gil

Bertha von Suttner, inspiradora del Premio Nobel de la Paz, galardón que recibiría en 1905, creía firmemente en la teoría darwiniana de la evolución de las especies, hasta el punto de confiar en que el progreso lógico y natural de los humanos sería el de convertirnos en una sociedad no violenta. Alfred Nobel, amigo y mecenas ocasional de Suttner, menos optimista respecto a sus congéneres, opinaba que sólo la destrucción mutua garantizada sería capaz de disuadirnos de iniciar una guerra. «El día que dos ejércitos puedan aniquilar mutuamente en dos segundos todas las naciones civilizadas, es de esperar, renunciarán a la guerra y licenciarán sus tropas», escribió a su amiga en una de sus cartas.
Bertha von Suttner moriría sin saber que la necedad humana no parece estar sujeta a más evolución que la de adaptarse a los mapas. Pensemos en Rusia y Ucrania en este 2014 que conmemora un funesto centenario y nos parecerá un déjà vu de Alemania y Polonia en 1939. Lo hizo una semana antes del asesinato en Sarajevo del heredero al trono de Austria-Hungría, Francisco Fernando, detonante de la Primera Guerra Mundial y antesala del siglo más violento de nuestra historia, cuyo marcador suma los cien millones de muertos, tirando por lo bajo.
Suttner no supo de las dos guerras mundiales, ni oyó hablar de Corea, Vietnam, el conflicto árabe-israelí, el Gofo Pérsico, el genocidio de Ruanda… pero como Martha Althaus, protagonista de ¡Abajo las armas!, vivió en un siglo XIX que tampoco se quedó corto en batallas, aunque su poder de destrucción no había alcanzado aún las terribles cotas del siglo XX que estaba por llegar.
La condesa Althaus, una aristócrata vienesa hija de militar, hermana de militar y esposa de militares, asiste como víctima y espectadora a las numerosas guerras en que Austria tomó parte entre 1859 (unificación de Italia) y 1871, cuando el fin de la contienda franco-prusiana consolidó la unificación alemana. La novela nos muestra la vida de la condesa desde la joven exaltada que a los diecisiete años escribía en su diario: «¡Oh, Juana de Arco, heroína doncella que mereciste las bendiciones del Cielo! ¡Por qué no podré yo, como tú, enarbolar el pendón, ver coronar a mi rey y morir después por mi idolatrada patria!», a la mujer que, con demasiadas pérdidas a cuestas, defiende el voto en contra de los créditos para la guerra: «Si yo pudiera, diría al uno: ¿Ves a esa madre? Tu voto le roba un hijo. A otro: tu voto arranca los ojos a ese pobre desdichado, tu voto entrega a las llamas esa biblioteca preciosa, tu voto abre el cráneo a ese poeta, que tal vez hubiese sido la gloria de su patria. Y tú has dado ese voto para que no te tachasen de cobarde».
Apasionado, intenso y revelador, ¡Abajo las armas! es uno de esos libros que, no importa la edad en que se lea, deja un poso de angustia ante el horror de los combates que Suttner no escatima en narrar en su afán pacifista. Autora de novelas, ensayos y artículos, y de vida tan comprometida como su obra con la causa de la paz, las ideas de Bertha von Suttner no fueron bien recibidas por sus contemporáneos. «Para los círculos políticos conservadores se trataba de la visión de una mujercita, según el principio general de que la guerra no es un tema de mujeres. También se la acusó de traidora a la patria y a la religión». Hasta un joven Rilke se sumaría a la campaña de menosprecio con un poema en el que advierte de que «no existe la deposición de las armas, ¡porque no hay paz sin armas!» La introducción de Olga García, responsable de esta estupenda edición que nos devuelve una novela imprescindible, moderna en su concepción y utópica en sus objetivos, no sólo nos relata las burlas y humillaciones que tuvo que sufrir Bertha von Suttner, sino también su vida, que comenzó en una familia de la más rancia aristocracia, que nunca la aceptó como una igual. Casada con un barón, en contra de la opinión de su familia política, la pareja dedicaría sus esfuerzos a sobrevivir económicamente, cosa que no les resultó nada fácil, y a escribir contra los excesos bélicos de su tiempo.
La amistad personal de Suttner con Alfred Nobel haría posible la creación de los premios que llevan su nombre, gracias a la insistencia de la autora en que destinara una parte de su fortuna, amasada gracias a un invento tan poco pacifista como la dinamita, al progreso y al entendimiento entre los pueblos.
La vida de Suttner tiene, pues, mucho que ver con la más famosa de sus obras. Una novela que, dividida en seis partes y un epílogo, es precursora de la narrativa antibelicista que surgiría tras la Primera Guerra Mundial y en la que diversos materiales (cartas, diarios, documentos históricos…) se combinan para dibujar el doble escenario de la vida familiar de la condesa Althaus y la descripción sin concesiones de las consecuencias de la guerra.
Aprovechen la oportunidad que la reedición de Cátedra nos brinda de recuperar una novela emocionante, atrevida e innovadora, tan necesaria hoy como cuando fue escrita, hace 125 años.

