lunes, diciembre 31, 2012

Delhi no está lejos, Ruskin Bond

Trad. y Prol. María López González. Editorial Automática, 2012. 142 pp. 16,50 €

Verónica Aranda

Ruskin Bond, un autor apenas conocido en Europa, es una de las grandes figuras de la literatura india en lengua inglesa. Ha abarcado casi todos los géneros literarios, por los que ha recibido importantes galardones, destacando en literatura infantil y narrativa de viajes. En un país con 22 idiomas oficiales y miles de dialectos como es la India, Ruskin Bond representa un caso extraño, “la otra cara de la moneda” si le comparamos con Salman Rushdie, como comenta María López en el prólogo del libro, donde relata su encuentro y conversaciones con el autor. Nacido en India en 1943, pero de ascendencia inglesa, tras una breve estancia en Londres, se asentó definitivamente en las montañas indias en los años 60, cerca de Musoorie, antiguo lugar de veraneo del Raj británico.
Delhi no está lejos, es una obra maestra de la novela breve que ha rescatado la editorial Automática. Ruskin Bond, con su gran capacidad de observación, nos muestra una India alejada del triángulo de oro y las rutas turísticas. La India que apenas conocen los occidentales, formada por miles de pequeñas ciudades polvorientas como Pipalnagar, ciudad imaginaria donde transcurre la novela. Sus habitantes luchan por la vida entre cortes de luz, viviendas insalubres de una sola habitación, usureros despiadados, ventiladores que apenas giran en las noches sofocantes del verano. En Pipalnagar el mundo parece abarrotado de vidas inacabadas, no sucede nada y, al mismo tiempo pasa la vida, y pasa la India milenaria que se rige por el paso de las estaciones y el monzón. El mundo gira en torno al barrio, los chismorreos de la barbería y hay pequeños acontecimientos como una manifestación del sindicato de mendigos.
En una sociedad en que se considera un descastado al que no tiene familia, el contacto humano y los vínculos fuertes de amistad y solidaridad salvan a los protagonistas: Arun, un escritor fracasado que malvive plagiando thrillers de serie B; Suraj, un vendedor de baratijas epilépsico que duerme en la calle y su esfuerzo titánico por preparar unos exámenes estatales que le hagan prosperar; Kamla, una prostituta bondadosa a la que vendieron sus padres. Se trata de personajes anónimos, supervivientes, pero no por ello dejan de tener un espacio dentro de esa realidad poliédrica que es la India.
Delhi está a sólo 200 kilómetros de Pipalnagar y es, al mismo tiempo, una entelequia, la tierra prometida donde los personajes sueñan establecerse y aspiran a una vida mejor, lejos del sopor que los aprisiona. Porque en Pipalnagar la gente está demasiado resignada incluso para estar desesperada. Entre tantas carencias queda siempre un hueco para la esperanza y el desprendimiento.
Cabe destacar la excelente traducción de María López, que consigue trasladar al castellano el estilo sencillo y elegante del autor indio que, a la vez, está lleno de hondura, atento siempre al ser humano, a los detalles. Su escritura tiene el don de elevar lo local a universal y nos permite asomarnos a mundos desconocidos. Esperamos con impaciencia la próxima novela de Ruskin Bond que publicará también la editorial Automática.

viernes, diciembre 28, 2012

Mundos de exilio e ilusión, Ursula K. Le Guin

Trad. Rafael Marín. RBA, Barcelona, 2012. 492 pp. 19 €

Julián Díez

Fallecidos J. G. Ballard y Stanislaw Lem, la única esperanza razonable que nos queda a los lectores de ciencia ficción de contar con un Nobel que nos brinde definitivamente la tan soñada como superflua respetabilidad es Ursula K. Le Guin. Es una esperanza tenue, puesto que si llega pronto un Nobel estadounidense tras veinte años de sequía no faltan nombres con tantos méritos para recibirlo como los de Philip Roth, Cormac McCarthy y Paul Auster. Ya que les menciono, tres autores con excelentes novelas de temática de ciencia ficción, por cierto, como también hay frecuentes practicantes de la literatura prospectiva entre ganadores previos como Doris Lessing, William Golding o José Saramago. Dicho esto, quede claro que Le Guin no desmerece en este listado, y que si no ha leído hasta ahora ninguna de sus obras es simplemente por esa longeva anomalía del mercado literario español dando de lado a los géneros.
El presente volumen viene a hacer justicia con tres buenas novelas de Le Guin, en rigor las primeras de su producción, que andaban esparcidas en castellano por ediciones descatalogadas y aquí se recogen en un ómnibus que abre, de manera inmejorable, la colección del literatura fantástica que ha arrancado RBA. Son novelas con nexos comunes: escritas de manera sucesiva, comparten el escenario del llamado ciclo Hainish. Es una historia del futuro, elaborada de forma poco sistemática por la autora, en la que la humanidad se ha integrado en una sociedad galáctica compuesta por otros planetas con ancestros comunes.
El mundo de Rocannon tiene un lugar en la historia del género por haber servido para crear el término “ansible”: un aparato que sirve para comunicarse de manera instantánea entre estrellas separadas por años luz. En el ciclo Hainish, el viaje más rápido que la luz no existe, pero sí es posible la transmisión de información. El hecho de que por un efecto relativista los viajes interestelares duren horas para los pasajeros pero años para quienes permanecen en un planeta es uno de los ejes para el desarrollo poético de una historia ripvanwinkleriana que sustenta la novela; porque, en efecto, con las herramientas temáticas de la ciencia ficción puede hacerse poesía, como ya demostrara antes Ray Bradbury.
El Rocannon del título es un antropólogo que visita un atrasado mundo extraterrestre, poblado por tres razas humanoides distintas, y en el que se desarrolla una historia que mezcla elementos de la fantasía heroica con los de la ciencia ficción. Le Guin se anticipa por poco a una de las obras clave de la ciencia ficción europea, Qué difícil es ser dios, de los hermanos Strugatski; si no llega tan lejos en sus conclusiones como los rusos, al menos consigue una primera novela sustanciosa.
La segunda es El planeta de exilio, que se extiende con más amplitud sobre el tema del mestizaje entre una cultura evolucionada y otra en desarrollo, muy del gusto de los años sesenta y el proceso de descolonización. De extensión breve, también sirve para presentar al pueblo mestizo que será protagonista de la última novela incluida, Ciudad de ilusiones, quizá la primera obra de gran jerarquía de Le Guin: una historia de la rebelión de la decadente población terrestre contra sus invasores, protagonizada por un personaje sin memoria que desempeñará un papel preponderante en el alzamiento, y en la que brillan ya los temas característicos de la autora. Desde el concepto taoísta de los opuestos complementarios, hasta el impacto de la soledad, pasando por el valor de la verdad y, de nuevo, los retratos de civilizaciones alternativas llevados a cabo con coherencia antropológica.
Ciudad de ilusiones sería seguida un par de años después por La mano izquierda de la oscuridad, una de las cinco o seis novelas que generalmente se disputan el título del mejor libro de ciencia ficción de la historia; para mí, una de las dos o tres que en verdad se lo merecen de las habitualmente citadas. En Mundos de exilio e ilusión ya hay síntomas serios de la grandeza que Le Guin alcanzaría en los años setenta, y este volumen hace justicia a estos trabajos pioneros con una edición y traducción irreprochables

jueves, diciembre 27, 2012

La gran casa, Nicole Krauss

Trad. Ana Rita da Costa García. Salamandra, Barcelona, 2012. 348 pp. 19 €

María José Montesinos

La gran casa es la tercera novela de Nicole Krauss, la que todo el mundo esperaba para confirmar la talla de esta escritora en la que se habían depositado muchas esperanzas tras la buena acogida de sus primeros libros. Con este último título quedó semifinalista del National Book Award. El hilo conductor de esta novela es un escritorio, que se dice que perteneció a Lorca y que los cuatro protagonistas principales del libro van poseyendo en distintas épocas. El mueble parece tener un influjo en todos sus poseedores que, de una manera u otra, acaban pagando las consecuencias de tener el secreter o de haberlo perdido. Conocemos a estos personajes por su relación con el escritorio: Nadia, una escritora neoyorkina con cierto éxito literario y problemas para las relaciones personales; Arthur, profesor universitario británico ya jubilado, casado con Lotte, escritora también, poco conocida en su caso, y con una singular personalidad; Aaron, un anciano israelí que acaba de quedarse viudo y que se reencuentra con su hijo menor por el entierro de la madre; y una joven norteamericana enamorada durante su estancia estudiantil en Inglaterra del hijo de un anticuario, el oscuro Weisz que, primero de manera tangencial y luego muy directa, participará igualmente en los avatares de esta historia. Aparecen además otros participantes con mucha menor presencia, pero decisivos en la trama, como el poeta chileno Daniel Vansky, que es quien deja en préstamo el escritorio a Nadia, o los hermanos Wiesz, Yoah y Leah.
La historia es como un abrir continuo de cajones en el que las historias van saltando a la palestra, y podemos ir conociendo los avatares de las vidas de sus protagonistas y sus razones para actuar como lo hacen; incluso aparece, por casualidad, algún cajón muy secreto, como el pasado desconocido que Arthur descubre sobre su esposa poco antes de morir ésta, cuando ya es una anciana con un alzheimer avanzado.
A través del periplo que recorre el preciado escritorio, visitaremos Nueva York, Londres e Israel, y volveremos a la época del holocausto judío, a la guerra del Yom Kipur, a la dictadura chilena y sus torturas o a la emigración europea a Estados Unidos; pasajes y escenarios decisivos en los protagonistas que transitan por las páginas de la novela de Krauss. Aunque, a mi parecer, Nadia no es el tipo mejor construido o no es el que resulta más interesante, sí que me parecen apasionantes sus reflexiones sobre el oficio de escritor y el proceso de escritura. Sus cavilaciones metaliterarias dan lugar a algunos de los mejores párrafos de esta novela. Hay otras reflexiones sobre distintos aspectos vitales que muestran también una mente perspicaz y muy sensible; pequeñas perlas de especulación intelectual sobre situaciones en las que nos vemos reflejados y que apetece guardar no en el cajón de un escritorio, sino en la balda de una vitrina, para tenerlas bien presentes y a mano.
Decía Krauss a un medio español con motivo de la traducción de este libro suyo que “la tercera persona me parece artificial, quiero escaparme para llegar a otro nivel de autenticidad”. No es raro, por tanto, que el libro se estructure sobre monólogos. A través del diálogo interior de los personajes conocemos los hechos que suceden en la novela y nos hacemos idea de la personalidad de cada uno de ellos. Uno de las pocas cosas que, a mi parecer, se le pueden reprochar a este libro es que el tono y el lenguaje de todos los personajes es muy parecido. Sin embargo, dado que el libro está muy bien estructurado en capítulos y que las historias son radicalmente distintas, no se pierde el lector en la narración. La elección del monólogo como técnica narrativa tiene la ventaja de que algunas cuestiones que no quedan resueltas tienen la justificación literaria de que no lo están tampoco para el personaje que, por tanto, no tiene por qué aclararlas, cosa que sí podría reprochársele a Krauss si su narrador fuese una tercera persona omnisciente.
Se trata de un libro denso, concienzudo en la narración, en la que la autora no escatima ningún detalle para relatarnos con minuciosidad cualquier dato que pueda aportar más a nuestro conocimiento sobre el personaje, aunque siempre este juicio estará condicionado al ser el monólogo la técnica narrativa elegida y el propio personaje el que nos habla a través de su propia percepción de los hechos.
En todo caso, la novela absorbe por el atractivo de las historias que en ella se desarrollan y por el carisma de los personajes, todos con un mundo interior muy rico y en constante conflicto personal, como suele ser habitual en los libros de Krauss.

