viernes, marzo 30, 2012

Su marido, Luigi Pirandello

Trad. Miguel Angel Cuevas. Traspiés, Granada, 2012. 278 pp. 19,50 €

Ángeles Prieto

Antes de entrar en el intríngulis de esta singular y excepcional novela, me gustaría advertir a los lectores que procuren no acercarse demasiado a los escritores que sinceramente admiren. Porque adentrarse en sus vidas profesionales no aumentará la estima que sientan por ellos y sí, muy probablemente, saldrán tan escarmentados de la experiencia que no volverán jamás a leerlos. Asunto que suele sobrevenir porque la vanidad reina en el mundillo social literario, la que verdaderamente preside un mercado de faranduleros muy mal remunerados, rodeados por un esperpéntico clima de envidias y chismes, tantas veces mafioso y sangriento por adquirir una columna socorrida o un boyante premio, únicos medios con los que pueden conseguir algo de dinero, ambiente del que hay que huir porque nos venden firmas, poses y fotos con afán comercial, pero rara vez libros, aunque sea ese preciso producto el que nosotros estemos adquiriendo.
Pues bien, este estado de la cuestión ya denunciado por Julien Gracq en su magnífico ensayo La literatura como bluff de 1950, ya se nos pone bien de manifiesto en esta intrépida y contemporánea historia escrita en 1911, nada menos. Novela que nos resulta extraordinariamente cercana porque la podríamos encuadrar sin problemas en ese género mixto, entre la literatura y la vida particular, que alcanzaría su apogeo con las obras de Thomas Bernhard, W. G. Sebald y no pocos autores españoles actuales fuertemente impregnados de autobiografismo. Con la única diferencia de que esta novela está escrita en tercera persona.
Porque adentrarnos en la vida, con no pocos puntos en común, de la pareja de autores contemporáneos que consiguieron el Premio Nobel para Italia durante el siglo XX, nos proporcionará esa clave sentimental necesaria para entender este testimonio, y también los motivos de su escasa difusión posterior, más allá de la colaboración de Pirandello con el régimen mussoliniano que por supuesto afectaría a la totalidad de su obra tras la Segunda Guerra Mundial. Así, bajo el personaje de Silvia Roncella podemos determinar que se esconde la figura notable de Grazia Deledda nacida, al igual que el autor siciliano de esta novela no en la Italia continental, sino en una de sus islas, Cerdeña, también marcada por el atraso cultural y por la depresión que supuso, para estas tierras esperanzadas en un progreso que no llegaría, la pérdida de las ilusiones garibaldianas.
También debemos hacer constar que ambos autores coincidieron también en el hecho de contraer sus matrimonios respectivos, igualmente desgraciados, inducidos por una fuerte presión familiar, asunto que llevaría a Pirandello a descargar, a ratos con ironía caricaturesca, a veces bajo una sensible depresión, toda su amargura conyugal en esta novela. Y aunque no sepamos si lo hizo porque había establecido un romance con Deledda, asunto que no podemos descartar dado que Silvia es un personaje con pocos defectos y en cierta forma idealizado, o porque ella simplemente le sirviera como espejo donde reflejarse, eso bastó para que todo el mundo fuera consciente de la incómoda inoportunidad de airear entonces, y mucho tiempo después, esta historia verdadera.
Porque el auténtico e insoportable patán que se nos revela que bajo el nombre caricaturesco de Giustino Boggiolo, marido de la protagonista, no puede ser otro que Palmiro Madesani, oscuro funcionario del Ministerio de la Guerra y marido de Grazia, que aquí se lanza sin pudor, rubor, ni vergüenza a la venta profesional de la vida y milagros de su esposa, en pleno ascenso de su prestigio literario.
Así, con estos mimbres auténticos, avanzaremos tragicómicamente por una novela sólida, bien escrita y magníficamente traducida que asimismo desembocará en un final realista, perfectamente adaptado a los conceptos de dolor, culpa y muerte que obsesionaron a Deledda toda su vida, aunque con ello se traicione en cierta manera el tono literario de una narración que sólo hasta el momento último alternará siempre el humor con la amargura, para decantarse por esta última.
El resultado, por tanto, como suma de una historia fascinante, un rescate necesario y un libro honesto y cálido, es que nos dejará agridulces, pensativos y admirados.

jueves, marzo 29, 2012

En La Tormenta en un Vaso, hoy nos adherimos
a la convocatoria de huelga general hecha por los sindicatos. 
Mañana volveremos con total normalidad.
Perdonad las molestias.

miércoles, marzo 28, 2012

Maiwai, Minetaro Mochizuki

Trad. Maite Madinabeitia. Ediciones EDT, Barcelona, 2012. 280 pp. 4,95 €

Ricardo Triviño

EDT (Editores de Tebeos), la hasta febrero pasado Glénat España, reedita Maiwai, un cómic diferente de Minetaro Mochizuki. Este mangaka es mejor conocido por su obra Dragon Head, brutal historia apocalíptica llena de desesperanza y pesimismo donde se analizan las fuentes y consecuencias del terror humano.
Si Dragon Head era llevar al límite el miedo psicológico de su ópera prima Zashiki Onna (La mujer de la habitación oscura, Glénat, 2005), Maiwai (2007-09) es, hablando en plata, una ida de olla descomunal. En pleno siglo XXI, nos encontramos con la nieta de un experto pescador japonés aficionada al wrestling, muy mona ella pero con la cabeza en las nubes. Buscando una ayuda extra a sus maltrechas finanzas, su padre y ella le alquilan una habitación a Kato, un estrambótico chaval con tupé de Elvis apasionado por la pesca, que acaba de llegar a la ciudad. El rizo se riza cuando hacen acto de presencia un grupo de piratas con máscaras de lucha libre mexicana buscando un supuesto tesoro escondido. Por lo visto, el abuelo de Funako se fue a la tumba con un secreto.
Y la cosa seguirá enredándose. Las páginas de Maiwai están repletas de un humor absurdo e idiota, una especie de Monty Python sin ironía pero con muchas ocurrencias descerebradas. Desde la actitud ridícula del fan de Elvis, que pretende (sin conseguirlo) resultar carismático, hasta los embelesos de Funako, quien se abstrae en plena calle agarrándose los pechos, la historia no deja de impresionarnos con su rocambolesca trama. El dibujo de Mochizuki sigue, al igual que en sus obras anteriores, siendo limpio y detallista. Sin embargo, los espacios dejan de resultar claustrofóbicos para ser abiertos y luminosos de acuerdo con el tono más ligero del relato. Los rostros hieráticos de expresión contenida de los protagonistas, que en Zashiki Onna y Dragon Head causaban desazón, aquí mueven al lector en la dirección contraria. Las actitudes demasiado solemnes en mitad del argumento estrambótico de Maiwai no pueden mover sino a risa.
Ahora, con el cambio de nombre, EDT ha decidido reeditar los once tomos. De momento, ha sido una sorpresa agradable, pues el primer número ha salido no a 12 € (como en la primera edición) sino a 4,95 €. Se agradece. Queda esperar si es sólo una oferta para el primer número o seguirán con ella. Ojalá.

martes, marzo 27, 2012

¿Esto es paranormal? Por qué creemos en lo imposible, Richard Wiseman

Trad. Ana Pérez. RBA, Barcelona, 2011. 287 pp. 18 €

César Mallorquí

¿Alguna vez un vidente le ha adivinado detalles de su vida privada de forma aparentemente milagrosa? ¿Algún médium le ha puesto en contacto con el más allá? ¿Ha visto un fantasma? ¿En cierta ocasión su alma abandonó el cuerpo para realizar un viaje astral? ¿Ha contemplado a algún psíquico doblando cucharas o moviendo objetos con el poder de la mente? ¿Ha tenido premoniciones que luego se cumplieron?
Con seguridad, la mayor parte de la gente contestaría que sí a una o varias de esas preguntas. ¿Es ello una prueba de que lo paranormal existe? No: es una prueba de la facilidad con que se engaña nuestro cerebro, de lo sencillo que resulta dejarnos embaucar.
De un tiempo a esta parte, cada vez se publican más libros dedicados a denunciar las mentiras de las pseudociencias —como la parapsicología—, o de las mal llamadas medicinas alternativas –como la homeopatía-, libros que ofrecen una mirada racional y científica ante fenómenos aparentemente sobrenaturales. A las ya clásicas obras “escépticas” de Martin Gardner, se han sumado títulos tan interesantes como Los nuevos charlatanes (2008), de Damian Thompson, Por qué creemos en cosas raras (2008), de Michael Shermer, o Mala ciencia (2011), de Ben Goldacre.
¿Esto es paranormal?, de Richard Wiseman, es otro “ensayo escéptico”, pero no uno más. Otros libros, similares a éste, se centran en demostrar la falsedad de los fenómenos y las doctrinas pseudocientíficas; pero Wiseman sigue otro camino: da por hecho que lo paranormal no existe, así que, en vez de esforzarse en demostrarlo, se dedica a analizar los mecanismos psicológicos que hacen que la gente crea en cosas imposibles.
A lo largo de siete extensos capítulos, el autor da un ameno paseo por las principales chaladuras de lo paranormal: la adivinación, las experiencias extracorpóreas, la telequinesis, el espiritismo, los fantasmas, el control mental y las premoniciones. En cada caso, Wiseman disecciona la psicología inherente a dichos fenómenos desde dos puntos de vista complementarios: el de quien engaña, y el de quien es engañado. Y lo cierto es que sus conclusiones resultan perturbadoras, porque nos confrontan con nuestros propios espejismos y errores, y ponen en evidencia lo fácilmente que se quiebra el pensamiento racional. En el fondo, creemos en imposibles porque, al igual que el agente Mulder, queremos creer.
Por otro lado, dado que la materia prima del libro —lo paranormal— es de naturaleza más bien extravagante, Wiseman nos cuenta las historias de algunos personajes deliciosamente excéntricos, como las hermanas Fox y las mesas bailarinas, y unas cuantas anécdotas desopilantes, como la de Gef, la “mangosta parlante”. Lo cierto es que algunos párrafos, los dedicados a las creencias paranormales más estrafalarias, parecen formar parte más del género de humor que de la divulgación científica. Pero se trata de un libro serio y riguroso, un libro que nos aporta valiosa información sobre la forma en que interpretamos la realidad; aunque, muchas veces, la forma en que contemplamos lo real no es ni seria ni rigurosa. Acompañando al texto hay numerosas etiquetas QR y direcciones de Internet que nos remiten a entrevistas, conferencias y documentales relacionados con los diversos temas tratados.
Entre las técnicas psicológicas de engaño (y autoengaño) que se analizan en ¿Esto es paranormal?, Wiseman presta especial atención a la llamada “lectura en frío”, el proceso mediante el cual los presuntos videntes y mentalistas consiguen obtener información de desconocidos sin que estos se den cuenta. Es más, Wiseman no se limita a exponer la técnica de la lectura en frío, sino que ofrece un divertido mini-cursillo que permitirá al lector, tras la debida práctica, llegar a ejercitarla con maestría. Algo muy conveniente en estos tiempos, pues, si tenemos en cuenta los orígenes de la crisis que nos azota, no hay dedicación con más futuro que la de embaucador.