jueves, mayo 15, 2014

Otra vida para vivirla contigo, Eduardo Mendicutti

Tusquets, Barcelona, 2013. 328 pp. 19,00 €

Sara Roma

Aunque tenga título de bolero, la última novela de Eduardo Mendicutti (Sanlúcar de Barrameda, 1948) está escrita “para vengarse de la maledicencia” y de quienes, con sus chismorreos y calumnias, son capaces de endosarle a cualquiera una vida ajena que no le corresponde. En efecto, eso fue lo que le ocurrió en el momento en que empezó a forjar una amistad y a colaborar con Vicente Ramírez, concejal socialista de Sanlúcar de Barrameda: los cotilleos no se hicieron esperar y, muy pronto, muchos comenzaron a hacer correr como la pólvora la intriga de que entre ambos había algo más que una simple amistad. En vez de pillar un rebote, poner tierra de por medio y olvidarse de regresar a su pueblo hasta asegurarse de el asunto se hubiese olvidado, Mendicutti halló en ello el planteamiento de una novela con la que además, mataba dos pájaros de un tiro, porque ajustaba sus cuentas de manera elegante. La venganza, pues, siempre se sirve en plato frío.
Otra vida para vivirla contigo cuenta la relación entre Víctor Ramírez, un joven concejal socialista de La Algaida (en realidad, Sanlúcar de Barrameda) y Ernesto Méndez, un maduro escritor. La relación surge entre encuentros y desencuentros ocasionales, pero crece y se complica a través de mensajes, correos electrónicos, cartas y whatsapps, que los dos amantes se escriben compulsivamente para estar seguros de sus sentimientos. Lo que empieza como un juego atrevido y disparatado que sortea con humor cualquier inconveniente, acaba convirtiéndose en una desgarrada historia de amor que dará su verdadera medida en cuanto aparezca no sólo un novio anterior sino también un inesperado compromiso matrimonial. Los hilarantes enredos iniciales, dan paso a la pasión dolorosa, la maledicencia y las trampas de los envidiosos.
Otra vida para vivirla contigo (Tusquets, 2013) sigue la senda de Los novios búlgaros (Tusquets, 2009), y al igual que en sus anteriores novelas, el punto de vista de la narración es en primera persona, pues al lector le confiere cierta forma de verosimilitud. Su título ya indica el tono, el del bolero, apasionado y arriesgado, pero con un tono humorístico. La historia, sus emociones y peripecias están punteadas por canciones de boleros, aunque también hay algún rap de Nach y por un ritmo ágil, mediante el cual el lector se deja arrastrar por la historia.
Los mensajes (correos electrónicos, cartas y whatsapps), que los dos amantes se intercambian compulsivamente muestran el desarrollo del amor cibernético que permite una comunicación instantánea. En la novela aparecen una serie de códigos, como las despedidas (un saludo; un abrazo; un beso; un besote…), que forman parte de una especie de comunicación nueva; incluso en el estado del whatsapp se descubren aspectos de la forma de ser de cada persona. Todo ello, combinado con una historia absolutamente tradicional de pasión amorosa donde también hay malos, como la bipolar o la embajadora, que son perfectamente reconocibles en Sanlúcar.
A pesar de no leerse igual en la ciudad gaditana que fuera de ella, la historia de amor se siente igual de sufrida, efímera y divertida. Da lo mismo que sea una relación homosexual o heterosexual, entre jóvenes o mayores, pues los sentimientos de pérdida, celos, vulnerabilidad, adulterio, extrañeza y culpa no entienden de edad ni géneros. Así que tiene razón Almudena Grandes cuando asegura que esta es “la primera novela que demuestra que en este país ahora todos los amores son iguales”. Por su parte, el poeta Luis García Montero añade que todo tipo de literatura “depende del poder de la ficción”, que también depende de la capacidad que posea esta para convertirse en vida. “Y esta novela, que nace de la vida de Eduardo, se convierte en vida”, una vida que como la que se canta en los boleros puede ser arriesgada y apasionada. Por eso no es de extrañar que al terminar de leerla, a más de uno y de una le entren ganas de ponerse guapos y salir a la calle a comerse el mundo.