miércoles, diciembre 26, 2012

El justiciero cruel. Pedro I de Castilla y el nacimiento de las dos Españas. (Una historia diferente de Castilla, II parte), Arsenio e Ignacio Escolar

Península, Barcelona, 2012. 224 pp. 16,99 €

Ángeles Prieto Barba

Continuando su repaso divulgativo a la historia de Castilla iniciado en septiembre de 2010 con el libro La nación inventada, donde se abordaba el siglo XIII, Arsenio e Ignacio Escolar (padre e hijo) entran con este segundo volumen en el siglo XIV, tal vez los cien años más difíciles de superar que conoció el mundo occidental hasta la fecha, incluido el XX.
Porque en ese tiempo los embates de la hambruna y los conflictos bélicos generalizados no hicieron más que acrecentar una mortandad brutal, fulminante y sobrecogedora a causa de la peste negra, que dejó a Europa prácticamente despoblada, sin una de cada tres personas que la habitaban. Además, con los sufridos pobladores de esta Península Ibérica repartidos en cinco reinos que permanecieron en pugna constante: Portugal, Castilla, Navarra, Aragón y Granada.
Aunque lo interesante de este libro, pese a sus evidentes protagonistas que son Pedro I, Enrique II de Trastámara y el discutible cronista Pedro López de Ayala, es que los autores pretenden transmitirnos también una historia del pueblo: campesinos, artesanos y pequeños comerciantes que sobreviven a duras penas víctimas de todas estas plagas, y además debiendo sufragar con altos impuestos o “pechos desaforados”, el alto nivel de vida de una aristocracia y un poder eclesiástico que finalmente se decantaron por apoyar al bastardo Enrique, “el de las Mercedes”, a fin de acrecentar sus privilegios. Y en este sentido concreto, Arsenio e Ignacio determinarán (al igual que hiciera el gran medievalista don Julio Valdeón mucho antes) que con este episodio bélico aparentemente sucesorio, nos encontramos ante una primera guerra civil española con todas las de la ley. No sólo porque el siglo XIV viene precedido de una Hispania romana y unos reinos godos que no podemos negar, sino también porque en este conflicto que nos ocupa (1366-1369) participan asimismo los demás reinos peninsulares y las potencias europeas más cercanas (Inglaterra y Francia), apoyando a uno u otro candidato, incluso cambiando de bando (Navarra) en función de sus intereses.
Siguiendo esta tesis, Pedro I (cruel y justiciero), efectivamente desequilibrado tras análisis forenses contemporáneos, sería el representante adelantado de esa España moderna que estaba por llegar, donde el monarca concentraría todo el poder bajo su corona, acabando así con la anarquía feudal y los abusos de la alta nobleza. Pero no pudo ser. Y su expuesta cabeza cercenada a manos de su hermanastro Enrique certificó un punto de inflexión en la historia de esa Castilla más igualitaria de burgos, artesanos, mercaderes y judíos que conocería su derrota definitiva con la expulsión de los últimos y la derrota comunera en Villalar. Asunto que será abordado, pues así nos viene anunciado, en un próximo volumen.
Nos encontramos pues ante un gran trabajo de divulgación seria, crítica con las principales fuentes de la época, amena hasta en las cuestiones más enrevesadas como fueron los ajedrecísticos pactos matrimoniales y que sirve para interrogar a la historia desde las cuestiones que nos afectan ahora, como esta crisis que estamos viviendo que pone bien a las claras la división entre privilegiados fiscales (financieros y políticos) y no privilegiados, el resto del pueblo. Porque no hemos cambiado tanto desde la aparentemente lejana, oscura y atrasada Edad Media.

lunes, diciembre 24, 2012

Bleak House Inn. Diez huéspedes en casa de Dickens, Care Santos (ed.)

Autores: Pilar Adón, Elia Barceló, Óscar Esquivias, Marc Gual, Ismael Martínez Biurrún, César Mallorquí, Elena Medel, Francesc Miralles, Daniel Sánchez-Pardos, Marian Womack

Fábulas de Albión, Madrid, 2012. 256 páginas. 19, 50 €

Arcadio García

No me voy a andar con rodeos: si de verdad fuesen ustedes inteligentes dejarían lo que tienen entre manos, por importante que sea (dejo a la cabal consideración del lector la posibilidad de no seguir al pie de la letra esta recomendación en caso de dedicarse a oficios cuya interrupción entrañe peligro a terceros: cirujanos, controladores aéreos, o agentes de los TEDAX) y saldría a la carrera en busca de un ejemplar de Bleak House Inn, y acto seguido me refugiaría en casa y no vería la luz del día hasta acabar de leerlo.
¿Por qué leer Bleak House Inn? Para empezar, porque se trata de un maravilloso acto de justicia literaria mediante el que rendir homenaje a uno de los escritores más importantes de la literatura universal: Charles Dickens. Bleak House Inn constituye un intento feliz de saldar una deuda contraída con el autor de Grandes Esperanzas, la lectura de cuyas obras contribuyó de manera decisiva a que la literatura ocupara en la vida de muchos de nosotros el lugar hegemónico que ocupa. En ese sentido, los once autores que aparecen en Bleak House Inn se convierten involuntariamente en una suerte de sinécdoque de un todo constituido por la comunidad de lectores.
Para entender la naturaleza de este homenaje hay que remontarse al pasado. En el lapso de tiempo que fue de 1859 a 1867, Dickens publicó unos especiales navideños que acabarían alcanzando gran popularidad. Lo hizo en All the Year Round, revista de la que era fundador y máximo responsable, y entre cuyas páginas acabarían viendo la luz, por entregas, obras tan importantes como Historia de dos ciudades o Grandes esperanzas. El proyecto navideño consistía en reunir a una serie de autores más o menos conocidos, cada uno de los cuales aportaba una narración corta cuyo argumento debía estar relacionado con la consigna o, si se quiere, leitmotiv que Charles Dickens indicaba a partir del primer relato que abría la antología. Así fue como Dickens concibió el maravilloso personaje de la señora Lirriper y su singular casa de huéspedes, que toma su nombre de una de las más célebres novelas dickensianas —traducida al español como Casa desolada— en los que se inspira el libro que nos ocupa, alumbrado por la editorial Fábulas de Albión.
Bleak House Inn se ciñe a ese mismo formato. Un elenco de diez narradores talentosos reunidos por la escritora Care Santos, que además de las tareas de edición se reserva el relato que cierra el libro. Los once autores parecen haber escrito en estado de gracia. Obviamente se manejan con estilos distintos pero poniendo de relieve en todo momento un control absoluto de la narración y un dominio del oficio y del lenguaje más que suficiente para salir airosos con éxito de la empresa. En esta ocasión, la maravillosa Mrs. Lirriper y su casa de huéspedes se traslada al siglo XXI, circunstancia que no es obstáculo para que se produzca uno de los grandes aciertos que se detecta en cada una de las once narraciones: a pesar de que casi todas ellas se desarrollan en un contexto contemporáneo, y no eluden en ningún momento la alusión a los principales señas de identidad de la época (Internet, Facebook, Twiter, Skype) los relatos no dejan de poseer la clásica reminiscencia victoriana tan propia de Dickens y de la literatura inglesa del XIX. Las semejanzas no acaban aquí, para que el homenaje sea completo, se rescata la tradición del relato fantástico y de fantasmas típicamente dickensiano y se traslada al siglo XXI sin incurrir en la menor disonancia anacrónica. Así, las situaciones fantásticas se suceden y se alternan con la aparición de una galería de fantasmas de toda índole, la mayoría de los cuales hacen las delicias del lector.
El nivel medio de las narraciones es excelente, y de una variedad tal que cada lector encontrará un relato que se ajuste a su criterio. En lo que a este crítico atañe, cabe destacar La tienda de Madame Chiang, de Elia Barceló, aunque solo sea por su referencia al mito fáustico. O la construcción de un personaje como Roque Robredo, el inefable y socarrón profesor que aparece en La última víctima de Trafalgar, de Óscar Esquivias. Mención especial merece Cuento de verano, la desternillante y libérrima adaptación que César Mallorquí lleva a cabo del clásico Cuento de Navidad. O El inimitable, el relato de Care Santos, donde el lector tendrá la oportunidad de conocer pasajes reveladores de la vida de Dickens, en los que el escritor inglés se ve abocado a un acto de justicia metaficcional con uno de sus personajes, y en el que se produce la aparición de un fantasma que, paradójicamente, se presta a serlo por el más humano de los motivos.
En suma, un libro delicioso que depara un lectura feliz, a la conclusión de la cual uno se pregunta por qué el placer que provocan los libros de cuentos no se corresponde en España con sus ventas.