lunes, marzo 26, 2012

Una forma de vida, Amélie Nothomb

Traducción de Sergi Pàmies. Anagrama, Barcelona, 2012.  146 pp. 15,90 €

Care Santos

En esta novela son importantes las cartas. Acabo de darme cuenta que cada año, cuando cae en mis manos el nuevo libro de Amélie Nothomb, me siento como si recibiera carta de una amiga lejana, encantadora y excéntrica. Una amiga que me escribe de tarde en tarde, sólo para impresionarme con sus últimas peripecias. Las novelas de Amélie Nothomb siempre dan la sensación de tratar sobre Amélie Nothomb. Suelen estar escritas al hilo de la contemporaneidad y contar cosas que al lector le recuerdan a su propia realidad y algún acontecimiento reciente. En ellas siempre se reencuentra una con ese personaje encantador, sincero, mundano, que tanto puede parecer pretencioso como confundirnos con su sencillez -Nothomb, claro- pero que siempre nos deja con ganas de más, entre otras cosas porque sus novelas suelen ser muy breves.
Aunque las obsesiones de la belga distan mucho de quedarse sólo en ella misma. En sus libros, además de la reflexión sobre el mundo que padecemos, siempre germinan algunas de sus más viejas obsesiones. Y creo que no exagero si afirmo que esta novela es la más nothombiana de todas, ya que en ella se dan cita un gran número de esas obsesiones que se han vuelto ya recurrentes asuntos de su obra. A saber: la reflexión sobre los límites de lo físico, del propio cuerpo, en relación al mundo exterior; la relación entre la escritora y ese mismo mundo exterior; la amistad como forma de amor pero también como perversión; las fronteras entre las relaciones humanas y, por descontado, el mismo hecho de escribir. Añadiría una más, que para mí es uno de los mayores alicientes de su obra: los chispeantes diálogos. Nothomb es una maestra en el difícil arte de dialogar, y sus personajes desquiciados, a menudo al límite de lo verosímil, le dan una ocasión magnífico de demostrarlo. 
Una forma de vida arranca con la llegada de una carta. La escritora misma recibe una breve misiva de un soldado norteamericano de misión en Irak. Le contesta de inmediato, fiel a su costumbre -ignoro si real, aunque me da lo mismo- de responder toda la correspondencia que recibe. El soldado confiesa que sufre obesidad y que la comida ha sido su único modo de soportar el infierno de la guerra. Esa será la primera confesión de las muchas que se irán sucediendo, algunas de las cuales servirán para dar un vuelco inesperado al argumento. El sinsentido de la guerra, la obesidad como patología y la amistad como remedio son asuntos que sirven de alma a la trama. Sin embargo, más importante que todo ello es la conclusión acerca del sentido de la obra literaria, la razón que lleva a alguien a empeñarse día a día en hacer algo. Como siempre, al final la escritora belga sabe sorprender con un final contundente y dejar a su lector meditando acerca de las muchas cosas que ha dicho en tan poco espacio. 
Ya espero la siguiente.

viernes, marzo 23, 2012

Col recalentada, Irvine Welsh

Trad. Federico Corriente. Anagrama, Barcelona, 2012. 288 pp. 17,90 €

Santiago Pajares

Irvine Welsh se hizo mundialmente conocido en los noventa con la aparición de su primera novela, Trainspotting, cuya adaptación cinematográfica a cargo de Danny Boyle se convirtió casi en un himno generacional. El famoso monólogo que abre la película, impreso en multitud de posters en todos los idiomas, trata de explicar por qué la gente se droga, frente a todos los libros y películas que tratan de explicar por qué nadie debería drogarse. A Irvine Welsh siempre le ha gustado ir contra corriente. La novela tuvo tanto éxito que no sólo tuvo su continuación (Porno, 2002), sino que la precuela, Skagboys, se espera durante 2012.
El resto de sus novelas, aunque no han tenido la misma repercusión mediática que Trainspotting, han ido ganando una legión de fans seguidores de su prosa realista y curtida. Es conocido también por su prosa inventiva, como en la novela Escoria, donde los pensamientos de la tenia del protagonista se superpone al propio texto del libro.
Ciertos autores son inseparables de su entorno. Irvine Welsh se ha dedicado en multitud de ocasiones a relatar la vida en Edimburgo, sus gentes, sus problemas con las drogas y sus hinchadas de fútbol. Incluso escribe directamente en su dialecto escocés, lo que hace que las traducciones pierdan mucha carga emocional el pos de la comprensión lectora. Este libro se intuye que no es una excepción en ese aspecto.
Como el propio autor explica en el prólogo, la mayoría de los relatos que componen el libro han indo apareciendo con el paso de los años en revistas que ya no se encuentran en circulación. Sólo el último de ellos (y el más extenso), “Miami soy yo” es inédito.
El libro se compone de 8 relatos. Prefiero no enumerar la temática de todos y cada uno, así que comentaré el que menos y el que más me ha gustado, me parece lo más justo.
El que menos, “El incidente Rosewell”: Cuenta la historia de cómo unos extraterrestres adictos a los cigarrillos tratan de imponer a algunos de los jóvenes de la zona como nuevos líderes del planeta tierra. Comandados por el hermano de uno de estos jóvenes, usarán su moderna tecnología y recurrirán a la energía colectiva extraterrestre para alcanzar sus fines. Aunque el tono es jocoso y trata de llevar la narración al delirio, personalmente no me ha llegado.
El que más me ha gustado, con una gran diferencia, ha sido el relato inédito “Miami soy yo”. En esta narración un antiguo maestro recientemente viudo debe acostumbrarse a su nueva vida en Miami con su hijo, su mujer y su nieto. Dedicado a pasear su sombra por las soleadas calles, y tratando de buscar algún tema del que hablar con su nieto, descubre que un famoso Dj que viene a tocar a la ciudad es un antiguo alumnos suyo. Aunque en principio trata de verle para reconducir su vida, la noche que pasa con él, con su novia y sus amigos cambiará su forma de ver las cosas. Música electrónica, drogas y mucho volumen no pueden enmascarar los obvios problemas de todos los personajes. La delicadeza con que está tratada la tristeza del viejo profesor me ha parecido enternecedora, como alguien a cierta edad no puede sino echar en falta tiempos mejores, donde todo le era más comprensible. Y como al darse cuenta de que todos estos cambios sólo le importan a él le hace dudar de a dónde ha ido todo el esfuerzo de años. En cierta manera, es una narración de Welsh desde el otro lado de lo que él suele escribir, más allá de las drogas, la priva y la música electrónica. Un relato auténticamente envidiable. Y es casi un treinta por ciento del libro.
En definitiva, un libro que gustará a los habituales de Irvine Welsh, y descubrirá un poco de su mundo a aquellos que se asomen por primera vez a estas páginas. Esto de los relatos, como los colores, puede llegar a convertirse en una mera cuestión de gustos. Y en general, a mí me gustan.

jueves, marzo 22, 2012

Escritos breves, James Joyce

Ed. y Trad. Mario Domínguez Parra. Ediciones Escalera, Madrid, 2012. 208 pp. 16,50 €