miércoles, mayo 14, 2014

La iniciación de un hombre: 1917, John Dos Passos

Trad. Elena Sánchez Zwickel. Errata Naturae, Madrid, 2014 168 pp. 12,50 €

Ángeles Prieto Barba

Dada la gran cantidad de libros conmemorativos, destinados a analizar la Primera Guerra Mundial publicados el año anterior y éste, es preciso orientar al lector para no perderse. Pues el mercado editorial nos está proporcionando sobre el tema un catálogo de títulos tan amplio, que hace aconsejable que tengamos previamente una idea clara de lo que estamos buscando. Si queremos un análisis de las causas o que nos detallen las consecuencias, si pretendemos encontrar un manual complejo de historia bélica o un sencillo resumen, si lo queremos bajo la perspectiva de sus propios actores o si optamos por encontrar un juicio o balance justo desde la época actual. Pues bien, para todos aquellos que necesiten enterarse de cómo fue dicho conflicto y que además pretendan que esta narración venga de la mano de una pluma excelente, con valores literarios, esta será una opción excelente. Con la debida advertencia de que encontrarán también otra Iniciación por parte de la editorial Gallo Nero, publicada tan sólo un mes antes. Distingan.
Antes que nada, vamos a situarnos. Aunque escrito en tercera persona, este es un libro autobiográfico que relata las andanzas de un joven Dos Passos, quien con sólo 21 años y sin estar de acuerdo con la entrada de Estados Unidos en el conflicto, se enrola voluntariamente en la Cruz Roja como camillero y de este modo acude al frente. En el libro, tomará el nombre de Martin Howe quien, a través de tomas cinematográficas, pequeñas escenas distanciadas en el tiempo, nos narrará perfectamente lo que está observando, escuchando y viviendo. Por ello estoy convencida de que estas memorias encubiertas agradarán a aquellos lectores con cierta solera literaria, desde el mismo momento en que éstos constaten que estamos en los inicios de lo que luego desarrollaría magistralmente en el Manhattan Transfer, estructura que más tarde copiaría Camilo José Cela en La Colmena.
Esto en cuanto a los valores literarios de un libro publicado en 1919, terminada la Guerra y con tiempo suficiente para la revisión y corrección de un manuscrito muy descriptivo, donde abundan las adjetivaciones. Respecto al contenido y su trascendencia histórica, hemos de tener en cuenta que los lectores actuales tenemos una concepción de muy cinematográfica de la guerra. Es decir, si pensamos en ella, de inmediato se nos viene la imagen de soldados corriendo y gritando a bayoneta calada mientras a su alrededor estallan los obuses. Pero esto es un error, lógico y propio de quiénes no hemos estado en ninguna, por lo que este volumen de Dos Passos nos puede servir mucho para que la contemplemos de una manera más amplia y exacta, siendo conscientes de que el enfrentamiento bélico es de corta duración y mientras no se produce hay tiempo para otras actividades: paseos, charlas, reflexiones y bromas incluidas en el libro. Todo esto lo vamos a encontrar en este volumen que se inicia a bordo del barco que lo trae hasta Europa y que indudablemente, desde esas primeras páginas, constituye un alegato contra la guerra que podemos percibir no sólo en las valoraciones personales: «¿Acaso aceptaba toda esta pestilencia, inmundicia, degradación y esclavitud como parte del orden divino de las cosas?», sino también en el propio trabajo del autor-protagonista que, como camillero, consiste en recoger en heridos en muy mal estado, prácticamente muertos. La compasión hacia los prisioneros, el sueño del socialismo liberador y el deseo de un mundo mejor no faltan tampoco en estas páginas donde se resguardan un tanto las esperanzas de cara al futuro. Hoy sabemos que otra guerra, la nuestra en concreto, se encargaría de abrir los ojos a Dos Passos y arrebatárselas definitivamente. Es por ello que felicitamos a Errata Naturae tanto por la edición como por ese brillante epílogo añadido que nos hace cerrar este libro aún con más satisfacción y provecho.