viernes, diciembre 21, 2012

Mr. Gwyn, Alessandro Baricco

Trad. Xavier González Rovira. Anagrama, Barcelona, 2012. 184 pp. 16,90 €

Santiago Pajares

Lo dije en una reseña anterior y lo mantengo: No se puede escribir más bonito que Alessandro Baricco. Quizá mejor, por supuesto, o más interesante y adictivo, pero no más bonito. Cuando cojo uno de sus libros siento que tengo entre mis manos algo hermoso, único y perfecto. Unas páginas que he de leer con cuidado, despacio, saboreando cada palabra. Y es que es una pena leer uno de sus libros en el metro o en el autobús, fijándote al mismo tiempo en la parada o soportando vaivenes. Un libro de Baricco ha de leerse en soledad, en un cómodo sofá con una taza de té al lado. ¿Que exagero? Quizá para algunos sí, pero es como yo lo siento. Y lo siento así porque Mr.Gwyn, su última novela, no es una excepción. No lo es en absoluto.
Mr.Gwyn es un autor de razonable éxito. Ha publicado un par de novelas que poco a poco han ido aumentando en prestigio y ventas, dándole a su creador una vida tranquila y acomodada. Un día, en un rutinario paseo, Mr.Gwyn tiene una epifanía, la certeza de que existen una buena cantidad de cosas que no quiere hacer más. Y hace una lista con cincuenta y dos apartados, uno detrás de otro, y la manda publicar en el periódico del que es fiel colaborador. Esta lista tiene cosas tan auténticas, tan de escritor, como no querer volver a posar con aire ausente y una mano en la barbilla. Y en el último punto, el cincuenta y dos, apunta «No volver a escribir libros». La alarma hace que su editor le llame inmediatamente y le pregunte si es verdad, si no quiere escribir más, y Mr.Gwyn afirma que sí, que se retira. Pasa un tiempo de vacaciones en un pequeño hotel de Granada lejos de la polémica y cuando vuelve, trata de decidir qué hacer con el resto de su vida. Porque aunque su posición era desahogada, no era millonario y debe volver a trabajar. Pero, ¿en qué? Como bien le dice su editor, un escritor no puede dejar de escribir, otros antes que él lo han intentado y fracasaron. Esta ausencia de escritura le provoca agudas crisis de ansiedad, crisis que él sabe que se solucionarían escribiendo. ¿Pero qué hay de su manifiesto? ¿Es ese su grado de determinación? Debe encontrar una salida, y pronto. Debe encontrar un trabajo.
Y es aquí donde viene el detalle del libro que más me gusta, el origen primigenio de toda la novela: Mr.Gwyn se inventa un trabajo. Le gustaría poder disponer de el tiempo y el espacio para tratar de comprender a alguien, analizarle y ver en su interior. Le gustaría pintar retratos, pero no sabe pintar. Así que la solución parece bien sencilla: Debe escribir retratos. ¿Pero qué es exactamente eso? ¿Cómo se escribe un retrato? Ni siquiera el propio Mr.Gwyn lo tiene demasiado claro, pero intuye una manera de hacerlo igual que como escritor podía intuir una historia. Ante el asombro de su editor busca un local con unas condiciones muy precisas, encarga a un artesano de bombillas (otro trabajo inventado), una luz muy especial y a un amigo músico una banda sonora larguísima para poder llevar a cabo el trabajo. Una vez lo tiene todo, sólo le falta el modelo sobre el que escribir. Y para empezar necesita a alguien especial, necesita comprender a alguien que todavía no se ha comprendido a sí mismo.
Es un trabajo nuevo con una nueva forma de entender la vida. Es una hermosa novela donde en el esfuerzo de alguien por comprender a otra persona nos llegamos, quizá, a comprender mejor a nosotros mismos.

jueves, diciembre 20, 2012

Moravia, Marcelo Luján

El Aleph, Barcelona, 2012. 176 pp. 19,50 €

Ariadna García

Los europeos volvemos a emigrar. Hacemos las maletas hacia países dentro del propio continente o nos marchamos a otros. La crisis impone un modelo de vida provisional, en tránsito hacia nuevas latitudes. La literatura no puede quedar al margen de dichos movimientos. Detrás de cada emigrante hay una historia, y dentro de cada una late un drama. El Aleph viene publicando desde hace un tiempo novelas migratorias, libros que nos hacen pensar en las causas, las formas y las consecuencias de toda huida. Si en Libro José Luis Peixoto nos hablaba de la travesía clandestina de los jóvenes portugueses en los años 50 para llegar a Francia, en Moravia Marcelo Luján se centra tanto en el éxodo checo hacia Argentina y los EEUU a lo largo del siglo XX, como en la necesidad imperiosa del regreso. Dos obras, dos visiones del mundo. El pasado, en ambas, es un imán que atrae a los personajes a su lugar de origen. Pero el retorno es diferente en cada libro. Peixoto cierra un círculo que reordena las vidas que el exilio dispersó. Luján, en cambio, lo abre, y por esa grieta se pierde la felicidad que conquistó la marcha.
Moravia, por lo tanto, se divide en dos partes. Comienza in medias res, con el atraque en el puerto de Buenos Aires del barco en que viaja Juan Kosic, famoso y adinerado músico que vuelve al mísero pueblo que lo vio partir hace quince años. Lo acompañan su mujer y su hija (nacida en Nueva Orleans). A través de distintos flash back, el narrador relata los motivos que llevaron a las familias del matrimonio a abandonar Europa: el hambre en un caso, y en otro, el protectorado nazi que Hitler impuso en 1939 sobre Bohemia y Moravia. Estos antecedentes confrontan a cada cónyuge con el mundo social del otro. Lidia Estefanía Míclav pertenece a una refinada estirpe de violinistas; Juan Kosic es hijo de un par de analfabetos.
Si ya de por sí resulta interesante esta disparidad de caracteres, valores y vivencias, la segunda parte del libro aporta un estímulo más.
A Juan Kosic no le mueve la nostalgia de la tierra, tampoco la añoranza de su madre o su hermana. Al contrario. Escapó con lo puesto para demostrarse a sí mismo y a su vil progenitora que podría ser un hombre de provecho. Actúa por orgullo. Y con objeto de dar una lección, trama un plan a medio camino entre la restitución de su imagen y la venganza. Pero, ¿qué puede un mortal, por muy armado que esté de argumentos y pesos, cuando enfrenta sus fuerzas al Destino?
Altas dosis de intriga y de Historia constituyen las mimbres con las que Marcelo Luján ha creado su libro. Novela de contrastes (de expectativas cumplidas y frustradas, de juegos y castigos), Moravia introduce al lector en un torbellino de emociones del que no saldrá ileso.

miércoles, diciembre 19, 2012

Las solidaridades misteriosas, Pascal Quignard

Trad. Ignacio Vidal-Folch. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2012. 208 pp. 17 €

Ricardo Martínez

Estamos, seguramente, ante unos de los escritores más exquisitos del panorama literario actual. Su formación amplísima (su conocimiento musical es proverbial), su cuidada elaboración estilística, su agudeza de pensamiento (recuérdese su vinculación al aforismo) le dotan de un bagaje inusual como narrador.
Para mí es de esos escaso autores que entraría dentro de la categoría de narrador-pensante, a diferencia de lo que ahora es más habitual, el narrador-contador a secas, con ínfulas de guionista.
Este libro destaca de sus anteriores por la deliberación de sus frases cortas. Un motivo más para apreciar lo atildado de su lenguaje y su maestría en la descripción: «La segunda vez que le vi fue al sábado siguiente. Llegué antes de la misa de la tarde. No me vio llegar. Estaba de pie ante la puerta de la sacristía. Tenía las manos juntas sobre la estola. Se preparaba para ocupar el confesonario. Estaba muy guapo, con la estola y sus flecos sobre el pullover de lana negra».
El propio autor ha señalado su diferencia con sus colegas Echenoz y Modiano en que él prefiere escribir apegado a la tierra, al paisaje No de un modo un tanto abstracto. Y a fe que lo consigue en esta novela de memoria y amores de distinto signo, intensos, esperanzados, en un lugar pequeño donde resulta muy significativa la presencia del mar. El ritmo es intenso, vívido, implicador.
Quignard es un autor retirado de la vida social por elección propia (‘para que no me roben el yo’) y de una gran producción literaria, pero ello no merma sus cualidades como brillante narrador. Antes al contrario, cada nuevo intento parece complementar con mayor precisión y belleza el mosaico de su literatura.
El resultado es un discurso, tal vez como no podría ser de otra manera, vital, intimista: «Al final sabía mejor que yo todo lo de aquí. La brisa que agita las hojas de los matorrales levanta en el mar pequeñas olitas particulares y redondas. El viento que sacude las ramas de los avellanos prepara un mar agitado por el este. Las nubes que llevan su sombra al maizal —ella podía traducir todo mejor que yo—. Hablábamos de estas cosas. Yo aprendía mucho de ella. Cuando las gaviotas se abrigaban en las rocas, ella venía a avisarme».
Una suerte para el lector.

