lunes, noviembre 16, 2009

Yo, lo superfluo y el error. Historias de vida o muerte sobre ciencia y literatura. Jorge Wagensberg

Tusquets, Barcelona, 2009. 288 pp. 19 €

Ángeles Escudero

Qué relación tienen dos ámbitos, en principio tan alejados, como la ciencia y la literatura? La respuesta parece excesivamente obvia. Quizás por eso, Wagensberg se arriesga a plantear una hipótesis diferente. Y de su atrevimiento surgen interesantes cuestiones fruto de la fecundación recíproca entre la comprensión científica y la literaria. Por ejemplo: ¿Y si la ciencia recuperase el yo (ese del que pretende prescindir para concentrarse en lo esencial y evitar el error); ansiase lo superfluo (esa excusa de la literatura para recrearse en el matiz), e indultase el error? ¿Y si la literatura contemplase la naturaleza con la máxima objetividad? Esto supondría habitar en terrenos fronterizos, en esas líneas que parecen dividir y separar pero que, en realidad, ponen en contacto. El autor nos ofrece la vía del mestizaje como una visión enriquecida de la realidad. Que la ciencia quede contaminada por la literatura y viceversa nos ofrece un nuevo y amplio espectro de posibilidades.
El corazón helado de Almudena Grandes conecta estos dos mundos en un juego hábil que se centra en una frase: «El todo es igual a la suma de las partes sólo cando las pares se ignoran entre sí». Dentro del libro, esta afirmación, es un pequeño universo que cobra vida y nos ofrece un hilo conductor. Y no es casualidad su entusiasta agradecimiento a un científico amigo y, a la postre, autor de este libro. ¿Ambos se han contaminado? La escritora bucea por el subsuelo de la ciencia, y el científico hace lo propio por las orillas de la literatura.
Comienza Wagensberg describiendo el método científico, y lo hace en base a sus tres principios: objetivación (con la que gana universalidad), inteligibilidad (gana en capacidad de anticipación respecto a la incertidumbre) y el principio dialéctico (que buscando contradicciones gana en progreso). Como vemos alaba sus virtudes pero termina por señalar sus limitaciones. Además, como científico pretende alcanzar estos beneficios pero sin pulverizar su identidad, sin sacrificar la mente creadora. Lo difícil, pero extraordinario, será llegar a puntos de encuentro entre quien quiere evitar la incertidumbre —la ciencia— y quien se alimenta de posibilidades —la literatura—. “Más alta que la realidad está la posibilidad” . Por eso el objetivo será rescatar el yo y hacer un elogio de lo superfluo, y el autor afrontará este reto en la segunda parte del libro, en los relatos que forman parte de sus historias de vida o muerte sobre ciencia y literatura. En ellos buscará la conciliación entre lo esencial y lo superfluo. Y ya os adelanto que lo conseguirá, al igual que encuentra la manera de no excluir el error, de no disolverlo definitivamente, sino integrarlo, e incluso indultarlo como un mal necesario o inevitable.
Porque la realidad es inteligible y podemos comprenderla, Wagensberg utiliza un mecanismo diferente para comprender en literatura al que sigue la mente científica: el método del gozo intelectual. Y, plantea cómo no puede ser tan difícil conectar ambas realidades cuando la principal divergencia, o la única, radica en que la ciencia no conoce el valor cognitivo de la realidad simulada.
Las historias que nos cuenta, nos presentan una realidad de la que nada se excluye. Son relatos de ciencia porque intentan arrancar de una manera objetiva de observar el mundo, pero aspiran a ser relatos literarios (y lo son) porque persiguen devolver al narrador al interior mismo de la historia, volver al yo. En sus relatos Wagensberg hace que las palabras crucen la frontera y se conviertan en literatura, aunque lleven a sus espaldas una mochila, que no un lastre, cargada de ciencia. Esta forma de conocimiento se deja ver en los temas, en los términos, pero también se deja vislumbrar en esa lucidez y brillo especial en la mente de este hombre de ciencia.
Especialmente interesantes son los relatos más cortos con recursos expresivos y licencias poéticas que les dan intensidad, como el original uso del paréntesis en “La fiesta”, herencia de su condición de científico. Son relatos fulgurantes unos, intensos otros —los que más—, pero también muestran esa asombrosa facilidad para hacer creíbles situaciones diversas, como en “Las momias de San Severo”. En “La biblioteca de la casa junto al lago” pone el punto y final con una sutileza trabajada que es muy difícil conseguir. Y lo mismo ocurre con la última frase de “La conjura” o el microrrelato “La muerte” que yo firmaría sin reservas pese al tema. De los mejores “Romeo y Julieta” que, en cuatro líneas, nos cuenta desde otro ángulo una historia manoseada pero vigente. Y, especial mención merece “Un día es un día” por su brillantez y genialidad que no están reñidas con su sencillez.
Y dos cosas más. Hacer alusión a la fotografías, en blanco y negro, que ilustran el libro, entre las que destacaría “Garra para nubes”. Y una recomendación: no dejéis de consultar la extensa y particular bibliografía que ha utilizado el autor, posiblemente despierte nuevas inquietudes.

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