martes, mayo 13, 2014

Los monos insomnes, José Óscar López

Chiado editorial, Madrid, 2013. 174 pp. 12 €

Daniel López García

A finales de 2013 el escritor José Óscar López publicó su último libro de relatos Los monos insomnes por Chiado Editorial. De este conjunto de historias breves ya han sido destacados* su desparpajo y humor, su capacidad expresiva y sus giros narrativos, así como la recreación de mundos disímiles y sórdidos a través del contraste originado por la combinación de hechos de diversa índole -sexual, otros violentos, la ambientación en entornos de ciencia ficción, incluso apocalípticos-. Todos ellos con un prurito poético, presente en la mirada del escritor, que traza a unos personajes desde la belleza de sus emociones hasta lo miserable de sus actos.
Estando de acuerdo con estos comentarios, tras mi lectura del libro de José Óscar López, mi centro de atención subraya inevitablemente otro aspecto. De los doce relatos que componen el libro, tres de ellos no superan la página de extensión, alcanzando dos un volumen reducido a una expresión mínima: “Pasa un avión”, el octavo cuento, y “El silencio de la bestias”, cierre y punto final de la obra. Considero que en estos dos relatos que apenas ocupan dos líneas, el primero citado, o no logran llenar cuatro, en el caso del segundo, se condensa toda la materia y experiencia narrativa de la colección de cuentos: la duda sobre la realidad y la confirmación de que esta no es más que una amalgama de ficciones solapadas sobre unos acontecimientos cuyo devenir entendemos como vida.
El resto de relatos confirman este eje como leit motiv del desarrollo de la obra. En este sentido, especialmente llamativos me resultaron “El universo es un jardín a nuestro paso”, “El armiño telépata”, “El oso y la estrella” o “Para engañar a la muerte”. En los cuentos de José Óscar López el escritor desarrolla una narrativa en la que la ficción se construye en la medida exacta en la que avanza la lectura. Para ello se sirve de dos elementos fundamentales: el extrañamiento como resultado de la relación que se establece entre los personajes, que a veces pertenecen a planos distintos o muestran características genuinas frente a otros, y el enfrentamiento con el contexto, que bien desconocen o del que se introduce alguna faceta sorprendente. Con ello, emergen elementos que provienen de lo ajeno y extraordinario, y, de esta forma, la construcción del mundo narrado y la lectura avanzan de forma casi paralela. A partir de la conjetura y la duda de los propios personajes, casi siempre dotados de voz narradora, el lector asiste a un cuestionamiento de la realidad de partida para profundizar en la reescritura de una nueva dimensión emocional del contexto que habitan. Si han visto las películas de Michael Gondry, a mí me recordó a ellas.
Y es en este punto donde vislumbro el objetivo común de este conjunto de cuentos, que mencionaba anteriormente con motivo de aquellos acaso microrrelatos, el solapamiento de ficciones y hechos en la construcción de la realidad: «Que ser humano no consiste más que en estas incesantes transformaciones. Estas metamorfosis» (100).
Por tanto, sin querer desdeñar los más extensos, al mismo tiempo que enuncio cual es el valor de este conjunto de cuentos, manifestado de forma superlativa en la brevedad de los dos minúsculos, expreso el que quizá sea su talón de Áquiles: con tan solo seis líneas, José Óscar López condensa y acumula el sentido del resto, la contradicción entre la duda de nuestra existencia que no hace más que irremediablemente confirmarla. La ficción elevada a rango de ciencia, la comprensión de algo que roza lo absoluto. Un cruce de caminos entre la prosa y la poesía que se eleva tan alto como se distancia del resto.
Sin duda, para seguir hablando de ellos, me sería más sencillo transcribirlos en el transcurso de esta reseña que ya acaba, porque de tan breves no ocasionarían problema alguno de espacio, y el lector entendería de mejor agrado y modo a qué me refiero, y yo me explicaría sin necesidad de tanto rodeo. Pero no lo haré, porque entiendo que el principal fin de esta tarea es motivar a la lectura, haciendo brotar curiosidad e interés, e incluso provocar un deseable diálogo cuando ejerzan su capacidad crítica y juicio sobre ellos. Dialoguemos. 

lunes, mayo 12, 2014

Lluvias continuas, Verónica Aranda

Pról. María Antonia Ortega. Polibea, Madrid, 2014. 82 pp. 10 €

Nuria Ruiz de Viñaspre

En voz de María Antonia Ortega, el haiku es capaz de abrir una cadena o cordillera de nuevos horizontes en una casa excesivamente amueblada […] ¿existe este exceso en la casa de la Naturaleza?
En manos de la poeta Verónica Aranda y bajo unas deliciosas Lluvias continuas, esta casa se compone de un Camino que nos adentra en un Bosque y nos lleva a una Aldea traspasando la Montaña senderada desde donde contemplar al fin el Mar.
Mano unida a mano un-ida ama-no…

Camino/bosque/aldea/montaña/mar. Todos ellos paisajes dentro de la Naturaleza.
Pues esto es justo lo que hace Aranda. Abrir. Abrir la cremallera del camino en dos. Abrirnos la Naturaleza. Desabrochárnosla con sabia mano unida a mano.

Las hojas que caen sobre otras hojas / se unen. / La lluvia arrasa sobre otra lluvia.

Y así, con Kato Gyodai, se abre este lienzo plegado. La gota que colma el vaso y se une a otra gota. Porque lo análogo se une, pues es ya querencia de versos y moras. Así se abre este libro plegado. Aquí sus alas. Hojas que se pegan con cola a tu cuerpo. Al cuerpo desnudo. Al cuerpo despojado del cuerpo. Al mundo despojado del mundo. A partir de ahí, la esencia. La especia de la esencia. Y contradictoriamente al no-peso de estos versos haikuneados, Aranda demuestra en este libro un gran peso silábico. Y sus sílabas saben a moras —de saber y saborear—. Moras silábicas y moras nacidas como bayas de su bosque, sotobosque de racimos y ramas habitadas.
Un carromato
lleno de moras blancas.
Zumban las avispas.

No podemos dominar el mundo simbólico del lenguaje, es el lenguaje el que suele condicionarnos estando supeditados a él, pero en este libro, la poeta es libre, eminentemente libre y nos muestra con una aparente sencillez de la lengua una realidad más profunda y más amplia que transcurre bajo tierra. La visión más intuitiva de la realidad. Una realidad que discurre debajo de la tierra que hay debajo de la tierra de la realidad primera. Es el suyo un lenguaje sencillo, sí, pero muy trabajado, depurado, un lenguaje que atraviesa túneles para llegar al mundo de la contemplación. Aranda no impone en este libro, solo muestra. Comunica. Nos comunica.
En "Camino", Aranda se llena de junios y agostos estacionarios. Se estaciona. Se huele a polvo caliente. Un carromato que cruza. Ella se impregna del camino, no en el camino. Y lo hace de tal modo que se convierte sin saberlo en la propia senda. Es la senda la que nos habla y nos describe con una belleza prodigiosa lo que encuentra en sus orillas. Olores sabores tactos... Los cinco sentidos consentidos. Piñas viento chopos sandías manzanos ríos juncos juncos juncos. La vida nace a cada paso. La fruta cae pues la lluvia continua es la mayor parturienta del mundo. Viaje sin retorno donde ella es el viaje.
Atravesando
groselleros en flor
Luna de agosto.