martes, diciembre 18, 2012

La Señora Bovary, Gustave Flaubert

Trad. Mª Teresa Gallego Urrutia. Alba, Barcelona, 2012. 400 pp. 28 €

Marta Sanuy

Flaubert leyó a sus amigos con más criterio, Maxime Du Camp y Louis Romain, Las tentaciones de San Antonio durante tres días y, cuando terminó, vio entre la ronquera sus gestos torcidos. La génesis de Madame Bovary fue este estruendoso fracaso.
«Has trazado un ángulo cuyas líneas divergentes se pierden en el espacio; has convertido la gota de agua en torrente, el torrente en río, el río en lago, el lago en océano y el océano en diluvio; te anegas, anegas a tus personajes, anegas el asunto, anegas al lector y se anega la obra», le dijeron. Y el consejo fue que, dada su natural complejidad, eligiera la próxima vez un tema sencillo. Bien disgustado, Flaubert se fue de viaje. Recorrió Oriente con Du Camp, pese a que éste había condenado su San Antonio a las llamas, y volvió un año después a su encierro con un propósito firme y una historia clara. Una no, dos, dos que fundió porque se parecían: la primera procedía de un recorte del periódico, la otra de un recuerdo de infancia. Algunos años después les decía a sus consejeros: «Me habéis operado el cáncer lírico: mucho me dolió pero era hora de extirparlo».
Y así nació Emma. Nunca le dio Gustave la importancia que el personaje hubiera deseado. El desapego de su autor fue el peor fracaso de la Bovary, el más dramático. Por los alrededores habrá unas veinte Emma Bovary, le decía a Louise Colet en una carta. Lo importante no era Emma y lo que le sucedía, lo importante no eran el personaje y la historia, lo importante era el lenguaje. El reto de hacer buena literatura con los tópicos más chatos, de documentar la necedad, el no pensamiento, de forzar la mirada y girar un poco el caleidoscopio verbal, lo justo para que viésemos que debajo del teatro, del gesto, de un acuerdo de sonámbulos con un lenguaje narcotizado, no había nada.
La relectura de Madame Bovary produce continuas ganas “de llegar a”. A la boda de Emma y Charles, para reencontrar a los invitados dibujando una cinta de colores en un camino árido. A una de las escenas eróticas más intensas y escuetas de la literatura: el traqueteo sobre adoquines de una calesa con las cortinas corridas que atraviesa París impulsada por una sola palabra: sigue. Y a la feria, al entrecruzado línea a línea de la más roma retórica de seducción (Rodolphe sabe que cuanto más se exagera menos verdad alberga la parafernalia amorosa), con las frases del pregonero desde el escenario. Y cómo no, a la escena en la que Flaubert está más cerca de juzgar a la señora Bovary, cuando ella ambiciona convertir a su marido en cirujano con catastróficas consecuencias.
Para conseguir contarnos tan bien una historia, que en principio no le interesaba demasiado, Flaubert utilizó muchas estrategias. Quizá las que más me satisfacen como lectora son dos de sus predilectas: la cosificación, la reducción a arquetipos y el animismo: da a los objetos la vida que les quita a los personajes. Un gorro, una calesa y una sombrilla son capaces de emitir sentidos. Un farmacéutico, un seductor y una suegra repiten y repiten fórmulas.
Emma era también un Quijote, pero más triste, un molde en el que se habían vertido demasiadas novelas de impecables decorados y frases soñadas. Nunca es un engaño rentable diseñar la vida por adelantado y luego rellenarla con la cera caliente de la insatisfacción. El drama de Emma es que es incapaz de producir su propio discurso, vive poseída por el más alienado de lo amoroso, un lenguaje vacío, el simulacro verbal de sentimientos que, además, pierden su efectividad erótica con la repetición. Para ella todo lo que es inmenso pronto se convierte en diminuto. No en vano inaugura el consumo como calmante para su ansiedad ininterrumpida.
Cuando decidí releer esta novela para escribir esta reseña me propuse una aventura: recopilar lo que otros dijeron. Pero es una tarea infinita y esto es una reseña.
La edición de Alba, estupendamente traducida, tiene la originalidad de traducir esta versión un poco más y la titula La señora Bovary.

lunes, diciembre 17, 2012

Palabras para un toro sin voz, VV.AA.

Ediciones Hades, Castellón de la Plana, 2012. 109 pp. 12 €
María Dolores García Pastor

Visto de manera objetiva todos estaremos de acuerdo en que hostigar, golpear, lancear y matar a alguien es un crimen. Pero cuando la víctima es un animal, concretamente un toro, hay quienes ven en ello tradición, arte y cultura. Algunos se preguntan qué tiene de artístico la tortura. Las tradiciones pueden cambiarse, adaptarse a los tiempos. Echando la vista atrás en lo que a tradiciones ancestrales se refiere recordaremos, por ejemplo, que en cierta época de la historia era “tradicional” quemar en hogueras a las personas acusadas de brujería y que una de las buenas costumbres de la antigua Roma era echar a los cristianos a los leones. Afortunadamente dejó de hacerse. A eso se le llama evolucionar aunque algunos se encierren en su caparazón y se nieguen a hacerlo. Cada año dentro de los festejos patronales de Tordesillas se celebra un torneo que consiste en la persecución, hostigamiento, tortura y muerte de un toro. Las calles de esta localidad se llenan de individuos que perpetran lo que a muchos les parece una barbarie, un verdadero anacronismo y un total sinsentido.
Pese a que no son pocas las voces que se alzan en contra de esta atrocidad, incluidas las de algunos habitantes de Tordesillas (que lo suelen hacer amparados en el anonimato) y reconocidos taurinos, desde instituciones como su Ayuntamiento o el Patronato se promueve y se protege. Por su parte quienes no están a favor de esta fiesta, que supone torturar cruelmente a un animal indefenso, ponen en marcha diferentes iniciativas año tras año para acabar con esta “tradición”, Palabras para un toro sin voz es una de ellas. Relatos, artículos, poemas y viñetas sirven para dar voz al toro de la Vega, para lanzar un grito colectivo contra la barbarie. En este libro gritan en nombre del toro de la Vega autores de la talla de Soledad Puértolas, Ruth Toledano, Emilio Silva, Luisa Cuerda, Asier Triguero, Fernando Delgado, Esther Tusquets, Rafael Narbona, José Luis Victoria, Fernando González “Gonzo”, Elvira Lindo, Nativel Preciado, Ricardo Muñoz José, Carlos Mañas, Ángel Padilla, Jorge Riechmann, Hugo Cardalda, José Luis Ordóñez, David Fernández Rivera, Ian Gibson, Vicent Jaume Almela, Javier Montilla, Eduardo Galeano y Julio Ortega Fraile.
Le ponen imagen con sus dibujos Juan Kalvellido y Carlos Azagra. Una baza importante del libro es que ayuda a empatizar con la víctima. Algunos de los relatos nos meten en la piel del toro, como es el caso de “El hombre de la Vega” de Ricardo Muñoz José, que propone un cambio de papeles que hace del todo evidente la brutalidad de este festejo. También encontramos pequeñas joyas como el breve artículo de la recientemente fallecida Esther Tusquets que indaga en las raíces de su amor y su afán de protección y defensa de los animales, todo por “culpa” de su perrita Gabi. O el curioso diálogo entre Sinatra y Ava Gadner, en “A su manera”, donde José Luis Ordoñez imagina la reacción del mítico cantante cuando Ava, le cuenta lo que le hacen  a algunos toros en un lugar de Valladolid, una tradición aún “más cruenta” que torearlos. Como no podía ser de otra manera, Ian Gibson nos regala un dato histórico importante: Queipo del Llano, a su juicio el general más sádico de la Guerra Civil culpable de la muerte de miles de andaluces inocentes, nació en Tordesillas. ¿Dato significativo o simple curiosidad?Todos los participantes en esta antología mixta se implican y hablan con el corazón. Y por si la calidad de los colaboradores y la componente reivindicativa no son suficientes alicientes para acercarse a este libro, habrá que añadirle el hecho de que puede que muy pronto se acabe convirtiendo en una especie de “incunable”. La razón es que circula en los medios la noticia de que a partir del año que viene “Difamar el torneo del Toro de la Vega tendrá multas de hasta 3.000 euros”. Entiendo por “difamar” hablar en contra de esta fiesta. Al parecer el Patronato, el ayuntamiento de Tordesillas y varias asociaciones vinculadas al mundo del toro han decidido que a partir de 2013, y según se desprende de los artículos 47 y 49 de la nueva ordenanza municipal que regulará el torneo, quienes lo desacrediten (a su juicio) ya sea de viva voz o por escrito, podrán ser multados con cantidades que pueden ascender hasta los 3.000 euros.
Así que iniciativas como estas Palabras para un toro sin voz de la Plataforma “Manos Rojas” se enfrentarán a las penalizaciones que se impondrán desde Tordesillas. Hasta entonces, disfrutemos de esta iniciativa solidaria y reivindicativa en forma de buena literatura.

