martes, enero 17, 2012

Futuralgia, Jorge Riechmann

Calambur, Madrid, 2011. 726 pp. 38 €

Ariadna G. García

Rara avis. Cuando Jorge Riechmann publicó su primer poemario en 1987 (Cántico de la erosión, galardonado con el Premio Hiperión), el espectro de la poesía española abarcaba tres campos: la “otra sentimentalidad”, que abanderaban los poetas granadinos Luís García Montero, Javier Egea y Álvaro Salvador (denominada también, según diferentes críticos: “poesía de la experiencia” o “figurativa”); la “poesía del silencio”, a cuyo frente estaban, entre otros: Andrés Sánchez Robayna, Vicente Valero y Concha García; y una poesía de corte experimental, próxima al surrealismo y a la inmersión en el subconsciente (Juan Carlos Mestre, Blanca Andréu...). El poemario de Riechmann, sin embargo, no se ajustaba a ninguno de estos moldes. En lo sucesivo, tampoco. No es un autor que siga las corrientes donde todos se bañan, sino un zahorí que va buscando el agua escondida bajo el suelo.
Calambur recoge en Futuralgia la obra poderosa, amplia y ecléctica de un poeta único. El propio Riechmann reconoce en Material móvil (1988) que vive “en la intersección de fronteras incendiadas/ reales imaginarias e imposibles”, espacio que también habita su creación poética, equidistante del hermetismo y de la cotidianidad, de la denuncia y del sexo, de la urbe y del campo, del verso y de la prosa, de la imagen cruel y de la delicada.
Futuralgia, que recoge todos los poemarios, publicados e inéditos, escritos por Riechmann entre 1979 y el 2000, es un volumen imprescindible no ya sólo para los asiduos lectores de este filósofo y ecologista con alma de matemático, sino para quienes deseen embarcar en una aventura estética e ideológica que no les deje indemnes, edifique su conciencia y avive su deseo de una transformación del estado del mundo.
Entre las novedades editoriales que ofrece el libro, encontramos obras de juventud (El miedo horizontal, La verdad es un fuego donde ardemos, Borradores hacia una fidelidad y Coplas del abandono), dos espléndidos poemarios de cuño amoroso (Figuraciones tuyas, La esperanza violenta) donde encontramos versos memorables («Nada nos salva. Nada salvo acaso/ la densa quemadura de tu piel en la mía»), y una pequeña colección de textos (Tanto abril en octubre) que Riechmann localiza dentro de un hospital y que nos sobrecogen por su tema (el cáncer), por su tono (vitalista) y por el amor que desprenden. Algunas de estas composiciones ya aparecieron en la preciosa antología Amarte sin regreso (1995), elaborada por el propio autor.
Pero si Futuralgia es una obra indispensable para todo amante de la buena literatura se debe a que reúne a muchos de los mejores poemarios de la última década; libros que cuestionaron nuestro concepto de lo real, que propusieron un nuevo lenguaje lírico, que denunciaron grietas, que abrieron horizontes, y que nacieron con la firme voluntad de alentarnos y de acompañarnos.
Con el primero, Cántico de la erosión (1987), Riechmann sitúa su poética en unas coordenadas: «Poeta urbano, sí, qué duda cabe», pero como afirma en su ensayo Poesía practicable (1990), no habla de su vida, sino desde ella; «estética y moral van juntas», no concibe una obra alejada del compromiso, idea que también defiende en dicho ensayo: «Aceptar para la poesía el papel de ornamento en un mundo inhumano es indigno». En el Cuaderno de Berlín (1989), Jorge Reichmann recurre a una voz diferente (sardónica, cínica) para criticar los medios con que la gente es aplastada y humillada en un espacio urbano, y su vez, ofrece algunos de los poemas de amor más bellos que se hayan escrito en la lengua de Cervantes, entre los que destaca el soberbio Incredulidad («No eres/posible,/no es posible/ que todo el calor del mundo/haya cobrado la forma de tu cuerpo/…/no es posible el latido de tu sueño/cuando convoca/paisajes como caricias, dédalos susurrados/de fraternidad y auxilio y maravilla,/no es posible la paz de tu vientre rubio/si te busco debajo de las sábanas. /…/ Eres lo más real y no es posible»). Material