En "Bosque", la poeta se introduce dentro de un bosque que está dentro de otro bosque. En su otoño dentro del verano. Humedad de helechos sin más hechos que el pasado del Camino. Peces, Hayas, Tilos, Libélulas y truchas que revolotean su ocaso primaveral.
Llega el otoño:
una rama del tilo
amarillea.

En "Aldea", el invierno nos guarece en las casas. Nos embolsa. Y es aquí donde nos muestra la profundidad que hay en la sencillez. Porque aquí todo cuelga. Sencillamente. Cuelgan los ganchos, las lunas, las dalias, cuelga el ocaso… En Aldea, que son todas las casas de Verónica —siendo la poeta un Ave de paso— hay pisadas en Indias, Marruecos y Lisboas ya vividas… Sus cartografíasinteriores (Siempre en camino. / Rastros de cien ciudades/ en mis sandalias.)
Día de invierno.
Del bolsillo del músico
cae una nuez.

En "Montaña", Aranda senderea. Nos trepa a cada paso. Escalones de superación personal. Ella va y viene como el eje de este libro. Como bailan todas sus estaciones. Es como un reloj de sol que gira sobre un mismo eje. Podríamos girar y girar y descubrir invierno donde cae el otoño y verano en primavera… Nada es más importante que nada. La esencia del despojo. Arremolinar el despojo. Tamizarlo para conservar el Ser primero.
Tren de montaña
Una mendiga come
ciruelas verdes.

Y "Mar", "Mar" bien podría ser en todo su conjunto una despedida a estos haikus. Porque el mar es al fin el descanso de sus manos.
Quietud austral:
en la isla reposan
los cormoranes.

Esencia. Cortar ideas. Imágenes. Sensaciones y sabores. Cortar. Cortar. Cortar. Cortar moras. Silábicas bayas. Yuxtaponer escenas como en una película de cine mudo (María Antonia Ortega). Estacionarse desnudo en una estación del año. Bajo la lluvia. Bajo una lluvia continua. La lluvia es el instrumento de medición de Aranda para trascurrir la vida. Las estaciones. La naturaleza. La lluvia es regeneradora y no se para. No se para. No se para. Despojarse de todas las ataduras. Filosofía budista que me trae a la memoria al tan leído, Krisnhamurti.
Si contemplar, que viene de la palabra griega theoría, significa ver, si contemplación es visión, es teoría, Verónica es poeta visionaria, epifánica a veces, manifestada y manifestando. Ella nos propone —si nos propusiera algo, pues ella es abandono en el núcleo natural de la vida—, nos propone, insisto, caminar. Solo Caminar. Caminar Solo. Nos lleva de la piel de la mano por sus recorridos a-solados. Solo el que conoce sin ojos el arte profundo de la contemplación sabe guiarnos más allá de nuestras miradas. Y Aranda tiene tal contacto místico con su Ser -en toda su existencia-, que macera versos inefables.
La poeta se estudia a sí misma. Y estudiarse a sí mismo es olvidarse de sí mismo. Ésa y no otra es la que nos llega. Verónica senderada y despojada de sí misma, desprendida, deja cuerpo y mente a un lado, piel al otro. Al centro, ella sin nada de esto. Un aquí y ahora. Por eso Aranda es la senda silenciosa. El sendero susurrado del agua. El asombro. Creo que es una de las poetas más coherentes con su filosofía de vida. Es la desembocadura pensante de cuanto siente. Es tierra aire agua y fuego también, pues como ya dijo Pizarnik: «El lenguaje silencioso engendra fuego. El silencio se propaga, el silencio es fuego».
Siempre me ha resultado interesante la doble lectura que ha de hacerse del haiku, tal y como lo hizo Verónica cuando expuso el libro. Y es que en la repetición está la clave. En la segunda lectura llega el re-asombro. Lees dos veces meditas dos veces miras dos veces el mundo. Te asombras dos veces. Re-generación del mundo.
Las líneas de Ángel Aragonés, que ilustra el libro junto a Fumie Ito con sus soberbios Ideogramas, se me antoja, o me lleva a las ilustraciones que hizo el francés Jean-Jacques Sempé en aquel bello libro de Patrick Süskind La historia del Señor Sommer.