Miguel Baquero

Reunidos bajo el título de Escritos breves, los textos que componen este volumen (publicado en edición bilingüe y precedido de un magnífico prólogo por parte del traductor-responsable de la edición) bien podrían haberse agrupado bajo el título, por ejemplo, de “Radiografía de un artista en formación”. Y no estamos hablando, desde luego, de cualquier artista, sino nada menos que de James Joyce, uno de los más importantes escritores del siglo XX y cuya influencia ha sido máxima en los autores posteriores y aún se extiende hasta nuestros días.
En el volumen que acaba de publicar Ediciones Escalera —imprescindible, huelga decir, para todo seguidor del escritor irlandés e incluso para todo interesado en asistir a la formación de un espíritu creativo—, se suceden varios textos que Joyce escribió en sus primeros años como practicante de la Literatura, antes de que comenzaran a ver la luz sus obras mayores. “Epifanías”, en concreto, el primero de los “escritos” que se recogen en este volumen, es una sucesión de apuntes, pequeños detalles, a veces fragmentos tomados de conversaciones, fogonazos, en fin, que el autor va recogiendo de su entorno familiar y de la vida de Dublín con vistas a integrarlas en una novela que en aquel momento se hallaba escribiendo: Stephen Hero. Este proyecto, como es bien sabido, acabó por malograrse, rechazado por todas las editoriales (se publicaría de modo póstumo), pero en estas “Epifanías” vemos ya los primeros apuntes de genio del autor. Se trata, como se ha apuntado, de retazos, bocetos, detalles tomados del ambiente, a algunos de los cuales daría cabida posteriormente en Dublineses, su libro de cuentos.
De hecho, el autor siguió cultivando esta búsqueda de epifanías o, como él las calificaba, “momentos de refulgencia artística”, prácticamente durante toda su carrera, hasta la redacción de Finnegan´s Wave, su última obra. Pero estas tempranas epifanías sobre las que iba a basar su primera novela y que se nos ofrecen en este volumen, se aprecia ya la forma en que el artista comienza a abrirse al mundo…
“Un retrato del artista”, el segundo de los textos de este volumen, anticipa en evidente medida la primera de sus novelas publicadas, Retrato del artista adolescente. En el caso del texto que se recoge en este volumen, asistimos al conflicto interno que empieza a plasmarse en Joyce entre la fe que siente y la autoridad de la Iglesia católica, que rechaza debido a la férrea educación jesuita recibida. Repudio de la institución pero sentimiento, o reconocimiento al menos, del catolicismo, esta es una de las principales constantes en Joyce que aún hoy desata controversias entre quienes ven la evolución hacia una ruptura total respecto a lo religioso y quienes aprecian en las páginas de su obra “los residuos de un auténtico católico”. En todo caso, nos hallamos en un ambiente de estudiantes, estudiantes que se cuestionan su alrededor, que se abren a las grandes preguntas, nos encontramos (aunque no aparece su nombre) ante la segunda manifestación de Stephen Dedalus, aquel que no se logró concretar en la fallida Stephen Hero y quien en solo unos años bajará esplendoroso desde la torre Martello a la radiante vida dublinesa, el 16 de junio de 1904, en las primeras páginas del Ulysses.
Éste precisamente, Dublín, es otro de los temas capitales en la obra de Joyce. Eternamente exiliado de la religión, eternamente exiliado de Irlanda, sobre Dublín volverá una y otra vez en sus obras… salvo en “Giacomo Joyce”. Escrita en 1907, durante el tiempo en que residía en Trieste —el mismo año que apareció su primer libro, el modesto volumen de poemas Música de cámara—, nos encontramos ante un personaje que vaga por las calles de esa vieja y magnética ciudad italiana algo aturdido por la posibilidad de cometer una infidelidad hacia su esposa. La infidelidad y la vida conyugal, este es quizás el tercer tema principal en la obra de Joyce y que como tal alcanzaría su máxima expresión en la obra de teatro Exiliados. “Giacomo Joyce” es un texto emotivo, traspasado de sentimiento, donde vemos ya a un autor en completa madurez como artista, preparado definitivamente, después de un largo recorrido, para tomar la pluma y lanzarse a escribir…

miércoles, marzo 21, 2012

Armenia en prosa y en verso, Ósip Mandelstam

Trad. y Ed. Helena Vidal. Acantilado, Barcelona, 2011. 144 pp. 16 €

Alejandro Luque

«Rusia es el país que más importancia da a sus poetas. En ninguna parte se toman la molestia de ejecutar a tantos». Esta frase, que cito de memoria, resume con nítida crudeza el tiempo que le tocó vivir a Ósip Mandelstam, quien acabó sus días deportado en el infierno helado de Siberia, condenado a trabajos forzados por el mismo Stalin del que había osado mofarse en un epigrama. Ocho años antes de su muerte, en 1930, el poeta ruso y su esposa Nadezhda hicieron un memorable viaje a Armenia. De allí surgió este libro que, con una sobresaliente traducción y un interesantísimo prólogo, recupera ahora el sello Acantilado.
En el momento de hacer las maletas, Mandelstam lleva cinco años sin escribir poesía. Ha sido víctima de una feroz campaña de difamación, vetado en todos los medios y obligado a sobrevivir a duras penas con faenas de traductor. Es entonces cuando Armenia le acoge con los brazos abiertos, y la inspiración regresa como por arte de magia. Las notas introductorias, a cargo de Helena Vidal, dedican no poco esfuerzo en responder a esta cuestión: ¿Qué encontró el poeta en aquella tierra extraña y remota? Puede que fuera su condición de encrucijada entre Oriente y Occidente, el límite del mundo judeo-cristiano; tal vez se dejara conquistar pronto por la nobleza y sencillez de ese pueblo «que vive a puro esfuerzo,/ que computa cada año como un siglo», según consigna en un poema; o por la sonoridad de aquella lengua «inasequible al desgaste», donde columbraba las genuinas raíces indoeuropeas. Armenia, su historia y su cultura, ejercerán sin duda sobre el autor un potente magnetismo, espolearán su curiosidad y dispararán su fantasía.
Yo me atrevería a barajar, no obstante, otra hipótesis: la posibilidad de que Mandelstam alcanzara a sentirse allí, bajo “el cielo miope” de Armenia, bien, simple y llanamente bien. Y dicho bienestar viene asociado de forma inseparable a la idea de libertad. Como bien apuntaba Muñoz Sanjuán en la introducción a Sobre la naturaleza de la palabra y otros ensayos (Árdora, 2005), «según van transcurriendo los días, Mandelstam estará más solo y a su vez más libre: nadie quiere lo que escribe, y así, él puede escribir lo que realmente desea». Lejos de las intrigas moscovitas, fuera del alcance del aparato represivo soviético, el bardo se reencuentra con la Naturaleza y consigo mismo. Armenia será el viaje a la semilla que le reconcilie con su vocación de cantor, incluso aunque no volvieran a publicarle jamás.
Abanderado del acmeísmo, aquella corriente opuesta al simbolismo y defensora de un lenguaje limpio y claro, el sutil poeta que es Mandelstam se revela también en prosa, como cuando se refiere a la anchura «casi gubernamental» de los troncos, o habla de la separación como «la hermana pequeña de la muerte». Pero sobre todo lo es en verso, donde se alternan con frecuencia la pincelada esteticista y el escalofrío, siempre sobre una honda base moral: «Moscú son cerezos en flor y teléfonos/ y días marcados por las ejecuciones…».
Allí, en la capital, le esperaba el poder afilando sus cuchillos, reclutando a sus chivatos, haciendo inventario de sus infamias. Pero ya no habría para él vuelta atrás. Es el problema de haber sido verdaderamente libre alguna vez: que resulta muy difícil regresar al rebaño por el propio pie.

martes, marzo 20, 2012

Una hermosa doncella, Joyce Carol Oates

Trad. María Luisa Rodríguez Tapia. Alfaguara, Madrid, 2011. 213 pp. 19,50 €

Ángeles Prieto

Tras una lectura amena, muchas veces trepidante, mi impresión ha sido que esta candidata sempiterna al Nobel, con más cincuenta novelas a sus espaldas, ha regresado con una obra sólida pero menor, resentida todavía por el tremendo esfuerzo que le supuso superar el duelo de su esposo y contarlo. Traumática experiencia que deja sus huellas en esta narración concretamente.
Y es que si el sueño de la razón produce monstruos, el del amor transforma éstos en seres irreales o inauténticos, revestidos de un halo de idealismo que no termina de convencernos. Quizá por ese eterno desajuste entre la literatura y la vida, porque esta última siempre termina por revelarse ante nosotros más intensa, pero también más dolorosa.
Pues con un principio magistral, claro y contundente, la autora nos presenta a los dos protagonistas de esta historia amorosa sin medias tintas: Katya Spivak de dieciséis años y Marcus Kidder, de sesenta y ocho. La primera, un personaje solitario, casi sin historia, sin familia protectora y sin dobleces y el segundo, un elegante caballero idealizado, también aislado y dedicado exclusivamente al arte y la belleza. Entre ellos, como nos podríamos imaginar, una relación muy complicada, dados los escasos temas en común, y que sin embargo va transcurriendo por los sensatos senderos de la realidad (un paga y otra recibe) hasta el mismísimo final, aquel en que el lector se verá extrañamente sorprendido por lo que constituye una parábola sin más sobre el amor y la muerte. Lector que no se podrá explicar este lírico y sorprendente canto de cisne en lo que ha venido a ser, durante todo el volumen, una angustiosa historia donde ha ido mascando, ya desde el principio, una tragedia hostil y sórdida que hubiera sido el final lógico, aquí escamoteado por extrañas razones poéticas.
Las magistrales figuras secundarias de la madre y el joven amante de Katya, sirven asimismo para dibujarnos ese ambiente inhóspito, quizá lo más interesante de a novela, que rodea a los personajes solitarios y que Joyce Carol ha sabido transmitirnos tal vez gracias a esos terribles sentimientos de indefensión que nos invaden en periodos de duelo, especialmente tras un matrimonio de fuertes y profundos lazos como fue el suyo.
En definitiva, una novela muy bien escrita, con ese enorme dominio narrativo que la Oates caracteriza, pero que no convence. Tal vez porque las historias de amor, por muy alejados y distintos que nos parezcan sus actores, son siempre apuestas por la vida, aunque tantas veces terminen con un vodevil o reality show, pero no por la muerte.