viernes, diciembre 14, 2012

Ese idioma raro y poderoso, Iban Zaldua

Lengua de Trapo, Madrid, 2012. 230 pp. 17,68 €

Elvira Navarro

La Transición española, proceso de reconciliación nacional y democratización que suscita tantas críticas como alabanzas, trajo consigo a decir de algunos la desactivación de la cultura (hablo de “cultura” en minúscula; ya sabemos que todo lo que no es naturaleza es cultura, incluido el propio concepto de naturaleza). En palabras de Guillem Martínez, quien traza el marco conceptual de la CT o Cultura de la Transición en el libro homónimo: «En un proceso de democratización inestable, en el que al parecer primó como valor la estabilidad por encima de la democratización, las izquierdas aportaron su cuota de estabilidad: la desactivación de la cultura. Con esa desactivación, la cultura, ese campo de batalla, pasó a ser un jardín». Como toda generalización, esta es matizable, e incluso muy discutible en según qué casos, pero no es el objetivo del presente texto entrar ahora en ello. Si comienzo esta reseña mentando a la CT es porque el ensayo de Iban Zaldua Ese idioma raro y poderoso podría analizarse como la cara B de lo que entraña dicha denominación. Es decir: se trata de un panfleto sobre lo que conlleva la, permítanme el juego, Cultura de la No Transición, cuyas siglas serían, por cierto, CNT. Mientras en el resto de España se desactivaba la problematización y la confrontación, en el País Vasco, y por los acontecimientos que todos conocemos, ese proceso no tuvo lugar, o no del todo, lo que en términos culturales ha supuesto un obligatorio posicionamiento político de los escritores. No en vano, el subtítulo del ensayo de Zaldua es Once decisiones cruciales que un escritor vasco está obligado a tomar.
¿Cuáles son las once decisiones cruciales? Capítulo 1: escoger entre el euskera y el castellano. Capítulo 2: escoger si su literatura va a ser quejumbrosa o no. Capítulo 3: escoger si va a ser nacionalista o antinacionalista. Capítulo 4: escoger si va a mostrarse como un escritor comprometido o no comprometido. Capítulo 5: escoger si va a escribir sobre el conflicto vasco, o no. Capítulo 6: escoger si el conflicto vasco debe ser una de sus señas de identidad. Capítulo 7: escoger si ha de pasar por la traducción al castellano como táctica de asalto al mercado global de las letras. Capítulo 8: en el caso de que el escritor vasco opte por escribir en castellano, ¿debe quejarse porque la lengua más “nacional” del País Vasco sea el euskera? Capítulo 9: escoger entre apoyarse en su tradición literaria, es decir, en la tradición literaria del euskera, o en tradiciones foráneas. Capítulo 10: escoger entre ser irónico, o no serlo en absoluto. Y capítulo 11: escoger entre mostrarse exótico o universal.
Algunas de estas preguntas pueden subsumirse entre ellas, y hay otras comunes a cualquier lengua que no sea el inglés, como la de mostrarse exótico o universal (recordemos que lo “universal” y lo “exótico” lo decide el mundo anglosajón). También es un conflicto común el de afiliarse o no a otras tradiciones, tradiciones que además son las que nos colonizan, porque del resto apenas tenemos noticia. Asimismo, optar por el pesimismo u el optimismo parece un asunto bastante occidental, donde el dogma literario de mostrarse pesimista hasta la estupidez (ya saben, con la felicidad no pueden hacerse buenas novelas) choca con el dogma empresarial y de la autoayuda de ser optimista también hasta la estupidez. En otras preguntas no entro porque me lo impide no ser vasca. Las que más me han estimulado son aquellas que me han permitido pensar lo que reina en la literatura española. Lo primero que se me ha pasado por la cabeza es que una propuesta semejante a la de Zaldua en tierras literarias patrias podría subtitularse (exagerando un poco, claro está) Algunas decisiones cruciales sobre las que un escritor español (o en lengua española de España) no debe pronunciarse jamás, o mejor aún, Algunas decisiones cruciales que ya se tomaron en su momento y que un escritor español (o en lengua española de España) no debe replantearse jamás. Esto si nos tomamos al pie de la letra algunas de las críticas que esgrime parte de la izquierda intelectual española, y también los anti CT, si es que no son lo mismo. Hace ya años que la izquierda que no forma parte de cierto establishment denuncia la invisibilidad de la ideología dominante y el uso de la relativista ironía. De ambas cuestiones se hace cargo Zaldua por motivos contrarios (la obligatoriedad de mostrar la posición política y la prohibición de la ironía en la literatura vasca). Desde luego, y vuelvo a lo que ocurre en la literatura española, no cabe sino asentir ante la evidencia de que lo político ha sido expulsado de un campo literario supuestamente apolítico. Todos hemos asistido a cómo una ficción es excluida de la alta cultura cuando pone el dedo en la llaga de la ideología (lo que, por cierto, no ocurre si la ficción la firma un escritor extranjero). Basta comprobar a este respecto el recibimiento por parte de algunos medios de las últimas novelas de Belén Gopegui, quien obtuvo buenas críticas con libros muy políticos como Lo real en los diarios nacionales cuando todavía no se había señalado —o la habían señalado— tanto. Estos mismos diarios, cuando abordaron Acceso no autorizado, de calidad muy similar, dijeron que la prosa se resentía al estar la autora más preocupada del mensaje político que del literario. En estas circunstancias se tiende a pensar que lo contrario, el obligado posicionamiento tanto del crítico como del escritor, puede mejorar las cosas. Iban Zaldua, sin embargo, nos hace plantearnos las supuestas virtudes derivadas de ser un buen soldado de uno u otro bando, y no con los rancios argumentos de que el arte está al margen de la política por carecer de ideología. Zaldua vendría a decir que, desde luego, mostrarse (o no autoengañarse) es menos hipócrita, pero ello no implica necesariamente una mayor inteligencia, pues las posiciones tienen ya sus discursos, y dejarse atrapar por ellos invalida el aporte del escritor. La literatura no tiene ningún sentido si no sirve al matiz, y añado yo, si gracias a ese matiz las dos partes no dialogan hasta alcanzar otra cosa. No hay nada más aburrido que una novela, o un cuento, donde la razón está siempre de un lado que define a la supuesta sinrazón desde una pobre y tópica caricatura. Por tanto: la literatura es política, sí, pero esa política la genera el propio texto si cumple con su deber de huir del tópico.
La segunda pregunta que dialoga de manera directa con otro de los asuntos problemáticos en la literatura española, la de si un escritor debe ser irónico o no serlo en absoluto, encuentra también en Ese idioma raro y poderoso una respuesta inteligente frente a los habituales argumentos en contra o a favor de esta forma de decir equívoca. Ni en contra ni a favor, afirma Zaldua, pues si instalarse permanentemente en la ironía invalida cualquier mensaje, no hacer uso de ella convierte en ridícula y poco efectiva cierta seriedad de la que no nos podemos fiar a no ser que incluya la posibilidad de la autocrítica.
Recomiendo pues la lectura de este ensayo que viene a mostrarnos cómo, si no asumimos nuestras sombras, no haremos más que pendular inútilmente.

jueves, diciembre 13, 2012

Mar de pirañas. Nuevas voces del microrrelato español, VV.AA.

Ed. Fernando Valls. Menoscuarto Ediciones, Palencia, 2012. 344 pp. 22 €

Victoria R. Gil

La brevedad engaña. Y mucho. Hay quien se obstina –la mayoría de los textos que pontifican sobre el microrrelato lo hacen— en verlo como el género narrativo de este siglo apresurado y superficial por su reducida dimensión y su (supuesta) ligereza. Pero un microrrelato, cuando en verdad lo es, ya que demasiadas veces se toma por uno lo que no pasa de chascarrillo, resulta denso como una estrella de neutrones y concentra entre sus líneas la intensidad de una supernova. Sin querer reducirlo a un truco de magia, el buen microrrelato precisa de un cierto toque de prestidigitación en el que la apariencia distrae de la realidad. Oculta un juego de espejos que requiere de un lector cómplice y dispuesto a aventurarse en aguas profundas para ser descifrado.
Lejos de ser una narración fácil y cómoda que se ventila en pocos minutos, aquí funciona la teoría del iceberg que Hemingway acataba como un mandamiento literario: conservar siete octavas partes de la masa debajo del agua. Encontrar el corazón sumergido de un microrrelato es la feliz tarea que nos encomienda su autor y en Mar de pirañas, un título tan apropiado para los que gustan de la natación de fondo, el goce está asegurado. Sesenta y nueve escritores, consagrados unos y casi noveles, otros, demuestran que si la novela se gana por puntos y el cuento por K.O., estos textos extremadamente breves lo hacen por la desintegración de un rayo láser.
De variada extensión, los hay que no alcanzan las tres líneas mientras otros suman hasta dos páginas, y contundencia, su diversidad de estilos y temas permite asomarse a una creación literaria que, como recuerda Fernando Valls, responsable de la edición y autor del prólogo, no es precisamente nueva, aunque pueda parecerlo. Entre los precursores del microrrelato moderno que internet ha contribuido a popularizar –y a distorsionar en buena medida— se encuentran, por ejemplo, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, Max Aub y Ana María Matute. De la estirpe por ellos iniciada y en un admirable trabajo de selección para ofrecer la mayor disparidad posible, Valls ha reunido en este volumen nombres consagrados como los de Almudena Grandes, Eloy Tizón, Eduardo Berti, Juan Jacinto Muñoz Rengel, Elvira Navarro, Pilar Adón, Óscar Esquivias, Hipólito G. Navarro, Carlos Castán o Andrés Neuman, junto a los de autores menos conocidos o que empiezan ahora a publicar sus obras, como Ricardo Álamos, Matías Candeira, Ángeles Prieto Barba o Manuel Espada (finalista del I Premio de Microrrelatos Tormenta en un Vaso).
Las relaciones personales, la crisis económica, la violencia, la ambición, el abandono de los mayores, la angustia existencial y hasta la propia creación literaria son algunas de las singladuras que nos ofrece Mar de pirañas. Podemos seguir el orden establecido y comenzar por Almudena Grandes y su yugo matrimonial, o saltar por los islotes y dejarse noquear por el fin del mundo de Eloy Tizón: «Hoy después de comer he retirado el mantel, he lavado los platos, y un día estaré muerto»; mecerse con la sutileza poética de Gabriel de Biurrun: «Las manos de Inés van siempre un poco por delante en el tiempo. A veces un par de segundos, a veces más. Dicen que ya desde el parto; dicen que salió como queriendo volar»; descender con Óscar Esquivias a las cavernas del bacilo de Koch en una expedición digna del profesor Otto Lidenbrock: «Mientras todo esto ocurría en las cavernas del pulmón, yo luchaba por mi cuenta contra el bacilo a golpe de Rifater y, de vez en cuando, recibía tarjetas postales de la expedición con vistas nocturnas de los alveolos pulmonares que me llenaban de nostalgia, de perplejidad», o descubrir, con Ángel Olgoso, que no con más palabras se parece más intenso: «Escribí un relato de tres líneas y en la vastedad de su espacio vivieron cómodos un elefante de los matorrales, varias pirámides, un grupo de ballenas azules con su océano frecuentado por los albatros y los huracanes, y un agujero negro devorador de galaxias. Escribí una novela de trescientas páginas y no cabía ni un alfiler, todo se hacinaba en aquella sórdida ratonera, había codazos y campos minados (…), los árboles eran genealógicos, los lugares, comunes, y las palabras, pesados balines de plomo que se amontonaban implacablemente sobre el lector agónico hasta enterrarlo».
En tan nutrido banco de voraces peces no será raro que el lector termine con más de un mordisco, señal de que ha llegado hasta lo más hondo. Pero no se alarmen, las pirañas, pese a la leyenda urbana que las adorna, no suelen alimentarse de carne humana. El único peligro que se corre tras cerrar este libro es el de desear volver a abrirlo y leer nuevamente su contenido, no sea que en lo más profundo del mar nos hayamos dejado alguna parte del iceberg por descubrir.

