lunes, abril 30, 2012

París en tensión. Urbanismo e insurrección en la ciudad de la luz, Éric Hazan

Trad. Sara Alvárez Pérez. Errata Naturae, Madrid, 2011. 168 pp.

Víctor Gómez Frías
Firma invitada

30 de marzo de 1814. Napoleón sabe desde la víspera que, tras romper las tropas europeas su frente y lograr cruzar el Rin, le faltará tiempo para poder replegarse en París y defender la capital. Calcula que llegará dos días tarde, aunque sus adversarios probablemente no lo saben. Las columnas aliadas son superiores en número y las unidades francesas, aunque más hábiles tácticamente, no logran frenar el avance del ejército enemigo.
Mientras, en París, se organiza la defensa… de los intereses de los poderosos. Éric Hazan se atreve a mirar el revés de la historia (y de la historiografía) de unas fechas que, por no tener nada que conmemorar, se ha hecho poco por recordar. La corte imperial organiza su aparatoso traslado con la parsimonia de quien se marcha de vacaciones, nobles y mandatarios aprovechan para comprar de saldo la deuda pública que les reportará un provechoso lucro poco después, y nadie se atreve a armar a la población, ansiosa por defender la ciudad, por miedo a un levantamiento. Hasta en la guerra, se acaba siendo más cortés con el general ocupante que con el compatriota de clase inferior.
1814, 1830, 1848, 1871, las guerras mundiales, los conflictos contemporáneos en los suburbios (saltándose pues la sofisticada agitación de mayo de 1968)… Hazan recrea el valor desesperado de cada generación de parisinos que heredaba “el recuerdo de la revolución” —como decía Walter Benjamin— e intentaba ponerla en marcha (¿de nuevo?). Más de dos siglos de constante guerra civil (entre clases), en la que se han intercambiado tantos discursos como balas.
Pero hoy parece que la guerra se termina, no por una victoria ni un armisticio, sino porque desaparece el campo de batalla. París ha sufrido una “purificación silenciosa y despiadada” concertada entre urbanistas y políticos. Se ha convertido en un “Disneyland para turistas cultivados”, burgueses y artistas que alquilan costosos lofts y cenan en restaurantes de moda, protegidos por una muralla cuidadosamente desurbanizada de oficinas de acero y vidrio, autopistas urbanas y jardines cercados.
En los suburbios se refugia la “miseria sin su poesía” (como decía Balzac) en barrios viejos o nuevos pero igual de malogrados, donde viven (además de muchos parados) los conductores, limpiadores y cocineros que acuden cada día a París atravesando su subsuelo en tren de cercanías. Los derechos mercantiles han accedido a la categoría de derechos fundamentales.
Aunque Éric Hazan defiende la cólera como género, cada uno de los once ensayos que reúne en París en tensión demuestran el oficio de un historiador sagaz y prudente, pero también comprometido con sus ideas y su ciudad. Tras leer esta obra, París ya no se visita (la “triste idea” de patrimonio) sino que se recorre, calle a calle, igual que las defendieron los comuneros con sus barricadas. Una vibrante llamada a la indignación y una vacuna contra la resignación, que acaba con la bella imagen de las rues de París en las comunas limítrofes que se prolongarán hasta atravesar el périphérique sin más pretensión arquitectónica que llenar las calles de vida.

viernes, abril 27, 2012

Hierro ilustrado, José Hierro

Nórdica. Madrid, 2012. 174 pp. 29,50 €

Care Santos

No me canso de leer a José Hierro. Confieso que cada vez que cae en mis manos una antología de sus poemas, voy directa al índice y busco mi favorito: Mis hijos me traen flores de plástico. Si no forma parte de la obra, me enfurruño. Si, como suele ocurrir, ahí está, sonrío con benevolencia y considero que la selección ha acertado. En este caso, por supuesto, sonreí. Lo leí en voz alta -conviene hacerlo con los poetas, pero con Hierro más aún- y me emocioné, como siempre, al leer lo de siempre, pero que el paso del tiempo va llenando inquietantemente de sentido (al fin y al cabo, ése es el clásico, según la definición de Italo Calvino: el que no termina de decirnos lo que tiene que decirnos). Dice así Hierro: Pocas cosas / os enseñé: / a adorar el mar; / a sentir la alegría de ver vivir un animal minúsculo; / a interpretar las palabras del viento; / a conocer los árboles no por sus frutos; / por sus hojas y por su rumor; / a respetar a los que dejan / su soledad en unos versos, unos colores, unas notas / o tantas otras formas de locura admirable; / a los que se equivocan con el alma. / Os enseñé también a odiar / a la crueldad, a la avaricia, / a lo que es falso y feo, a las flores de plástico.
Es maravilloso que a estas alturas estemos aquí para descubrir a José Hierro. Y envidio con el alma a quienes no le hayan leído nunca y vayan a hacerlo por primera vez en esta hermosa edición con la que la fundación que lleva el nombre del autor y la excelente editorial Nórdica han querido conmemorar los diez años de su muerte y, a un tiempo, los 90 de su nacimiento. Los más críticos puede que echen de menos algún poema. A mí me da la impresión de que está lo esencial, lo que el autor hubiera deseado que estuviera: un recorrido por sus poemarios desde 1947 (Tierra sin nosotros) hasta el último que publicó en vida, en 1998 (Cuaderno de Nueva York) y más aún: algunos poemas posteriores, como el minimalista Di fe, con estructura de soneto, que sirve de colofón a la obra. La selección de los poemas, por cierto, ha corrido a cargo de Tacha Romero y Julieta Valero, dos de las nietas del autor que tan a menudo encontramos inspirando sus versos (Todo lo vuelves claridad, espacio, / lugar dispuesto para el espectáculo / escrito, dirigido, interpretado por las nubes, escribe en Dos madrigales para nietas).  
Pero, más allá de los versos emocionantes, tiene esta edición un mérito que la hace única: la de aunar por vez primera un gran número de las pinturas de su autor con sus versos. Así, se presentan con toda suntuosidad, sin escatimar al lector ningún goce, casi sesenta acuarelas y dibujos que Hierro fue elaborando a lo largo de su vida, incluyendo varios de sus autorretratos, incluido el que sirve de sobrecubierta. Se echa de menos, eso sí, un listado con los títulos de la obra plástica, y más en un autor cuyos títulos son ya, por sí mismos, obras literarias.
Pocas veces se adivina tanto el cariño con que un libro se ha elaborado. Pocas veces se tiene la oportunidad de leer libros tan hermosos. Creo que Pepe Hierro hubiera sido muy feliz con este modo de celebrar su cumpleaños.

jueves, abril 26, 2012

Relatos, Henry James

Varios traductores. De Bolsillo Clásica, Barcelona, 2012. 695 pp. 11,95 €

María Dolors García Pastor

Algunos autores resultan imprescindibles. Ese es el caso de Henry James, una de las grandes figuras de la literatura transatlántica de todos los tiempos, uno de los grandes maestros de la ficción moderna, renovador en el arte de escribir de finales del siglo XIX. Para aquellos que lo han disfrutado en su faceta de novelista se hace necesario, también, conocerle como cuentista. Siempre he creído que a cualquier autor se le aprecian nuevos matices y se intima con él de otra manera en las distancias cortas, o lo que es lo mismo, leyendo sus relatos. Es en ellos cuando se le pone más a prueba o, parafraseando aquel anuncio publicitario, en las distancias cortas es donde un escritor se la juega. Aunque en el caso concreto de James a veces no tenemos demasiado claro si lo que leemos es una novela breve o un relato largo.
Once son las piezas que componen este volumen y fueron concebidas entre 1883 y 1920. Se trata de historias que se articulan sobre cuatro ejes: En sociedad, Entre artistas, Entre muertos y En la desolación. En sociedad recrea contextos sociales de clase alta, burguesa o aristocrática, apoyándose en la tradición naturalista-realista; en mi caso, consigue traerme a la memoria las obras de Jane Austen. Los textos que se agrupan bajo el epígrafe "Entre artistas", nos sitúan también en ese mismo contexto social, y podría decirse que constituyen un subgénero en el que se hace especial hincapié en la vida de esos profesionales con los que James tiene tanto en común. En los relatos de "Entre muertos" se sumerge en una temática en la que cosechó gran éxito con su novela breve (o relato largo) Otra vuelta de tuerca. Acaba con "En la desolación", considerado por algunos un relato fuera de todo género. De entrada y a simple vista observamos muchas temáticas recurrentes en su obra como cuentista que se hacen extensivas a su faceta de escritor de novelas. El drama interno, la alienación, las contraposiciones entre el Viejo y el Nuevo Mundo o el contraste entre la experiencia corruptora y la inocencia son algunas de ellas. El hecho de ser un americano en la vieja Europa dejó una importante impronta en su obra. James fue un autor que comenzó siendo realista pero que, como puede verse en sus relatos de fantasmas, también se dejó llevar por su lado más oscuro.
Además de su evidente dominio del lenguaje, James es un maestro a la hora de realizar análisis psicológicos de unos personajes que brillan por su profundidad. La detallada descripción que acostumbra a hacer de sus vidas interiores permite que sea considerado por muchos como un precursor del monólogo interior. También se luce cuando recrea y nos regala pasajes enormemente descriptivos. Y no podemos pasar por alto su discreto pero recurrente sentido del humor. A lo largo de estos relatos podemos apreciar el cambio que sufrió su estilo literario. Cuentan que debido a una dolencia en su mano derecha, lo que él llamó “calambre de escritor”, James tuvo que recurrir a la ayuda de una mecanógrafa. Hay quienes opinan que el hecho de dictar en voz alta, de manera coloquial, hizo que su estilo pasara a ser más láguido y prosaico, con frases más largas, que hacen que el ritmo de la escritura sea más lento, lejos de su estilo inicial mucho más sencillo y dinámico. El uso de oraciones largas y su prosa, que en ocasiones se torna barroca, hacen que leerle se vuelva a veces un poco complicado, que por momentos uno se pierda en la lectura. Pero es inevitable regresar.
Esta recopilación no solo reúne la mejor selección de relatos del autor sino también algunas de las mejores traducciones que se han hecho de ellos al castellano. Publicado por primera vez en 2001, hace más de diez años, vuelve para convertirse en un volúmen imprescidible para los seguidores de Henry James y para los amantes de la buena literatura en general.