móvil y 27 maneras de responder a un golpe se publicaron juntos en 1993, en ellos encontramos el germen, la semilla, de la conciencia histórica y universal que a partir de ahora se convertirá en el sello de la creación literaria de Riechmann. Los versos del libro, en ocasiones, parecen greguerías, y además, nos resultan escandalosamente actuales. Riechmann: un hombre visionario: «La economía/el baile de los vampiros», «Europa es una flor/carnívora», «Curiosa sociedad ésta en la que/el uso de la palabra/revolución/se reserva para los presuntos cambios /en el empaquetado de la bollería industrial»… El corte bajo la piel (1994) prosigue esta senda, que se va adentrando en nuestra realidad inmediata («Que la buena marcha de la economía exige no reparar/en minucias como la supervivencia de la especie»), hasta el punto de que llega hasta el corazón de los recortes sociales que padecemos hoy, entre otros: el cierre de quirófanos y plantas en los hospitales. La obra de Riechmann no evita su responsabilidad con el Hombre. Al contrario, gira en torno a ella. Por esa razón, anima a los lectores “a la rebelión”, a la «sublevación frente a los ignominiosos poderes que destruyen la vida» (Poesía practicable). Baila con un extranjero (1993) es un libro más imaginativo y misterioso. El sujeto lírico nos seduce con la suavidad de su lenguaje, que tan pronto nombra a las cosas menudas, cotidianas (Elogio de una naranja cubana en 1988, Elogio de las palomas de ciudad, Alabanza de las babosas…), como al amor y al deseo (Alabanza de los trenes verdaderos, Elogio de la superviviente, Alabanza sucinta de la enamora, o el bello Elogio de la durmiente). Poemario, pues, de celebración no exenta de una crítica a la democracia, al poder de los banqueros, a las violaciones a mujeres, al capitalismo salvaje, o a la guerra de Irak… Los temas del libro, su estética, oscilan como péndulos de un lado a otro de la vida, plural e inabarcable. Donde es posible la vida (1994) y La lengua de la muerte (1997), constituyen el contrapunto idiomático de la obra anterior. Violentos, descarnados, angustiosos, llenos de imágenes gores… son muy poco condescendientes con sus lectores, a los que tratan sin un ápice de amabilidad. Futuralgia, además, compila el libro de poemas que con más lucidez ha deslegitimado la presunta verdad de los mass media: El día que dejé de leer El País (1997). Bajo la influencia del poeta salvadoreño Roque Dalton (Historias prohibidas de “El pulgarcito”), Riechmann elabora sus textos a partir de diferentes artículos periodísticos. En consecuencia, gana un nuevo registro (narrativo y prosaico) para su creación literaria. Los poemas denuncian el escenario económico (la precariedad laboral, el neoliberalismo), y lo hacen combinando las aseveraciones taxativas con los ejemplos concretos de varios seres humanos (obreros, prostitutas…). Pero no sólo. El libro es mucho más. La mirada del autor se expande desde un centro en multitud de direcciones que nos llevan a Bangladesh, Turquía, o a Corea del Norte. Se trata, seguramente, de su poemario más ambicioso. Con él, Riechmann reinventa el concepto de globalización como un proceso de desposesión e injusticia a nivel mundial. Por último, Futuralgia se cierra con La estación vacía (2000), poemario de textos breves y de carácter hermético.
Calambur nos ofrece con esta cuidada edición de Futuralgia la posibilidad de tener todos los poemarios de la primera etapa creativa de Riechmann; tarea complicada hasta ahora, debido a su frenético ritmo de escritura. El título de la colección parece remitirnos a un presente escoltado por dos tiempos inexistentes: el futuro y la nostalgia por lo desaparecido. En ese espacio intermedio, tomando partido por su ahora, Riechmann se dirige a nosotros para compartir la complicidad de su doble testimonio público e íntimo, así como la toma de conciencia amorosa y social.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Concha García en "Poesía del silencio"?
¡Santo cielo!

Anónimo dijo...

Una reseña exhaustiva y apasionada, qué más se puede pedir.