miércoles, diciembre 12, 2012

Aquí y ahora (cartas 2008-2011), Paul Auster / J.M. Coetzee

Trad. Benito Gómez y Javier Calvo. Anagrama / Mondadori, Barcelona, 2012. 265 pp. 18,90 €

Coradino Vega

Para cualquier seguidor de ambos o de uno u otro, lo cual no es de extrañar dado el éxito del primero y el sólido prestigio del segundo, esta recopilación de la correspondencia reciente entre Paul Auster y Coetzee se presentaba a priori cuando menos prometedora. Los dos escritores se conocieron en el Adelaide Literary Festival de hace cuatro años, y a partir de ahí Coetzee propuso a Auster iniciar una relación epistolar en una suerte de estimulación recíproca o juego intelectual ente colegas. Las cartas abarcan un arco de tiempo que va del estallido de la burbuja financiera de 2008 hasta las revoluciones árabes de 2011 y, oportunamente, comienzan hablando de la amistad. Los demás temas —el deporte, la escritura, las críticas, el cine, el incesto o el insomnio, por mencionar sólo algunos— van surgiendo luego, poco a poco, con una espontaneidad no siempre atendida por el destinatario, pues muchas propuestas quedan sin desarrollar y la primera parte al menos, más que un análisis dialogado de un asunto u otro, adopta el aire de una tormenta de ideas sin resolver.
Ambos emisarios cuidan con gusto el arte de la carta como si fuera lo que realmente es: un uso en vías de extinción. Auster las escribe a máquina. Coetzee las envía a veces por fax o, si tiene algo urgente que comunicar, se las adjunta a la mujer de Auster, la también novelista y ensayista Siri Hustvedt, por e-mail. A ambos parece no gustarles la deshumanización de las nuevas tecnologías. Pero aunque compartan ciertas opiniones y una común nostalgia por un mundo de ayer más cultivado y atento que el de hoy, lo normal es que el diálogo se convierta en un intercambio de puntos de vista prudentemente velado, sobre todo por parte de Auster, tras una almibarada cordialidad de viejos caballeros que sobreviven, más que bien, entre las ruinas del presente. De este modo, cualquier conato de dialéctica queda erradicado por la amabilidad, la concesión, el afecto o el excesivo respeto. Podría decirse que ambos escritores se tratan de tú a tú, aunque esa aparente igualdad queda matizada por lo que parecen ser dos temperamentos bien distintos. Coetzee se muestra más reservado, cautelosamente más seguro, con una notoria inclinación hacia la referencia teórica y un ingenio menos interesante que la inteligencia que muestran sus libros. Paul Auster, en cambio, adopta un rol más mundano, más flexible y afable aunque trufado por una tendencia a mencionar su propia obra que, más que un acto de vanidad, se antoja como una especie de mecanismo de defensa. A ambos les tiran sus cosas: a Coetzee, la lingüística, las matemáticas, los animales, la exigencia crítica y las opiniones políticamente incorrectas, expuestas aquí de forma mucho más tosca e inocua que, por ejemplo, en Diario de un mal año. A Auster, por su parte, le motiva más hablar de béisbol, dejar claro su progresismo compatible con el glamur de los festivales (“soy un firme creyente en la felicidad universal”), e insistir en las casualidades y el azar en lo que parecen pequeñas caricaturas manieristas de sus mejores novelas. Los dos comparten alguna afición, la debilidad por Beckett y un ideal áurico de la figura del escritor aderezado de su correspondiente tópico romántico.
Por lo demás, y aparte de lo elegantemente bien que están escritas (si exceptuamos alguna indulgencia del tipo “querido abuelito”, como se atreve a llamar Auster a Coetzee en una ocasión), estas cartas tienen el interés que el fan incondicional o el lector atraído por las estadísticas deportivas puedan darles. Las opiniones políticas vertidas en ellas resultan tan vaporosas como consabidas. Y lo mismo sucede con sus ideas sobre los críticos literarios (a raíz de un enfado de Auster con James Wood), la escritura o las nuevas tecnologías (“los viejos somos notoriamente ciegos a las virtudes de los jóvenes”, reconoce Coetzee). Por lo que no deja de sorprender que un escritor tan riguroso y poco autocomplaciente como Coetzee, en cuya obra resulta tan difícil hallar un solo lugar común y que siempre ha parecido tener como principio “si no tienes algo diferente que decir, lo mejor es callarse”, haya consentido la publicación de este libro que, precisamente por ser fruto del entretenimiento ocioso y carecer de la sustancia de sus ensayos y novelas, aburrirá en especial a sus lectores habituales.

martes, diciembre 11, 2012

Los misterios de los números, Marcus du Sautoy

Trad. Eugenio Jesús Gómez Ayala. Acantilado, Barcelona, 2012. 368 pp. 26 €

Fernando Sánchez Calvo

De cómo algunas cigarras utilizan los números primos para no coincidir con sus depredadores. De por qué hay una sinfonía de sonidos ilimitados que (si queremos) nunca repetirá una secuencia. De cómo contaban los babilonios hasta sesenta tan sólo con las dos manos. De por qué los números en la milenaria China tenían sexo masculino o femenino. De qué le pasó a Eratóstenes por la cabeza para ser el primero que intentara en encontrar todos los números primos habidos y por haber. De cómo la naturaleza (perezosa por naturaleza) siempre tiende a manifestar su belleza en forma de esfera. De la triste historia de aquel padre de familia que, obsesionado con un 7 que llevaba sin salir más de dos años en la primitiva italiana, apostó toda su fortuna a aquel número sin saber que cualquier combinación, una vez devueltas las bolitas al bombo de la suerte, vuelve a ser tan probable como cualquier otra combinación. Del rey que perdió toda su fortuna por doblar un grano de arroz en la segunda casilla del ajedrez. De cómo el 0 ni fue importante ni fue hasta que los árabes, por medio de los indios, descubrieron que resolvía y facilitaba mucho las operaciones matemáticas y, por lo tanto, la vida.
Son algunos ejemplos de lo que nos podemos encontrar en esta edición que, publicada a partir del famoso programa de la televisión británica, Eugenio Jesús Gómez de Ayala traduce al español para la editorial Acantilado. Dividido en cinco partes (más amenas a mi entender las dos primeras, cuyos protagonistas son los números primos y la geometría) el gran acierto del libro y autor es llevar de manera práctica y divertida a la vida real conceptos matemáticos que suelen ser bastante arduos para el público general. ¿El tipo de víctima al que va dirigido, pues?: intuyo que curiosos, fans del picoteo libresco o lectores que, lejos de la especialización temática, tratan con el mismo respeto la poesía completa de Szymborska como este libro de obvio carácter divulgativo. Supongo que para cualquier profesor de matemáticas las historias o casos contados aquí serán más que manidos, pero es de agradecer que, de vez en cuando, algo así salga al mercado para refrescar la memoria a los que no jugamos con los números desde el Bachillerato. Además, la interacción y los vínculos con Internet, donde uno puede descargar juegos basados en los diversos capítulos que componen, en palabras del autor, esta odisea de las matemáticas en la vida cotidiana, completan esa función pedagógica vital en disciplinas tradicionalmente tan temidas por los alumnos y por los que alguna vez fueron alumnos.
Al fin y al cabo, no todo va a ser alta literatura.

lunes, diciembre 10, 2012

Stoner, John Williams

Trad. Antonio Díez. Baile del Sol, Tenerife, 2012 (3ª Ed.). 246 pp. 15 €

Ariadna G. García

No es cierto que el destino de un libro se decida a las pocas semanas de su publicación. Una novela que hoy se venda mucho puede desaparecer de un año para otro, si en el fondo es mediocre. Y al contrario, una obra que recaude poco en un primer momento puede perdurar en el tiempo gracias a la pasión constante de una librera, al contagio de los buenos lectores o a la fe inquebrantable de un crítico exigente. Es el caso de Stoner. Publicada su primera edición en 2010, la novela pasó desapercibida en los medios y se hundió en el silencio. Sin embargo, al año de su salida cosechaba dos nuevas ediciones agotadas en meses simultáneos. Ha sido ahora, en 2012, cuando la novela —al fin— ha encontrado su hueco no ya sólo en los estantes de las buenas librerías, sino en la blogosfera y, como resultado, en el corazón de miles de lectores.
Stoner cautiva por su prosa elegante, su narración sencilla, su historia bien contada, pero sobre todo, por la empatía que sentimos hacia su personaje principal: un hombre íntegro, zarandeando por las vicisitudes cotidianas que gozamos y padecemos todos. Además, la vida de este profesor universitario de origen campesino, recio y humilde, se enmarca entre las guerras mundiales que asolaron el siglo XX y la crisis financiera que arruinó la economía occidental. Quizá por eso, también, la novela conmueve. Nos vemos en su espejo. El capitalismo sigue siendo el caballo perdedor por el que apuestan —sistemáticamente— los gobiernos, carrera tras carrera. Pero el libro de Williams señala las diferencias morales entre un siglo y otro. Hoy día, mientras los directivos de los bancos y cajas arruinan sus entidades y cobran por ello costosas indemnizaciones, los hombres y mujeres desahuciados por el impago de sus hipotecas se suicidan movidos por la desazón, el desamparo, la vergüenza o la desesperanza. En 1929, sin embargo, el mundo se regía por valores distintos. Entonces, los banqueros, abochornados por su irresponsabilidad, por su mala gestión, por su falta de escrúpulos, eran quienes saltaban desde los ventanales de sus amplios despachos.
John Williams tuvo al cierto de escribir una obra donde cabe todo. En ella, un narrador omnisciente narra la existencia completa de William Stoner. Su vida se abre paso a cada página con lentitud de río. Apenas hay meandros. Rara vez el protagonista se aparta del guión, y cuando lo hace, obedece más al impulso de otros que a su propia ambición, si bien es cierto que ese acicate ajeno no contradice su naturaleza, sino que visibiliza, extrae, su verdadero instinto.
Con aguda sensibilidad, Williams habla en su novela de temas corrientes, de dificultades ordinarias que su protagonista, la mayoría de las ocasiones, no se atreve a enfrentar: el odio de su esposa, el distanciamiento de su hija, la intromisión de la universidad en su vida privada, la ausencia de su amante… Todo lo encaja Stoner, todo lo soporta con estoicismo, sin duda influido tanto por la sabia paciencia de sus padres —campesinos acostumbrados a las adversidades de la tierra— como por la lectura de autores medievales de gusto romano. La única salvedad es su férrea oposición a la endogamia que reina en el campus, y que los profesores corruptos favorecen. Y esa defensa de la virtud, de la nobleza, del esfuerzo, del mérito académico, será al tiempo su orgullo y su perdición.
Stoner se presenta como un canto a la dignidad de la vida, pese a sus miserias y a sus decepciones; como un himno a la belleza de los pequeños gestos; como una loa a los instantes de quietud y de paz.
Su lectura reconforta tanto que obligará a los hombres y mujeres a retomar las páginas del libro en cuanto se les presente la menor ocasión. No lo tengan a mano cuando cojan el coche, o se eternizarán en los semáforos...