miércoles, abril 25, 2012

El abuelo que saltó por la ventana y se largó, Jonas Jonasson

Trad. Sofía Pascual Pape. Salamandra, Barcelona, 2012. 413 pp. 19 €

Cristina Davó Rubí

La primera palabra que se me ocurre sobre esta novela es insólita. Asimismo le vendrían bien calificativos como curiosa, original y divertida. Algo no muy común en la narrativa nórdica a que estamos acostumbrados. Pues así es la ópera prima de Jonas Jonasson (Växjö, 1962). Dedicado durante muchos años al periodismo y a la producción televisiva, finalmente decidió dedicarse por completo a la literatura y escribir la historia que siempre quiso contar. El abuelo que saltó por la ventana y se largó (2012) es una disparatada fábula inspirada en la figura de su propio abuelo y con la que el autor sueco da un giro radical a su vida. Reconocido como Libro del Año y Premio de los Libreros en Suecia, estamos ante un éxito que traspasa fronteras y que arrasa como un vendaval con todos los tópicos sobre el país nórdico y sobre la tercera edad.
El peculiar anciano protagonista es Allan Karlsson, que decide escapar de una vida que no va con él y se va de la residencia de ancianos saltando por la ventana -el título no esconde ningún misterio-, el día de su centésimo cumpleaños. A partir de aquí se van sucediendo una serie de rocambolescas situaciones que nos llevan a conocer a fondo al personaje. Una vida de cien años permite al escritor hacer un recorrido por la historia del siglo XX, intercalando episodios de la biografía de Karlsson con la peripecia de su huida actual. La herramienta principal que utiliza el autor sueco es el humor, pero detrás de la risa no puede pasar desapercibida la crítica a las deficiencias de una sociedad que no aprende de sus errores pasados. Asimismo, se cuestiona la eficacia de los medios de comunicación y de la Justicia en la actualidad.
Leyendo los disparates que se van sucediendo en la existencia de Karlsson, sus encuentros con Churchill, Franco, Mao Tse-tung, Truman, Oppenheimer, de los que siempre sale bien parado y considerado poco menos que un héroe, nos preguntamos si tal vez quien más ignorante parece es ciertamente el único que sabe disfrutar de la vida. Alejado de toda convicción religiosa y política, autodidacta, especialista en explosivos y con un optimismo innato, el centenario Allan Karlsson sigue encontrando razones para vivir. Un personaje con entidad propia, eje fundamental de toda la trama. Cuando al principio de la novela el abuelo se escapa del pueblo en un autobús de destino incierto, con una maleta robada casi por accidente, no imaginamos la riqueza de la historia que nos espera. Un argumento perfectamente hilado, en el que no se escapa ni el más mínimo detalle a pesar de su complejidad. Con una galería de personajes corales dignos acompañantes del protagonista: un marginal que vive en una estación de tren abandonada, un vendedor de salchichas erudito, una pelirroja irreverente que tiene como mascota a una elefanta, el jefe de una banda de mafiosos de medio pelo o un comisario frustrado. Para no aburrirse. El acierto último que termina de redondear esta sarcástica historia es el método narrativo de Jonasson, con descripciones breves, diálogos directos de frases cortantes y acciones claras y veraces.
No hay excusas para coger entre manos esta novela y darnos cuenta de la estupidez humana, de que las ideas absolutas conllevan miseria y destrucción, y de que la risa es un arma muy efectiva. Deberíamos hacer más uso de ella.

martes, abril 24, 2012

La suave piel de la anaconda, Raúl Ariza

Talentura, Madrid, 2012. 164 pp. 13 €

Miguel Baquero

Raúl Ariza (Benicassim, 1968) se dio a conocer en el mundo del relato con Elefantiasis, un volumen de cuentos… o microficciones —relatos en torno al folio o folio y medio— que destacaba, además de por la calidad de su escritura, por el ambiente inquietante que conseguía crear a partir de escenas. Los relatos de Ariza, en aquel su primer libro, sugerían más que explicaban, mostraban durante apenas un instante una historia que en su principio y en su final quedaba la mayor parte de las veces a criterio del lector. Una forma de narrar muy propia de los tiempos actuales y muy cultivada por los microrrelatistas, hoy tan en boga. Entre ellos, sin duda, Ariza ocupa un lugar destacado, como bien señala otro de los grandes, Ángel Olgoso, en el prólogo a esta nueva colección de relatos; y Ariza destaca un lugar destacado —dice Olgoso— tanto por haber sabido encontrar una expresión característica como por haber hallado, casi por instinto, una extensión propia… que en este caso es esa escena, ese fogonazo, ese detalle de apenas dos folios sobre el que se puede construir toda una historia.
Tras aquella magnífica Elefantiasis, Ariza vuelve ahora con La suave piel de la anaconda, manteniendo la misma intensidad y concisión creativas y asimismo ahondando en ese gusto por la expresión salvaje, feroz, deformante entonces y reptil ahora, de la realidad. En esta nueva colección de relatos, nos hallamos ante cincuenta visiones de la realidad —de nuestras historias cotidianas, nuestro mundo vulgar, nuestras tragedias minúsculas y hasta irrisorias— serpenteadas por un sentimiento de aniquilación ya ocurrido o por venir, por la sensación de que en cualquier momento el gran oficio que discurre silencioso, e incluso suave, junto a nuestros días va de pronto a encerrarnos en sus anillos y devorarnos. Sin motivo, sin razón, por la simple inercia de su bestialidad…
Las historias de Ariza basculan, efectivamente, entre la tragedia cruda y explicita —el hombre asesinado, la mujer que ha aparecido cadáver, el tipo que aguarda con las manos esposadas y una sonrisa en la boca— y esa otra tragedia que va a sorprendernos en el momento más inesperado, un día cualquiera en nuestra relación de pareja, una minúscula decepción en un niño que de repente le arroja al mundo adulto, un hombre que se aburre de manera interminable… Podríamos ser cualquiera de nosotros, los lectores; y lo que es más inquietante: podríamos ser cualquiera de nosotros en cualquier momento…
La suave piel de la anaconda es, en resumen, una colección magnífica de relatos obra de un escritor que sabe captar como pocos la incertidumbre a nuestro alrededor y así mismo como pocos reflejarla concisamente en unos cuentos, sin detalles accesorios ni adornos superfluos.

lunes, abril 23, 2012

Como hablamos y escribimos, Alberto Martín Baró

Isla del Náufrago*, Segovia, 2012. 281 pp. 15 €

Ignacio Sanz

La lengua es una armario inmenso lleno de resonancias y de cajones secretos. Cada cajón alberga muchos cajoncitos cos sus secretas claves y sus secretas músicas. Y , ya lo ven, sin darnos cuenta estamos casi metidos en aquel trabalenguas del padre Cojines y del padre Cajones que hacían cajoncitos para encajonar...
Para los que nos manejamos con unos conocimientos intuitivos de la lengua nos asombran siempre los vastos saberes que se ocultan en su sabio manejo. Ignoramos el nombre de los ciento y un huesos que conforman nuestro esqueleto, pero es un alivio que nuestro médico los sepa porque en caso de consulta, nos ofrece seguridad.
Alberto Martín Baró, un sabio en el manejo de lenguas, dedicó sus años como profesional activo a la edición de múltiples libros en grandes sellos. Para ser un buen editor hay que conocer los recovecos de la lengua. Además ha dado clases de edición a las jóvenes hornadas. En definitiva conoce los recovecos de la lengua y las úlceras del paladar contra las que suele frotarse. Porque la lengua, todas las lenguas, están llenas de recovecos y pasadizos secretos. Pero Martín Baró no solo los conoce sino que le apasionan y especula sin caer en pedanterías con ese conocimiento, de la misma manera que hiciera Lázaro Carreter en su día con aquellos artículos que luego recogió en El dardo y la palabra.
Nos dice Martín Baró en uno de los artículos que publica cada miércoles en El Adelantado de Segovia: «A menudo me entretengo en tomar nota de voces y expresiones que se prodigan en los medios de comunicación en virtud de las modas que afectan al lenguaje o, mejor dicho, al habla común.»
Pues bien, con casi un centón de esos artículos, los relacionados con la lengua que tanto le apasiona y, tras pasarlos por una criba y nuevas revisiones, Martín Baró nos ofrece sus reflexiones de sabio para deleite de los que quieran echarse a andar ese ameno camino en el que, además de lenguaje, se va a encontrar con pequeñas píldoras sobre los caminos, la toponimia, las plantas o las lecturas. En definitiva, estamos ante una persona curiosa que gusta de sacar punta a todo, de afilar la mirada, de bucear en los manantiales que tienen en la lengua su primera manifestación. Para ello Martín Baró ha agrupado sus artículos, ampliándolos cuando lo ha creído necesario o ofreciéndonoslos a través de seis grandes apartados: "Usos cambiantes de las palabras y de las expresiones·, "Funciones del lenguaje","Algo más que gramática", "Las palabras y sus significados","El español y la influencia de otras lenguas", "Cómo empezamos a hablar".
La lectura de este libro supone una pequeña fiesta en la que el autor, editor de varios diccionarios, reflexiona sobre el ir y venir de las palabras que se estrellan contra los acantilados de la vida. Paralelamente nos descubre sus lectura, sus programas de radio, sus caminatas por la ladera norte del Guadarrama, los encuentros con sus paisanos en el puesto de periódicos o en la tienda de comestibles donde se avitualla. Suele ser a partir de esas experiencias donde surge el artículo reflexivo y ameno que aclara nuestras dudas.
Mensajes SMS, personas humanas, cocinillas, ¿todo bien?, el laísmo y la claridad, acentos, el refugio de los puntos suspensivos, siglas y más siglas, concordancias, del chascarrillo al refrán, lo imprevisto y lo entrevisto, palabrotas, el celo y los celos, el sueño y los sueños, el inglés de cada día, anglicismos a la carta, las primeras palabras, indicios y evolución del habla... son solos algunos de los títulos que sirven de disculpa para reflexionar sobre la lengua y las dudas que suscita su manejo. Pero en esos artículos el lector descubrirá también la vida que late tras la lengua y, de paso, la vida del autor que se agazapa en sus costuras sin asomo de pedantería, como si cada artículo fuera un pequeño cuento en el que la amenidad y la sabiduría bailan juntitos y apretados.