viernes, mayo 09, 2014

Taipéi, Tao Lin

Trad. Marta Alcaraz. Alpha Decay, Barcelona, 2014. 304 pp. 21,90 €

Santiago Pajares

Al buscar información de Tao Lin la primera entrada que nos encontramos dice: «Tao Lin, el escritor joven más conocido del mundo». Aunque pueda parecer chino, la verdad es que es americano, nacido en Virginia en 1983, de padres taiwaneses. He de reconocer que nunca había oído hablar de él hasta que llegó éste libro a mis manos, pero al parecer es la punta de lanza de la nueva Literatura Alternativa, cuya temática es el uso de internet y las redes sociales. No quiere decir esto que sea su eje principal, sino que sus historias tratan de captar la nueva realidad de los jóvenes y sus formas de comunicarse. Y de eso hay mucho en Taipéi, pero mucho. Es una novela tan cargada de tintes autobiográficos que al investigar un poco se hace difícil diferenciar al escritor del personaje, al Tao Lin del Paul de la novela. Éste último es un escritor de origen Taiwanes con unos cuantos libros publicados, una pequeña estrella literaria que aún no ha llegado al punto de eclosionar en un autor verdaderamente famoso. Mientras espera la gira promocional de su último libro visita a sus padres en Taipéi. Unos padres con quien tiene una relación muy tangencial y que siempre andan advirtiéndole sobre su uso excesivo de drogas y fármacos. Allí quedan sus raíces y su extensa familia, mientras él vive en Nueva York, rodeado de gente y sintiéndose solo y miserable. Alguien que sólo sale de fiesta, como él mismo dice, para encontrar pareja. Pero cuando, tras numerosas noches las encuentra, se aburre, se frustra, duda de sí mismo, de ellas, de la sociedad o del mismo valor de las palabras. ¿Cómo soluciona una situación así? Con calmantes, relajantes, estupefacientes o vigorizantes, dependiendo de la hora del día. Pero el tedio y la inapetencia, como el agua, van encontrando rendijas para empapar cualquier cuerpo, y llega un momento que no hay drogas que salven una vida que, en el fondo, no quiere ser vivida. Hay muchos momentos en esta novela en que los protagonistas se soportan tan poco que no pueden comunicarse sin el cortafuegos de una red social. Llegando al punto, en uno de mis momentos favoritos del libro, en el que deciden comentar una película en tiempo real en la propia sala a través de twitter.
¿Existe algo más comercial que filmar un documentar sobre McDonalds desde un MacBook? La novela ha sido criticada por mucha gente debido a cierta (casi) propaganda encubierta, como por ejemplo cambiar el uso de ordenador por MacBook, queriendo referirse específicamente a un tipo de computador como si eso definiese a un tipo de gente. ¿Viven la vida los usuarios de esta marca de una forma distinta a los demás? ¿Son mejores personas los usuarios de Gmail o los de Yahoo? Sus editores tratan de salvarle de sí mismo, de su imprudencia y descontrol, pero nunca llegan a ser un buen sustituto de sus padres, al otro lado del mundo. La infinita enumeración de drogas y sus usos nos hace llegar a dudar si el autor está a favor o en contra de las mismas.
Taipéi nos invita a hacernos numerosas reflexiones sobre el modo de vida actual. No ya cosas del estilo “Qué significa estar vivo”, sino: “Ok. Estoy vivo. ¿Ahora qué?” En cualquier caso, siempre se llega a la conclusión de que para que los demás te puedan soportar, primero te tienes que soportar tú mismo. Y cada uno de nosotros somos, en esencia, la red social más pequeña que existe. La verdad es que, para ser el escritor joven más conocido del mundo, sólo le siguen veintidós mil personas en twitter. Ya se sabe, cosas de las redes.

