viernes, octubre 04, 2013

La Guerra de Invierno, Ariadna G. García

Hiperión, Madrid, 2013. 75 pp. 10 €

Óscar Esquivias

En 1939, Finlandia sufrió el ataque del ejército soviético. La URSS quería asegurarse el dominio de esa joven república (hacía apenas veinte años que se había independizado de Rusia) para evitar una posible agresión nazi sobre Leningrado, ya que el belicismo de Hitler hacía augurar un enfrentamiento armado en Europa. Esta «Guerra de Invierno» duró poco más de tres meses (justamente los del crudísimo invierno que se extendió entre finales de 1939 y principios de 1940) y, como era previsible, terminó con la claudicación de Finlandia ante la Unión Soviética, que se anexionó buena parte de la región de Carelia.
Por suerte, hay otra Guerra de Invierno mucho más luminosa y amable: el último poemario de Ariadna G. García. Al lector que empiece a leer sus páginas le podría sorprender el título, pues nada parece más alejado de lo bélico que los delicados poemas con los que se abre esta obra, en los que se describe cómo dos mujeres extranjeras viajan y se aman en distintas ciudades y paisajes de la Finlandia actual. Su amor es pleno, sosegado: no hay guerra ni sangre, tampoco grandes aventuras, todo es cotidiano, sensible, cordial: se trata de un «viaje de invierno» carente de la tristeza y del dramatismo del de Müller y Schubert; las dos personas que recorren el país están tan atentas al paisaje como a sus sentimientos y a las pequeñas anécdotas que se van sucediendo. No hay en este viaje íntimo, pues, destrucción ni batallas, pero sí aparece –omnipresente– el invierno finés al que alude el título: ráfagas de aire punzantes como jabalinas, suelos embarrados sobre los que florecen malvas, paisajes nevados enceguecedores, bloques de hielo en el puerto o en la corriente de los ríos, árboles congelados como esculturas de cristal... Los poemas están escritos con el cuidado de quien camina sobre la nieve. En el tramo último del libro, cuando el viaje va llegando a su fin, el discurso poético se condensa en formas brevísimas, con la intensidad de los haikus, que parecen posarse sobre las páginas como copos de nieve.
Este relato poético ocupa las partes extremas del libro. En términos musicales, serían los movimientos primero y tercero de un concierto que arranca con una voz poética que promete al lector –en realidad, lo hace a su amada– la «mirada / virginal y curiosa / de los gatos, / dos ojos sin historia». Pero los paisajes sí tienen historia, y bajo la nieve de Finlandia hay un solar épico donde se han escrito historias de exploraciones polares, de grandes sacrificios y de batallas cruentas. Esta idea es la que se desarrolla en la parte central, en ese movimiento intermedio que contrasta con los extremos: desaparece el verso e irrumpe, como un carro de combate, la prosa; Finlandia deja de ser un paisaje pintoresco y amable para convertirse en un escenario bélico terrible. A la ligereza de lo íntimo y lo actual se opone la brutalidad colectiva en el pasado. De estas prosas me gustan especialmente las numeradas «IV» y «V»; son historias dolorosas: la del patinador olímpico Birger Wasenius, que murió luchando contra los soviéticos durante la Guerra de Invierno, o la de la joven tripulación de un submarino ruso, que se adiestra para matar y acepta con naturalidad su propia muerte.
Cuando, en el tercer y último movimiento de esta obra, se reanuda el viaje, se recupera también el desenfado y el lirismo de la primera parte, pero ahora el lector es consciente de que los pasos felinos, casi aéreos, de las viajeras se marcan sobre una nieve que oculta la devastación y la desgracia. Y por ello se agradece aún más la simpatía de las dos protagonistas, su felicidad, su amor.

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