lunes, marzo 19, 2012

El asesino hipocondríaco,

Plaza & Janés, Barcelona, 2012. 217 pp. 16,90 €

Cristina Davó Rubí

Divertidísima, original, atrevida y además de todo instructiva. Así es la primera y esperada novela de Juan Jacinto Muñoz Rengel (Málaga, 1974). A pesar de su juventud, el malagueño cuenta ya con una dilatada carrera como profesor, columnista, crítico y autor de relato corto. Doctorado en filosofía, fundó en 1998 la revista Estigma, ha colaborado en publicaciones como Anthropos, Clarín, Ínsula o el diario El País. En la actualidad es profesor de los Talleres de Escritura Creativa Fuentetaja de Madrid y dirige un par de programas literarios en Radio Nacional de España. Compagina todo ello con su labor como escritor, con la publicación de 88 Mill Lane (2006) y De mecánica y alquimia (2009), Premio Ignotus al mejor libro de cuentos del año y finalista del Premio Setenil. Además de haber editado Perturbaciones y Ficción Sur, y haber sido incluido él mismo en numerosas antologías, como Cuento vivo de Andalucía (2006) o Atmósferas (2009). Para sorprendernos ahora con El asesino hipocondríaco (2012), un extraordinario ejercicio literario, en el que se mezcla el humor con una concienzuda documentación.
El argumento se basa en la tarea que tiene que acometer el señor Y., contratado para liquidar a Eduardo Blaisten. Lo que ocurre es que el asesino a sueldo se muestra desde el principio un tipo peculiar, compendio de una serie de enfermedades, reales o imaginarias, que lo llevan a creer que cada día es el último de su vida. Por ende, este acopio de dolencias le impide continuamente realizar su encargo. De manera que la narración se convierte en una sucesión de intentos fallidos del escrupuloso asesino hipocondríaco. Hasta aquí, la excusa para la trama narrativa. Sin embargo, el acierto de Rengel consiste en el entramado que teje, capítulo a capítulo, a modo de analogía con escritores y pensadores famosos aquejados de los mismos males que nuestro personaje. Una verdadera galería de enfermos ilustres con los que el protagonista se identifica. Kant, Poe, Voltaire, Proust, Byron, Tolstói y muchos otros, como un selecto club de malditos a los que la mala fortuna y la enfermedad han asediado siempre. Sin que estas digresiones menoscaben para nada el desarrollo del argumento.
Hay que elogiarle a Muñoz Rengel, aparte de lo dicho, su hábil manejo de la palabra y su atinada manera de dejar aquí y allá cabos que el lector podrá ir atando fácilmente para encontrar un sentido a la historia. Si bien se podría decir que la acción no es trepidante ni intrigante, por consabida ya a lo largo de la lectura, sí sabe el autor mantener el pulso, con un lenguaje mezcla de sencillez y tecnicismos, prosa fluida y una gran dosis de ironía. Y culminar, asimismo, con un final abierto, en estructura circular, que reafirma la espiral en que se encuentra metido el desdichado M.Y. Una creación insólita y magistral este argentino de moral kantiana, un ser paradójico y delirante que representa en grado máximo al hipocondríaco, inspirador de compasión por mucho que fríamente pueda parecer incluso repulsivo. Como contrapunto, su objetivo, el señor Blaisten, tan seguro de sí mismo, de tan exultante salud, con una amante. Todo lo que Y. no tiene. Porque lo que él tiene es soledad, nulas relaciones sociales como buen asesino profesional, por eso se inventa amigos, muy sofisticados, por cierto. Quizá habría que reflexionar también sobre el mundo de las apariencias; que el lector decida.
En cualquier caso, una novela entretenida, diferente, con un falso trasfondo de género negro, que más allá de la propia historia y de desvelarnos curiosas anécdotas sobre grandes literatos y pensadores, puede ponernos sobre aviso de los males de la soledad, de la excesiva sensibilidad y de hasta qué punto es posible distorsionar la realidad y lastrar nuestra vida hasta que nos llegue la hora. Porque eso sí, todos morimos al fin.

viernes, marzo 16, 2012

Solo con invitación: El Cantar de mio Cid, Edición, estudio y notas de Alberto Montaner

Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2011. 1179 pp. 26,95 €

Alberto Luque Cortina

Aproximarse a los clásicos nunca es fácil, ya que pesan sobre el lector ideas preconcebidas. En el caso del Cantar la dificultad es mayor: es un clásico, sí, pero además es la primera gran manifestación literaria en castellano y la semilla o el cañón de proyección al mundo del mito cidiano, que sigue vivo 800 años después de la redacción del poema y más de 900 tras la muerte del caballero medieval Rodrigo Díaz.
Las razones de la pervivencia de esta obra son muchas y muy diferentes; algunas son literarias: se trata de un poema épico que alcanza en algunos pasajes momentos muy vibrantes y emotivos. La casualidad ha querido que la primera hoja del poema se perdiera y que el texto que nosotros conocemos comience con un verso posterior donde el Cid, el héroe valeroso e imbatible, está llorando: De sus ojos tan fuertemente llorando.... ¿Un héroe que llora? Aunque en el siglo XIII la expresión de las emociones era muy diferente a la actual, menos contenida, siempre me ha gustado este verso porque revela la humanidad del personaje y sobre todo la del público para quien fue creado el poema: hombres y mujeres de frontera, acostumbrados a una vida dura de peligros y privaciones, a veces abandonados o bien sojuzgados por la nobleza, casi siempre hombres libres, pioneros en definitiva, como en su momento lo fueron los colonos del Far West. Es en este entorno donde se explican y adquieren una significación especial y novedosa algunos de sus episodios o de sus versos, por ejemplo: «¡Dios que buen vasallo si tuviera buen señor!», (¡cuántos nos hemos acordado de esta sentencia tras charlar “amigablemente” con nuestros jefes!), o bien estos otros que personalmente considero una máxima a seguir en la vida: «Quien en un lugar mora siempre, lo suyo puede menguar».
En todo caso el Cantar no es un libro fácil. Ocho siglos no pasan en balde. Nos cuesta comprender el castellano antiguo (yo recomiendo tener a mano una versión modernizada); sus repeticiones pueden aburrirnos, y las reacciones de sus personajes desorientarnos. Su comprensión (y su disfrute) requiere muchas veces la interpretación y explicación de sus versos, cuyo significado puede permanecer oculto al lector medio. La presente edición de Alberto Montaner (Zaragoza, 1963) es un fascinante ejercicio intelectual que, con ambición tomista, pretende desentrañar los misterios de esta obra singular.
Montaner ha dedicado muchos años al estudio del poema y a la épica comparada europea. La presente edición es una actualización de las anteriores (2007 y 1993). Entre sus novedades incluye una profunda revisión del texto, incorporando los primeros resultados del trabajo realizado en el manuscrito con una cámara de análisis hiperespectral: una especie de “batiscafo” con el que Montaner y su equipo han descendido a las simas abisales del Cantar, a la búsqueda de nuevos indicios, letras y palabras ocultas en un manuscrito dañado por su manipulación a lo largo de los siglos, y que ha sufrido correcciones y hasta reescrituras.
El fruto de todos estos trabajos aparece admirablemente resumido en esta edición considerada canónica. Además del poema revisado y del consiguiente aparato crítico, hay más de 400 páginas de notas complementarias: esto puede en principio asustar a cualquiera, pero en realidad constituye uno de los mayores atractivos de esta obra. Y con esto vuelvo al principio: para degustar el Cantar es necesario un intérprete que pueda “traducir” lo que el poema dice, aunque no esté escrito. Las notas de Montaner abarcan casi cualquier aspecto que pueda interesarnos y responden casi a cualquier cuestión que queramos plantear, lingüísticas o histórico-sociales: ¿Qué eran las parias? ¿Tuvo el Cid una espada llamada Tizona? ¿Existieron los personajes que aparecen en el Cantar? ¿De dónde proviene el sobrenombre de “Campeador”? ¿Qué visión se tenía de los judíos? ¿Qué tipo de armamento se utilizaba en la época? Y muchas otras. Todo ello condensado con inusitada brillantez: es un placer leer esas notas escritas con precisión, minuciosidad y elegancia literaria. Su erudición es pasmosa. Perderse por esas anotaciones elegidas al azar deparará a cualquier lector interesado agradables sorpresas y sin duda le ayudará a entender por qué el Cantar de mio Cid es, efectivamente, un clásico de nuestra literatura.



Alberto Montaner: “El Poema del Cid tiene aún mucho que decirnos”


Después de tantos años "conviviendo" con la historia y el mito cidianos, me imagino que tendrás una visión muy personal del Cid histórico. ¿Cuál es?

—La verdad es que sí; después de todo este tiempo, es casi como un amigo de casa. La verdad es que al Cid histórico llegué más tarde; al principio me ocupé del personaje literario y su modelo histórico me interesó sólo en cuanto servía de base a aquel. Pero a fuerza de ir profundizando en diversos aspectos, como los documentos de la época o los textos más antiguos sobre el Campeador (la biografía y el himno latinos del siglo XII), empecé a acercarme más a la figura histórica, y descubrí un campo apasionante. Fue un personaje complejo, al que cuesta comprender desde nuestro sistema de valores. Por ejemplo, el concepto de mercenario con el que a veces se lo descalifica es absolutamente ajeno a la mentalidad medieval. Lo mismo vale para su supuesto "imperialismo castellano". En el mejor de los casos, se lo toma como un sano muchachote del norte que salió adelante a fuerza de golpes. Pero no es así. No solamente sabía escribir, en latín claro, pues no se escribía de otro modo en su época; también era un experto jurista y en el campo de batalla salió delante más a base de guerra psicológica que de fuerza bruta. Además, su gobierno de Valencia revela que tenía o al menos que llegó a desarrollar lo que hoy llamaríamos un verdadero proyecto político. Desde luego, todo eso se podrá enjuiciar histórica o moralmente de un modo u otro, pero al menos revela un personaje mucho más sutil y matizado de lo que tanto su exaltación tradicional como su ocasional denigración hacen creer.


