lunes, julio 18, 2011

Almería 66, Francisco Ortiz

Instituto de Estudios Almerienses, Almería, 2011. 150 pp. 10 €

Miguel Sanfeliu

Francisco Ortiz es de los que te dicen lo que piensan, sin rodeos, y cuando lees sus libros te das cuenta de que su actitud ante la literatura es fiel a su actitud ante el mundo. Es autor de la novela Ultima noche en Granada (ediciones Mira, 2009) y el Instituto de Estudios Almerienses acaba de publicar su libro de relatos Almería 66, un libro de textos muy pulidos, que se lee con rapidez, manteniendo un ritmo vertiginoso que no se ve interrumpido ni dificultado por nada, que fluye con naturalidad y tan sólo sobresalta al lector por el contenido brutal, por la rabia, por la mirada fría hacia el lado oscuro del ser humano. El uso reiterado del monólogo interior convierte el libro en una colección de manifestaciones, en un coro de voces, de declaraciones descarnadas, que van conformando una imagen brutal del horror en su estado más elemental. Los personajes que desfilan por estas páginas son víctimas de las circunstancias o de pasiones humanas que escapan a su control. En muchos de estos relatos, no tardas en hacerte una idea de lo que ha ocurrido, de toda la secuencia a la que hace referencia esa voz, a veces fría, a veces dolorosa. Los detalles que escoge, la mirada personal e incisiva que se detiene en aquello que resulta esencial, son muestras de que nos encontramos ante un escritor capaz de convertir en literatura todo lo que le preocupa, lo que le indigna, lo que le mueve a la reflexión. Sus relatos surgen del desagrado ante el mundo, de la rabia ante la injusticia.
Un buen número de historias muy potentes, pese a su brevedad, como “Los ojos de la hermana de Aner”, con ese contraste entre lo que piensa el protagonista y lo que hace; o “Matar al padre”, redondo en su concepción, que nos permite ver el dolor que se disimula detrás de una impostada indiferencia. La desgarrada historia de amor de “El espejo exacto”, la visceralidad incontrolada de “Todo tan fácil”, el impacto de un suicidio en “Adela”, o el irónico colofón, el nexo entre el autor y la obra, titulado “El asesinato”... Historias impactantes, contadas con una economía de medios encomiable, con un estilo en el que predominan las frases cortas, secas, sin rodeos ni adornos. Mezcla los diálogos y la acción, mantiene en un mismo plano los pensamientos del protagonista con los sucesos que se están contando, y presta una especial atención a los detalles, ya que el estilo con el que se cuenta es tan importante como el contenido de lo que cuenta.
La realidad es una de sus fuentes de inspiración, como si necesitara ficcionalizarla para asimilarla. Dramas que golpean y que intenta atrapar, así ocurre en “La llama nunca encendida”, por ejemplo, porque lo que hay que destacar en este conjunto de confesiones y sentimientos es la preocupación que demuestra el autor por ese lado salvaje que encierra todo ser humano, su lado más cruel, las circunstancias más brutales e incomprensibles. Casi puede decirse que nos encontramos ante un estudio sobre la violencia, una reflexión profunda sobre el modo en que muchos conflictos, incapaces de resolverse, tienen consecuencias imprevisibles. La venganza, el crimen fortuito, el asesinato premeditado, la defensa propia, el crimen como aplicación de la justicia... historias que encontramos cada día y a las que peligrosamente parece que nos vamos acostumbrando. Sin embargo, aunque es cierto que predomina el dolor y la desesperación, la rabia y la violencia, también deja espacio Ortiz para la ternura e incluso el humor, cuidadosamente distribuido a lo largo del libro.
Cuando se lee un buen cuento, capaz de traspasar la coraza que llevamos puesta, sentimos una especie de respingo, de sobresalto, un movimiento reflejo causado por el instinto de conservación que nos advierte que nuestras defensas han sido franqueadas. Pues bien, esa sensación la van a tener en más de una ocasión en cuanto se sumerjan en las páginas de este libro.

1 comentario:

Francisco Ortiz dijo...

Muchas gracias. Pocas veces las críticas iluminan los libros. Esta es una de esas pocas veces.