*La editorial Isla del Náufrago no distribuye sus libros y sólo sirve pedidos sin costes de envío a través de Internet.

viernes, abril 20, 2012

Civilización. Occidente y el resto, Niall Ferguson

Trad. Francisco José Ramos Mena. Debate, Barcelona, 2012. 509 pp. 24,90 €

Ángeles Prieto

Leída Civilización de Niall Ferguson, una concluye que no estamos ante un libro más de historia, sino frente a una auténtica demostración de poderío, un fabuloso despliegue de conocimientos muy bien integrados y magníficamente estructurados a través de un discurso apasionante, sermón que surge de la necesidad que siente Ferguson de hacernos entender que, buena parte de los síntomas de decadencia que hoy vivimos, y padecemos, la debemos al desconocimiento de lo que somos.
En efecto, porque de las tres grandes preguntas existenciales, quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos, la más compleja de todas, la más difícil de contestar, quizá sea la primera. Pues sujetos a un espacio y a un tiempo concreto, ante la imposibilidad de sobrevivir aislados, necesitamos asimismo de la cooperación y ayuda de otros, configurándonos también como entes sociales. Y de esta alianza surgen las civilizaciones, la mayor unidad de organización humana caracterizada por unas respuestas prácticas a las necesidades básicas de alimentarse, abrigarse y defenderse, pero también con unas características culturales definidas en torno a una o varias religiones, filosofía, arte y lengua. Civilizaciones que, cómo no, también están sujetas al ciclo de vida humano, pues surgen, crecen, se expanden y desaparecen al igual que nosotros.
Con estas consideraciones, y partiendo conscientemente del momento crucial en el que vivimos, Ferguson efectuará una amplia, pero muy profunda reflexión, sobre todos aquellos aspectos por los que la civilización occidental, la nuestra, consiguió la supremacía sobre todas las demás, un hecho innegable. Así, frente al populoso y mucho más rico imperio chino, este historiador destacará la feroz competencia que se estableció entre los pequeños, míseros y deshabitados países europeos por conseguir la expansión y la supremacía entre ellos, hecho que les condujo al dominio de los océanos mediante la ciencia y, con ello, a la expansión mercantil. Porque además, esa gran revolución científica no sólo amplió nuestro conocimiento del Universo y de la Naturaleza, también dotó a los europeos de los inventos necesarios para colonizar otros Continentes y poner freno y punto final a la expansión islámica gracias a nuestra superioridad bélica en artillería y poliorcética. Asimismo, Ferguson destacará como fundamental la consagración del derecho de propiedad privada, el imperio de la ley y el gobierno representativo, a la hora de entender las razones del ascenso de Estados Unidos por encima de cualquier otro país de América, como también los avances de la medicina y el más que notable crecimiento de la esperanza de vida occidental, que nos explican el predominio europeo, y la consiguiente colonización, de todo el continente africano. Por último, las claves del consumo y del trabajo determinaron el fin de la Guerra Fría y el triunfo de la economía capitalista sobre la soviética, al tiempo que nos pone en sobreaviso de una más que cercana decadencia frente al ascenso innegable de las economías orientales, caracterizadas por sus bajos salarios, mayores tasas de ahorro y muchísimas más horas de trabajo efectivo.
Como ya hiciera Tony Judt en su impresionante Algo va mal, este quinto gran libro publicado en España de un consagrado profesor de Harvard, constituye un auténtico clamor para que reaccionemos de una vez, ante los múltiples mensajes apocalípticos, milenaristas y sumamente pesimistas que nos invaden desde tantos frentes por la actual crisis económica. Puesto que no esta disciplina, sino la Historia, la que nos enseña quiénes somos y cómo podemos salir de esta decadente situació
n con esfuerzo y creatividad, dado que no es la competencia de otras civilizaciones, sino nuestra propia pusilanimidad, la que ahora tanto nos amenaza.

jueves, abril 19, 2012

Pioneros. Cuentos norteamericanos del siglo XIX, VV.AA.

Trad. Ignacio Ibáñez Fernández. Menoscuarto, Palencia, 2011. 432 pp. 27 €

Victoria R. Gil

Precursores de un siglo XX en el que la narrativa corta reinará sobre todo el continente americano, los autores reunidos en esta antología por Santiago Rodríguez Guerrero-Strachan anuncian el nacimiento de una nación literaria de vocación cuentista en el territorio que sólo cuarenta años atrás fuera colonia británica. Herederos y renovadores a un tiempo de la tradición europea, contribuyeron a crear el relato moderno que daría frutos como Ernest Hemingway, Flannery O’Connor, Truman Capote, John Cheever o Raymond Carver, entre otros, y que sigue muy vivo hoy en nombres como Alice Munro o Lorrie Moore.
Dieciséis escritores, unos famosos y otros desconocidos, y más de un siglo de historia norteamericana, con mayúscula y sin ella, nos aguardan para ser disfrutados en este libro que se abre en 1819 con el que es para muchos el padre de la narrativa breve norteamericana, Washington Irving, y se cierra en 1934 con Edith Wharton, excepcional retratista de la alta sociedad neoyorquina. Entre ambos, una selección de autores que no sólo consolidaron un género literario tan genuinamente americano —desde Canadá hasta Chile—como es el cuento, sino que fueron la avanzadilla de toda la narrativa que se ha escrito en los Estados Unidos en los últimos cien años: Nathaniel Hawthorne, Edgar Allan Poe, Herman Melville, Mark Twain, Henry James, Jack London
La moral puritana, el costumbrismo local, la naturaleza —más que salvaje en gran parte del país—, la aventura y la batalla, con la guerra de secesión muy presente, son algunos de los materiales con los que estos autores conseguirán, como lo hiciera antes el país, independizarse al fin de la vieja Inglaterra. Como recuerda Santiago Rodríguez en el prólogo, a principios del siglo XIX, «Europa mantenía aún la pátina de la respetabilidad cultural (…) y si algún escritor quería triunfar debía fijarse en Europa e incluso escribir sobre temas europeos y a la manera europea». Una situación que tiene las horas contadas cuando Poe «se lanza a escribir con una clara conciencia de que son algo nuevo y distinto a lo anterior», capaces de reformular el género y de crear modalidades de tan largo recorrido como el cuento policíaco y el de ciencia ficción.
Quizás el relato permitiera a estos escritores dibujar mejor ese nuevo país que aún está aprendiendo a serlo y cuya población, aislada y dispersa, carece de una referencia social clara. O tal vez, como apuntan algunos estudiosos del tema, simplemente resultaba más sencillo dar salida a un cuento en una publicación periódica que a una novela en una editorial al uso. Sea la razón una sola o la conjunción de varias, el siglo XIX norteamericano transcurre por la mágica visión de la naturaleza de "Una garza blanca" (Sarah Orne Jewett); el fantástico poder de la mente y el impacto de la guerra de "Suceso en el puente de Owl Creek" (Ambrose Bierce); la reflexión casi filosófica con el arte como excusa de "Lo auténtico" (Henry James), y la supervivencia en un entorno hostil que debe ser dominado de "Hacer un fuego" (Jack London), por citar sólo algunos de los caminos seguidos.
Pero una de las aportaciones más valiosas de este libro es la decisión de incluir a varios escritores ignorados por el gran público, aunque no todos sean inéditos en nuestro país, la mayoría, además, mujeres que añaden un punto de vista nuevo y personal a este catálogo cuentista. De ellos destaca el inquietante "El papel de pared amarillo", de Charlotte Perkins Gilman, por su lograda habilidad para mostrar, desde dentro, el progresivo deterioro mental de una persona y revelar a la vez la tutelada vida que deben soportar las mujeres de la época. Todo ello a través de una narración que provoca un creciente desasosiego y abre un abanico de preguntas de difícil resolución.
Pioneros es, en definitiva, no sólo esa antología de relatos estadounidenses del siglo XIX que aspira a reconsiderar el canon literario, como asegura su editor, sino la oportunidad perfecta para descubrir a un puñado de autores que forman parte también de ese germen que hará posible la gran eclosión de la narrativa breve que llegaría un siglo después.