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jueves, marzo 15, 2012

Mientras los mortales duermen, Kurt Vonnegut

Trad. Jesús Gómez Gutiérrez. Sexto Piso, Madrid, 2011. 256 pp. 19,95

José Morella

Es raro reseñar libros póstumos cuyos autores no eligieron publicarlos. A uno le parece que está solo en la casa de un amigo, curioseando en sus armarios. Da pudor. Uno no quiere toparse con algo que vaya a decepcionarle, a modificar la buena imagen que tiene de su amigo. De todas formas, incluso el hecho de encontrar algún esqueleto escondido debería reforzar lo que se siente: a los amigos se les quiere a las duras y a las maduras. Además, creo que no está mal desmitificar estas cosas. Los autores, por importantes que sean, no deberían serlo tanto como para mantener intactos todos sus papeles como si fueran reliquias de santo. Al fin y al cabo, cuando llega la mala hora siempre hay alguien que trastea entre nuestras cosas, ya sean manuscritos, joyas de la abuela o calcetines desparejados. No sé por qué los escritores deberían ser una excepción (aunque confieso que lo de las cartas de amor de Juan Rulfo aún no he conseguido entenderlo. Pero déjadme tiempo).
Con este inicio, debéis estar pensando que Mientras los mortales duermen, este volumen de cuentos de Kurt Vonnegut, no vale la pena. Para nada es así. No me parecen geniales, tal vez muchos de ellos no sean redondos, pero hay que tener en cuenta que fueron escritos por un Vonnegut joven, en plena búsqueda. Todavía no maneja con un pulso firme, como más tarde haría, la diferencia entre ser lúcido y hacer libros lúcidos. Es decir, la diferencia entre tener cosas sabias que decirle al resto de la humanidad (algo que parece propio de Vonnegut casi por defecto, como un rasgo de su carácter) y ponerlas por escrito. Todavía no se había lanzado a hablar sobre sus experiencias en la guerra, seguramente porque era demasiado pronto como para haberlas digerido siquiera como persona. Aparecen a veces demasiado claramente expuestas las moralejas. Su mejor tono moral, presente de un modo más sutil, sarcástico y punzante en sus novelas, todavía está por pulir. También puede tener que ver con que muchos de los cuentos eran encargos para revistas, y Vonnegut se tiene que adecuar a determinado perfil de lectores. En suma, no es tan profundo. Al perfilar caricaturas de la América de su tiempo —el empresario avaro, el loser o fracasado, el triunfador frívolo y espiritualmente vacío, el representante de ventas friqui— su crítica puede quedar a veces un poco corta, como de francotirador perdido en rencillas, en disputas personales. Un pelín moralista.
A pesar de todo esto, varios de los cuentos del libro y todas sus ilustraciones (hechas por el propio autor, entrañables) valen mucho la pena. Contienen chispazos que por sí solos justifican más que de sobras la lectura. Reconozco al amigo. Al fin y al cabo, es Vonnegut. La sociedad de la que habla, los Estados Unidos de después de la Segunda Guerra Mundial (ilustrada con más sobriedad en la magnífica película Revolutionary Road), le ofrece muchas oportunidades de inspirarse. Le basta abrir los ojos para tener un cuento. En "Jenny", la pieza más típicamente Vonnegut de todas, un representante industrial recibe un mensaje de su ex mujer, que está agonizando y quiere despedirse de él. Él lleva años recorriendo el país en coche con Jenny, una novia-frigorífico —reclamo publicitario para su empresa— que diseñó él mismo, que habla y que se mueve. El cuento es hilarante pero también da escalofríos: nos advierte contra el autosabotaje, contra las corazas de soledad con las que a veces nos protegemos. Hay un cinismo divertidísimo en el cuento "Al mando", en el que una señora mayor bombardea la maqueta de trenes de su hijo, un empresario cuarentón que descuida a su mujer y se pasa la vida en el sótano jugando con sus trenecitos. Muchos cuentos se basan en la descripción del paisaje humano que queda tras la rápida acumulación de un exceso de dinero, o mejor dicho, tras la posibilidad real y demostrada de acumularlo. En "Tango" se habla de la soledad de los muy ricos: es una parábola sobre un lugar tan elitista y tan blindado a cualquier posibilidad de pobreza material, que no permite tampoco la aparición de felicidad alguna. Un chico joven aprende a bailar tango y esa simple habilidad, esa grieta a la alegría, resquebraja totalmente su percepción del mundo. En "La epizootia", Vonnegut aprovecha algo que me extraña no haber visto más a menudo explotado en la ficción, como son los seguros de vida: esa quintaesencia del capitalismo, entre surreal y mórbida, que consiste no vender nada, en ganar dinero directamente —no vía publicidad— a través de dos emociones básicas, el miedo y/o la avaricia. A los artistas con problemas de dinero (por defecto o por exceso), les interesará "10000 dólares al año, fáciles", donde que un supuestamente prometedor cantante de ópera se pasa a la venta de rosquillas y se hace millonario con ellas.
Total, que Vonnegut y sus libros siguen siendo mis amigos a pesar de haber curioseado en sus cajones. Eso no significa que yo hubiera decidido publicar los manuscritos que se encontraban en ellos si eso hubiera estado en mi mano. Ojalá jamás tenga que decidir en mi vida nada parecido, dicho sea de paso. Pero eso sí: seguro que los hubiera leído.

miércoles, marzo 14, 2012

Narraciones, Maksim Gorki

Trad. Fernando Otero Macías y José Ignacio López Fernández. Alba, Barcelona, 2011. 504 pp. 27 €

Fernando Sánchez Calvo

Ayer hablaba con una amiga por teléfono. Nos estábamos contando las lecturas que habíamos devorado en las vacaciones de Navidad y con voz firme me aseguró que Alba Editorial era y es su editorial. A mí me alegró su comentario porque Alba Editorial también es una de mis editoriales. Coincidimos, además, en que el tamaño y tipografía de la letra elegidos por su equipo de maquetación, son perfectos para tumbarte en el sofá y que el libro, como se suele decir, te entre directamente por los ojos.
Formalidades aparte, Alba Editorial nos gusta porque publica mucha novela de corte decimonónico, es decir, mucha novela del gran siglo de la novela. Aunque por lo general (sobre todo en la colección Alba Clásica) los títulos que podemos encontrar en su catálogo no se corresponden con los más conocidos de los grandes narradores (Persuasión de Austen, Estampas de Italia de Dickens, La casa del páramo de Gaskell o Un grupo de nobles damas de Hardy pueden servir de ejemplo), sí es cierto que a diferencia de de un frecuente pecado que hoy en día cometen algunas pequeñas editoriales, Alba (ya mediana), no publica Pobre gente de Dostoievski (ya reseñada en la Tormenta) ni las Narraciones de Gorki (el libro que quiero recomendar hoy) porque sean la primera novela de Dostoievski o las narraciones escondidas y anónimas del gran dramaturgo ruso. Las publica porque merecen la pena y porque suponen, de verdad, a diferencia de lo que se dice muchas veces, un libro necesario para comprender la trayectoria completa de un autor.
Es el caso de Narraciones, de Maksim Gorki, tomo en el cual se nos ofrece una visión del universo del narrador ruso a través de más de veinte piezas de variable extensión que comienzan bebiendo del Romanticismo y sus temas más atractivos (el poder de la palabra oral, el exotismo o el encanto de los tipos marginales y pendencieros en relatos como Makar Chudra), continúan con el Realismo más puro (el diálogo exacto, el costumbrismo más crudo y el análisis psicológico de los tipos más difíciles de la sociedad de entonces en cuentos como Los exhombres o Malva) y acaban rozando el espiritualismo y el desencanto hacia los ideales socialistas de juventud (Karamora, el cuento que cierra el tomo, así lo ejemplifica).
Todo con un estilo llano, directo y con breves toques líricos depurados a medida que avanzamos en la selección. Cuentos los cuales, sin dejar de lado la descripción, avanzan siempre hacia su desenlace de manera implacable. Es lo bueno de Gorki: que no se detiene, que no da tregua, que nunca olvida que por encima de todo lo que importa en un relato es la historia.
Mención aparte, no obstante, merecen por encima de los demás los dos relatos centrales y más extensos ya mencionados con anterioridad: Los exhombres y Malva: en el primero, los idealizados personajes marginales de los primeros títulos ofrecen aquí su lado más perverso y por ello humano para acabar entretejiendo una trama de descomposición que afectara a casi todos los personajes de la historia; en Malva, el amor que un auténtico y decadente lobo de mar y su hijo (el cual quiere seguir los mismos pasos que el padre) profesan por la misma mujer, podrá acabar corrompido si no llegan a tomar medidas contra terceros y contra la misma Malva, versión acertadísima de la femme fatale.
Esto es Gorki, admirado por Chéjov y Tolstói, lo cual no es ni deja de ser un argumento para poder pasar un buen rato leyéndolo. Argumentos más fiables son, para concluir, las impecables traducciones de Fernando Otero y José Ignacio López Fernández, aparte de la conversación que ayer mantuve por teléfono con mi amiga.

martes, marzo 13, 2012

Levadura de malicia, Robertson Davies

Trad. Concha Cardeñoso. Libros del Asteroide, Barcelona, 2011. 312 pp. 21,95 €

Ángeles Prieto

Debo empezar esta vez por comentaros una debilidad emocional que me acontece con muy contados autores. Aquellos que basta con el anuncio de la próxima publicación de un título suyo, para que ya se altere mi estado de ánimo y acoja la noticia con entusiasmo, alegría y alborozo. Con los escritores actuales, he de confesar que esta ilusión me la proporcionan señores contadísimos como Amis, McEwan, Coetzee, Houllebecq o Seth. Pero el caso es que me ocurre también con este autor canadiense, al que yo le hubiera concedido muchos más años de vida, y no tener que esperar a sus sucesivas (y magníficas) traducciones, a fin de que hubiera seguido escribiendo bastante más: Robertson Davies. Aunque Davies no sea moderno, complicado ni incisivo. No sea rabioso, ni intelectual. Fue simplemente genial y basta con abrir cualquiera de sus libros, leer una simple paginita llena de mordaces, pero compasivas aseveraciones, para pasártelo en grande. Porque Davies, lúcido observador, sobre todo era moral. Lo que dota de charming o encanto a todo escritor.
Levadura de malicia hace referencia a una frase bíblica: “Líbranos, Señor, de la levadura de malicia para poder servirte siempre en esta vida con sinceridad y verdad”. Y levadura de malicia es lo que siembra un personaje retorcido y ambicioso, el británico Higgin, en la tranquila, pacífica, pequeña y provinciana comunidad canadiense de Salterton a la que acaba de recalar, produciendo no pocos sobresaltos, de los que nos libraremos mucho de revelar sus resultados porque será el hilo que nos conduzca hasta el final.
Pero el argumento quizá, sea lo de menos ante los magníficos e incomparables retratos que nos proporciona de personajes que sentimos muy actuales, conocidos y cercanos a nosotros, quizá por el profundo conocimiento del ser humano que guardaba Davies, agudo observador como ya he dicho, gracias al ejercicio de su profesión como actor, antes de convertirse en escritor.
Eso, y un desbordante, pero también compasivo, sentido del humor hacia sus semejantes, alegría que se despliega desde la primera hasta la última página. Y así, al principio de esta novela nos aguarda un retrato del mundo periodístico absolutamente cierto y totalmente hilarante, propio de películas inolvidables como Primera plana de Billy Wilder o Luna de papel. Pero también con esa jovialidad, propia de otras épocas y de otros momentos menos críticos que este, y que a veces necesitamos con desespero encontrar en una literatura que no sólo debe servir de fuste a la realidad, sino que también se agradece que nos reconcilie con ella.
Así, diversión, conocimiento, pasión y alegría nos aguardan bien cocidos en el atanor de esta novela, de nuevo magnífica novela de Robertson Davies, que no podemos perdérnosla.

