jueves, enero 10, 2008

Cuentos reunidos, Cristina Peri Rossi

Lumen, Barcelona, 2007. 699 pp. 24,90 €

Anna Grau

Una ha sido siempre del parecer que ningún cuentista que no sea Chéjov debería publicar jamás todos sus cuentos reunidos. Hay en ello riesgos y podría haber contradicciones. Un buen cuentista es un narrador insistentemente aislado, una suerte de acupuntor de la escritura. Escribe de alquiler, libre de las hipotecas del novelista: no está obligado a un compromiso tan ininterrumpido con el mundo que tiene bajo sus pies. Tampoco puede pretender entonces que el lector se quede con él porque son muchos años o por los hijos en común. Las páginas mejores no acudirán nunca al rescate de las peores. No hay promedio ni tiene por qué haber visión de conjunto. Cuenta el logro del instante, la precisión y la pasión del momento. El hallazgo continuo.
Reunir todos los cuentos de alguien raramente viene a cuento y hasta puede tener algo de crueldad travestida de homenaje. De coger los cien pájaros volando y encerrarlos dentro de un puño. De convertirlos en un quiero y no puedo de novela. Muchos y juntos, es fácil que los cuentos pierdan su poder de aquí te pillo, aquí te mato, su autosuficiente gracia. Que les pase como a las canciones de los cantautores, que por acumulación aburren y desvelan los límites de su autor, allá donde su mirada cesa y sus recursos se detienen. O se detuvieron. Cuando un cuentista pone en fila los cuentos de toda una vida, cuando se enfrenta a los párrafos de hace veinte años con el ojo de ayer por la tarde, ¿no le llevarán los demonios de la corrección, de la autoreescritura sin fin?
En esta reunión familiar de sus cuentos que Cristina Peri Rossi ha permitido en las páginas de Lumen seguro que hay reescritura. Pero en otros casos es evidente que no la hay: o porque la misma autora nos lo dice, o porque se nota. Son visibles las rugosidades desiguales, los sutiles abismos de habilidad y de ilusión entre unos relatos y otros. Devorados unos por el fuego más sagrado —también más pretencioso— de la juventud, salvados otros por una creciente sabiduría intimista. Recorridos todos por el largo talón poético de Cristina Peri Rossi, que va cambiando de talla con los años. La poesía no se crea ni se destruye jamás. Sólo se transforma.
Leyendo a Peri Rossi suelta, siempre me ha inspirado simpatía. Leída toda junta ha habido momentos de saturación, momentos en que anoté: decir en la reseña que es una autora inteligente pero sobrevalorada, o, más que sobrevalorada, que se le empieza a pasar el arroz. Que ya vale de imitar a Cortázar. Que cuando se pone filosófica decae hacia lo cursi. Pero cada vez que estaba a punto de pensar definitivamente esto y de zanjar el caso, algo distinto me atrapaba. Un golpe de mar abierto. Una brazada de luz extranjera. Una metáfora que parecía nueva como el mundo cuando era nuevo, inmediatamente antes de la fundación de Macondo.
Lo de Macondo viene a cuento porque quiso la fortuna que esta revisitación total de Peri Rossi se me entrelazara con la lectura el pasado mes de junio en la Revista de Libros de una reseña sobre la edición conmemorativa de Cien años de soledad. Esta reseña se titulaba “Eppur si legge!” y la firmaba Ricardo Bada, con quien no tengo el gusto, pero sí tengo curiosidad. No estoy de acuerdo con todo lo que decía de García Márquez y de su obra magna —ni siquiera me gustaba el calibre de la ironía, innecesariamente minimizada a cachondeo— pero sí estoy de acuerdo con la valerosa tesis central: Cien años de soledad se escribió y se leyó cuando el mundo literario era nuevo y nuestra mirada inocente. Releída ahora, ni ella ni nosotros somos los mismos.
Ahí encontré la clave de por qué me estaba gustando un libro que a la vez no me gustaba. Encontré que los cuentos reunidos de Cristina Peri Rossi eran un acto simultáneo de desafío y de amor. La escritora se pasea madura y desnuda antes los ojos de sus lectores, invitándoles a leer como adultos, a madurar con ella. Renunciando a las vanidades categóricas de la juventud y planteando algo así como unos nuevos votos, un nuevo contrato de lectura mucho más serena y más vigente.
Descubrí entonces algo fantásticamente herético, que me encantó: que García Márquez será mucho García Márquez, pero a partir de cierto punto —alrededor de Noticia de un secuestro— todo era cuesta abajo y decepción, mientras que Cristina Peri Rossi, cuanto menos boom, menos leyenda, más autora y más ella, cada vez se lee con más ganas. Algo es algo.

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