miércoles, abril 18, 2012

Poemas lisiados, Jorge Riechmann

La Oveja Roja, Torrejón de Ardoz, 2012. 96 pp. 5 €

Ariadna G. García

En el siglo XIX, los escritores románticos dudaban sobre la conveniencia de desvelar lo oculto, por el daño que la información y el conocimiento pudieran provocar en los lectores. Su actitud era contradictoria. Temían la reacción del público, su posible congoja ante la imagen monstruosa de la realidad, pero a la vez, deseaban retirar el velo que la recubría, para mostrar, así, a sus conciudadanos la crudeza del mundo. Lejos de aquella duda trágica se encuentran muchos de los autores de este siglo en que estamos. Hoy, los escritores, sin miedo alguno, se remangan los brazos, apartan la sábana y encaran la verdad. Me refiero a los grandes creadores, cuya obra no consiste tan sólo en que nos conozcamos a nosotros mismos, sin otra pretensión; sino que buscan un efecto perlocutivo: que obremos, que nos reinventemos, que transformemos el orden de las cosas. A esta especie de artistas comprometidos con su tiempo pertenece Jorge Riechmann.
«Estamos aquí para tratar de decir la verdad» escribe el poeta. A eso se ha venido dedicando desde su primer libro. Y la verdad tiene forma de planeta enfermo, de especuladores adinerados, de obreros desprotegidos, de recortes sociales, y de hombres y mujeres ignorantes de lo que se les viene encima. De ahí la importancia de la voz, de la palabra: con ellas nos pretende espabilar del letargo del sueño: «¿No veis lo que está pasando? ¡Despertad!». A su espalda, el clamor de los místicos renacentistas, cuya preocupación por la integridad moral, la rectitud y la justicia zarandeaba a las gentes del siglo XVI: «Despierta, pues, despierta de tu dormido y peligroso sueño, y conocerás tu vanidad tan manifiesta y tu engaño tan conocido» (Libro de la Verdad, de Pedro de Medina, 1548).
El poeta tiene una doble misión: hacernos ver y auxiliarnos con sus textos en nuestro caminar por la travesía conjunta del desierto. Los poemas, explica en su poemario anterior (El común de los mortales, 2011), son muletas que sostienen a cada individuo, habida cuenta de que «todos somos minusválidos».
Si el ideario de Jorge Riechmann se mantiene constante a lo largo de sus libros, lo que varía aquí es la forma. Sus Poemas lisiados aparecen en una bella edición a modo de libreta, de formato pequeño, íntimo, lo mismo que un diario. Pero más allá de la apariencia externa del volumen, donde innova Jorge, con respecto a sus anteriores entregas, es la composición de los textos. Así, ahora se nos revela como un diestro ejecutor de haikus («Pequeñas grietas/ hacen el cuenco frágil/ pero no inútil»), hasta el punto de que se atreve a modificar su métrica («El universo entero/ en tu cuartito/ fiesta de dos»). Además, alude a códigos populares, marcas y símbolos de la cultura de masas (Lady Gaga, Micky Mouse, Jurasic Park), pero no con la intención de enriquecer la polifonía de su discurso, ni de seducir a los lectores por el uso de iconos de la cultura popular; sino con el objeto de denunciar el consumismo, el mercado y las modas. Frente a la verdad del mundo, la hermosura de la naturaleza y el carácter perenne de los montes… contrapone el autor la falacia del artificio, la fealdad de los ilusiones químicas y su contingencia.
Como vemos, Riechmann dialoga con la tradición poética nipona, con la mística española, y con la literatura medieval (por el empleo de fuentes legas). Sin embargo, su obra se impone con urgencia en nuestro mundo, debido a su mensaje: la denuncia del capitalismo y de su atroz impacto en el medioambiente y en nuestra sociedad. Su libro, pues, es un pariente cercano de un artículo franco y demoledor: Nuestro futuro energético, de Margarita Mediavilla (Universidad de Valladolid): «Asumir el reto de la crisis energética supone enfrentarse a un gran cambio global, un cambio en la industria, la agricultura, el transporte, el urbanismo y la vivienda, pero, sobre todo, un gran cambio de mentalidad colectiva que necesitará del abandono del consumismo y del crecimiento».
Con sus Poemas lisiados, el poeta trata —una vez más— de contribuir a la modificación del paradigma de vida dominante en España, y por analogía cultural, en todo Occidente; aunque reconoce, no obstante, la dificultad de su empeño. Cada poema, en su viaje al lector, se topa con un muro: la indiferencia. La televisión, los cotilleos y el fútbol son algunos de los ladrillos que detienen —brutalmente— su avance. Pese a ello, estos textos lisiados, heridos, en ocasiones sobrevuelan el muro con ayuda de pértigas de fibras de carbono. Entonces, se produce el milagro de la reflexión y la rotura de lo que Riechmann denomina «la ilusión de normalidad».
A menudo, no obstante la voz que enuncia se dirige a una interlocutora ausente y encuentra su consuelo en el amor. Quizá porque en él reside lo que nos hace humanos.

martes, abril 17, 2012

El caso de los bombones envenenados, Anthony Berkeley

Trad. Miguel Temprano. Lumen, Barcelona, 2012. 254 pp. 19,90 €

Ángeles Escudero

La novela policíaca, en cualquiera de sus variantes, no ha dejado nunca de ser un referente sólido en el panorama literario y, por supuesto, no ha dejado de tener su espacio en el mundo editorial. Con la trilogía Milenniun de Stieg Larsson pareció a muchos que se descubría la pólvora cuando, en esto como en casi todo, las fórmulas maestras están ya, no sólo inventadas, sino comercializadas. De esta forma, son muchas y variadas las sagas o series, con detective de fondo, que narran misterios sin resolver o asesinatos. En esta línea se encontraría Sheringham, protagonista de la serie de novelas de Anthony Berkeley, publicadas ahora en esta cuidada edición de la Editorial Lumen e impecablemente traducida por Miguel Temprano.
Anthony Berkeley (1893-1911), fue uno de los escritores británicos de novela de misterio más destacados de la época dorada inglesa. Cumpliendo con los cánones del género que tiene entre sus máximos exponentes a Wilkie Collins, G. K. Chesterton, Dorothy L. SayersEdmun Crispin o la inevitable Agatha Christie.
El detective Roger Sheringham protagonizó una serie de doce novelas, de las cuales Lumen ha publicado El misterio de Layton Court, El crimen de las medias de seda y, ahora, El caso de los bombones envenenados.
Berkeley parte, en esta tercera entrega, de un recurso recurrente en el género policíaco. Varios aficionados a los entresijos de la labor detectivesca, que son miembros del Círculo del Crimen, se disponen a resolver un asesinato a primera vista irresoluble: una muerte por envenenamiento. La víctima inocente es Joan Bendix, la hermosa y rica mujer de Graham Bendix. Tras probar unos bombones que le habían regalado a su marido, en circunstancias extrañas y azarosas, en principio, la señora Bendix se indispone y tras empeorar, muere.
Este es el arranque de la novela y del juego del que nos propone formar parte el autor. Desde el comienzo, nos muestra la elegancia que viste toda la trama y su forma de presentarla. El inicio es sutil, nos pone en situación logrando una atmósfera envolvente y huyendo de artificios estridentes e innecesarios.
Comienza con la reunión extraordinaria de ese Círculo del crimen, grupo peculiar y heterogéneo, a la que también ha sido invitado Moresby, inspector jefe de la policía, quien les plantea el caso que no ha podido ser resuelto. Nada más sugerente que intentar resolver un misterio, máxime cuando el caso ha sido cerrado por Scotland Yard. Las personas, hombres y mujeres, que forman parte del elitista Círculo, se comprometen a descifrar el misterio, y exponer sus conclusiones ante los demás miembros, haciendo intervenciones por turnos. A partir de aquí, deben investigar de forma individual y por su cuenta, aunque contando con la información de la que dispone la policía.
Berkeley levanta ante nuestroa vista un castillo de naipes tan alto como frágil. Las tesis defendidas por los distintos integrantes del Círculo que van siendo expuestas de forma sucesiva, tal y como asumieron al comprometerse, resultan ser tan erróneas como en apariencia cargadas de verosimilitud.Entre los seis integrantes del Club se establece una feroz competencia. Y se roza el absurdo cuando cada cual intenta refutar la tesis del otro, para que la propia sea la que prevalezca, la ganadora. Y es aquí donde el autor da una vuelta de tuerca definitiva. Uno de los detectives aficionados se muestra a sí mismo como sospechoso en un ejercicio de genio deductivo incuestionable. En este juego artificioso queda patente que se trata de que todo cuadre, que sea verosímil, y la verdad queda relegada a un segundo plano. Se intuye sin dificultad, que habrá que esperar al final para clarificar la cuestión pero, aún así, el autor no renuncia a intentar convencernos de la solidez de cada una de las tesis. Este entramado le sirve de excusa para hacer un repaso de las diferentes metodologías dentro de la novela policíaca pero, por extensión, de cualquier investigación: la deducción, la inducción, y las atractivas, aunque arriesgadas, psicológica y motivacional.
También encontramos en la novela ironía y una velada (o quizás no) crítica a la hipocresía reflejada en los convencionalismos de la época. Por ejemplo, en la justificación que se nos ofrece como base del acuerdo que se establece entre el inspector de policía y el grupo que se compromete a resolver el crimen: la imposibilidad de seguir “oficialmente” con una investigación que afecta a personas de la alta sociedad. Todo ello con un importante protagonismo de los personajes femeninos: desde la asesinada señora Bendix, hasta la señorita Dammers, las mujeres tienen gran peso específico en la trama.
Seis son los detectives y seis los sospechosos y soluciones posibles y el autor va dibujando la historia desde seis ángulos o puntos de vista. En este sentido, no me resisto a hacer una comparación, salvando todas las distancias, entre El caso de los bombones envenenados y la estupenda novela de Vikas Swarup, Seis sospechosos. Los paralelismos entre ambos libros son evidentes, comenzando por los seis sospechosos de asesinato que existen en cada una de ellas y terminando por la inteligencia y el sentido del humor que en ambas son ingrediente principal.
Además, el autor parece querer demostrarnos lo fácil que resulta dirigir al lector hacia la sospecha. Intencionadamente maneja con habilidad los resortes psicológicos que mueven nuestra voluntad en algún sentido. Nos deja creer que hemos adivinado quién es el asesino y nos convence de que la tesis investigada y presentada es impecable. Pero puede que no sea todo tan fácil como se nos quiere hacer creer. Por esto, la lectura de El caso de los bombones envenenados es un sano ejercicio de imaginación que merece la pena.