lunes, marzo 12, 2012

Poetas (primera antología de poesía con matemáticas), Edición de Jesús Malía

Amargord, Colmenar Viejo, 2011. 239 pp. 15 €

José Luis Gómez Toré

Aunque todavía puede resultar chocante para algunos esta asociación de la lírica con las matemáticas, lo cierto es que los vínculos entre poesía y ciencia (ambas son, junto con la filosofía, según Deleuze y Guattari, hijas del caos) son más antiguos de lo que parece, como se encarga de mostrarnos el poeta Jesús Malia (Barbate, Cádiz, 1978) en el esclarecedor prólogo que precede a su antología. La relación entre la poesía y las matemáticas (entre la poesía y la ciencia, en general) ha sido una historia de aproximaciones y desencuentros, en la que tal vez pueda señalarse el Romanticismo como uno de los hitos más significativos: si un autor como Novalis comparte, sin problema, la vocación de poeta con su labor de ingeniero y su interés por la geología, un hijo de la literatura romántica como Poe condena a la ciencia por ser el principal agente del desencantamiento del mundo. Aunque Malia destaque en su prefacio la progresiva independencia del saber matemático de doctrinas místicas y esotéricas, conviene matizar que no se trata de una trayectoria lineal y, de cuando en cuando, aparecen figuras como la de Isaac Newton, eximio físico y matemático que, pese a que para Blake representara el símbolo execrable de un racionalismo excluyente, fue al tiempo un cultivador de la alquimia y un fanático religioso, convencido de que Dios en persona le había encomendado una misión. Las matemáticas no son sino una de las formas más eficaces de poner orden en el agitado magma de la experiencia y no es de extrañar que a lo largo de la historia hayan dado pie a todo tipo de analogías y lecturas simbólicas (que no faltan, por cierto, en los poetas seleccionados). Al fin y al cabo, tanto cuando hablamos de matemáticas como de poesía estamos refiriéndonos al complejo mundo de los símbolos. Northrop Frye destacó, en ese sentido, que las matemáticas, al igual que la literatura, hablan del mundo (en una aproximación asintótica constante) sin confundirse con él.
Entre los antologados, encontramos dos peruanos (Rodolfo Hinostroza y Enrique Verástegui), un venezolano (Daniel Ruiz) y siete españoles (José Florencio Martínez, David Jou, Ramón Dach, Agustín Fernández Mallo, Javier Moreno, Julio Reija y el propio Jesús Malia). El antólogo señala con acierto en su texto inicial que en este terreno encontramos al menos dos direcciones posibles: la de quienes utilizan las matemáticas como tema (con todos los riesgos de la poesía “temática”, el mayor de los cuales es creer que basta un motivo poco transitado para abrir nuevos territorios) y la de quienes más bien utilizan las matemáticas como elemento estructural, que afecta incluso al entendimiento global del poema. Personalmente, me parece más interesante la segunda aproximación o la de quienes, como Javier Moreno o Hinostroza, combinan ambos procedimientos. Aunque no todas las propuestas muestran la misma calidad y ambición, en conjunto nos encontramos ante una lectura muy recomendable, sobre todo para quienes creen (creemos) que el diálogo entre la ciencia y el arte sigue siendo más que necesario, un camino imprescindible.

viernes, marzo 09, 2012

Obras completas & algo +, Nicanor Parra

2 volúmenes. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2010 + 2011. 1.224 pp + 1.200 pp. 55 € / 55,77 €

Ignacio Sanz

He aquí un milagro. O casi. Quien conozca la personalidad de Nicanor Parra sabrá lo correoso que resulta tratar con este viejo poeta rebelde e irreductible que no sólo no se toma en serio a sí mismo, sino que habría hecho pedorretas ante cualquier intento de ordenación de su obra. Y los hubo. Muchos. Pero, finalmente, los astros se pusieron de acuerdo y aquí están la Obras Completas que estuvieron esperando tantos años. ¿Quiénes son esos astros, además del poeta? Por un lado, Roberto Bolaño y por otro Ignacio Echevarría y el poeta en castellano e hispanista escocés Niall Binns, encargados de la ordenación e introducción del material. Por supuesto que en un empeño tan gigantesco como el presente, aparecen más gestores, como Harold Bloom, el archicélebre crítico norteamericano autor de El canon occidental, quien se ocupa del prefacio de esta obra impar. Para ir calentando motores, rescato tres líneas de este prefacio: “Hay algunos poetas vivos maravillosos en Estados Unidos, entre los cuales destaca John Ashbery. Pero no tenemos a ninguno tan persuasivamente irreverente como Parra.”
Pese a la fama que le precede, Parra no es un poeta ajeno a las voces de otros poetas. Entre otras cosas descubrimos en estas páginas que sus diferencias con Neruda están infiltradas de admiración. El amor-odio de toda pareja de gigantes. Por eso, cuando había negado mil veces la posibilidad de que se publicaran sus obras completas, no pudo resistirse a la petición que le hiciera su paisano Roberto Bolaño. De poeta a poeta. Se rindió ante la magia persuasiva de Bolaño. ¿Pero quién se encarga de ello? Para entonces el gran narrador chileno andaba febrilmente absorto en su última pentanovela. Pero ahí estaba su fiel amigo Ignacio Echevarría y el gran entusiasta parrense amigo de Echevarría, Niall Binns, infatigable rastreador de archivos, especialista, entre otros, en Vallejo. Así fue como esta obra ingente, no sólo por el volumen, también por la complejidad, se echó a andar.
Nicanor Parra es un gigante que estremece los cimientos de la poesía en castellano como antes los había estremecido Neruda. Lo peor de Neruda acaso sean los nerudianos, ese ejército de poetastros que, al amparo de su influencia, fabrican versos con una altísima dosis de metáforas indigeribles. Contra las metáforas se rebela Nicanor Parra, tan metafórico, pese a todo, y tan deslenguado. Y así aparece Parra con sus “Poemas y antipoemas” (1954), que nos estremecen por su sencillez, porque palpita en ellos la música de los primeros trovadores de nuestra lengua. Una ritmo sencillo que nos emociona.
Pero el golpe de mano definitivo lo da Parra en “Manifiesto” (1963), es decir hace medio siglo. Acaso harto del amaneramiento, del oscurantismo, de la pérdida de lectores, de tanta sinrazón, Parra se descuelga con este poema que debiera ser de obligatoria lectura para tantos aprendices de hechicero.
“Nosotros conversamos/ En el lenguaje de todos los días/ No creemos en signos cabalísticos... / Todos estos señores/ -Y esto lo digo con mucho respeto-/ Deben ser procesados y juzgados/ Por construir castillos en el aire/ Por malgastar el espacio y el tiempo/ Redactando sonetos a la luna...”
Lo bueno de Parra es que ha seguido con esa furia escribiendo una obra rebelde y renovadora, nada complaciente con lo establecido, como si saliera de las manos de un adolescente inclinado a los desaires y a las pintadas. Los años no le han domesticado. Todo lo contrario. Ahí están sus poemas visuales, su manifiestos ecologistas: “El error consistió/ en creer que la tierra era nuestra/ cuando la verdad de las cosas/ es que nosotros somos de la tierra”.
Sin amaneramientos, descarnado, deslenguado, irreverente, sutil, coloquial, sarcástico, sorprendente. No sé la de calificativos que cabría para este poeta singular que dio un golpe de mano en la mesa ante la deriva peligrosamente elitista en la que fue cayendo la poesía, en la que, pese a todo, sigue cayendo. Una de las lecturas más estimulantes, más rabiosamente vanguardistas y comprometidas que cabe hacer en estos tiempos. Imprescindible.