viernes, diciembre 07, 2012

Tres vidas chinas, Dai Sijie

Trad. Lluís Maria Todó. La esfera de los libros, Madrid, 2012. 134 pp. 17 €

Santiago Pajares

Dai Sijie se hizo conocido a raíz de su primera novela, Balzac y la joven costurera china en 2001, de la que él mismo, en calidad de director y guionista, se encargó de trasladar al cine con gran repercusión mundial. En esta novela se narraba la vida de dos adolescentes internados en un campo de adiestramiento chino en la época de Mao y cómo cambiarían sus vidas cuando aparece una maleta llena de libros de autores occidentales. Para el que no lo conozca, a finales de los años 60, en la China dirigida por Mao se llevó al campo para su reeducación a toda clase de estudiantes universitarios, intelectuales, gente no afín al régimen o incluso ciudadanos con gafas. Lo que viene siendo conocido como: “¿Te crees muy listo? Pues a labrar el campo.”
El propio Dai Sijie estuvo en uno de estos centros de 1971 a 1974, lo que le supuso una buena labor de documentación para su novela. Tras conseguir una beca para estudiar cine en el extranjero y después de la muerte de Mao, escogió Francia para continuar sus estudios y se instaló allí de forma permanente.
Por su segunda novela, El complejo de Di ganó en Francia el premio Fémina en 2003.
El libro que tratamos ahora, Tres vidas chinas es su quinta novela. Es un libro muy corto, apenas 134 páginas, con una preciosa portada y una encuadernación bien cuidada. En él Dai Sijie nos cuenta tres historias que ocurren en la misma isla ficticia, la isla de la Nobleza, un precioso nombre al que sin embargo la isla no hace honores. Esta isla es uno de los principales centros de reciclaje de material electrónico del mundo, donde chinos sin apenas recursos tratan de extraer de los televisores, neveras, placas y ordenadores materiales como plomo, zinc, cadmio, aluminio o cobre. Ni que decir tiene que en la isla de la nobleza las condiciones laborales brillan por su ausencia, lo que crea continuos y graves problemas de salud entre los trabajadores. Desde ahora ya podemos imaginar adónde van nuestros ordenadores cuando decidimos comprarnos uno mejor y más potente.
En la primera de las historias se cuenta el destino de un niño afectado de Progeria (niños que nacen pareciendo ancianos) y cómo es vendido por su tía para oscuros fines políticos. Al parecer muchos de los niños de la isla nacen con esta enfermedad por la contaminación de los productos eléctricos. Está narrada en primera persona por la voz de un niño de 12 años que vive en un contenedor industrial reconvertido en vivienda, y cuenta todo desde su perspectiva, que ve esto como una gran aventura que vivir y no es consciente del riesgo que corre. La segunda historia narra la historia de una chica que aspira a ser patinadora sobre hielo y practica cada día en el embalse de agua congelada del que su padre es guardián. Cuando su madre, que ha perdido la memoria por trabajar en un centro de reciclaje desaparece, comienza a sospechar que su padre puede haberla asesinado. La tercera historia nos cuenta la vida de un chico, llamado sólo hijo menor, que tiene que convivir con su hermano mayor, loco por intoxicación por plomo, atado a un árbol en el jardín de su casa por una cadena forjada por su propia madre. Cuando se marcha de allí dejándolos a los dos solos descubrirá que hay ciertas historias de las que no te puedes alejar, que las llevarás siempre contigo.
Es un libro triste y hermoso al mismo tiempo, narrado con una gran sensibilidad y elegancia. Creo que nos hace más conscientes de nuestro lugar en el mundo y de a dónde van las cosas que desechamos y el impacto que puede tener en otra gente que vive a miles de kilómetros de nosotros. Un libro que podría haberse titulado “Tres pequeñas, tristes y hermosas historias chinas”. Emoción hasta el último párrafo.

jueves, diciembre 06, 2012

Ilustrísimo Sr. Cohen. 24 canciones de Leonard Cohen, ilustradas por Elsa Arguilé, Arnal Ballester, Carlos Cubeiro, Imapla, Pep Montserrat, Elena Odrizola, Sonia Pulido y Sesé

Textos: Alberto Manzano. Present. Jordi Vicente. Prol. Luis Eduardo Aute. 451 Editores, Madrid, 2011. 88 pp. 25 €

Elia Barceló

Con motivo de la concesión del premio Príncipe de Asturias 2011 al gran poeta canadiense Leonard Cohen, la editorial 451 nos presenta un libro de excepción que ningún amante de Cohen puede pasar por alto.
Sólo su formato hace ya desear tenerlo: es igualito a un nuevo L.P del maestro y, además lleva en la cubierta su autorretrato, como ya fue el caso de Recent Songs, el espléndido disco de 1979, y su sello –esa curiosa estrella de David formada por dos corazones entrelazados.
Es un libro para amantes de Cohen, para público cautivo, más que para lectores que aún no conocen al maestro. No es una introducción, ni una biografía, ni una exposición cronológica de sus casi cuarenta años de carrera; las canciones que aparecen a lo largo de sus páginas –veinticuatro– ni siquiera pueden leerse completas porque de lo que se trata en este libro es de establecer un diálogo entre aficionados, especialistas e ilustradores.
El auténtico connaisseur del señor Cohen, tanto en su vertiente de cantante como de poeta (me refiero a poesía sin acompañamiento musical) no encontrará demasiadas novedades en el libro, pero a cambio podrá leer alguna anécdota que quizá aún no conociera y, sobre todo, verá ciertas canciones y ciertas fases del artista a través de otros ojos, de otras sensibilidades, de otras opiniones que pueden estimular un diálogo interior. Porque lo que sí hay en abundancia en este libro son opiniones y maneras de ver con las que el lector no necesariamente se identifica, pero que ofrecen otras perspectivas.
Se abre la obra con dos breves textos firmados por Jordi Vicente y Luis Eduardo Aute. A partir de ahí ocho artistas gráficos diferentes, muy diferentes, nos ofrecen tres ilustraciones cada uno: una por canción, acompañadas de un texto de Alberto Manzano, biógrafo y traductor de Cohen.
No queda claro si esas tres canciones por autor han sido elegidas libremente por ellos o bien si a cada uno le ha tocado esa triada por sorteo. No todos ellos son aficionados a Cohen; algunos ni siquiera lo encuentran particularmente de su gusto; pero todos han aceptado el desafío de ilustrar sus palabras y lo han llevado a término con mayor o menor fortuna.
Yo, como enamorada de la poesía, las canciones y la voz de Leonard Cohen desde el lejanísimo día de 1975 en que por mediación de un buen amigo descubrí Songs from a room (1969), encuentro las ilustraciones demasiado planas, bidimensionales y faltas de imaginación y de espíritu para potenciar o complementar o contrastar los riquísimos textos del artista canadiense. El que me parezcan, además, innecesarias, es simplemente una manía mía, lo reconozco. Desde que aprendí a que las palabras se convirtieran en imágenes en mi cabeza a medida que las iban desgranando mis ojos, dejé de necesitar o desear imágenes ajenas. Pero acepto el concepto del libro y esas ilustraciones me sirven para reforzar mi propia posición, mis propios dibujos interiores.
Los textos de Alberto Manzano me parecen unas veces interesantes e informativos, otras veces irritantes, sobre todo por su uso de la lengua que no acaba de decidirse entre el español y el inglés.
Tengo que confesar, además, que nunca me ha gustado su manera de traducir la poesía de Cohen, desde los tiempos de sus primeras traducciones para la editorial Visor.
Traducir poesía es siempre una misión imposible; por eso con frecuencia lo mejor que se puede hacer es versionarla, en las contadas ocasiones en las que el traductor es también un poeta con una sensibilidad similar, como es el caso del mismo Cohen, quien convirtió el poema de García Lorca Pequeño vals vienés en esa maravilla de canción que es Take this waltz.
Manzano traduce las palabras de las canciones de Cohen, a veces incluso con gran acierto, pero no es capaz de transmitir la emoción que surge del original, ni tampoco un eco del ritmo que tienen en inglés, aunque sea lejano; de hecho, no hay ritmo alguno en sus traducciones por lo que pueden resultar útiles y recomendables para personas que no dominen en absoluto la lengua inglesa (porque comprender aproximadamente es mejor que no entender nada) pero suelen ser fuente de frustración y molestia para los que sabemos que eso no es en absoluto lo que hay dentro del poema original. También sabemos que es una batalla perdida tratar de igualarlo en español, pero al menos habría que haberlo intentado con mayor ahínco.
A pesar de ello y en definitiva, este es un libro que hay que comprar, que hay que tener, que hay que repasar y criticar y disfrutar; un libro que, hasta cierto punto, y no sé si es intencional, es como el propio Cohen: contradictorio. Pero es un libro que te hace querer volver a la fuente, al original; oir otra vez esta canción, y la otra, y aquella que hace tanto que no oyes. Y las nuevas, por supuesto, las de los últimos discos, tan irregulares, las del último, que aún no tiene un año, Old Ideas, tan de vuelta al Cohen de siempre. Y te hace querer releer su poesía. Y volver a oirlo en concierto.
Y sobre todo, sobre todo, es lo que se pretendía: un sentido homenaje al gran poeta canadiense.