lunes, abril 16, 2012

Titanic. El final de unas vidas doradas, Hugh Brewster

Trad. Guillermo Sans Mora. Lumen, Barcelona, 2012. 416 pp. 21,90 €

Pedro M. Domene

La mayor tragedia náutica civil del siglo XX hubiera quedado en una noticia a escala mundial si, en torno al suceso, no se hubiera creado toda una leyenda con el paso de los años. ¿Quién no ha oído hablar del barco más famoso de todos los tiempos? El Titanic fue el mayor de los empeños humanos y el transatlántico más lujoso de su época. Después de la escarizada historia contada por James Cameron, o la no menos curiosa película de Bigas Luna, además de las diferentes secuelas televisivas que se han sucedido durante décadas, resulta difícil no imaginar una tragedia más cinematográfica o novelesca, porque su primera travesía resultó un drama convertido en tragedia, tanto por el número de víctimas como por los nombres e identidades de los pasajeros que viajaban desde distintos puntos de Europa, Cherburgo, Southampton, Queenstown hasta su destino final, Nueva York: los de primera clase, disfrutaron del lujo durante las horas transcurridas, comieron, cenaron o bailaron en sus espléndidos salones, tomaron el sol en sus majestuosas cubiertas o discutieron sobre moda en sus terrazas privadas como si de un gran hotel flotante se tratara, los de segunda, viajaron confortables y cómodos, y además, muchos vivieron para contarlo, pero hubo quienes se hacinaban en los camarotes de tercera, mezclando la curiosa música de la más famosa de las orquestas de todos los tiempos que se oía a lo lejos, con el ruido de las salas de máquinas del mastodonte, mientras avanzaba por las frías aguas del Atlántico norte rumbo a la ciudad de los rascacielos.
Hugh Brewster es un experto conocedor de todo lo relacionado con el Titanic y ya en 1984 colaboró con Robert Ballard para la edición de The Discovery of the Titanic, aunque posteriormente su interés en el tema ha seguido creciendo y ampliándose como puede verse en el libro que acaba de editarse en España, Titanic. El final de unas vidas doradas (2012), un curioso documento sobre la historia más íntima del naufragio, es decir, sobre una sociedad que estaba a punto de desaparecer, la denominada por Walter Lord, “era eduardiana”, con nombres y apellidos de las grandes fortunas europeas y norteamericanas, los Astor y los Guggenheim, algunos artistas y escritores que, de alguna manera, con el relato de Brewster nos acercan al sueño de estar navegando con ellos. Eso pretende el autor con su libro que inicia con un prólogo titulado, “Un grupo excepcional”, desde que se realizara el avistamiento de los restos en 1986, y en una breve secuencia nos describe cómo las luces del submarino Alvin iluminaron la pequeña estatua de una diosa griega que yacía sobre el lodo, rodeada de bandejas de plata, botellas de champán, o vidrieras talladas, y apunta que el explorador Robert Ballard volvió del lugar con kilómetros de película y centenares de fotografías para, definitivamente, desentrañar los misterios del transatlántico perdido después de más de setenta años de su desaparición en el fondo del mar. Según Walter Lord, el autor de La última noche del Titanic (1977, reed. en 2012), sigue siendo un “asunto insumergible” que ha inspirado libros, películas y páginas en Internet, y uno vacila siempre a la hora de ponerse nuevamente en ruta con una nueva aventura sobre el suceso, aunque si bien el protagonista hasta ahora había sido el mágico barco, ahora Brewster nos acerca a sus ricos y no tanto famosos pasajeros, aunque como ha llegado a saberse mucho después, ninguna otra lista congregaba, en aquellos momentos, a tantos nombres de famosos personajes. Lady Duff Gordon, modista británica de fama internacional, calificó el barco como “un pequeño mundo dedicado al placer”; ella misma acudía a N.Y. para ampliar su imperio después de haber triunfado en París, aunque otros millonarios mucho más célebres se congregaron en el mayor evento del momento, John Jacob Astor IV viajaba con su joven esposa, que ya había escandalizado en los ambientes refinados de la sociedad del momento por la diferencia de edad del matrimonio, treinta años, y algo parecido le ocurrió a Ben Guggenheim que viajaba acompañado de su amante francesa que, junto a su criada, afortunadamente, salvó la vida y luego fue repatriada por la propia familia Guggenheim, y no menos curiosa resulta la anécdota del magnate de la finanzas, J. P. Morgan que salvó la vida porque su amante insistió en permanecer unos días en un balnerario del sur de Francia. También, los camarotes de primera estaban ocupados, según Brewster, por gente que había trabajado muy duro para llegar tan alto: el artista y escritor Frank Mollet que se dirigía a Washington para ayudar en el diseño al Monumento a Lincoln, y su amigo Archie Butt, asesor de la Casa Blanca, volvía para preparar la dura campaña de las presidenciales de aquel otoño, el empresario de los ferrocarriles Charles Hays viajaba de vuelta a Canadá, o la curiosa lista de ocho españoles, todos embarcados en segunda clase, menos el matrimonio Peñasco, Víctor y Josefa, él rico heredero de una de las grandes fortunas españolas que viajaban en primera junto a una doncella, quien sobrevivió junto a su señora al naufragio. Un jesuita irlandés realizó numerosas fotografías hasta que desembarcó en Queenstown, y el propio constructor Thomas Andrews, que en ningún momento llegó a vislumbrar la magnitud del suceso, desapareció en las aguas. Aunque la más famosa de todas las personalidades de entonces fue, sin duda, Molly Brown, cuyo valor y arrojo desencadenó un auténtico liderazgo desde el bote número 6, donde fue evacuada. Su fama como superviviente le llevó a promover los temas por los que siempre había luchado, los derechos de los trabajadores, la igualdad entre hombres y mujeres, y la alfabetización de niños indigentes y abandonados.
El Titanic, señala el autor del libro, representa la época de la rápida industrialización y creación de riqueza, y su hundimiento se interpreta como esa señal de alarma de una sociedad satisfecha de sí misma que se encaminaba inexorablemente a una catástrofe en las trincheras de un frente occidental; léase, sin duda, la Primera Guerra Mundial, y Lord, quien como hemos señalado, sea sin duda el autor que mejor conozca su historia, advirtió en su propio libro que, “tal vez represente la progresión de casi todas las tragedias de nuestras vidas, que empiezan con una cierta incredulidad y que derivan en una inquietud creciente”; en realidad, puesto que el protagonista siempre ha sido hasta hora el propio Titanic y su tragedia, con El final de unas vidas asistimos a la descripción de la existencia de unos hombres y mujeres que compusieron el espléndido retrato de una época y de un tiempo que pareció marcar un fin con su tragedia. Por primera vez, se muestra el interior de tan suntuoso coloso flotante y sobre todo se cuenta, como si de un cuaderno de bitácora se tratara, las intensas horas vividas de muchos de los personajes previo al naufragio y, podemos hacerlo, como un relato novelesco, poblado de curiosos protagonistas, sabiendo en todo momento que aquello fue lo que ocurrió con todo detalle en aquella fría y clara noche de abril de 1912, y además por sus páginas desfilan fogoneros, músicos, camareros, damas y criadas, millonarios, marinos, emigrantes y niños y niñas de corta edad, gente de todas las clases sociales que pasaron a la historia sin ser muy conscientes de ello. Los recuerdos, cien años después, siguen vivos en los familiares de aquellos supervivientes que aun se siguen preguntando como habrían evolucionado los acontecimientos en aquella fatídica noche y si, en otras condiciones, hubieran vuelto a ver a sus seres queridos; pero sobre todo, sobresale el capítulo dedicado a “Vidas después del Titanic”, porque justifica la lectura de este libro y, de alguna manera, celebra la vida posterior de esos poco más de setecientos supervivientes, fascinados mucho tiempo después por su suerte. A cien años de aquella madrugada del 14 al 15 de abril de 1912, la historia del insumergible, según Hugh Brewster, continúa.

viernes, abril 13, 2012

Noche de los enamorados, Félix Romeo

Mondadori, Barcelona, 2012. 144 pp. 12,90 €

Amadeo Cobas

Antonio Gala, en una de sus novelas, asegura: «La muerte, cuando llega a su hora, es uno de los nombres de Dios». Hasta aquí, de acuerdo. Pero, ¿qué ocurre cuando se precipita y se lleva a quien no corresponde? La muerte no se equivoca, decir lo contrario es una sandez, lo sé. Lo que ocurre es que duele cuando sobreviene y arranca de cuajo la vida a una persona que estaba llena de vida, de una vida plena de vivencias intensas y de innumerables por vivir. Cuando la muerte cae de improviso se ensaña con familiares y amigos. Y no hay modo de entender nada. Acaso la razón la aporte otro escritor, Ramón Pernas, cuando sentencia que «la muerte es caprichosa e injusta, se cobra un número de piezas y cuando alcanza el cupo se vuelve allí donde imperan las sombras». Aún así, no duele menos.
Félix Romeo nació en Zaragoza en 1968 y falleció en Madrid el 7-10-2011. El fin de semana en que su amada ciudad natal empezaba los festejos anuales para honrar a su patrona. Este viajero infatigable, lector empedernido, conversador sin tasa, apasionado en todo hasta la vehemencia dejó inédita la obra que aquí se reseña, en la que predomina, como era lógico esperar, su más pura esencia, la que le hace sacar punta a lo romo, consiguiendo que el lector se sorprenda con sus frases, relea aquello por lo que acaba de pasar como inadvertidamente, sin reparar en su profundidad, su doblez, su mordacidad o su ingenio: «Cuando está muerta, María Isabel no tiene ninguna intención de hacer o de decir tonterías para causar risa»…
En su novela póstuma, el autor relata un asesinato del que tiene conocimiento al compartir celda con el homicida. No es que le sonsaque información, sino que ésta procede de las crónicas periodísticas, las pesquisas del propio escritor y, sobre todo, sus cábalas. Sus preguntas. Las que se hace a sí mismo buscando reconstruir el escenario del crimen. Y así las refleja en el libro: una reflexión continua, plagando la obra de ideas que se adhieren a las certidumbres para recomponer las piezas del puzzle. Con maestría, sella las grietas de las citas textuales de la sentencia condenatoria del asesino, con recreaciones de las escenas que desembocan en el estrangulador desenlace. Y la palabra. Sobre la palabra repara Romeo: sobre las dichas por otros para que reverberen en las suyas, no elegidas al azar, sino revestidas de lucimiento; no en vano, son las que mejor definen cada situación.
La escritura de Félix Romeo lo mismo se infiltra en las venas que recorre el espinazo despertando sensaciones chisporroteantes. Es «sincopada», como dice Antón Castro; «directa», en definición de Ismael Grasa; «cincelada a base de golpes secos y precisos», como la describe Jonás Trueba. Acaso todo tenga su justificación. Sí, porque Félix tuvo una vida tan intensa que hasta estuvo más de un año preso en la cárcel de Torrero, en Zaragoza. ¿Por qué? Por tener la valentía que nos faltó a más de uno (me acuso) y negarse a cumplir una imposición. Se hizo insumiso. Por su negativa a realizar el servicio militar o la prestación social sustitutoria, acabó encerrado en una celda. Al fin, le robaron lo mismo que a otros pero conservó su dignidad y su libertad de elección. De este suceso extrae el autor miga que contar en sus novelas, por ejemplo en Discothèque, y fundamentalmente en ésta, donde narra los hechos que condujeron a Santiago Dulong a acabar con la vida de su mujer. Ya he dicho que ambos compartieron celda en presidio. Imagino que en los interminables lapsos de ocio fue desentrañándole a «el escritor», como era conocido adentro, las circunstancias que le abocaron a perpetrar esta tragedia.
Y ahora ya no queda otra que cerrar la producción literaria de Félix Romeo. Nos quedamos sin escuchar su próximo consejo por radio sobre una lectura ineludible, o su siguiente reseña (siempre originales y fundamentadas en su ignota sabiduría: un pozo sin fondo). En el tintero de su agilísimo cerebro han quedado miles de historias. Su legado narrativo consiste en Dibujos animados (Mira, 1995), un libro que personalmente me retrotrajo a la infancia, e inmerso en la ensoñación me hizo sonreír muchas veces, Discothèque (Anagrama, 2001), que me sobrecogió con su vértigo, su crudeza cuasi pornográfica en más de una ocasión, Amarillo (Plot, 2008), crónica de un suicidio y de la culpa subsiguiente, que me llevó a querer aún más a mis amigos.
Ojalá hubiera podido contar a Félix entre ellos. Lo conocí, charlé con él algunas veces, y siempre me dejó pasmado con su vastísima cultura libresca. Era inalcanzable.
Aunque prefiero que sean sus amigos quienes den el tono de elegía adecuado, parafraseando el apéndice de 62 páginas que se acompaña con la obra, titulado ¡Viva Félix Romeo!, a modo de homenaje más que merecido. Cierro con un extracto de los sentimientos que despertaba en ellos, desde los más íntimos: «la persona más buena del mundo», «le gustaba cuidar a la gente», «un devoto de la amistad», «creía en el individuo», «amaba la vida»…, pasando por los externos: «magnético, poderoso, impactante. Un volcán», «apasionado», «vitalista», «siempre amable, siempre brillante», «su necesidad de libertad»…, hasta los signos de su admiración: «provocadoramente sabio», «cultura exuberante», «competía en erudición con los expertos», «una catedral de conocimiento», «el mejor»…
Una pérdida insustituible. Descanse en paz.