jueves, mayo 08, 2014

El coloquio de los perros, Miguel de Cervantes

Ilustraciones de Antonio Santos. Nórdica, Madrid, 2014. 128 pp. 16,50 €

Pedro Pujante

La sola mención del nombre del autor de Don Quijote basta para convenir que estamos ante una de las más altas cotas de la Literatura Universal. Por lo tanto nos ahorraremos las inoportunas presentaciones.
De su producción las Novelas ejemplares ocupan un lugar central. Escribió doce piezas de novelas cortas, llamadas Ejemplares por su carácter moralizante, y fueron publicadas en 1613. De entre ellas, El coloquio de los perros es quizá una de las más conocidas e inusuales.
Berganza y Cipión, dos caninos del Hospital de la Resurrección de Valladolid han adquirido de repente la facultad del habla. De este modo singular, Cervantes hace que Berganza cuente a su interlocutor durante una noche, sus andanzas, sus experiencias con distintos amos.
Esta suerte de narración se convierte en una historia de corte picaresco con la originalidad de ser un animal el que vivencia y narra sus aventuras. Pero su condición canina no impedirá que el narrador sea consciente de los vicios y defectos que detenta el ser humano. Al contrario, la habilidad de Cervantes estriba en haber sabido valerse de este mecanismo fabulesco para distanciarse y adoptar un punto de vista más objetivo con respecto a la naturaleza humana.
Por distintos y variados dueños ha de pasar el perro Berganza. En sus aventuras y narraciones pintorescas desfilarán un sinfín de personajes contemporáneos de Cervantes: clérigos, estudiantes, gitanos, prostitutas, poetas, alguaciles, ladrones, gente del mal vivir y muchos otros miembros de la sociedad de su tiempo. Cervantes, en su habitual estilo vanguardista y experimentador, subversor de géneros y apropiándose de una tradición literaria a la que ha sabido revestir con su mirada ácida y peculiar, critica y analiza los defectos del género humano: su maldad, su incultura, la falsa beatitud y muchos otros que están y siempre han estado en nuestra sociedad.
Esta novela ejemplar está escrita en forma de diálogo dramático, lo que hace que su sentido de oralidad imprima cierta viveza a la narración. Además, los perros, como Sancho Panza, son grandes oradores y manejan los refranes con tal soltura que cada frase, cada sentencia suele encerrar un moraleja nada desdeñable.
Leer a Cervantes es recordar que nuestra sabiduría popular no está recién inventada. Es comprender nuestras raíces, mirarnos al espejo humilde del tiempo para sentir que los años poco nos ha mejorado. Que la vieja España de hace 400 años, aquel territorio hostil en el que el hombre había de subsistir, sigue siendo muy similar a esta España nuestra de conexiones inalámbricas y teléfonos móviles.
El libro viene acompañado por un surtido número de ilustraciones de Antonio Santos. Dibujos que embellecen y enriquecen el texto cervantino, en un diálogo magistral entre palabra escrita e imagen. Las pinturas de Santos son de una fuerza tremenda, de herencia goyesca, y muy apropiadas para refrendar la lectura.
En general la edición es muy cuidada pero se echa de menos en una publicación de este tipo que se asista el relato con aparato de notas, un prefacio o algún texto adicional para arrojar luz sobre la lectura. Porque el lenguaje de Cervantes, 400 años después, precisa de anotaciones para el lector contemporáneo si de él se pretende extraer el máximo sabor.
No obstante, siempre es un placer regresar a Cervantes, quizá el mejor escritor de todos los tiempos.

miércoles, mayo 07, 2014

Pensatorium, Nuria Ruiz de Viñaspre

La Garúa, Santa Coloma de Gramenet, 2014. 108 pp. 10 €

Verónica Aranda

Muchos de los poemarios de Nuria Ruiz de Viñaspre, autora de una amplia y coherente trayectoria, giran en torno a un animal. Si en libros anteriores contemplaba el mundo y establecía analogías a través de los peces místicos o de las vacas, ahora son los caballos los que, a modo de cosmogonía, atraviesan Pensatorium, editado recientemente por La Garúa. El caballo es nobleza y representa la fuerza en su estado irracional. Sus versos emergen con las crines al viento y son energía creadora en estado puro, a la par que imprevisibles. Tan pronto son caballos que giran sobre sí mismos, como alteran el ritmo; ora relinchan y se tensa su musculatura, ora se destensan, adoptando ligereza.
Por otro lado, “Pensatorium” es un lugar de recogimiento, donde la poeta se retira a pensar y hace pensar al lector (No olvidemos que Ruiz de Viñaspre procede de la estirpe de los poetas filósofos). El eje principal sobre el que se vertebra el poemario es el lenguaje y la reflexión en torno al mismo, para acabar llevándonos a lugares “nunca antes pensados”. Otros ejes son casa-cuerpo-carne-amor, que, como la palabra, juegan a sustituirse, ocultarse y llenar huecos. Porque la poeta también hila ausencias, reflexiona sobre la incomunicación que hiere y, al mismo tiempo, nos alimenta. Sobre el idioma, que no deja de tendernos trampas: nos transmite el hallazgo del gozo/ pero también lo tóxico. El lenguaje es la realidad suprema pero a través de él nos es imposible alcanzar la verdad universal, expresar lo inefable. Todo es susceptible de cambios, dando resultados irreales, puesto que no dejamos de ser seres dislocados, desplazados de un centro. Son versos transidos de nihilismo: nada cabe en nada y nada duele tanto como el reconocerse sin las desoladas alas desaladas.
Estamos ante un pesimismo vital de raíz barroca, como neobarroca es la poética de la autora, su ingenio y los recursos que utiliza: paradojas, hiperbaton, adjetivación arcaica o el empleo de la ironía para tomar distancia y aferrarse al lenguaje como una verdad a la que asirse en medio del sin-sentido. “Escribir para no morir”, porque en el envés del lenguaje está su dimensión de ensoñación.
Los poemas metafísicos se alternan con poemas que nacen como un divertimento y aligeran el tono solemne del libro, como es el caso algunos poemas amorosos: qué rara intimidad/ volver a besar el quicio/ de tu desquiciada boca o los poemas glosados a partir de una cita o guiño a algunos de sus autores de cabecera: Holan, Cioran, Alejandra Pizarnik, T. S. Elliot, Goethe. Ruiz de Viñaspre es una maestra de los juegos de palabras, que aparecen de forma reiterada en sus poemas. Crea neologismos, da vueltas a sus posibilidades fónicas, sus descargas eléctricas, invoca a Bach para traernos toda su dimensión musical. Como el propio pensamiento, entra en espiral, dice contradiciendo. Se sobrevive dentro del caos, la escritura nos ayuda a reinventar más de una certeza. La palabra comienza y acaba en el silencio, de ahí la importancia de las elipsis y de la metapoesía a modo de tratado, a medida que nos adentramos en Pensatorium.
Como dice la poeta gallega Luz Pichel en el brillante prólogo: «En el lenguaje y en todas sus opacidades se sobrevive, en el cuerpo, en el giro, en el gesto, en todo ese no ser de la palabra. Hay una fuerza ahí que todo lo salva». De ello da grandes muestras Viñaspre en este libro, empleando ese lenguaje corporal del caballo que tensa la cuerda.