jueves, marzo 08, 2012

El mensaje del muerto, Florence Marryat

Trad. Eugenia Vázquez Nacarino. Alba, Barcelona, 2012. 201 pp. 16,50 €

Marta Sanz

Florence Marryat (1833-1899) debió de ser una mujer emprendedora y excéntrica. Escritora, actriz, dos veces casada y divorciada, madre de ocho hijos, no parecieron importarle demasiado las normas de conducta de la férrea sociedad victoriana y, haciendo gala de su intrepidez y de su modernidad, en el tramo final de su vida se interesó por el asunto del espiritismo. Precisamente, El mensaje del muerto (1894) podría considerarse un acto literario de proselitismo en favor de la causa espiritista o espiritualista. Desde luego, Florence Marryat responde bien a ese perfil de Rara Avis que busca esta nueva colección de la que es responsable el modernísimo —no sabemos si también espiritista— Luis Magrinyà.
Esa buena intención y ese afán didáctico o divulgativo, que no se puede identificar sin matices con lo moralizante, son los que colocan a Florence Marryat, tal como reza en la contraportada del volumen, en un punto intermedio entre el Cuento de Navidad de Dickens y esa película de Frank Capra que vemos todos los años y que se titula ¡Qué bello es vivir! James Stewart, gracias a su generoso ángel custodio, tiene la oportunidad de echarle un vistazo a las consecuencias que tendría para el mundo su desaparición. Parecemos insignificantes, pero no lo somos. Una especie de efecto mariposa moral amputa de raíz las fantasías de suicidio de James Stewart que vuelve a casa para abrazar a su mujer, a sus hijos, a sus amigos y vecinos. Todos los años acabamos con la lágrima a punto de rebasar el hueco del ojo y derramarse por la mejilla. Algo similar le sucede al profesor Henry Aldwyn, un hombre egoísta y despótico, que, al morir y empezar a ver las cosas desde otro punto de vista digamos más elevado, puede tomar conciencia de sus errores y de cómo esos errores son ramificaciones e injertos que afectan a las vidas ajenas de un modo irreparable. Porque nuestra vida no es solo nuestra vida sino un tejido. Nuestra vida son los otros. El profesor Aldwyn acaba siendo otra Alicia: su tránsito de la vida a la muerte le lleva a formularse esa pregunta fundamental que la oruga fumadora plantea a la niña en el relato de Carroll ¿Quién eres tú? Lo sobrenatural, lo onírico y lo fantástico se ponen al servicio de la reflexión sobre las acciones cotidianas porque, en último término, los seres humanos somos nuestros actos.
Algunos aspectos de este relato resultan encantadores en su inconsistencia, en su ingenuidad, incluso en su inverosimilitud, como cuando Gillie, el hijo del difunto Aldwyn, yace con los ojos cegados por el jugo de la pimienta verde y puede ver el espectro de su padre a los pies de la cama: el lector supone que ha de verlo con los ojos del corazón y entre la bruma del delirio. El pacto de verosimilitud se suspende en varios momentos de la narración —cómo es posible que la familia soporte lo que soporta al despótico Aldwyn, la velocidad a la que se manifiestan los espíritus en la sesión con la médium, el lazo romántico del destino de Ethel, incluso la redención de Aldwyn…— y, sin embargo, el texto se sigue leyendo con ese agrado que se experimenta ante la sencillez y la buena voluntad. Como si los lectores al forzar su credulidad narrativa, su voluntad de creer, se hiciesen buenos en la misma proporción. Los lectores desempeñan un papel similar al de los personajes de la novela: pasan del escepticismo malhumorado a la profesión de un credo espiritual donde las fantasmagorías y la religión no son incompatibles.
El sentido del humor es otra nota constante en la novela. Resulta cómicala vanidad de Aldwyn y el comportamiento de esos amigos, que en vida lo adulaban y que en realidad persiguen fines tan espurios comorapiñar su biblioteca o hacerle proposiciones de matrimonio a su joven y bella viuda. Pero si hay un elemento sobresaliente en El mensaje del muerto es la superposición de planos y de focos narrativos; la maestría con que la autora compatibiliza las dimensiones visibles e invisibles de la realidad, presente, pasado y porvenir, el protagonismo de los personajes que ocupan la escena en cada momento del relato… El lector tiene siempre la sensación —y así ha de ser— de que Aldwyn y su ángel de la guarda lo están observando todo desde arriba. Aunque no se manifiesten o lo hagan solo en esos momentos estratégicos que permeabilizan la narración consiguiendo un permanente efecto de presencia fantasmagórica.
Al volver la última página de El mensaje del muerto, al lector le queda la duda de si existe la posibilidad de que los letraheridos, los cienciaheridos, los workaholic, los fanáticos de cualquier disciplina que ensimisme y conduzca a sus practicantes a vivir en un constante plano imaginario —vivir dentro de las metáforas y de los algoritmos sin poner jamás los pies en la tierra— pueden llegar a ser alguna vez buenas personas. Hay un cuestionamiento a priori por parte de Marryat respecto a los efectos morales de la lectura y del estudio. La duda es, como poco, inquietante.

miércoles, marzo 07, 2012

Nosotros, Evgueni Ivánovich Zamiátin

Introd. Fernando Ángel Moreno. Trad. Alfredo Hermosillo y Valeria Artemyeva. Cátedra, Madrid, 2011. 318 pp. 15,50 €

Juan Pablo Heras

A los que detestan a Orwell les gusta decir que 1984 no es más que un plagio de Nosotros, novela escrita por el ruso Evgueni Zamiátin hacia 1920 y que tuvo el triste honor de ser la primera que sufrió la censura del joven régimen soviético. Su aparición en una mala traducción en la Inglaterra de 1924 la injertaría en el tronco de la literatura prospectiva británica, que, partiendo remotamente de Tomás Moro, pasaba por H. G. Wells y por los dos herederos más conspicuos de Zamiátin: Aldous Huxley y, por supuesto, George Orwell.
Pues bien, como yo adoro 1984 y me interesan sumamente las distopías literarias, he corrido a leer la que quizá es la madre de todas ellas —al menos en su hechura moderna—, no sea que estuviera rindiendo a Orwell una pleitesía que le debo a otro. No es difícil encontrar otras ediciones anteriores en español, pero ninguna con la apasionante introducción de Fernando Ángel Moreno que precede a ésta: no sólo por la semblanza biográfica de un personaje tan interesante como Zamiátin (revolucionario, pero inconformista, pero autor de cartas de amor a Stalin como Bulgákov, pero exiliado hasta su muerte) sino por el amplio repaso teórico e histórico que dedica a los mejores títulos vinculados al subgénero de la distopía, no sólo en narrativa, sino también en cine y cómic. Leer este listado, adecuadamente comentado y actualizado, es entrañable para el que ya conoce el género y revelador para el que se inicia en él.
Pero a lo que íbamos: leer Nosotros a la luz de 1984 nos lleva a estar tan seguros de que no se trata de un plagio como de que no hubiera sido posible la segunda sin la primera. Lo que instaura Nosotros sin que Zamiátin lo sospechara es un arquetipo que se iba a repetir en obras tan distantes entre sí como Un mundo feliz, La fuga de Logan o Thx 1138: por un lado, un mundo futuro en el que todo está tan organizado y planificado para evitar el sufrimiento que formalmente podría considerarse utópico; por otro, un personaje inicialmente integrado que empieza a dudar de que las cosas no son como se las habían contado y a plantearse que es legítimo rebelarse, aunque sólo sea porque sabe la discrepancia será perseguida implacablemente. ¿Cuál es entonces la diferencia entre Zamiátin y Orwell? Desde mi punto de vista, la misma que hay entre El hobbit y El señor de los anillos. Me explico: Zamiátin carga su pluma en un tintero cáustico, desde el que satiriza los extremos a los que ve que se dirige el incipiente estado soviético. Muchos personajes, incluido el protagonista, se muestran a veces en situaciones ridículas o risibles: en el personaje de R-13, por ejemplo, que riega a los que escuchan con una lluvia de salivazos, se intuye un retrato en clave de alguno de los intelectuales que prodigaba el nuevo régimen. Es decir, que, como Tolkien (o como Cervantes, si me apuran), Zamiátin se plantea un juego, un divertimento, que casi sin querer va a configurar un nuevo mundo especular capaz de reflejar las contradicciones y amenazas más intensas del tiempo que le tocó vivir. Por eso él mismo consideró esta novela como su obra “más burlona y más seria”. Y Orwell percibirá el inmenso poder de denuncia que se agazapa en Nosotros para volcarlo en su obra maestra, como hizo Tolkien cuando decidió extender los planos de la Tierra Media.
Sucede también que Zamiátin opta por la vía narrativa más difícil cuando se trata de invocar un futuro imaginado: anotaciones de un diario en primera persona. Si Orwell, como otros, se procuraron un narrador omnisciente que les permitiera explicar con detalle las peculiaridades del mundo futuro proyectado en la novela, Zamiátin, preso de su propia convención, se ve obligado a buscar una premisa que justifique que el protagonista, D-503, necesite explicar por escrito lo que para él es corriente y natural. Por eso, el diario resulta no ser al principio un desahogo personal, sino una especie de manual de instrucciones de la Tierra para los habitantes de otros planetas que los terrícolas se disponen a visitar. Para ello, Zamiátin debe construir no sólo un mundo, sino un yo condicionado absolutamente por éste. La dificultad de esta opción radica en crear un narrador con la humanidad suficiente para el que el lector pueda identificarse con él y que a la vez acepte como naturales aspectos de una sociedad que pueden parecernos repugnantes o terroríficos. El resultado es unas veces estremecedor de tan creíble y otras tremendamente ingenuo, en todo caso muy alejado del cinismo de superviviente con el que Orwell caracteriza a su héroe. Tal construcción del personaje emparenta a Zamiátin con Voltaire, en la medida en que D-503 viene a ser un nuevo Cándido que no logra percibir los disparates de un mundo que le han presentado como perfecto.
Además de su valor mayúsculo como origen de toda una tradición, Nosotros es todavía una lectura apasionante. A veces, hay cierta espesura impenetrable en la adjetivación y en las imágenes, probablemente por la influencia simbolista que señala Fernando Ángel Moreno en la introducción. Pero finalmente se impone la peripecia de un hombre que descubre tarde la diferencia entre la realidad y el deseo. Y allí todos nos encontraremos reflejados.