jueves, abril 12, 2012

Un puesto avanzado del progreso, Joseph Conrad

Trad. prol. e ilust. Federico Villalobos. Ed. Traspiés, Granada, 2011. 61 pp. 15,80 €

Ángeles Prieto

Hace ya cinco años, en el 2007, tuve la fortuna de leer Las vidas de Joseph Conrad de John Stape, una magnífica y deslumbrante biografía en 550 páginas, elaborada por uno de los principales especialistas en su vida y obra. Estudio fundamental e imprescindible para entender e iluminar toda su producción, un legado que hemos de estudiar con perspectiva, puesto que fue Conrad quien como una bisagra cerró las puertas de la narración decimonónica anglosajona, para abrirnos aquellas otras de la actual, felizmente inaugurada por autores como James Joyce, Virginia Woolf o Thomas Beckett, quiénes no hubieran dado esos revolucionarios avances sin haber leído antes al autor de Lord Jim.
Recordando esa biografía, he podido disfrutar mucho más de esta pieza breve de Józef Teodor Konrad Korzeniowski que la editorial Traspiés ahora rescata, sin duda obra maestra del relato, porque con ella nos vamos adentrar sintéticamente en las cuatro o cinco ideas generales, muy bien definidas, que se despliegan a lo largo de la producción del genio polaco. En primer lugar, su profundo pesimismo sobre la condición humana, que se desarrolla aquí con una economía de medios densa y profunda, irónica y sin concesiones, coronando el cuento con una brutal escena final: El horror, el horror, que diría Kurtz.
Después, destacaremos en este relato el cuestionamiento serio que realizó Conrad sobre el carácter civilizador de la colonización europea, indiscutible pilar de la Inglaterra victoriana. Dado que con esta obra estaremos, ni más ni menos, ante un primer esbozo conseguido de lo que luego sería El corazón de las tinieblas, una de las cien mejores novelas de todos los tiempos, sin duda parte del llamado canon literario occidental. Puesto que la experiencia dura de Conrad como capitán de un vapor en el Congo belga, donde estuvo a punto de morir por las graves fiebres contraídas, más las denuncias que sobre la colonización belga efectuara entonces su amigo, el diplomático irlandés Roger Casement, fueron aprovechadas para componer tanto aquella novela inmortal como este incisivo relato.
Es por ello que muchos de los elementos presentes en la mítica novela los encontraremos aquí: la misma naturaleza indómita y salvaje, idéntica crueldad en el gerente de la compañía y las complicadas relaciones con los indígenas, motivadas únicamente por la obtención de marfil, nunca para educarlos, instruirlos y mejorar sus condiciones de vida, como el discurso colonizador victoriano ostentaba y pretendía. Ni siquiera faltaría en este cuento el mítico Kurtz si lo identificamos con el anterior gerente de la compañía, bajo su simbólica pero más que elocuente cruz de tumba.
Pero hay mucho más en este relato: la dualidad que nos caracteriza entre la luz y las tinieblas, nuestra tendencia innata, aunque soterrada, a la locura y a los impulsos agresivos que en un entorno hostil se ponen de manifiesto y por supuesto, el definitivo triunfo de la muerte.
Aunque además, no todo el provecho que podamos obtener con esta narración se la vamos a deber a Conrad, sino también y especialmente a un Federico Villalobos tan eficaz, que me costaría mucho decidir qué trabajo realiza con más brillantez: Si la estupenda traducción, el imprescindible prólogo o las magníficas e irónicas ilustraciones que, en blanco y negro como no podía ser de otra manera, otorgan mucha más vida aún a esta deslumbrante, apasionante y lúcida reflexión sobre nuestra propia naturaleza.

miércoles, abril 11, 2012

Mister Wonderful, Daniel Clowes

Trad. de Rocío de la Maya Retamar. Mondadori, Barcelona, 2012. 80 pp. 15,90 €

Ricardo Triviño

Daniel Clowes se ha puesto romántico. Mister Wonderful, su último trabajo, es una historia de amor con un protagonista gris y angustiado, un divorciado cuarentón que busca rehacer su vida. Una cita a ciegas organizada por un amigo suyo y la angustiosa espera en la cafetería son el punto de partida de este relato agridulce.
La obra apareció originalmente publicada en las páginas dominicales del New York Times entre septiembre del 2007 y febrero del 2008, serializada en veinte entregas a página completa. El cómic en tapa dura publicado por Random House equivale a la edición de Pantheon, con páginas añadidas y viñetas modificadas. Es curioso cómo el ritmo cambia completamente. La tensión dramática que había al final de cada página del New York Times, con la consecuente espera de una semana para continuar la historia, desaparecen en el libro.
A pesar de tener el mismo formato apaisado de Ice Haven, Mister Wonderful no tiene más parecido. Frente al caleidoscopio que representa la primera, con variación de estilos y de puntos de vista, en esta última nos encontramos con una trama lineal con el monólogo constante de Marshall, el protagonista, en un estilo de dibujo que escasamente varía. Se perfila aquí una experiencia gris que tampoco comparte la ironía ni la acidez de Wilson, su anterior tebeo. Marshall es un infeliz con baja autoestima que se va a esforzar por conseguir que la cita salga bien. El realismo aquí no da lugar a los disparates ni al humor negro.
Esta característica lo hace diferente a cualquier obra anterior del artista pues deja a un lado su cáustica visión del mundo para mostrarnos un personaje lo más verídico posible. Clowes se aleja del cinismo esperpéntico de John Kennedy Toole para asomarse a los dramas de pareja de Woody Allen. Clowes también es un observador del comportamiento humano y, como Allen, ha apoyado fuertemente sus trabajos en los diálogos y en el lenguaje. En Mister Wonderful las palabras cobran especial relevancia pues, al ser un pequeño fragmento de vida cotidiana de apenas unas horas sin apenas gags humorísticos que rebajen la tensión, y suprimida la espera de las diferentes entregas dominicales, éstas son las únicas que mantienen el interés del lector.
Demostrando sus habilidades, es capaz de crear un juego constante entre el monólogo interior, a modo de paratextos, y los diálogos, en bocadillos. Este juego también lo utilizó Allen en la famosa escena de Annie Hall donde los subtítulos muestran, simultáneamente con la conversación, qué desea realmente cada uno de los protagonistas. Sin embargo, en los cómics, todo sonido es tinta, es opaco, tiene un cuerpo. Los pensamientos de Marshall le impiden tanto a él como al lector ver y oír (leer) qué está sucediendo. El uso más impactante es la solidificación de una risa cruel que acabará por ocupar la vida de uno de los personajes.
Si bien para el fan de Clowes esta historia puede resultar algo descafeinada, tanto por la historia como por el dibujo, cabe valorar el cambio de registro y el gran uso que sigue haciendo del lenguaje, mucho más apreciable, tal vez, en el original inglés. Puede resultar baladí señalarlo pero ser capaz de mostrar una existencia gris y mantener la expectación del lector ni es fácil ni está al alcance de todos.

martes, abril 10, 2012

Perros que ladran en el sótano, Olga Merino

Alfaguara, Madrid, 2012. 262 pp. 18 €

Ignacio Sanz

Estamos ante una novela compleja y tenebrista en la que el desarraigo y la represión se solapan, una novela que habla de nosotros, de los españoles, en este caso unos españoles desdibujados porque viven en el viejo Protectorado Español de Marruecos que contaba con dos ciudades importantes como referencia: Tetuán y Tánger. Los que las hemos visitado hemos podido ver en sus calles muchos vestigios que todavía permanecen intactos, sobre todo cines y teatros con nombres contundentes que remiten a lo más granado de nuestra cultura. Y el casino español, donde todavía despachan nuestras cervezas y nuestros vinos. Pobre Cervantes, tan manoseado. Aunque me suena que también Ramón y Cajal andaba por allí.
Olga Merino centra su mirada sobre una de las familias que, procedentes de Elda (Alicante) se asentaron en Tánger como zapateros especializados en calzado ortopédico. Un drama, porque con la disolución del Protectorado, la segunda generación de esas familias, sin ser estrictamente expulsadas, acaban saliendo. El mundo, hasta entonces más o menos feliz, se les desplomó. En aquel momento el lugar de procedencia les quedaba muy lejos pues no dejaba de ser un lugar remoto con el que había perdido las raíces.
Perros que ladran en el sótano, la novela de Olga Merino, se cuenta en dos relatos paralelos, por un lado el pasado en Marruecos, un pasado no exento de nostalgias y conflictos internos y, por otro, la deriva de esa familia en España, y digo deriva por no decir el naufragio, que se prolonga agónicamente hasta nuestros días. En esta segunda parte el relato se centra en las idas y venidas de una compañía de variedades en la que se integra como figura flamenca Anselmo Rodiles, el hijo de aquellos zapateros, cuya vida es un rosario de desdichas que se acentúan por su condición de homosexual. Esta compañía recorre la llamada España profunda en un viaje errático que acaba en Montilla de Palancar (Cuenca), precisamente la noche de la muerte de Franco. Para el lector medianamente informado, le será inevitable establecer puentes de contacto con Viaje a ninguna parte, la novela de los cómicos de Fernán Gómez que luego, con tanto éxito, se llevó al cine.
Mucho desarraigo, algunas traiciones, bastantes calamidades se van tejiendo entre los dos relatos que se cruzan y mantienen la tensión narrativa candente.
Pero, además, el lector no avisado, se va a encontrar con una prosa ágil, rica, llena de ecos populares. Da la sensación de que la autora escribiera con la antena puesta en la barra de los bares del Chamberí o del Lavapiés de hace treinta o cuarenta años. Qué riqueza de matices en el uso popular de la lengua y cómo esos matices engalanan la propia narración.
Ese contraste entre la grisura de la atmósfera que preside ambos relatos y la viveza de los diálogos que lo hacen avanzar, creo que es uno de los aciertos más notables de esta novela compleja y melancólica que hace del desarraigo el centro emocional de unos personajes derrotados que un día acariciaron un sueño finalmente, ay, desvanecido.

