martes, septiembre 18, 2012

Colón nunca lo hizo (o por lo menos no lo contó), Santiago Carabias

Editorial Talentura, Madrid, 2012. 238 pp. 16 €

Miguel Baquero

Al cerrar esta novela, a uno se le viene a la cabeza, salvando tampoco demasiadas distancias, el nombre de Buwoski. De hecho, este bien podría ser un título magnífico para esta novela: “Buwoski en Segovia”. Pues, en efecto, el protagonista-narrador de esta Colón nunca lo hizo… vive en la ciudad del Acueducto, aunque imagino que estarán hartos los segovianos que, a falta de apelativo a modo de seudónimo, y por no decir “la ciudad del whisky DYC”, o “la villa del cochinillo” que queda feo, se la llame así. Vive, pues, el protagonista en Segovia y es un joven harto de la rutina diaria y cansado de la grisura que un día decide, inopinadamente y contra todo lo que pueda dictar el sentido común, abandonar su mediocre trabajo y dedicarse por completo a la literatura. El problema, aunque algo menor, es que a dicho protagonista, en realidad, no le apetece demasiado escribir.
Gracias a ello, esta novela, en lugar de derivar hacia un tratado metaliterario, cultureta e intelectualoide, en el peor sentido, sobre el hecho de escribir, se transforma en una novela completamente gamberra y a ratos descacharrante sobre un grupo de jóvenes, los amigos del protagonista (fácilmente identificables con aquella panda que un día no muy lejano todos tuvimos), absolutamente perdidos en la ciudad (perdón) del Acueducto. Una peña con miedo a afrontar su futuro y completamente decididos a… iba a decir “disfrutar”, pero no, sin duda la palabra adecuada es “vegetar” en el presente, escribiendo apenas cuatro líneas, preparando con desgana unas oposiciones, haciendo extras de camarero a falta de un trabajo mejor, mientras van de aquí para allá sin rumbo fijo detrás de un grupo de punk autóctono, “Los Atilanos muertos”, que tampoco es que sean muy allá, pero tienen letras como «Dicen que no sé quién ha hecho no sé qué; / se veía venir, se esperaba de él», y en general otras por el estilo que denuncian el tedio en la ciudad (perdón) del cochinillo. Una ciudad donde tampoco, si se para a pensar el protagonista, se vive tan mal.
Bukowski en Segovia, dije al principio, y hay mucho del escritor del whisky DYC (creo que me he liado con los apelativos) en esta novela, por lo demás muy ágilmente contada, con un lenguaje fresco y cargado de estilo, con una espontaneidad en su justa medida y, sobre todo, con un humor muy a menudo magnífico. Hay en esta novela, Colón nunca lo hizo, como en el escritor cochinillo, una rebeldía profunda, un cinismo empapado en rabia, y esta a su vez en causticidad, contra todo aquello que rodea al autor-protagonista, un deseo ultimo de tener ese valor necesario para dejarlo todo y jugárselo a una carta… que será a buen seguro la carta perdedora. De entre tantas como hay en el mazo, casi imposible es que a uno le toque la buena. Pero aun así, jugárselo todo a una carta.
Sobre todo, hay una profunda ironía contra el mundo (incluido en este mundo el autor mismo), un arraigado propósito de no plegarse a lo cómodo, de ser diferente, de huir incluso del éxito mediocre (porque hay éxitos, la mayoría, muy mediocres), de lanzarse a la vida aunque esta nos tenga reservado el rechazo. Y siempre con la cara sonriente y el cursor parpadeando para comenzar a escribir.

2 comentarios:

Amando Carabias dijo...

Confirmo lo dicho por tu reseña. Novela más que divertida. Debajo de su humor y su visión a ratos corrosiva, está lo que dices, y alguna cosas más que el lector, sin duda, ha de encontrar.

Marta Marne (Leer sin prisa) dijo...

Creo, no estoy segura, que nunca he leído una novela que transcurra en Segovia. Lo que ya es un aliciente. Pero no es sólo eso, me da que puede ser una novela interesante y por lo que dices divertida, así que apuntada queda.
Gracias.