martes, marzo 06, 2012

Siete años, Peter Stamm

Trad. José Aníbal Campos. Acantilado, Barcelona, 2011. 272 pp. 20 €

Ariadna G. García

En la última década, el Acantilado ha tenido el gusto y el acierto de editar a uno de los novelistas europeos más interesantes, ambicioso en sus temas y de lenguaje sutil. Nacido en Suiza en 1963, Peter Stamm ha creado una obra de sello inconfundible, marcada por la soledad en que viven sus personajes, así como por el carácter redentor de la naturaleza.
Siete años narra, en primera persona, la biografía de Alex, un arquitecto de éxito que confiesa a una amiga de su esposa, durante la visita que les hace por motivo de una exposición de pintura que inaugura en Múnich, los pormenores de su vida afectiva y profesional. La obra, pues, alterna dos tiempos: un presente en el que el matrimonio formado por Alex y Sonja parece haber resuelto sus problemas (conyugales, económicos); y un pasado que, si bien se remonta a sus años de estudiantes (1989), avanza progresivamente hasta alcanzar el momento actual (2008). Con cada flashback, el protagonista va purgando un fiero sentimiento de culpa con su interlocutora, Antje, pese a que ésta rechaza, por principios éticos, ser la albacea de esa memoria llena de vejaciones.
El relato de Alex, sin embargo, más que cauterizar heridas, las crea. Su testimonio no ya sólo desvela sus años de infidelidades, sino que pone al descubierto la podredumbre de su personalidad (cobarde, oportunista). La humillación constante a la que el protagonista somete a su amante polaca, inmigrante irregular cuya vida transcurre entre un sinfín de oficios mal pagados, en ocasiones recuerda a La cinta blanca (Michael Haneke). El egoísmo individual de Alex, por otro lado, se convierte en un egoísmo de clase cuando el acaudalado matrimonio recurre a razones materiales (dinero y posesiones) para forzar a Ivona a un sacrificio.
Peter Stamm ha escrito una novela espléndida tanto por su estructura y elegancia, como por las preguntas que arroja sobre nuestras consciencias. La obra comienza con la caída del Muro de Berlín, pero la libertad que tanto deseaban los europeos de uno y de otro lado se convierte en una quimera. El poder adquisitivo reduce los sueños, los mengua, los aplasta, y acaba estratificando a la ciudadanía («Esta Gran Muralla del Capital que separa docenas de países ricos de la mayoría sobre la tierra, convierte el Telón de Acero en una insignificancia». Mike David).
La obra, además, plantea incómodos interrogantes sobre el concepto de la felicidad. El matrimonio alemán no la consigue nunca, ni la roza: «Con Sonja me sentía construyendo algo que jamás quedaba terminado del todo. Pretendíamos construir una casa, tener un hijo, contratábamos empleados, comprábamos un segundo coche. Apenas alcanzábamos un objetivo, ya se perfilaba el otro, y jamás conseguíamos estar tranquilos». Ivona, en cambio, se conforma con las pequeñas alegrías que salen a su encuentro: una tarde en el cine, una conversación con las amigas, y, ante todo, el pálpito en el pecho de su amor. Frente a la muerte en vida de las personas alejadas del fuego del cariño o el enamoramiento, se alza la plenitud de quienes aman. No lejos de Stamm se encuentran los poemas de Carl Sandburg, Antonio Machado, Cernuda o nuestros místicos.
El intenso caudal de Siete años tiene meandros que pasan por muchos otros temas sinuosos, complejos, que Peter Stamm aborda con destreza: el libre albedrío, el azar, la dicotomía acto-potencia, la abulia, los mundos paralelos, la decepción o el sentido del Arte.
Sin duda alguna, Siete años es una novela de violentos contrastes, cuya lectura voltea. Y esa clase de efectos sólo están al alcance de los mejores libros.

lunes, marzo 05, 2012

Cárceles imaginarias, Luis Leante

Alfaguara, Madrid, 2012. 355 pp. 18,50 €

Ignacio Sanz

Luis Leante, Caravaca de la Cruz, Murcia, 1963, es uno de esos escasos escritores habitantes de la periferia literaria a los que un premio destacado, en este caso el Alfaguara del 2007, colocó en el centro del mundo hispánico, pues es sabido que el ganador de este premio está obligado a recorrer un circuito de ciudades americanas para promocionar su novela. La novela que lo sacó de la marginalidad literaria era Mira si yo te querré una historia de amor que tenía como telón de fondo los campos de refugiados saharahuis.
En Cárceles Imaginarias se narran dos historias paralelas, por un lado, los movimientos anarquistas catalanes en la Barcelona del finales del XIX y primeros del XX con atentado mortal incluido y, por otro, la vida del narrador, Matías Ferré, bedel del Archivo Histórico de Barcelona, un hombre humilde, tocado por la desgracia, pero al mismo tiempo conmovedor y lleno de ternura que siempre encuentra un ángel, a veces masculino y a veces femenino, que lo rescata del pozo. Esta segunda parte de la historia se sitúa en el más rabioso presente, básicamente en Barcelona, aunque con algunas salidas a pueblos con encanto como Calaceite (Teruel) o Urueña, en los Monte Torozos de Valladolid, un fenómeno cultural no solo por la hermosura de sus muralla ya que, pese a sus doscientos habitantes, cuenta con once librerías.
Ezequiel Deulofeu, anarquista procedente de una familia aburguesada, es el personaje central en torno al cual se va tejiendo una trama de intrigas, persecuciones y huidas. Hay algo de folletinesco en la peripecia vital de este personaje que, pese a todo, nos atrapa. Por una lado la mirada crítica hacia su propia familia burguesa y, al mismo tiempo, los puentes afectivos que tiende con los más desfavorecidos en una época en la que las desigualdades y los abusos eran palmarios. Tras romper con la familia, se ve obligado a huir y envuelto en mil peripecias y peligros, acaba en Filipinas. Pero tampoco la estancia en Filipina va a ser definitiva, pues de allí, en barco de nuevo, lo veremos poner rumbo a Valparaíso, donde se va a ver envuelto en una nueva serie de asechanzas e intrigas. Hay en toda esta parte de la novela un regusto que nos lleva al mejor Baroja, a Arturo Barea o Ramón J. Sender. Las conspiraciones políticas se cruzan con las sentimentales. Y aparecen personajes lastimosos, trepas, crueles, zafios con los que el protagonista, un hombre obligado a cambiar de nombre, ha de medir sus fuerzas.
Pero el contrapunto a la historia folletinesca de Ezequiel, lo pone el doliente y sentimental Matías, un hombre del que el lector se enamora poco a poco, un hombre que tras perder a su primera mujer, se va recuperando hasta mantener un pulso tenso con el lector que sigue boquiabierto su evolución.
Además de los dos personajes masculinos centrales a cada historia, aparece una rica panoplia de personajes femeninos que, en realidad, son los que dan aliento e impulso a estas dos historias que, inevitablemente, acaban confluyendo y entrecruzándose.
Si algo tiene claro el lector al final de la novela es que Leante es un maestro en el arte de entretejer historias intensas y entretenidas.

viernes, marzo 02, 2012

Ausencia del héroe. Relatos y ensayos inéditos (1946-1992), Charles Bukowski

Trad. Eduardo Iriarte. Anagrama, Barcelona, 2012. 336 pp. 17,90 €

Santiago Pajares

Nadie vive para siempre, y los escritores no son una excepción. Quizá ellos nos dejan algo más detrás de ellos mismos, algo que les sobrepasa y que conecta con los lectores muchos años después de su muerte. Si son buenos. Si son verdaderos. Bukowski lo era, a mi parecer. Cuando murió en Los Ángeles en 1994 yo tenía quince años y no había leído aún nada suyo. Cuando leí la que era su primera novela, El cartero hace ya algunos años, sentí una conexión con ese escritor que ya no estaba, que había vivido una locura que yo sólo había atisbado. Él había estado ahí y me lo contaba. Y yo pasaba las páginas y escuchaba. Y buscaba sus libros en las librerías y encontraba poemas suyos en internet, sintiendo que aunque ya no estuviera seguía ahí, conmigo al menos. Pero como él mismo decía en uno de sus poemas (A la puta que se llevó mis poemas): «Yo no soy Shakespeare, pero puede que algún día ya no escriba más.» Y no lo hizo, porque se murió, como haremos todos en algún momento, la mayoría sin dejar atrás lo que dejó él, una impronta de todo lo que había vivido en las páginas de tantos libros. ¿Pero qué se hace el día que te acabas el último libro de Bukowski? Porque ahí sientes que sí se ha ido, que te ha contado todo lo que podía contar, todo lo que le dio tiempo. Y entonces te sientes un poco más solo. A mí me pasó, al menos.
Y un día cualquiera, sin una razón aparente, te enteras de que publican una colección de relatos inéditos de Charles Bukowski. Y tienes la sensación de que te dan unas pocas horas para charlar de nuevo con alguien que creías ya perdido. Pero Bukowski no habla, escupe, como en sus mejores tiempos. Y tú te sientas y dejas que la saliva caliente te empape. Con un cuaderno, tomando notas. Y se las mandas a amigos poetas, como esta cita: «La auténtica prueba de la poesía es que le sirve a cualquier hombre en cualquier parte.» Y tus amigos poetas te responden con un icono de sonrisa, porque no hace falta decir más.
Desde luego Ausencia del héroe no es el mejor de los libros de Bukowski. Pero es injusto pedirle a un amigo que esté siempre como en el mejor de sus días. Tan sólo le pides que sea él, que sea bueno y verdadero.
Muchos de los relatos que lees en este libro te suenan de otras historias de Bukowski, y piensas que sus temas (como los de casi todos los escritores) se repiten una y otra vez, cuando en realidad el propio escritor basaba libros en pequeños relatos que enviaba a revistas, un par a la semana, como un trabajo de oficina. Y como él mismo explica en uno de los relatos de este libro, les habla a los lectores de sexo y violencia para llamar su atención, para engañarles y aprovechar para contar cosas importantes. Porque sabía que para emocionar a alguien, este debía primero escucharte, y eso no es sencillo, hay que buscar la forma. Y Bukowski, debajo de ese aspecto de exboxeador alcohólico y pendenciero se revela (siempre lo ha hecho) como un escritor atormentado por la cruda realidad diaria, con una enorme sensibilidad para tratar los asuntos humanos, los miedos y las dudas.
Algunos de sus escritos, reseñas de otros escritores coetáneos como Ginsberg, no me interesan tanto, pero son cortos e incluso entre todos esos comentarios educados podemos encontrar perlas de esa verdad.
Así que si preguntáis si he disfrutado de este libro diré que sí, que para mí han sido unas pocas horas con un viejo amigo con el que nunca más creí hablar. Y puede que no las mejores que he pasado con él, pero qué coño, él es mi amigo, y en la soledad de mi sala de estar también me gusta pensar que yo lo soy suyo, aunque ya no esté. Porque puede que no pueda beber tanta cerveza como él (nadie puede), pero puedo leer sus libros y apuntar sus consejos para sobrevivir al horror diario de salir a la calle. Él lo hizo.