lunes, abril 09, 2012

Biblioteca nacional, Mario Crespo

Eutelequia, Madrid, 2012. 160 pp. 17 €

Miguel Baquero

El hecho mismo del escenario en que se halla situada este novela, nada menos que la Biblioteca Nacional de Madrid, nos indica claramente el compromiso del autor hacia la literatura, poco menos que su adicción a las letras. Algo que resulta todavía más palpable cuando atendemos al argumento y la sustancia de la obra.
Biblioteca Nacional está articulada en torno a un juego de identidades, un juego que si al principio resulta curioso y luego intrigante, al final acaba por convertirse en poco menos que angustioso. El juego de los dobles, de los problemas de personalidad, de las identidades, siempre ha tenido mucho sabor literario, y la lista de autores que lo han cultivado sería muy extensa, en los últimos tiempos quizás el más destacable sea Paul Auster. Pero según se avanza en la lectura de Biblioteca Nacional, el lector no puede por menos que remontarse a aquella otra gran novela (o nivola), paradigma del gran juego de las identidades, que es Niebla, de Unamuno.
En la novela de Crespo, como en aquella otra del insigne Don Miguel, el protagonista se siente poco a poco asaltado por la presencia de alguien que parece determinar sus días, que prevé sus pasos e incluso que se adelanta a sus pensamientos, un alguien que al final descubrirá que es el autor. En Biblioteca Nacional, el personaje principal comienza a toparse, cada vez con mayor asiduidad, con la presencia podría decirse que fantasmagórica (porque, al fin y al cabo, se le aparece en cada búsqueda en Google, como un espectro misterioso de los tiempos modernos), la presencia, iba diciendo, de Mario Crespo, efectivamente aquel que firma el libro. Es alguien que escribe, antes y mejor que él, lo que al protagonista se le pasa por la cabeza, alguien que parece robarle las ideas, alguien con quien incluso llega a cartearse (miento, por supuesto: llega a e-mailearse) y de quien se muestra hasta una fotografía. Mario Crespo, en resumen, no cabe duda. El juego de las identidades, el trampantojo de la personalidad, se ha montado delante del lector…
Y el lector ha conseguido introducirse en esta jugada gracias, desde luego, al buen hacer narrativo de Crespo (o de Villa, como se llama el protagonista, o de quienquiera que sea que esté contando y que le ha implicado en la historia. A ello ha ayudado mucho el hecho de que el personaje principal, un joven mileurista sobrecualificado y con problemas laborales, personales y de salud, esté tomado de nuestro magma cotidiano, no sea ningún héroe, ningún dechado de nada, ningún ejemplo a seguir, sino simplemente un personaje corriente (no confundir con vulgar) que de pronto parece haberse introducido en una trampa literaria. Eso le pasa, tal vez, por admirar a Vila-Matas, otro de los grandes cultivadores de estos ejercicios metaliterarios en los que está en juego la personalidad y por el que el protagonista dice sentir admiración.
Varias son las cartas a las que se ha apostado esta jugada, el triunfo en este juego. Una de ellas, quizás la fundamental, es el ritmo, la manera en que el autor logra ascender desde la cotidianeidad, incluso la rutina de cada día, a unos niveles progresivamente más chocantes al principio, extraños luego, misteriosos después y finalmente del todo asombrosos; y junto con el ritmo, la verosimilitud, que es posible no siguiendo, por descontado, las reglas comunes de la realidad, sino creando en cada página, con una espesura que poco a poco se va extendiendo en torno de la acción, una realidad alternativa, distinta, única, una especie —así se la califica en la novela— de “niebla” que difumine los límites entre lo real y lo ficticio, entre lo realmente posible y lo literariamente posible. El objetivo es hacernos desembocar en un universo donde de pronto pueda aparecerse Vila-Matas, al que con tanta admiración se ha nombrado, o mostrarse Francisco Ayala, o el mismo Pep Guardiola (es en serio). El objetivo es, en fin, sorprendernos con un truco literario en la línea que tantos otros grandes escritores han seguido, para el que es preciso tener mucho pulso a la hora de escribir, y que se seguirá practicando mientras haya autores y lectores que se dejen fascinar por el prodigio (porque no deja de ser un prodigio) de crear un mundo por medio de letras.

viernes, abril 06, 2012

jueves, abril 05, 2012

El muñeco, Daphne du Maurier

Trad. Marian Womack. Fábulas de Albión, Madrid 2011. 288 pp. 20 €

Victoria R. Gil

Para quien disfrute con el escalofrío que esconden las obras de Daphne du Maurier, y de forma muy especial sus relatos, la decisión de Fábulas de Albión o, lo que es lo mismo, Nevsky Prospects, de publicar en castellano los cuentos inéditos de la autora inglesa es una de las mejores noticias literarias de los últimos tiempos. Con el mismo buen gusto con que James y Marian Womack editan sus pequeñas joyas de la narrativa rusa en Nevsky, la rama británica de esta familia editorial se ha estrenado con El muñeco, una historia de juventud que nunca vio la luz y que fue descubierta hace sólo un par de años por una librera del pueblo en el que residió la famosa escritora.
Se aprecian en éste y en los otros relatos que integran este volumen la incipiente pluma de la Du Maurier y el efecto del tiempo transcurrido desde que se escribieron, lo que les proporciona una cierta ingenuidad. Pero eso no impide que también lleven dentro el embrión de lo que será el personal estilo de su autora: el análisis psicológico de los personajes, la narración demorada y minuciosa, y la creación de oscuros ambientes donde las emociones fluyen soterradas y nada consigue calmar los anhelos más secretos.
En este libro de cuentos disfrutamos ya de la habilidad de Daphne du Maurier para encontrar el horror en lo que en un primer momento se nos antoja trivial y cotidiano. Nadie que haya leído Los pájaros (o visto la versión cinematográfica que rodó Alfred Hitchcock) ha vuelto a mirar del mismo modo el aparentemente inofensivo aletear de un ave a su alrededor; ni un vaporetto que surja de las brumas de un canal de Venecia podrá dejar de estremecernos si nos hemos adentrado en las páginas de No mires ahora, otro de sus cuentos llevados al cine, en este caso por Nicolas Roeg (Don't Look Now, 1973).
Asegura la escritora Pilar Adón en el interesante prólogo a esta edición, que «con una manifiesta habilidad para retorcer los argumentos y llevarlos hasta las más altas cotas de lo grotesco, Du Maurier mezcla en sus historias los ambientes más aristocráticos y selectos con lo más bajo lo más sórdido; el comportamiento más puritano enfrentado al más sensual; las almas castas combatiendo a las pecaminosas. (…) Y es que ningún personaje de Daphne du Maurier se libra de las sombras (…) y en todas sus tramas, adopten éstas la forma que adopten, sean exitosas novelas u oscuros relatos, las cosas nunca son lo que parecen».
Aunque los trece cuentos reunidos para esta ocasión por el matrimonio Womack dejan su poso de malestar y zozobra, el relato que da título al conjunto no sólo es el mejor, sino que libera una compleja carga difícil de soslayar: sexualmente provocador y ambiguo, describe un amor obsesivo en medio de un triángulo morboso que nos perturba más por lo que intuimos que por lo que nos cuenta. Los seguidores de la autora británica disfrutarán, además, al descubrir que el personaje central de esta historia se llama Rebeca y es tan bella y seductora como la enigmática mujer que diez años más tarde daría fama mundial a su creadora.
Quizás las sombras que pueblan novelas como La posada de Jamaica, Mi prima Raquel o Rebeca, por citar sólo las más famosas, sean las mismas en las que vivió la propia autora, de quien se ha dicho que podría haber mantenido una relación incestuosa con su padre, el prestigioso actor Gerald du Maurier; que la amante de su marido sirvió de inspiración para crear el personaje que la hizo famosa, Rebeca de Winters, y que ella misma habría mantenido una relación extra marital con la actriz Gertrude Lawrence, ex amante de su padre, y a quien convertiría en protagonista de su novela más original y sorprendente: Dios salve a Inglaterra, con una Gran Bretaña invadida por el ejército de los Estados Unidos.
A la luz de su obra, Daphne du Maurier nos resulta de pronto muy semejante a esas mujeres que encandilaban a Hitchcock (el director que mejor supo traducir a imágenes sus inquietantes historias), rígidas y educadas en su impecable exterior, pero dueñas de un perverso y turbio interior. Y en ambos, cineasta y escritora, encontramos igual interés por revelarnos el fondo más siniestro de la normalidad. Ese que nos fascina con la misma intensidad con que nos asusta.

miércoles, abril 04, 2012

Mi abuelo llegó esquiando, Daniel Katz

Trad. Dulce Fernández Anguita / José Antonio Ruiz. Libros del Asteroide, Barcelona, 2011. 240 pp. 16,95 €