martes, mayo 06, 2014

Voy, Gabi Martínez

Alfaguara, Madrid, 2014. 400 pp. 18,50 €

Ángeles Prieto Barba

A estas alturas, el autor de este libro habrá tenido constancia sobrada de que va a conseguir dos tipos de lectores distintos, que le van a plantear cuestiones bien diferentes. Porque será evidente la distancia lectora que existe entre quienes conozcan previamente la obra de Gabi Martínez y los que no, a la hora de abordar y entender este libro. Así, no me cabe duda de que los que hayan asimilado Sudd (2007), Los mares de Wang (2008) o Sólo para gigantes (2011), por citar quizá sus tres obras más representativas, no mostrarán excesiva extrañeza ante este Voy, obra de compendio y continuidad de un autor inquieto, inconformista y siempre exigente consigo mismo. Porque Martínez dista mucho de ser un escritor de viajes al uso y de manual, dado que cambia las reglas en cada libro al igual que emprende viajes distintos. Y este en concreto se dirige al interior de sí mismo.
Decisión que tomó tras leer el magistral Verano de Coetzee, sin duda la falsa autobiografía más verdadera de la historia literaria actual, libro donde el Premio Nobel sudafricano se desnuda y retrata con auténtica saña. Inquina que Gabi no empleará hacia sí mismo con exceso, sino más bien se empeñará en estudiar a su propio personaje tras unos cuantos atributos primordiales, de los cuales el valor no sólo se presupone sino que destaca, como también sus preocupaciones ecológicas y sociales y el empeño terco en vencer sus miedos. Incluso sus inquietudes y derivas, o sus bruscos cambios de carácter, tendrán un componente épico que minoran el propósito crítico inicial del libro, sin traspasar nunca la barrera de la sorna cruel o el ridículo. Tal vez porque los peninsulares no tenemos sentido del mismo, aunque considero más bien que esta contención relativa ocurre porque centrarnos en el autor no es el objetivo de este libro. Más bien, creo yo, se trata de que le hagamos compañía en esta parada y fonda de su camino como escritor, para determinar adónde ha llegado, qué ha conseguido y qué emprenderá a continuación, sin dejar de cambiar enfoques y correr riesgos, pero siendo fiel a sí mismo.
Por ello, el punto de partida de este balance subjetivo vendrá de la mano de dos personajes que marcaron su vida de manera imborrable: uno es Jordi Magraner, heroico protagonista del Sólo para gigantes, que en este caso sirve de inspiración para establecer ese motivo que nos puede parecer algo grotesco, pero que casi se hizo realidad, de la desaparición de Gabi: la búsqueda de la extinta ave moa de Nueva Zelanda. El otro personaje trascendental será su primera mujer, Elsa, que pragmática y generosa sirvió de contrapunto perfecto para mantener el orden y el mundo real a salvo durante años, mientras Gabi recorría el mundo enfrentándose a sus miedos. Otras voces no menos interesantes para proporcionar información, vendrán de la mano de amantes varias y compañeros de viajes que detallarán tanto con acritudes como amabilidades, defectos y virtudes que lo caracterizan, no perceptibles en sus libros.
Doy por hecho que aquellos lectores que tomen contacto con la obra de Gabi Martínez a través de este volumen mezcla de autoficción, reflexión y libro de viajes querrán conocer obras anteriores, por lo que les recomiendo las tres que cité anteriormente. Pero a los que ya la conocemos nos plantea no pocas incertidumbres e interrogantes sobre qué hará a continuación, porque este libro abierto no da demasiadas pistas. Sin embargo, sí podemos disfrutar de su originalidad, de un soberbio estilo de escritura y de muchas reflexiones sagaces de quien ha recorrido mundo y sabe de lo que habla. Y con ello no sólo le acompañamos y entendemos, también aprendemos. Una perla: «¿Qué credibilidad tienen los viajes? Viajando vives en un mundo de fantasía. Eso de que sólo conoces a una persona cuando viajas con ella es una patraña. El viaje te expulsa de la realidad. La realidad no tiene nada que ver con el viaje. Lo que ves mientras recorres kilómetros con alguien es un proyecto de lo que esa persona podría ser. Ves un fantasma».
Curioso viaje tendremos al leerlo, periplo que será de todo menos fantasmal. Más bien auténtico e intenso porque también en la vida, como demuestra Gabi en este libro, no debemos conformarnos con hacer turismo en los demás y en nosotros mismos. Es el gran mensaje que yo retengo de este retrato-libro.