miércoles, diciembre 05, 2012

Me hallará la muerte, Juan Manuel de Prada

Destino, Barcelona, 2012. 589 pp. 22,50 €

Luís Borrás

Para los que de una novela esperan —sin que eso signifique nada malo— una buena historia bien contada, una película hecha con palabras, entretenimiento, emoción, tragedia, pasión, aventura, novela negra, intriga, erotismo, drama y romanticismo tienen en Me hallará la muerte su libro perfecto. Porque en esta novela se encontrarán en una primera parte a uno de esos tipos sin suerte que abandonados en la inclusa y apellidados Expósito tiene el destino escrito con renglones torcidos. Pícaro en un Madrid de posguerra del que debe salir huyendo alistándose en la División Azul cuando aquella legión lejos del idealismo de la primera leva daba cobijo a delincuentes, pobres en busca de la soldada y prófugos políticos. Segunda parte de novela de guerra y cautiverio, hazañas bélicas y muerte, supervivencia en la que para no morir se debe renunciar al honor y la bandera, hacerse apóstata, aliarse con la delación, la traición y la mentira. Una casualidad que aprovechar para poder regresar y vivir la vida que nunca se tuvo. Pasar, trece años después, de recibir propinas por abrir la puerta de un taxi a cenar en restaurantes de lujo. Suplantación de identidad que es la tercera parte de la novela —y la más interesante— y que lleva consigo sucumbir ante algunos pecados capitales: la avaricia y la lujuria; y en incumplir al menos siete de los diez mandamientos: no amar a Dios, asesinar, cometer actos impuros, robar, codiciar los bienes ajenos, engañar y provocar la muerte ajena.
Novela en la que aparece el oportuno recordatorio del paraíso comunista convertido en un Gulag y que no se había narrado desde Embajador en el infierno de Luca de Tena y en el que murieron millones de seres humanos y entre ellos un puñado de españoles igual que los republicanos en los campos de exterminio nazis. Fascismo y comunismo presentando sus credenciales. Congelación, gangrena, amputación, inanición, enfermedad, crueldad, humillación, heroísmo y claudicación. Regreso en barco a una patria que oficialmente los ignoró al cambiar los ideales por el pragmatismo de los nuevos tiempos. Novela de un Madrid de cartilla de racionamiento y estraperlo en el que se deja el amor frustrado por la sangre y al que se regresa para descubrir una ciudad tecnócrata y de nueva planta. Descripción de ambientes y lugares, de tipos pintorescos y ácida crónica social, del Pasapoga, Lavapiés y el Castellana Hilton en los que la prosa de Prada alcanza su mejor nivel.
Novela de dos hombres que, por distintos motivos, huyen de su pasado. En la que uno tiene la fuerza moral para convertirse en héroe y el otro la debilidad que no podemos reprocharle. Usurpación por necesidad que convierte al paria en nuevo rico y por la que descubre los pecados ajenos y los propios. Apropiación y reincidencia que hacen imposible la redención. Errores propios que otros pagan con su vida. Deudas del pasado que vuelven para chantajear y servirse de la mentira. Segundas oportunidades que, a pesar de todo, pedimos que salgan bien; villanos que deseamos que se salven aunque no lo merezcan. Novela en la que Prada, por encima de la acción, la intriga y el deseo, quiere hacer destacar la responsabilidad de nuestros actos, la importancia capital de la conciencia y los escrúpulos; en que a través de un mal nunca se obtiene un bien. Valores eternos de nuestra civilización cristiana.
Novela de metáforas y párrafos deslumbrantes entre los que se desliza algún lugar común como un cuchillo hundido en la mantequilla; acento castizo, costumbrismo de zarzuela, de chulapo y manola fetén que al inicio se hace chirriante y que se compensa con un final de personajes sin caricatura. Palabras superferolíticas de un lenguaje afectado, pedante y churrigueresco que se ha hecho marca registrada del autor, verbo de juegos florales que no encaja en una prosa de guerra pero que se desquita y brilla entre la humedad de tabucos miserables y el humo de puticlubs finos. Melodrama de novela radiofónica y películas de Rafael Gil al gusto y color de la época; amor inverosímil con acento francés y pie forzado del doble que se quedan diluidos en una trama poderosa y subyugante, en un largometraje a la española con escenografía de tundra y cemento; la épica y la villanía, los personajes y la antítesis, el debate moral, el romance y el final inesperado de un gran espectáculo literario.
Y sin embargo yo me he dado cuenta de algo que ya no volverá. Porque echo de menos al Prada de Coños, El silencio del patinador y Las máscaras del héroe; pero sé que ese escritor ya no existe. Que es cuestión de edad y circunstancias. Aquel Prada era un joven hambriento y apasionado, “desgarrado y excéntrico” que se ha convertido en un pródigo y serio columnista, tertuliano y presentador que es escritor planetario. Hoy le basta con escribir una novela monumental, una epopeya, un cóctel popular con los ingredientes adecuados. Hoy es suficiente con hacerle la competencia a Ruiz Zafón sin amenazar con trilogías sadomasoquistas. De Prada controla los resortes, los mecanismos, las dosis. Es un gran sastre, un buen matemático que domina la física y la ciencia de la literatura. Es un escritor de oficio, un hábil contador de historias, un alquimista, un buen artesano con ramalazos de artista al que en determinados momentos le sobra afectación. Su narrativa tiene la fiabilidad y precisión de un best-seller, pero con esa ganancia ha perdido su capacidad de admiración. A Prada le ha pasado lo mismo que a otros funcionarios de la literatura como Millás o Llamazares, que ya no tiene que demostrar nada; le basta con permanecer y vivir de las rentas. Prada entretiene, ameniza, distrae las horas, mezcla géneros para evitar el aburrimiento, trata temas incómodos y se atreve con lo políticamente incorrecto sin caer en el panfleto, el tópico o la homilía, pero en la comparación no alcanza a otros escritores menos mediáticos y pluriempleados, pero —creo— más completos.

martes, diciembre 04, 2012

Las voces bajas, Manuel Rivas

Alfaguara, Madrid, 2012. 200 pp. 17,50 €

Ignacio Sanz

Manuel Rivas, autor de libros celebérrimos como El lápiz del carpintero o ¿Qué me quieres amor?, rastrea las huellas de su propia vida familiar en este delicioso libro atravesado por la melancolía. Para llevar adelante su empeño afila la memoria tratando de dar voz a los que históricamente han sido desposeídos de ella, a los humildes, a los vencidos, a los que nunca la han levantado. Y nos pone a pasear por un paisaje, el de su infancia, lleno de renuncias y estrecheces, pero repleto de tesón y de poesía. Los andamios, las cuadras, los cuartos de costura, las cocinas o la matanza del cerdo. El escritor zamorano Tomás Sánchez Santiago ha escrito en su Lumbre baja escenas de la vida cotidiana donde hace protagonistas a seres anónimos que guardan cierta concomitancia con las descripciones de este libro.
Se trata de una serie hilada de recuerdos, un friso memoralístico que avanza cronológicamente en el que Rivas indaga en el dolor, en las carencias, pero también en los sueños y en la vida.
Con un aliento lírico, lejos de tremendismos, su voz nos va envolviendo mientras nos da cuenta pormenorizada de los personajes que iluminaron su infancia y adolescencia, aunque en el último capítulo, acaso para homenajear a su hermana María que le ha acompañado a lo largo de esta travesía, haciendo una cabriola con la memoria, nos relata su muerte prematura pasado ya el horizonte temporal en el que se enmarcan las memorias. Estamos atravesando los últimos años cincuenta, los sesenta y llegamos hasta la muerte del dictador en mitad de los setenta.
Rivas es coruñés, hijo de albañil taciturno que en los ratos libres y en los fines de semana, para seguir arrimando el hombro a la economía familiar, ejercía como saxofonista en orquestinas que animaban las fiestas del entorno, aunque a veces llegaban hasta El Bierzo.
Su madre ordeñaba vacas y repartía la leche. En los ratos libres trabajaba como modista. Cuántas fatigas.
Rivas tuvo abuelos y tíos que le hicieron soñar en medio de las privaciones. La familia rodó de casa en casa por los barrios periféricos. Siempre en precario. Parece mentira que se nos haya olvidado tan fácilmente de dónde venimos y la actitud heroica de aquellos padres que lucharon denodadamente para salir del atolladero, por sacar agua de unos pozos que se negaban a alumbrarla.
Algunas descripciones de la ciudad que se expande me han recordado escenarios de ciudades norteafricanas que he visitado en los últimos años. El mismo caos. Y las primeras autopistas de la periferia invadidas por peatones atropellados por carecer de túneles o de puentes para atravesarlas. Así perdió la vida un compañero de instituto de Rivas.
Las páginas van salpicadas de fotos viejas en blanco y negro. No son fotos hechas por profesionales, más bien parecen sacadas de un álbum familiar, acaso lo sean. Y, sin embargo, ilustran magníficamente esas escenas que Rivas describe. En todo caso sirven para acentuar el lirismo de esas voces bajas, esas historias ajenas a las grandes epopeyas que cimentan nuestro bienestar presente. A pesar de la crisis.
El padre, la madre y María resultan personajes hipnóticos. Como el propio Rivas que se abre el pecho al bies y nos descubre, como quien no quiere la cosa, un corazón palpitante y una memoria viva al lado de los suyos, esos seres sencillos que nos recuerdan, naturalmente, las hazañas de nuestros propios padres, emigrantes humildes que sacaron su coraje ante una realidad cambiante que les desplazaba de su mundo.
En algún momento me ha recordado a la novela de Julio Llamazares, Escenas de cine mudo. Pero con las peculiaridades propias del mundo gallego. Las mismas ráfagas de humor y una cierta indefinición, de tal manera que el lector no sabe si está leyendo unas memorias noveladas o una novela que se guía por el curso iluminado de la memoria.