Ariadna G. García

La narrativa finlandesa tiene un hueco, por fin, en las librerías españolas. Anagrama lleva una década publicando las delirantes novelas de Arto Paasilinna (1942); Salamandra editó el año pasado una obra soberbia: Purga, de Sofi Oksanen (1977); y Libros del Asteroide ha rescatado recientemente un libro importante en la literatura ártica: Mi abuelo llegó esquiando, de Daniel Katz (1938). Esta obra, publicada originariamente en 1969, recibió el premio J. H. Erkko (a la mejor ópera prima) del diario Helsingin Sanomat. Su autor, desde entonces, ha ido cosechando varios méritos, como el Premio Nacional de Literatura (2009).
Mi abuelo llegó esquiando fue escrita durante la Guerra de Vietnam. No parece una coincidencia. La novela relata las aventuras e infortunios de tres generaciones de una estirpe judía desde la guerra Ruso-Japonesa (1905) hasta el desenlace de la Segunda Guerra Mundial (1945). El tono humorístico del libro, las escenas absurdas, van a servir de catalizadores de un hondo desarraigo físico y existencial. Su humor arroja luz sobre el lado grave de la realidad: la injusticia, la pérdida, la muerte. Más allá de la carcajada, el autor va buscando la adhesión de sus lectores a un ideario anti-bélico, así como a la toma de conciencia de que la identidad es un concepto en crisis, doloroso e inestable.
La novela se estructura en tres bloques. El primero se centra en el abuelo bielorruso (corneta del ejército del Zar) y en su valiente esposa de origen finlandés. La historia avanza por la acumulación de anécdotas y episodios más o menos jocosos (eróticos y militares). El segundo ofrece una visión descarnada del mundo. Se Localiza en el golfo de Botnia entre los años 1941-1944, en plena Guerra de Continuación, que enfrentaba a las tropas de Finlandia y la URSS tras la derrota del Ejército Rojo en la Guerra de Invierno (1939-1940). El conflicto, ahora, se inserta dentro del escenario de la Guerra Mundial (1939-1945), de modo que el hijo mayor de Benno y Wera, Arje, se ve en la paradoja de luchar contra soldados oriundos de la tierra de su padre en coalición, nada menos, que con el cuerpo de élite de la Alemania nazi, las Waffen SS. Katz explota esta situación grotesca con un humor que se va transformando en materia agresiva. La actitud desenfada del autor encubre el miedo que constriñe a los personajes, sus dudas sobre la lealtad de sus vecinos (e incluso del Estado), el pánico a la deportación a Polonia, o el deseo de huída en barco a Suecia. El último bloque del libro retoma la concatenación de recuerdos dispersos, poco o nada relacionados entre sí. Sin duda alguna, es el más flojo. Pese a todo, ofrece algunas notas interesantes sobre la visión crítica de Daniel Katz a propósito de la ocupación de tierras palestinas por parte de Israel, de los rituales judíos (la circuncisión) y de la inacción de quienes dan sus vidas por perdidas y se dejan atrapar, asfixiar como peces desvalidos, por una red impuesta.
Mi abuelo llegó esquiando hará las delicias de los lectores que gusten de las obras cómicas con trasfondo grave, de las películas de Woody Allen o del teatro de Mihura. Eso sí, con el añadido de un entorno enigmático: la distante y desconocida Europa septentrional.

martes, abril 03, 2012

Crezco, Ben Brooks.

Trad. Zulema Couso. Blackie Books, Barcelona, 2012. 234 pp. 21 €

David Vicente

Lo primero que sorprende antes de bucear en las páginas de Crezco y ponerse manos a la obra con su lectura es la precocidad de su autor, Ben Brooks. Según podemos leer en la faja publicitaria (dicho sea de paso, puro diseño y no de esas que se acaban tirando pues dificultan la lectura), con apenas diecinueve años Crezco es el quinto libro de Ben Brooks, el primero traducido al español, y ha sido nominado al Premio Pushcart.
Pero la sorpresa no termina aquí, sino que el autor asegura al desplegar dicha faja que escribió al menos tres cuartas partes de la novela con dieciséis años y con resaca, contando lo que le había sucedido la noche anterior.
Parece lógico deducir ante estos mensajes de marketing que nos encontramos ante la obra de un genio en ciernes. Sin embargo yo, que suelo carecer de pensamiento lógico y más bien soy un tarado, tiendo a pensar que nos encontramos justo ante todo lo contrario: un bluff, un timo, un farol, si lo prefieren. E imagino que lo que tengo entre manos es la novela cien veces contada (con mayor o peor fortuna) de un adolescente con aires nihilistas que se refugia en la ironía y el sarcasmo para bandear una sociedad a la que no se adapta. Una especie de Holden Caulfield moderno, con iPhone incluido, que cuelga mensajes en Facebook y Twitter. En definitiva otra novela generacional más, dirigida a un público muy determinado, y de cuyo autor es probable que sepamos más bien poco de aquí a unos años, cuando su inevitable crecimiento le obligue a narrar de otras cosas y le deje carente de argumentos.
Algo de esto hay dentro de las páginas de Crezco. Me explico. Hay un retrato generacional, hay nihilismo existencial, hay ironía y sarcasmo y hay algo ya contado generación tras generación. Pero sobre todo hay literatura. Algo que, aunque parezca paradójico, no siempre es sencillo encontrar dentro de una novela.
A través de su personaje central, Jasper, Ben Brooks construye una novela narrada en primera persona como si se tratase de un diario, en la que nos habla de lo extraño que resulta todo a veces y lo complicado que es crecer, convertirse en eso que llamamos adulto y asumir responsabilidades.
Crezco es una novela donde están presentes todos aquellos elementos que definen una generación: las drogas, el sexo (o las ansias de él), la inadaptación, la falta de interés por el futuro más próximo… Pero también es una novela llena de ternura, humor, ironía y, repito, de literatura.
Sin duda se podría decir de la primera novela con la que Ben Brooks aterriza en España de la mano de la que ya se ha convertido en una de las grandes referencias editoriales de nuestro país, Blackie Books, que es una novela generacional. Pero no para ser leída por una generación exclusivamente.
Crezco es una novela que habla de la adolescencia, esa extraña patria que todos hemos habitado y que, aunque en su momento resultó confusa, todavía hoy no tenemos muy claro (por lo menos yo no lo tengo) si al abandonarla evolucionamos hacia algo mejor o fuimos derrotados y nos convertimos en eso que nunca quisimos ser y siempre odiamos. A fin de cuentas, ya lo dijo Dylan, éramos más viejos entonces.
No sé si Ben Brooks escribió o no esta obra en sus días de resaca, o lo hizo con dieciséis años o más. Ciertamente me importa un carajo. Lo que sí sé es que una vez leída su novela todos esos mensajes publicitarios que en un principio me llamaron la atención, han quedado reducidos a mero texto impreso carente de interés en una faja publicitaria, para dar paso a lo verdaderamente importante, su literatura.
Decir que estamos ante un genio, probablemente es mucho decir, pero casi con total seguridad nos encontramos ante un autor que ha venido para quedarse y para ofrecernos cosas muy interesantes, la primera de ellas: Crezco.

lunes, abril 02, 2012

El caracol dorado, Dionisia García

Renacimiento, Sevilla, 2011. 169 pp. 10 €

Pedro M. Domene

Los aforismos, las máximas o las reflexiones, muestran un modo propio de pensar y de sentir, presuponen esa extraña búsqueda que, literariamente, se concreta en un ideal de belleza y de verdad. No es la primera vez que Dionisia García (Fuente Álamo, Albacete, 1929) invita a sus lectores a reflexionar sobre aspectos y actitudes de nuestro mundo, sin duda olvidados o desatendidos por las prisas que, de alguna manera, sintetizan nuestro cotidiano sobrevivir. En Ideario de otoño (1994), ofrecía ciertas paradojas y con sus observaciones se respondía a ciertas preguntas y confirmaba su mágica visión sobre esa estación del año, un tiempo tanto de comienzo como decadente esplendor y, después, en Voces detenidas (2004), se proclama la vida como es, recurría para ello a la memoria y al olvido cuando, transcurrido un tiempo prudencial, termina por convertirse en una entrega de expresión sentenciosa e intelectual, en su expresión más textual y deslumbrante, como nos tiene acostumbrados la poeta manchega, brillante en su resultado y ejecución final. Y una tercera entrega, El caracol dorado (2011), que aporta nuevas formas, matices diversos y ofrece una mayor comprensión de nuestro entorno vital.
La obra aforística de Dionisia García apuesta por el modelo del género, brevedad, ingenio y sorpresa se funden con un profuso tempo lírico, fruto de su larga experiencia poética, que transforma con sus reflexiones en visiones de una estética incuestionable. «Confidencias» y «Artificios» son los dos grandes bloques en que divide la autora su más de setecientos aforismos de El caracol dorado, muchos de los cuales proclaman una filosofía de la existencia, y recrean una frágil realidad de la que no siempre somos conscientes, «Atesora los días, mídelos, pálpalos, procura retener el instante. Ya perdidos, suéñalos, recuérdalos, manténlos en la memoria, mezcla lo viejo con lo nuevo, que en todo fuiste y eres. Eso es la vida», como sugiere al comienzo mismo de esta serie. Su agudeza crece a medida que seguimos leyendo, se detiene en detalles pequeños o insignificantes que, sin embargo, nos pueden hacer distintos: «Perdemos parte de la vida en demostrar que somos los mejores». Estas Confidencias devienen, en su sentido último y más profundo, en un humanismo comprometido, porque a lo largo de sus páginas Dionisia García reproduce opiniones y no pocas de las lecturas que ha ido realizando a cabo en el largo lustro en que se ha ido fraguando el libro: León Bloy, Ernst Jüng, Epicuro, Aldous Huxley, quien acertadamente escribiera sobre las estaciones del año y la ordenación de la vida en conformidad con ellas, el clásico Horacio, o la recientemente desaparecida, Wislawa Szymborska, Nobel en 1996, se asoman en sus páginas. Si la primera parte suponía buena dosis de ese extensivo halo lírico que salpica la prosa aforística de la autora, esta segunda, Artificios, más amplia, nos sumerge en una mayor visión de cuanto acontece en el mundo y de sus consecuencias inmediatas, tanto individuales como colectivas, como se sugiere en el primero de sus acertados textos, «Adentrémonos en el camino y algo se encontrará», y así abundan las sugerencias y las afirmaciones sobre el concepto del bien y del mal, sobre lo justo y lo injusto, sobre la extrema hermosura en que se concreta la vida y los ásperos peligros que se nos aguardan a lo largo de nuestra existencia, «En este siglo XXI la provisionalidad nos acecha. Lo mejor es quedarse fuera, pero ¿dónde?». Quizá por eso, esta segunda parte está plagada de una veta de finísima ironía que subyace bajo el pensamiento mismo, o se resume en las múltiples facetas de continuas sonrisas en que se concreta todo cuanto nos llama la atención.
Como ha señalado Dionisia García, el caracol puede ser una clara y evidente metáfora del vivir; va con la carga acuestas y en esa carga, nosotros obtenemos el sentido de la felicidad y, también, el de la aflición.