jueves, mayo 03, 2007

El hombre de genio y la melancolía: (problema XXX), Aristóteles

Traducción de C. Serna. Acantilado, Barcelona, 2007. 121 pp. 11 €

José Morella

Escribir algo breve sobre el Problema XXX es difícil. Es uno de esos textos que se comportan como un potente virus: se propaga, impregna otros escritos, es interpretado, copiado, transformado, manipulado... Gremlin textual, se reproduce e invade las artes, la política, la filosofía, la psicología, la antropología. Fue una de las más importantes espitas para la gran explosión de textos que forman una red inextricable, ese corpus melancólico (proteico cuerpo que crece) que va de Hipócrates a Lacan. Para que el lector se haga una idea más o menos aproximada de los caminos que se pueden reseguir buscando sus huellas (que nunca son enteramente lo que parecen), debería imaginar algunas de las cosas que se borrarían si, con una varita mágica, se pudiera eliminar, retrospectivamente, la idea de la melancolía relacionada con la genialidad o la lucidez. Es una lista bastante arbitraria, hecha de autores, sucesos o personajes: Hamlet, Don Quijote, el capitan Achab de Moby Dick, el Heathcliff de Cumbres borrascosas, el conde Drácula de Stoker (melancólico subgrupo licántropos), Víctor Frankenstein, el éxtasis de los místicos, todo el psicoanálisis, Durero, Huarte de San Juan y su Examen de Ingenios, las obras de Goya o Van Gogh, las de Nietzsche, Poe, Baudelaire, Walter Benjamin, Max Weber, Kierkegaard... La lista de los seres, reales o ficticios, bañados por la lenta y agridulce luz del sol negro es inacabable. Esto es así porque la melancolía es un concepto difuso, que no admite una definición inconcusa: es un concepto clínico que desemboca, por un lado, en la idea actual de depresión; pero al mismo tiempo es una intuición atávica original, una especie de arquetipo multiforme que describe a ciertas personas y al mismo tiempo las modela. El Problema XXX pregunta: ¿por qué todos los que han sobresalido en la filosofía, la política, la poesía o las artes eran manifiestamente melancólicos? Por melancólico se ha entendido, durante mucho tiempo, algo parecido a lo que hoy llamamos loco, pero la típica imagen del científico alunado, así como la del poeta maldito, también tienen aquí su origen. Si tuviéramos que reducir (de un modo salvaje, casi imperdonable) a algunas líneas el recorrido de esta idea, diríamos que en su tiempo el texto aristotélico que relaciona la tristeza y/o la locura con la genialidad no tuvo mucho éxito. Su peor momento fue la Edad Media, cuando la melancolía estuvo ligada a la idea de acedía, esto es, de pereza: pecado mortal. Con el Renacimiento y la idea de hombre como centro (para saber más, lean el legendario Saturno y la melancolía de Klibansky, Panofsky y Saxl), Marsilio Ficino retoma el texto del Problema XXX y propone la melancolía como estructura misma del genio creador; como motor y tope, al mismo tiempo, de su ansia de conocer: ese humor, la bilis negra, está en el origen de su deseo y, a la vez, en la incapacidad de satisfacerlo. Hasta hoy no hemos dejado de darle vueltas al tema. Nietzsche predijo un mundo post-melancólico, el de los dionisíacos bailarines que ríen a carcajadas, pero él mismo era atrabiliario en todos los sentidos: estaba como un cencerro y era un genio. Es decir, el perfil exacto del Problema XXX. Tampoco Freud, que con su nueva ciencia quería eliminar la melancolía del mundo, era la alegría de la huerta. El psicoanálisis, por cierto, acepta que los melancólicos, en contraste con los neuróticos, nunca se engañan. Son lúcidos y despejados. Son sabios. Esto concuerda perfectamente con la idea aristotélica de melancolía. Y no sólo eso, sino que los melancólicos encierran, dentro de su tristeza, la capacidad de una profunda dicha, que tiene que ver con el conocimiento. Forzando un poco una famosa frase de Lacan, diríamos que los que no se engañan (los melancólicos) yerran (en dos sentidos): se equivocan, fracasan en su impulso creador, y al mismo tiempo son seres errantes, sin cobijo en este mundo, sin puerto en esta vida material.
Teniendo en cuenta que estamos en una época radicalmente melancólica (el libro blanco de la depresión dice que seis millones de españoles padecen la enfermedad, siendo la segunda causa de baja laboral) tal vez sería responsabilidad de los intelectuales pensar un poco sobre el tema. Darle más vueltas de tuerca a la melancolía. Por eso la edición de este libro es un acierto. Marsilio Ficino decía que la única cura posible para la melancolía era (para decirlo en términos actuales) homeopática: si te duele, adéntrate más en el dolor y dejarás de sentirlo tanto. Acabarás encontrándolo dulce. La responsabilidad ética de los creadores de hoy es seguir esa receta, para intentar encontrar por dónde rezuma tanta angustia en nuestro tiempo; para explicarlo, para ponerle palabras. Recomiendo, para saber algo más sobre esta necesidad de palabras, la lectura de dos pensadores con formación psicoanalítica: Julia Kristeva (Las nuevas enfermedades del alma, Cátedra), y cualquier texto de Slavoj Žižek, que explica muy bien cómo las represiones de toda la vida, casi siempre sexuales, se han transformado en la represión del aburrimiento, en la obligación de gozar. No pienses, no le pongas palabras a tu vida. ¡Disfruta! Hoy nos sentimos obligados a pasarlo bien, y esta obligación pesa, paradójicamente, más que las antiguas obligaciones o represiones del deseo: es menos obvia, mucho más sutil y perversa. Nos quita coartadas existenciales, y cuando nos sentimos tristes no tenemos instancias a las que acudir. Necesitamos palabras para explicarnos y no sabemos de dónde sacarlas ni dónde abocarlas. Por eso Žižek dice que el psicoanálisis es el único lugar del mundo en el que está permitido no disfrutar, y por eso es el único que puede aliviar. Como siempre: se trata de las palabras, del discurso sobre uno mismo. No decimos que no sea bueno el Prozac en algún caso, o cualquier otra droga que nos apetezca. Pero que no nos falten las palabras.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Perdonadme los demás, pero si yo algún día dirijo una revista, al primero que llamaré para rogar su colaboración y encargarle reseñas será a José Morella.

Anónimo dijo...

Pues habrá que someterle a varios juicios salomónicos...
Enhorabuena: es una reseña muy instructiva.
Marta S.

Anónimo dijo...

Gracias por vuestros comentarios.

Un abrazo,
Jose